enero 02, 2022

Del Colegio de la Purísima Concepción de Celaya a la Real Universidad Pontificia de Celaya, 1617-1795. Religión y Humanismo

 

En el mes de octubre de 1617, Pedro Núñez de la Roja estableció en su testamento que sus bienes al morir fueran para el Convento de San Francisco de la Villa de Celaya. Fray Juan López presenció el acto en su calidad de funcionario de la Provincia de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo de Michoacán. La precisión del testamento fue que esos bienes se destinaran a la constitución de un Colegio, luego de que se tramitara la licencia específica. Bernardo Márquez, escribano Real Público y de Cabildo escribió el testamento. Se designó como albacea a Gaspar de Almanza. El Colegio recibiría todos los bienes. El documento, además, dejó establecido que el Rector perpetuo del Colegio sería Fray Juan López. El señor Pedro Núñez falleció el 6 de noviembre de ese año.

El nombrado como Rector por el donante dispuso de inmediato la autorización a Roma para confirmar la fundación del Colegio. Gobernaba el Vaticano el papa Urbano VIII, quien dio la autorización en 1624, cuando Juan López ya no era funcionario de la orden que mandaba la Provincia de los Santos Apóstoles, ya que fue reemplazado por Fray Francisco Villalba. La autorización fue significativa:

 

… revolviendo en lo íntimo de nuestro entendimiento cuanto con los literarios estudios la fe se aumenta; el culto divino se extiende; la verdad se conoce; la justicia se honra y aquellas cosas por las cuales los estudios de las letras se levantan, ponemos de buena gana el cuidado de nuestro pastoral oficio conforme vemos en el Señor, que pensadas las calidades de las cosas y de los tiempos, más saludablemente conviene… Urbano Papa Octavo, en Santa María la Mayor, debajo del anillo del Pescador, a quince días del mes de octubre de mil seiscientos veinticuatro, de nuestro Pontificado año segundo, lugar cuarto del anillo del Pescador, Ovestrio Barbiano, simbólicamente instituyó y fundó el Colegio de la Purísima Concepción del Pueblo de Zelaya…[1]

 

Luego de la autorización del Papa, el documento se remitió al Rey de España que, a su vez, lo envió al Real Consejo de Indias. Dos años más de trámites para obtener la certificación que debía enviarse al Virrey de Nueva España, Marqués de Cerralbo. El Colegio empezaría a operar hasta 1627. Varios lectores del Convento de San Francisco se pusieron a trabajar con pocos chicos, vecinos españoles de la Villa, para enseñarles gramática, artes y teología. Juan López se hizo cargo de la organización y puesta en marcha.

El 28 de noviembre de 1627 falleció el albacea de la herencia que permitió establecer al Colegio. Gaspar de Almanza dejó todo bien ordenado para que al Colegio no le faltara nada, además de todo, legó sus bienes al mismo, como lo hizo el señor Núñez. Los bienes del Colegio fueron aumentando mediante los legados de más personas, como fue el caso del escribano Blasco Sánchez Vadillo o la viuda de Núñez, Ana Ortiz. Los recursos permitieron contar en algunos años con un Rector, cinco lectores y 90 estudiantes, así como para el mejoramiento de las instalaciones anexas al convento.

En 1668, el Virrey D. Sebastián de Toledo y Molina Salazar, Marqués de Mancera, concedió el título de ciudad a la entonces Villa de Celaya. Ya en esa fecha, el Colegio de la Purísima Concepción se había consolidado. La carrera sacerdotal fue semillero de personas que se fueron a otras sitios a continuar con sus estudios, o los menos se quedaron en la ciudad para ejercer su vocación. El Colegio se convirtió en un centro educativo en forma. Muchos egresados se fueron a la ciudad de México a estudiar en la Real y Pontificia Universidad, igual algunos fueron a estudiar otro tipo de carreras fuera del ámbito religioso o, incluso, oficios de la época. Según la documentación existente, cada año se registraban entre 250 y 280 estudiantes en el Colegio. Las instalaciones se encontraban entre el Convento de San Francisco y en la parte trasera del templo. 12 lectores se hacían cargo de la enseñanza para el decenio de 1670. El Colegio contaba también con otra propiedad, como lo era la hacienda de Santa María, no muy lejana de la ciudad, donde se cultivaba trigo. El convento hubo de acondicionarse para recibir estudiantes que se alojaban allí. Para inicios del siglo XVIII, el Colegio gozaba de cierta prosperidad. En 1683 se inició la construcción de mejores instalaciones junto al Convento, ya que dos aulas grandes no fueron suficientes, una dedicada a la Cátedra de Teología y otra para Filosofía, que eran las más espaciosas para tanto alumno, aunque se sabe que había otras aulas pequeñas acondicionadas que servían para otras materias con menos alumnos. El mismo Convento se amplió y mejoró con el paso de los años.[2] Un estudioso del Colegio escribió:

 

Constaba el Colegio de tres distintos departamentos, cada uno con sus propias oficinas, refectorios y cocinas: uno para los religiosos estudiantes, otro para los seglares internos con su dormitorio y el claustro para los padres lectores. Había dos generales de Filosofía, una de Teología, el lugar para la clase de Gramática, otra para la escuela, dos amplios patios, la huerta, la enfermería y su correspondiente capilla dedicada a S. Antonio, otra capilla en honor de Ntra. Señora del Pilar. El número total de celdas habitación ascendía a cincuenta y ocho y a cien el número de estudiantes que podía albergar. Los lienzos e imágenes de talla que excitaban la devoción y conservaban el recogimiento eran numerosos, solamente en los claustros del piso interior se pudieron admirar en este tiempo cuarenta lienzos de notables pintores, en el superior cuarenta y ocho, setenta pequeños de medio punto de santos de la Orden sobre las puertas de las celdas y oficinas, además de otros muchos que cubrían celdas y corredores. Los muebles de la mayoría de las celdas se reducían a un lienzo, una mesa pelada, dos sillas forradas con vaqueta encarnada, una cama de bancos y tablas. La biblioteca en un tiempo se vio enriquecida con cinco mil seiscientos volúmenes.[3]

 

A inicios del siglo XVIII, el Colegio era una joya de la educación humanística y religiosa en el Bajío, con prestigio solamente comparado con otros colegios existentes en Puebla o Querétaro. Los gastos, sin embargo, orillaron a los órganos de gobierno de la Provincia de San Pedro y San Pablo, a descentralizar enviando a estudiantes a cursos a Querétaro o a Valladolid. El Colegio funcionaba como convento, por lo que su crecimiento fue paulatino y ascendente. Un padre escribió que “Como los religiosos de esta comunidad se consideran bajo el aspecto doble: Convento y Colegio tienen sus bienes asimismo diversa procedencia. En razón de Convento están relacionados al ministerio sacerdotal, y en razón de Colegio son sus rentas dotales. Consisten los primeros en los emolumentos del Curato de San Juan de la Vega, que sirve la Provincia, y algunos réditos anuales por memorias de misas, sin otras relaciones ni objetos que la compensación de los servicios personales. Y son rentas dotales o fondos de Colegio los mismos treinta y cinco mil pesos de capitales, impuestos en las haciendas de Sta. María, Sta. Cruz, la Concepción y Jalpa, con más de tres mil veinte y cinco pesos en las de Cantera y Carrera”.[4] Las haciendas fueron fundamentales para el abasto alimenticio del Convento, donde residían estudiantes y lectores y clérigos.

Desde 1722, el Rector ordenó los festejos de dos años después por el primer siglo del Colegio. Las instalaciones del Convento del Colegio se habían mejorado y ampliado, por lo que la conmemoración fue autorizada por la Provincia de San Pedro y San Pablo de Michoacán. La expansión física y la importación de la docencia fueron importantes para seguir invirtiendo y conmemorar. Una Comisión se hizo cargo, compuesta por el Rector, varios lectores y algunos estudiantes. Las instalaciones se engalanaron. Un funcionario provincial dijo que era hora de que el Colegio creciera más, principalmente en la formación religiosa, pero también en la ciencia, por lo que se dio la idea de que el Colegio se transformara en Universidad Pontificia. Los festejos del primer centenario fueron relucientes:

 

En estas condiciones llegó la fecha señalada para dicha celebración, durante la cual se conmemoró el glorioso suceso con grandes y solemnísimas funciones religiosas, la inauguración de las obras materiales que se habían ejecutado y algunos otros actos a los que concurrieron los más altos dignatarios de la Provincia de San Pedro y San Pablo de Michoacán, muchos de los cuales habían estudiado en el Colegio; los prelados de las diversas Ordenes Religiosas, el Cabildo, Justicia y Regimiento de la Ciudad, la nobleza y los más connotados vecinos de Celaya.[5]

 

Como idea surgida de esa conmemoración, varias personas se encargaron de iniciar los trámites ante las autoridades virreinales de la ciudad de México, para convertir al Colegio en Universidad. La licencia del Virrey Marqués de Casa-Fuerte se dio el 17 de diciembre de 1725. Se autorizaron los estudios de Gramática, Retórica, Filosofía y Sagrada Teología. El título de Real y Pontificia Universidad fue otorgado gracias a las gestiones que Fray Fernando Alonso González, Prior del Convento de San Francisco y Rector del Colegio emprendió ante las instancias respectivas del virreinato de la Nueva España. El título implicó pertenecer a la Real y Pontificia Universidad de la ciudad de México, con gran prestigio en Nueva España. Se aumentaron los recursos para brindar becas de manutención, alojamiento y el crecimiento de la biblioteca. Se dijo que el acervo de la Biblioteca consistía para entonces en más de 5 mil ejemplares, que fue incrementándose con el tiempo.[6] Se estableció que cada año se graduaran estudiantes en la Universidad de la ciudad de México. Realmente, la preparación académica y sacerdotal en la ahora Universidad de Celaya era de gran calidad, con el egreso de muchos estudiantes. La enseñanza siguió siendo dirigida a españoles, aunque luego hubo una apertura para la admisión de estudiantes indígenas residentes en Celaya y alrededores, previo examen y comprobación de sus habilidades para el sacerdocio u otras disciplinas. Todos los estudiantes debían de pagar 3 reales para acceder a la educación que se brindaba, y otros 4 reales para acreditarse, entre otros gastos que debían cubrir y que el Colegio no realizaba.[7]

Hacia 1727, la Universidad Pontifica de Celaya quedó terminada arquitectónicamente. Su vocación quedó bien establecida:

 

... Toda la [obra] de el Colegio, ha encaminádose para dirigir a los hombres al verdadero camino de la Salvación, [...] para enseñar las siensias; para todo lo qual hemos construído aulas, y trahído libros de todas facultades, los más selectos y costosos; [...] para que aia Ministros del Santo Evangelio de la palabra divina, y de la administración de los Santos Sacramentos, que con la pureza de Santa Vida, y Doctrina, redusgan a los que herraren por el torcido camino de los visios, al gremio, y sequela delas virtudes...[8]

 

Las labores de la Universidad se ampliaron a brindar educación de primeras letras a niños españoles que residían en Celaya, con becas especiales. Hubo seis niños en la primera generación. Los profesores fueron instruidos para incorporar a estos estudiantes en las labores adicionales, como el trabajo en la huerta, en la biblioteca y en el aseo. Estos niños se integraron a los jóvenes que estudiaban allí. La disciplina y el cumplimiento de las indicaciones fue la norma a través del reglamento específico con que se contaba, que se habían dado a conocer en 1729, y que reformaron los anteriores estatutos. La reglamentación también abarcó a los lectores y residentes del Convento. Los programas de las clases fueron regulados de acuerdo con los temas y la bibliografía, con la argumentación sólida en la formación teológica principalmente. Veinte años después, se estatuyó la secularización de los centros educativos por lo que se debieron entregar al clero secular con tiempo. Este proceso no llegaría a Celaya sino hasta 1767, cuando se determinaron las extensiones territoriales, el patrimonio y las instalaciones. El primer párroco secular en Celaya fue Vicente de Zamarripa, quien llevó a cabo una evaluación de todo lo que pertenecía a la Universidad, junto con autoridades de El Cabildo y de la Audiencia de México.[9] La secularización ocasionó problemas en la administración de la Universidad y por supuesto en el tema del Convento y la Parroquia, que se prolongaron hasta 1785.[10]

El proceso de secularización se dio a partir del reinado de Carlos III. Los borbones hicieron una política que menguó el poder de las órdenes religiosas en la educación. La secularización implicó, desde luego, la racionalización y el conocimiento científico. Tanto las universidades como los centros de estudio tuvieron que ajustarse y readecuarse paulatinamente a los nuevos criterios del despotismo ilustrado. A finales del siglo XVIII se dieron reformas importantes en materia educativa y universitaria, también en la sanidad. Las expediciones científicas en los últimos treinta años de ese siglo incidieron sobre manera en la educación religiosa novohispana. Los colegios y universidades se reformaron en reglamentos y planes de estudio, donde la educación práctica y racional se impuso, enfocada al desarrollo de las ciencias, la tecnología y el humanismo.

La labor de la Universidad Pontificia de Celaya se extinguió a inicios del siglo XIX. Hubo pretensiones para establecer un Colegio Civil, donde Francisco Eduardo Tresguerras fue llamado para modificar la arquitectura del Convento y del espacio escolar, pero no se logró por el proceso de la independencia, ya que en Celaya hubo efectos adversos por la importancia que cobró la insurgencia y el combate de los realistas que fue intenso. Ya para 1827, la actividad educativa franciscana había decaído grandemente. La muerte definitiva de el Convento, el Colegio y la Universidad se vino abajo totalmente con las leyes de Reforma de 1859. El esplendor terminó para entonces.

 

 

 

 

 

 



[1] La documentación del Colegio de la Purísima Concepción de Celaya se encuentra en un expediente de la Biblioteca Nacional de México, UNAM, Archivo Inédito Franciscano, Caja Número 47, Fondo Reservado. El expediente fue consultado por Rafael Zamarroni Arroyo, Celaya, tres siglos de su historia, México, Editora Mexicana de Periódicos, Libros y Revistas, 1987, p. 234 y s.s., y lo estudió a profundidad, además de que hizo la historia del Colegio con amplios datos contenidos en esos documentos. La información de este autor también es abordada por Rafael García Pérez, Colegio de la Purísima Concepción de Celaya: Origen y Evolución
1617–1767, Guanajuato, Gto., Tesis de Licenciatura en Historia, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato, 2006, aunque agregó el trabajo documental del Archivo Franciscano que se encuentra en Celaya.

[2] Florencio López Ojeda, “La Universidad Real y Pontificia de Celaya”, en El Sol del Bajío, Celaya, Gto.): 16 de septiembre de 2007, publicado en El viento armado, la nueva historia de Celaya y la región, contada por autores de este tiempo, Celaya, Gto., El Sol del Bajío, 2007.

[3] Vicente Rodríguez, “Paz y orden”, órgano oficial de la V.O.T de penitencia de la Provincia franciscana de Michoacán,  Celaya, Gto., Año 1, núm. 2, 15 de Julio de 1944.

[4] César Munguía, Álbum de la coronación de Nuestra Señora Purísima de Celaya, Celaya, s.p.i., 1984.

[5] Ver Florencio López Ojeda, art. cit., p. 12.

[6] Rafael Soldara Luna, “Las librerías conventuales de Celaya”, en El Sol del Bajío, (Celaya, Gto.): 30 de septiembre del 2007.

[7] Rafael García Pérez, op. cit., p. 106 y s.s.

[8] Así lo cita Rafael García Pérez, op. cit., p. 113, de un documento proveniente del Archivo de la Provincia Franciscana de Michoacán.

[9] Ibidem, p. 130 y s.s.

[10] Ibidem, p. 134 y s.s.

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