enero 09, 2022

Qué es la historia cultural? Notas de método.

 

“La historia cultural … considera al individuo, no en la libertad supuesta

de su yo propio y separado, sino en su inscripción en el seno de las

dependencias recíprocas que constituyen las configuraciones sociales

a las que él pertenece. Por otra parte, la historia cultural coloca en lugar

central la cuestión de la articulación de las obras, representaciones

y prácticas con las divisiones del mundo social que, a la vez, son

incorporadas y producidas por los pensamientos y las conductas”.

Roger Chartier, El mundo como representación, historia cultural: entre práctica

y representación, Barcelona, Gedisa Editorial, 1996, (Colección Historia,

hombre y sociedad), p. X.

 

El conjunto de valores, tradiciones, costumbres, símbolos, signos, patrimonios y prácticas que se establecen en las relaciones sociales, en el tiempo y en el espacio, determinan la identidad histórica de los fenómenos y procesos que el historiador investiga a partir de la visión de la integralidad y la totalidad. Por esto se puede hablar de una transición de la historia social a la historia cultural, en boga en estas últimas décadas en el debate metodológico de la ciencia de la historia.

Esta sentencia de la historiografía contemporánea conlleva a un proceso epistémico, que permite pasar del umbral de la historia social a la historia cultural, abriendo un abanico importante de objetos de estudio y análisis de la realidad histórica que estudia el historiador. Según el posmodernismo, los valores, tradiciones, representaciones y prácticas culturales emergen como una “superestructura” que domina en todos los campos y estructuras del mundo social y, por ende, en la historicidad de la realidad, mediante su conjunción en la identidad sociohistórica, que se expresa en el espacio y el tiempo de las relaciones sociales. En  últimas fechas se han incorporado los enfoques vinculados con los lazos patrimoniales, ecológicos y ambientales como factores interrelacionados siempre con la historia cultural.

La diversidad y complejidad de la realidad histórica proviene de la dinámica que existe en el conjunto de las relaciones sociales, lo que permite visualizar una serie de vinculaciones e interrelaciones entre las estructuras y coyunturas, pero también de los acontecimientos, en un determinado espacio. Así, la economía, la política, la sociedad, la cultura, el ambiente y el territorio, se ligan entre sí para la construcción de una totalidad específica y concreta, que conforma, indiscutiblemente, a la historia síntesis, a la historia total, pero también a la historia social.

La multidisciplinariedad del conocimiento histórico ha sido un hecho fundamental de los avances de la ciencia histórica durante el siglo XX. El conocimiento de la historia social no sería posible sin esa vocación de la disciplina, porque su campo de acción y de conocimiento le permite nutrirse del conjunto de las ciencias sociales y humanas, para avanzar en el análisis, comprensión e interpretación del pasado y del presente. Esta cuestión le ha permitido, en las últimas décadas, poder transitar de la historia social a la historia cultural, encontrando nuevas aristas de conocimiento problemático y complejo en el campo de la historiografía.

La concepción de la totalidad concreta, por parte del historiador, como sujeto de investigación, lleva a un proceso epistemológico que condiciona y determina la construcción del objeto de estudio, independientemente de los niveles micro y macro que el universo social tiene, y que el historiador se encarga de tejer mediante la investigación y el análisis. Por esto, la multidisciplinariedad se impone dentro de la ciencia histórica, dando sentido a los postulados de la historia social, pero también, más recientemente, a lo que se ha dado en llamar historia cultural.

Si la historia social nace de la totalidad del conocimiento del pasado del hombre en sociedad, la historia cultural surge a partir del conocimiento de la identidad sociohistórica, que se encuentra en el conjunto de estructuras y coyunturas que esos hombres del pasado dejaron como huella indeleble del acontecer, por medio de su expresión en el campo de las relaciones sociales. Un autor francés, como Alain Croix, estableció que “La historia cultural es también el arte de manejar la dialéctica: un manejo delicado que debe ser sutil. La aplicación sin duda más evidente es la de la relación entre distintos medios sociales … entre lo cultural y las otras realidades económicas, sociales, políticas… al menos con la preocupación de articular lo menos mal posible la cultura en su contexto”.

El problema epistemológico entre ambas tendencias del conocimiento histórico se encuentra en desentrañar el papel que tienen los valores, símbolos, representaciones y prácticas culturales que conforman la identidad de las relaciones sociales, y que, a simple vista, no se expresan o separan. Es el historiador el sujeto que desentraña e interpreta esos procesos, que tienen un papel indiscutible en la expresión de la identidad sociohistórica de los fenómenos y hechos del pasado. La habilidad del historiador hace que el conjunto de fenómenos o expresiones se liguen entre sí a partir de las fuentes que dan sustento a la identidad histórica de un determinado espacio.

¿Cuál es el objeto de la historia cultural? La diversidad y complejidad de la realidad sociohistórica sólo puede entenderse a partir de los símbolos, signos, valores, tradiciones, representaciones y prácticas que los hombres del pasado expresaron mediante sus acciones, en las mismas relaciones sociales que quedaron y plasmaron en el tiempo y el espacio. Esto implica encontrar los rasgos de la identidad histórica que los actores, los grupos, las clases, los “hombres de carne y hueso”, dejaron en la especificidad de la realidad, sea ésta económica, política, social, cultural o territorial o incluso ambiental.

A simple vista, este objeto no se visualiza, pero está presente siempre como una constante que marca el ritmo de la expresión histórica de la realidad social. La identidad es una variante que condiciona el comportamiento de los hombres en el conjunto social y, por ende, se encuentra constantemente en todos sus actos, marcando a las estructuras y coyunturas, pero también a los acontecimientos, mediante un conjunto de símbolos, signos, valores, prácticas, tradiciones y representaciones a los que el historiador debe de ser sensible e interpretar para construir el conocimiento específico del pasado.

La historia cultural es también una historia total, de síntesis, social, que emerge a partir de una globalidad e integralidad que se conjuga en el orden de los rasgos que identifican y expresan las relaciones sociales que el hombre establece en el tiempo y en el espacio. Es una historia compleja y diversa, tal y como la realidad histórica se presenta a las miradas, observaciones y visitas del historiador. Las huellas de las prácticas y representaciones culturales se  encuentran en todas las estructuras, coyunturas y acontecimientos del pasado, y que forjaron, indudablemente, las características de una identidad sociohistórica que pervive en el presente mediante un conjunto de signos, símbolos y valores o tradiciones o dominios o entornos. Es aquí donde el juego entre el pasado y el presente brinda el objeto fundamental del conocimiento histórico.

La historia cultural no es la historia de las mentalidades, el folklore, las costumbres, las tradiciones machaconas y la vida cotidiana, porque su estatus va más allá, el campo de las representaciones y prácticas que construyen a la identidad sociohistórica, es decir, a los rasgos que definen y expresan los procesos y fenómenos del pasado del hombre en sociedad. Los signos, símbolos y valores de los actores históricos se dan en todas las estructuras de las relaciones sociales, brindando sentido a la identidad que los hombres establecen en las distintas esferas donde se relacionan y actúan. El mosaico de objetos de estudio es amplio, como lo consideró el historiador George Duby: “Al parecer, un gran campo de la historia cultural debe ocuparse del estudio de los fenómenos de recepción. Reconstruir la herencia que cada generación recoge del pasado, los poemas o los cantos que escucha, los libros que lee, las obras de arte que admira, los espectáculos que llaman su atención, los ritos que respeta; no basta con los autores que venera; todavía hay que desmontar los mecanismos de su sistema de educación, introducirse en sus diversos órganos de iniciación, la familia, la escuela, el foro, el cuartel, el equipo de trabajo, la asamblea comunal, la cofradía, el sindicato, medir la eficiencia de los medios de difusión masiva que fueron, por ejemplo, la predicación, el teatro, la arenga, la prensa o la literatura que se vendía de puerta en puerta; finalmente, analizaron el cuidado o el contenido que comunican esos diversos instrumentos pedagógicos… Resulta fácil darse cuenta de que la cultura nunca es recibida de manera uniforme por el conjunto de una sociedad, que ésta última se descompone en distintos medios culturales, a veces antagonistas y que la transmisión de la herencia cultural está gobernada por la disposición de las relaciones sociales”. (“Historia cultural”, en Jean-Pierre Rioux y Jean-Francois Sirinelli (directores), Para una historia cultural, México, Taurus, 1998, p. 451).

El conocimiento histórico debe ser sensible al campo de las representaciones y prácticas que identifican a las relaciones sociales. Le dan sentido a la historia, sobre todo, a partir de la expresión de los actores históricos, como entes y agentes que hacen la historia, valga la redundancia, porque los signos, símbolos, tradiciones, dominios y valores, plenamente culturales, condicionan la evolución de las estructuras, coyunturas y acontecimientos.

La historia de las mentalidades y de la vida cotidiana, la historia de la religiosidad o de la sexualidad, la historia intelectual, de la educación o de la literatura y el arte, que encontraron un auge historiográfico a finales del siglo XX, junto con el resurgimiento de la historia narrativa o la historia política y la biografía, tendencias dentro del campo de la historia de la cultura; han favorecido la preocupación creciente por el estudio, a partir de la totalidad y la identidad, del conjunto de prácticas y representaciones que, por medio de símbolos, valores y signos, se expresaron en el mundo complejo y diverso de las relaciones sociales del pasado, penetrando a un mundo amplio y dinámico, que se encuentra concentrado en la expresión de los hombres que hacen la historia. Ha pasado lo mismo con los dominios patrimoniales o las tradiciones arraigadas, que ahora se ligan con expresiones de espectáculos o de festivales que, en la mayoría de los casos, no provienen de una reflexión o análisis profundos de la historia de donde vienen, muchos confundidos con tradiciones orales o institucionales sin mucho sentido.

La cultura material, la cultura política, la cultura religiosa o educativa, la sociocultura, la cultura patrimonial o ambiental y las identidades colectivas, emergieron como campos estructurales que condicionan el curso de la historia social. Por ende, las esferas de las representaciones y prácticas se encuentran en la especificidad de la expresión histórica del pasado, por medio de los símbolos, valores, tradiciones y signos que los mismos hombres han expresado y manifestado en su acción histórica, permitiendo el conocimiento y la interpretación de procesos y fenómenos no visibles a simple vista, pero que influyen determinantemente en las características de las acciones de los hombres del pasado, así como en el cariz que adquieren los acontecimientos, las coyunturas y las estructuras en la expresión de la historia urbana, comunitaria, local, regional, nacional o mundial. La cultura parece estancarse en el nivel de lo microhistórico, sin vinculaciones o interrelaciones de otros niveles del entorno.

El problema central que desentraña la historia cultural es la función que cumple la identidad colectiva en todos los campos del acontecer humano del pasado. Este problema, sin duda, está revolucionando a la historiografía actual. Igualmente, está permitiendo que el conocimiento histórico amplíe su esfera multidisciplinaria en el conjunto de las ciencias sociales y las humanidades, creando nuevos enfoques y objetos para el conocimiento y la interpretación historiográficas. La diversidad de temas y objetos de estudio es una constante a partir de los nuevos postulados de la historia cultural, que están influyendo determinantemente en el cuerpo metodológico de la ciencia histórica en el siglo XXI.

El tránsito de la historia antropológica y la sociología histórica, a la historia cultural, por medio de lo que se denominó como historia social, abrió un abanico de posibilidades para el conocimiento de la identidad, como un factor que confluye en la acción histórica de los hombres del pasado y, por ende, en la configuración de prácticas y representaciones que penetran en el curso de los acontecimientos, las estructuras y las coyunturas, por medio de símbolos, tradiciones, valores y signos que el historiador debe encontrar, visualizar e interrelacionar para dar un sentido a la expresión histórica de la totalidad. Las vinculaciones son imprescindibles en la hechura de productos culturales en las publicaciones, museos y centros de investigación y divulgación cultural.

Los planteamientos de la histórica cultural conllevan, necesariamente, a la especificidad de la dinámica de la acción social, buscando explicaciones e interpretaciones novedosas y originales en torno a los múltiples comportamientos y prácticas de los hombres en sociedad, que definen y dan sentido al curso de la historia. El desentrañamiento de las identidades colectivas, por medio de las prácticas y las representaciones, se encuentra en el conjunto de estructuras históricas que los hombres establecen en sus relaciones sociales, y que condicionan a los procesos históricos que dan coherencia al curso y evolución de la historia de un periodo o un espacio determinados. La interacción con el entorno territorial o ambiental, también es una característica indiscutible, que debe confluir en las instituciones y espacios culturales con mayor énfasis.

Los símbolos, tradiciones, valores y signos configuran la expresión de los acontecimientos, y quedan plasmados en los amplios campos de la representación y las prácticas, que construyen, a su vez, a la identidad histórica y en la totalidad de los fenómenos y procesos hechos por el hombre en las relaciones sociales del pasado, pero que en mucho tienen que ver con nuestro presente.

El paradigma abre amplias aristas para el conocimiento profundo del acontecer pasado, considerando a la sociedad como un entre dinámico, complejo y caótico que sólo encuentra sentido a partir de la expresión de las identidades colectivas y la memoria histórica. La confluencia es susceptible de ser investigada y analizada por los historiadores, recreando el campo de representaciones y prácticas que dan sentido a la identidad, como un objeto principal de la historia cultural.

La acción sociohistórica se encuentra en el conjunto de estructuras y coyunturas, tanto en el tiempo corto como en el de larga duración. El comportamiento individual y social confluye con el campo de la acción que realizan los actores históricos, tanto colectivos como individuales.

Los símbolos, tradiciones, valores y signos, incluso hasta la fuente del dominio patrimonial o el ambiente, de los hombres concurren en las características que asume la identidad, como una estructura cuyos rasgos se manifiestan a partir de la acción, que es la confluencia donde el comportamiento de las prácticas y representaciones adquiere sentido en la historia. La identidad colectiva del pasado se constituye entonces por la acción, la totalidad y la identidad, principios metodológicos que conllevan, necesariamente, a los postulados de la historia cultural, que se encuentran en todos los ámbitos del quehacer humano en la historia. Ningún proceso histórico podría entenderse sin esa triada epistemológica, que coincide con la realidad del pasado de las relaciones sociales, objeto principal de la ciencia histórica.

La forma de ser, el comportamiento, las costumbres o tradiciones, el ambiente, el patrimonio, la vida cotidiana y la mentalidad conforman un campo de expresión cultural que proviene de la acción individual y social. Los rasgos de las representaciones y prácticas se comparten con la acción, influyendo determinantemente en los acontecimientos, procesos, estructuras y coyunturas que en el tiempo y el espacio se expresan por la misma complejidad de las relaciones sociales. Por esto, la identidad colectiva emerge como un centro de atención fundamental para el conocimiento de las vinculaciones e interrelaciones que los hombres instauran en sus relaciones sociales y que, por medio de la acción, hacen evolucionar a la historia.

La economía, la sociedad, la política, la cultura y el territorio y el entorno ambiental se comparten a partir de la identidad sociocultural, y el historiador tiene que ser sensible a esta complejidad para lograr interpretaciones novedosas que den cuenta de la historia del pasado, y permitan entender el presente, en un ir y venir donde el sujeto que investiga logra cierta identificación con los hombres del pasado, fundamental para la interpretación de la especificidad histórica. Es aquí también donde las interrelaciones multidisciplinarias de la ciencia de la historia tienen que instrumentarse, abriendo el abanico metodológico que da sentido a los postulados de la historia cultural.

Los pensamientos, comportamientos, conductas, prácticas cotidianas, sentires, valores y expresiones de la sociedad, religiosas o no, tienen una interrelación constante en el conjunto de esferas de las relaciones sociales. Quedan plasmadas en las fuentes, en las obras, el patrimonio, los acontecimientos, que el hombre deja como huellas de su acción. Las vinculaciones instituyen, sin duda, el campo de la identidad sociocultural, que se encuentra en el juego de estructuras que componen la historia. La historia regional o la urbana tienen mucho que decir al respecto en la historiografía contemporánea.

Sólo por medio de esos elementos, el historiador puede recrear un conjunto de objetos, novedosos y originales, que dan cuenta de las prácticas y representaciones de los hombres del pasado, en épocas y espacios disímiles entre sí, pero que son parte de una historia cultural cuyo estatus paradigmático permite ampliar el objeto de la historia. Los niveles micro aportan importantes informaciones al respecto.

En este sentido, se podrá avanzar más en el entendimiento de la identidad, la “forma de ser”, que se manifiesta en las sociedades, tanto en el espacio micro como en el macro, conectada al espacio desde el cual se conecta esa manifestación, concretamente, en las principales estructuras del acontecimiento del pasado.

La historia total sólo puede construirse a partir del eje problemático que establece la acción, la identidad y la totalidad que, a su vez, se encuentran confluyendo en las prácticas y representaciones de la sociedad, y que conforman los principios fundamentales de la historia cultural, como un novedoso paradigma al que debe centrarse el quehacer de la historiografía contemporánea, cuyo punto central es encontrar la historicidad de la identidad colectiva en los distintos niveles, complejos, sin duda, de las relaciones sociales. Los símbolos, valores y signos son elementos que dan sentido a la identidad, que la mimetizan en la acción social y, obviamente, en el curso de la expresión de las prácticas y representaciones que conforman al campo de la historicidad.

El objeto de la historia cultural, entonces, pertenece a la diversidad, complejidad y amplitud de las relaciones sociales del pasado, cuya expresión es la identidad colectiva que se va conformando hasta el presente. Pasado y presente se complementan a partir de las miradas, observaciones y análisis del historiador, que en realidad entra en relación con los actores del pasado, quienes lograron dejar huella de la expresión de prácticas y representaciones que conformaron los signos, símbolos, valores, tradiciones de la identidad colectiva y, por ende, que quedaron plasmados dentro de la historicidad.

La acción histórica en mucho depende de los rasgos de la identidad, por lo que se construye un campo de historicidad que sólo puede explicarse y entenderse a partir de los elementos constituyentes de la historia cultural. A partir de esto, la historia total no pierde sentido y, mucho menos, el estatus de la historia social, como historia síntesis, como historia problema, como historia global.

La renovación historiográfica actual en mucho debe a la emergencia de los postulados de la historia cultural. Ello ha ampliado el campo diverso de los objetos de estudio de la ciencia histórica a nivel mundial, sobre todo en Europa y Estados Unidos, últimamente en América Latina. La preocupación central es conjuntar el mundo fragmentario de la historiografía y reagruparlo. A partir, precisamente, de los principios paradigmáticos de la acción, la identidad y la totalidad de las representaciones y prácticas sociales, que construyen y expresan a la historia, con novedosas y originales fuentes, pero también, con andamiajes metodológicos más amplios, que sirven para la aportación de nuevos enfoques historiográficos y, por supuesto, nuevos conocimientos e interpretaciones que centran su atención en la especificidad de la totalidad histórica. Está explicada en función de lo no visible a simple vista, pero que juega un papel primordial en la historicidad de la identidad colectiva, sin desligarse de las relaciones sociales expresadas en el tiempo y el espacio. La llamada “nueva historia” centra sus historias en torno a estos postulados.

La frontera entre historia social e historia cultural se encuentra en la incorporación, en esta última, del mundo de la representación en las prácticas sociales, mediante la incorporación de los símbolos, los signos y los valores, las tradiciones y el dominio patrimonial, incluso, como partes constituyentes de la identidad que se mimetiza en el campo de las relaciones sociales, prácticamente, en todas las estructuras de la historicidad. Entender la “forma de ser” de los hombres del pasado es un objetivo de estas premisas, sólo posible mediante la relación que establece el sujeto que investiga con la construcción de su objeto, es decir, la relación del historiador con la interpretación y análisis de sus fuentes favorecerá avanzar en tan delicados objetivos. El camino es arduo, pero provechoso sobre todo en los amplios campos que explotan la historia local y regional, la historia urbana y la microhistoria.

El mundo social debe explicarse a partir de los rasgos que asume la identidad, en determinados niveles y estructuras de la temporalidad y el espacio. Esto implica que la categoría de totalidad debe permanecer como parte de la constante epistemológica del historiador, entendiendo, a través de sus investigaciones, la diversidad y la complejidad, pero logrando entonces la especificidad de la totalidad concreta de las relaciones sociales en el tiempo y el espacio, independientemente del proceso o fenómeno que se investiga, pues los símbolos, valores y signos se encuentran en todo el espectro de la acción social, mediante las vinculaciones e interrelaciones que el historiador tiene que encontrar, para interpretar cuestiones novedosas, o relacionadas con su presente, para el conocimiento del pasado desde otra observación y comprensión.

La historia cultural es un paradigma que permite traspasar el nivel de las propuestas de la historia de las mentalidades y la vida cotidiana, de la historia narrativa y de la historia intelectual, que centraban su atención en ciertas y particulares expresiones del campo de la identidad sociohistórica. Igualmente, el paradigma amplía el espectro de objetos de estudio de la ciencia histórica, permitiendo retornar a ciertos campos, como la biografía, la historia política, la historia de los movimientos sociales, la historia del mundo material, dentro del espectro super estructural del mundo de las representaciones y las prácticas, como parte constituyente de la identidad y la acción históricas que dan sentido al conocimiento del pasado, y que, se identifican, indiscutiblemente, con la identidad del presente histórico.

En cuanto a la historia de la cultura, ésta se incorpora como una estructura más de la historia cultural, que es más total y super estructural. Las costumbres, el folklore, la literatura, el arte y la estética pertenecen al campo de expresión de una cultura que es fiel reflejo del campo de las relaciones sociales que está mediado por la identidad colectiva, y que se expresa a partir de la historicidad del tiempo y el espacio. Los fenómenos culturales son parte de la socioidentidad, que establece una superestructura donde las prácticas y las representaciones abarca a una totalidad que define y da sentido a la historicidad. La historia de la cultura no está reñida con la historia cultural.

 

 

 

 

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