febrero 27, 2022

Doscientos años de un imperio que no pudo ser

 

El 19 de mayo de 1822, el Congreso mexicano por fin pudo dar a conocer una declaración formal, publicada en un desplegado por los miembros de la Regencia, de que Agustín de Iturbide había sido electo Emperador Constitucional del Imperio Mexicano, cumpliendo entonces con el Acta de la Independencia del Imperio signada el 28 de septiembre de 1821, así como lo establecido en el Plan de Iguala. El juramento del nuevo emperador debía cumplirse dos días después. 67 diputados estuvieron a favor, 15 refirió que la decisión debía trasladarse a las provincias. 82 diputados estuvieron presentes, aún cuando deberían de estar 102. No se respetó un artículo de los Tratados de Córdoba que ofrecía el trono a un príncipe europeo, porque finalmente la fuerza política del agraciado se sustentaba en su papel del “gran libertador de México”. Era aclamado por el “populacho” desde que las huestes de Celaya lo habían propuesto públicamente un día antes de la votación, denominándolo como Agustín I.

El título que usaría como monarca fue ese mismo, “Agustín, por la Divina Providencia y por el Congreso de la Nación, Primer emperador Constitucional de México”. El Congreso de inmediato dictó disposiciones para disponer los fondos financieros necesarios para el despegue del “fastuoso” Imperio, cuya primera residencia sería en el Palacio de los Virreyes que se puso a su disposición. El sueño imperial con Palacio, sueño de poderío y esplendor para la construcción de la nación monárquica constitucional. El escudo del Imperio resaltaba la corona que sostenía al águila, preponderando entonces a la monarquía recién instaurada como destino del nuevo país. Los cabildos de las provincias de inmediato se expresaron en elogios y felicitaciones, en algunos sitios se prolongaron por meses. Los eclesiásticos expresaron su beneplácito porque el monarca garantizaría la libertad y la legalidad. La ceremonia de coronación fue programada para el 27 de junio con bomba y platillo. Tuvo que posponerse porque Iturbide había enfermado. Se realizó hasta el 21 de julio en la Catedral de México. El sueño de gloria se cumplía.

William Spence Robertson, biógrafo de Iturbide (Iturbide of Mexico, Duke University Press, 1952, obra traducida y publicada por el FCE en 2012, p. 266), hace la crónica de la coronación:

 

En lo principal, la ceremonia siguió un programa elaborado por una Comisión del Congreso. Filas de soldados hicieron valla en las calles que recorrió la comitiva imperial. Las casas y los edificios públicos fueron decorados con pendones, banderolas y tapices. La procesión, que incluyó a muchos dignatarios civiles y eclesiásticos, comenzó en el Palacio de Moncada a las 10 en punto de la mañana del domingo 21 de julio. Un coche que conducía al emperador Agustín I, vestido, según Beruete, con el uniforme de coronel del regimiento de Celaya, fue escoltado por un buen número de generales, en tanto que la emperatriz Ana María, ataviada magníficamente, iba acompañada por las damas de la Corte. En la puerta central de la catedral, la procesión fue recibida por el cabildo eclesiástico y por los obispos de Puebla, Durango, Oaxaca y Guadalajara, quienes iban a tomar parte en la ceremonia. Arguyendo que él no podía oficiar sin autorización del papa, el arzobispo Fonte no sólo había declinado ungir al gobernante, sino que de hecho se había retirado de la capital. Fonte declaró posteriormente que al solicitar la asistencia de los mencionados obispos a su ungimiento en la catedral de México, el emperador había prometido que protegería a la Iglesia y a sus ministros.

A su llegada a la catedral, los monarcas, recién ataviados con vestiduras imperiales, fueron escoltados hacia los improvisados tronos. Después de que el obispo Cabañas había oído la profesión de fe del monarca y lo había ungido al pie del churriqueresco altar mayor, Rafael Mangino, presidente del Congreso, colocó una corona imperial, que había sido fabricada en México, sobre la cabeza del emperador arrodillado. Con su propia mano el soberano colocó entonces una tiara sobre la frente de su esposa. El obispo de Puebla pronunció un elocuente sermón sobre el texto Et clamavit omnis populus, et ait. Vivat Rex. Razonó que la elección de Agustín de Iturbide como monarca de México había sido a semejanza de la de Saúl como rey de Israel, inspirada por Dios.

Antes de que la ceremonia hubiese terminado, Mangino pronunció un discurso en el que declaró que la Iglesia, con sus augustas ceremonias, había colocado la piedra angular del nuevo edificio político. Expresó sus esperanzas de que el gobierno paternal del emperador, su celo por la observancia de la Constitución y las leyes, su ansiedad por la conservación de la fe católica romana, su ilustrado deseo por el avance del arte y de la ciencia y sus esfuerzos heroicos por mantener la libertad y la independencia mexicanas, obtendrían para él las bendiciones de sus súbditos.

 

El libertador de México alcanzaba el máximo poder de la nueva nación con el beneplácito de la Iglesia, el ejército y los nuevos poderes constitucionales. Agustín I declaró que sus intenciones estaban concentradas en el logro de “la felicidad del pueblo mexicano”. Asentó: “Conservaré la religión, la independencia y la unión de los mexicanos… y fiel a mis juramentos, preservaré también la libertad pública y marcharé firmemente a través del camino señalado por la Constitución”. (Citado en Robertson, p. 268) La ceremonia duró cinco largas horas. Muchos invitados definieron el acto como un teatro de oropel, ridículo y vergonzante.

El personaje central de la trama era un hombre de 38 años, con una personalidad arrogante y atlética, era benévolo y, a su vez, amargo e inflexible. Las crónicas lo definían como reservado y cauteloso, aunque promiscuo en su actuar. La conformación de los miembros prominentes de la Corte se definió con cierta cautela. El marqués de San Miguel de Aguayo era el mayordomo, el marqués de Salvatierra fue designado como capitán de guardia. Ocho oficiales militares fueron asignados como ayudantes. El obispo de Guadalajara fue asignado como limonero mayor, y el obispo de Puebla fue el capellán mayor. El confesor de su majestad fue un fraile de Valladolid, llamado José Treviño. Capellanes abundaron, además de los caballeros de cámara, y pajes, médicos, cirujanos, chambelanes, damas de honor y doncellas. Toda una colección de personajes conformaron la Corte desde el primer día. Robertson anota: “El antiguo palacio de los virreyes había sido naturalmente seleccionado como el lugar adecuado para las oficinas administrativas del gobierno nacional y como la residencia oficial de la corte imperial. Sin embargo, en virtud de que dicho edificio estaba siendo renovado y preparado, los miembros de la familia Iturbide habían sido alojados en una mansión (conocida después como Hotel Iturbide) que había sido construida por un noble mexicano en el estilo renacentista. Reamueblada por el emperador se hizo conocida como Palacio de Moncada”. (Robertson, p. 271) Las provincias de Valladolid y Guanajuato fueron las más entusiastas porque conocían al nuevo monarca con detalle desde la insurgencia, unos le temían, otros, le admiraban, unos más lo envidaban.

Los cimientos del nuevo Imperio fueron fortalecidos por el Congreso, que dispuso la creación de un Consejo de Estado, compuesto por 13 miembros, que trabajarían mano a mano con el emperador sobre ciertas leyes y disposiciones, indispensables para la “buena marcha” de la Monarquía mexicana. La hacienda pública, de por sí apretada y ahorcada, se vio de inmediato acrecentada en gastos superfluos y egresos abundantes para rendir al emperador y a la Corte. La imagen imperial costaría miles de miles de pesos entre 1822 y 1823. La parafernalia y lo superfluo se priorizaron sobre lo indispensable. La creación de la Orden Imperial de Guadalupe fue un ejemplo de excesos para congraciarse con cierta clase de políticos que habían ocasionado la entronización del emperador. La Gaceta Imperial de México consignó los actos y a los agraciados. Vicente Rocafuerte, testigo de todos esos actos, ecuatoriano, en 1822, escribió sobre las características del emperador, lo catalogaba como una desgracia para el nuevo país:

 

Sanguinario, ambicioso, hipócrita, soberbio, orgulloso, falso, ejecutor de sus hermanos, perjuro, traidor a todos los partidos, acostumbrado a la intriga, a la prostitución, al robo, a la iniquidad, nunca ha experimentado un sentimiento generoso. Ignorante y fanático … no sabe ni siquiera lo que significa la Patria o la religión… Oh mexicanos! ¿Qué no hay un curso secreto de ira en el cielo, una flecha de ira que con implacable furia destruya al hombre que erige su propia fortuna sobre las ruinas de su país? (citado por Robertson, p. 275)

 

Otros personajes continuaron criticando la trayectoria y personalidad del emperador mexicano, negando las características de bondad que muchos le imponían al convertirse en el “libertador de México”, ahora convertido en emperador. Prácticamente, desde el mes de mayo de 1822, las conspiraciones, críticas y descontento inundaron los corrillos, las publicaciones y los dichos. En el ámbito político y social había toda una atmósfera de oposiciones al Imperio, sobre todo en la capital y en algunas provincias, provenientes de ricos hacendados, comerciantes, políticos, eclesiásticos, que no estaban de acuerdo con el orden de cosas existente, mucho más, en contra del emperador, que fue cuestionado por su trayectoria militar y política en el centro del país en la década anterior. Hubo demasiada efervescencia, tanto así que el Congreso tuvo que decretar en el mes de julio sobre la desafección al gobierno, recomendando al emperador la constitución de tribunales civiles y militares al respecto para neutralizar el descontento o los conspiradores que abundaban, porque esta circunstancia iba en contra de la libertad y la independencia, pero igualmente, en la estabilidad que se buscaba para la prosperidad del Imperio. No se logró la estabilidad para que el Imperio despegara. La “grilla” estuvo fuerte, los chismes y la oposición no se detuvieron, sobre todo, en el ámbito del Congreso.

Las relaciones entre el emperador y los diputados del Congreso se tornó difícil y conflictiva durante el mes de agosto de 1822, tanto así que varios diputados fueron apresados junto con cuarenta personas. Carlos María de Bustamante, José Fagoaga, José Joaquín de Herrera, Fray Servando Teresa de Mier y José del Valle fueron detenidos. Iturbide se curó en salud:

 

He jurado a la nación gobernar de acuerdo a un sistema constitucional. Seré fiel a mi palabra y respetaré lo que realmente existe hasta donde el bienestar del Imperio lo permita. Sin embargo, si debido a las faltas de su organización o a las pasiones de sus agentes, se manifiesta el deseo de convertir ese sistema en un instrumento de anarquía, la nación misma, en uso de sus derechos soberanos, proverá (sic) una nueva representación legislativa. Yo seré el primero en invocar dicha legislatura de manera que, provisto de leyes que salvaguardaran el bienestar general de los ciudadanos, yo disminuiré la enorme carga de la administración, misma que no debo ni deseo ejercer despóticamente. De acuerdo con mis principios y los más fervientes deseos de mi corazón, seré monarca constitucional sujeto a todas las leyes que emanen de los órganos legítimos establecidos por la nación. (citado en Robertson, p, 294)

 

El conflicto con el Congreso siguió en los próximos meses. Hubo otros personajes que escribieron sobre las iniquidades del régimen encabezado por Iturbide, recordando las malas acciones que había tenido en la época de la insurgencia. Hubo testimonios tremendos de ese actuar de personas que habían sido afectadas de una u otra forma. La brecha de sangre y muerte no se podía olvidar, así como la arrogancia y soberbia con la que se había conducido en varios hechos. Siempre se recordaban sus acciones en el Bajío y Valladolid, con su ola de sangre y destrucción y violencia. La ola de conspiraciones y críticas no paró, mucho más por el conflicto con el Congreso y otros hombres prominentes. Luis Cortázar fue ordenado para que disolviera el Congreso. Iturbide mencionó que los diputados habían defraudado al Imperio y a México. El 31 de octubre de 1822, el Congreso estaba disuelto. Se estableció un mecanismo mediante una Junta para elegir a un nuevo Congreso. La disolución rompió con el equilibrio de la oposición y la disidencia, pero no logró renovar la estabilidad o aplacar a los opuestos.

Los pleitos con el Congreso ocasionaron un trastorno mayor para el Imperio. El asunto se prolongó hasta finales del año, con lo cual la gobernabilidad ya no fue viable. Se tuvo que legislar para establecer un reglamento para el gobierno imperial, pero también para establecerlas bases de un nuevo Congreso. Una nueva Constitución debía emerger, estableciendo un gobierno monárquico, constitucional, representativo y hereditario, donde el clero seguiría contando con sus privilegios con una división de poderes y contando con jefes supremos en cada provincia. El emperador sería la cabeza del sistema y el engranaje constitucional, restando facultades al Congreso. Durante los primeros meses de 1823, las discusiones legislativas continuaron, siempre resaltando la oposición a ciertos puntos. No hubo una acción de gobierno que fructificara por la acción opositora de los diputados. No hubo mejoras en el sistema administrativo, tampoco ciertas medidas de carácter social y mucho menos la aplicación de la ley orgánica provisional del gobierno. Gran parte de los diputados prefirieron apoyar la forma republicana de gobierno, que la monarquía, por lo que hubo un gran rompimiento con el monarca. Se decía que Iturbide era un déspota. Además con diferencias con otras naciones, principalmente con Estados Unidos. Las desavenencias con las provincias fue otra característica creando una corriente contraria al manejo del Imperio.

El 1 de febrero de 1823 se expidió el Plan de Casa Mata en Veracruz. Los firmantes eran oficiales reconocidos como Anastasio Bustamante, Luis Cortázar y José María Lobato. Decían que México estaba en peligro por la carencia de una legislatura nacional, insistieron en que la soberanía residía en el pueblo y que debía instalarse un nuevo Congreso que podía proteger al ejército. Una comisión del ejército pondría el Plan en manos de Iturbide. Detrás de todo esto estaba Antonio López de Santa Anna, que desde el mes de diciembre había insistido en la necesidad de deponer al monarca y establecer una república. Para Santa Anna, el Plan era muy parecido al Plan de Iguala, en este caso contra un emperador que no garantizaba nada para la nación. Era un Plan revolucionario. Iturbide escribió: “Pasado mañana saldré de aquí con el objeto de impedir el mal tanto como sea posible y probar a los rebeldes lo superior que es mi alma a la de ellos. Les demostraré que el amor a mi país y no mis intereses egoístas es lo que ha sido el motivo de todas mis operaciones”. (Robertson, p. 326) Iturbide estaba muy molesto por la rebelión, que trastornaba, indudablemente, el camino del Imperio. Los conflictos y enfrentamientos minaron la fuerza política del emperador. Exhortó al ejército de las tres garantías a emprender acciones para derribar la rebelión republicana, encabezada por Guadalupe Victoria y Antonio López de Santa Anna.

Como estrategia, Agustín I reunió al Congreso. 59 diputados llegaron. Unos diputados estaban presos. Sin embargo, Iturbide entregó la carta de abdicación al trono el 29 de marzo, en mucho al conocer las condiciones escritas sobre su partida que se dieron días antes. Declaró que era obvio que todos los diputados se habían adherido al Plan de Casa Mata, por lo que no valdría ninguna acción  revertir este hecho que iba en contra el Imperio. Abdicaba y se iría a un país extranjero en un par de semanas. Lo que menos quería es que se derramara “sangre mexicana”. El 18 de abril, el Congreso declaró traidor a Iturbide, adoptando las medidas pertinentes para combatirlo fuera del poder. Luego sería declarado “proscrito” por parte del Congreso, el 28 de abril de 1824, ante el peligro de su vuelta del exilio con el aval extranjero.

El conflicto permanente había minado su ánimo, sobre todo, por no contar con el apoyo del ejército y de una gran cantidad de fuerzas políticas y sociales. Escribió:

 

Resigné mi autoridad porque ya estaba libre de las obligaciones que me forzaron a aceptar de mala gana la corona. México no necesitaba mis servicios contra enemigos extranjeros, pues entonces no tenía ninguno. Respecto de los enemigos internos, mi presencia en vez de ser ayuda hubiera dado a la nación, porque podía ser empleada como pretexto para acusar que la guerra había sido movida por causa de mi ambición… Yo no abandoné el poder por miedo a mis enemigos: los conocía a todos y qué podían hacer. Tampoco actué porque hubiera disminuido la estima que el pueblo me tenía y mi popularidad, o porque me hubiera perdido el afecto de los soldados. Bien sabía que a mi llamado la mayoría de las tropas reunirían a los hombres valientes que todavía estaban conmigo y que los pocos que no lo hicieran, seguirían el ejemplo de aquellos en la primera batalla o serían derrotados. (Robertson, p. 344)

 

El 11 de mayo, Iturbide se embarcó con destino a Europa, con su familia y otros acompañantes. El periplo por varios países sirvió para acrecentar su entusiasmo por volver a México. El mareo imperial había concluido, aunque volvería para encontrar la muerte en su intento de reconquistar México, muy resentido por haber sido señalado como un traidor, negando su gloria como libertador. El 20 de julio fue sepultado en el cementerio de la parroquia de Padilla en Tamaulipas.

febrero 13, 2022

Historiografía basura en México

 

Hace poco leí un texto de un historiador profesional, ahora metido a la política y empleado de gobierno, que se ha dedicado a defenestrar y cuestionar o descalificar a los escritores, historiadores o no, provenientes del conservadurismo, la derecha o la improvisación. Las consideraciones fueron tremendas, no solamente sobre los temas que han trabajado esos escritores, sino sobre sus personas e ideas. Según esto, toda la producción historiográfica proveniente de esa tendencia es basura. Es decir, no sirve para nada, sobre todo, de periodos históricos como el prehispánico, los siglos coloniales, el siglo XIX o la centuria del siglo XX. Esas historias, con temas puntuales, no tienen valor porque reivindican la postura ideológica del conservadurismo y la derecha, como una visión rota e inútil de la historia mexicana, tanto en procesos históricos, como en personajes o hechos puntuales del pasado, o incluso temas que podrían ser interesantes pero truncos en su aportación desde el esquema de la historiografía contemporánea.

Todo eso me pareció una visión parca e innecesaria de la historiografía a la que anota aquel historiador, muy rabioso en contra de todos aquellos que escriben sobre la historia de México desde una perspectiva no académica o de tendencia favorable al conservadurismo, algunos sin proponérselo siquiera. No todo se va a la basura, sino que sirve para el entendimiento o conocimiento desde un enfoque distinto a la historia oficial o académica o de, digamos, izquierda. Ese historiador es de izquierda y también peca de apreciaciones y consideraciones tendenciosas en su producción, junto con otros de su misma calaña que se identifican con emprender historiografías sobre temas “revolucionarios” que enaltecen cuestiones de supuesta valía en personajes y hechos, ahora identificados con una historia oficial maniquea y parca y machacona en rescatar “luchas sociales” y “logros revolucionarios del cambio”. Para el caso, esta tendencia historiográfica también peca de atrofiar hábilmente ciertas interpretaciones, sin sustento de investigación real, sino con sustento ideológico.

Ambas tendencias historiográficas, lamentablemente, han caído dentro del amplio espectro de la producción de la divulgación histórica, desde hace décadas. Ahora más exaltados en una lucha invisible por temas, personajes, acontecimientos, que tienen que ver mucho con una historia oficial que se quiere impulsar desde el gobierno mexicano, como una guía que invade la enseñanza de la historia y por supuesto la divulgación, espectros desde los cuales se ligan a editoriales institucionales o privadas.

Mientras, la historia académica se inserta en ciertos aspectos con una producción aburrida, encapsulada en el positivismo y sin difusión clara o popular. También es una historiografía basura, que se tira en las bodegas de las universidades o editoriales públicas, bien resguardada porque ni se puede vender o regalar al público. Primero vive el momento aclamado de presentaciones o difusión (ahora en redes sociales) y luego se tira al basurero de las bodegas. Ni los historiadores, ni los autores de esta producción pueden hacer nada, porque todos esos libros académicos duermen en las bibliotecas, algunas librerías o en las bodegas de libros, sin que se puoda hacer nada, porque no se pueden comercializar por el sistema hacendario que todas las instituciones padecen.

Lamentablemente, la historiografía basura es abundante. La producción, independientemente de la postura “ideológica” de los autores o historiadores, se ha incrementado durante las últimas décadas. Las editoriales privadas han publicado cerros de libros y colecciones relativas a la historia de México, una gran parte ligada a las efemérides oficiales otras para abarcar el mercado de consumidores de obras de historia, o el seguimiento de autores superestrellas que mercadean en radio, televisión y redes. El éxito es momentáneo en unos meses, pero su impacto en el conocimiento de la historia es endeble casi siempre. Igual pasa con la producción académica u oficial, que transita muy pronto las bodegas.

La divulgación de la historia es un objetivo de las publicaciones que se emprenden. Esta divulgación en México ha ampliado su espectro en las publicaciones pero igualmente en el mundo digital. Mucho más con el advenimiento de la pandemia por el covid19 en los últimos dos años. Las colecciones o los abundantes ejemplares que han hecho las editoriales privadas, mayores a 7 mil ejemplares por publicación, no han tenido mucho impacto en ventas en librerías. Autores antes muy populares, tanto de derecha como de izquierda o académicos, han visto menguada su popularidad y fama. Grandes volúmenes de libros han tenido que ser triturados, embodegados o republicados en otros formatos más accesibles para permanecer en el mercado físico o virtual. Platicando con un editor español, me ha dicho que se ha tenido que proceder a la destrucción de infinidad de publicaciones en las editoriales privadas, ante la carencia de ventas. El Consorcio Penguin Random House es el que más ha recurrido en esa práctica, tanto en España como en América Latina. Las bajas ventas ocasionan la trituración o la reimpresión en otros formatos para estimular las ventas en librerías y ferias.

Gran cantidad de libros publicados son poco exitosos en la historiografía. Unos cuantos los compran o adquieren por sus formatos o la conformación de colecciones. Muchos temas son trillados o producto de la ficción histórica que tanto gusta en México. Los escritores que hacen los libros de historia son los más populares. Muchos de ellos se dice que son falsificadores de la historia, pero otros han caído en ser radicaloides de la historia o dizque conspiradores históricos. Los que más se defienden, sin duda, son los autores académicos que mediante procesos de investigación y sustentación hacen aportaciones a la historiografía, aunque, claro, sus libros son menos comercializados y resguardados en las bodegas institucionales o editoriales de poca monta.

Los temas de la historiografía basura suelen ser sobre personajes o acontecimientos ya trabajados en la historiografía académica u oficial, o, en casos excepcionales, de documentos o vivencias originales o inéditos. Mucha de esta historiografía se encierra en colecciones grandes de historia de México, casi toda configurada por fichas de trabajo engarzadas en un texto narrativo con accesibilidad popular. Hay autores experimentados en hacer esto, sobre todo en la editorial Planeta que pertenece al Consorcio mencionado. La narrativa de divulgación suele ser chistosa o cruenta, con aires profundos de ficción más que de historia documentada, y se basa no en una investigación seria y profesional, sino en los productos que dan los historiadores académicos u oficiales. Obvio, la ficción es un valor que atrae a los lectores interesados en la sangre, el asesinato, el crimen, el espionaje, el suspenso, etc., más que en una historia basada en documentación primaria y secundaria. Esos libros de divulgación mantienen un mercado cautivo que las editoriales explotan con suficiencia, sobre todo mediante las técnicas de mercadeo en redes digitales, televisión, radio y publicaciones o conferencias. Dicen que esa atmósfera causa “envidia” a los historiadores académicos o profesionales atrapados en el oscurantismo de sus instituciones, o en aquellos historiadores oficiales que viven y trabajan para el gobierno en turno en todos los niveles. Estos no son “estrellas” del firmamento donde se mueven los divulgadores, sean de la tendencia que sean.

En mi biblioteca personal abundan colecciones académicas, oficiales o divulgadoras sobre historia de México. Autores historiadores o escritores de gran calado, que han tenido impacto desde el decenio de los noventa. Hay una gran diferencia entre ellos por la utilización de la investigación o la ficción. Gran parte de esas colecciones no han trascendido en la historiografía mexicana con impacto, es decir, es historiografía basura que ni como consulta funciona, porque es repetitiva, ocasional o se ajusta a ciertos modelos de ficción política, burocrática o metodológica. Incluso se entremezclan intenciones o repeticiones o son machacones con sus tendencias, de derecha, izquierda o provenientes del mundo académico.

Mucha historiografía basura se comenzó a darse luego del auge que tuvo la editorial Clío hace treinta años. Los temas y la narrativa fueron muy atractivos como modelos para historiadores o escritores. La historia política o cultural fueron atractivas, confundiendo sus postulados profesionales con la divulgación histórica. Hubo muchos emuladores de ciertos historiadores que dieron impulso a la historiografía, como la microhistoria de Luis González y González, la divulgación como Enrique Krauze. Combatidos por unos, amados por otros, los historiadores se cuadraron a esas dos representaciones historiográficas, pero otros más, escritores, lo hicieron agregando narrativas discursivas provenientes de la ficción, con temas atrayentes para el público lector. Esto representó un empuje para la comercialización de las editoriales, por lo que el agregado de divulgadores se acrecentó considerablemente. Se dio igualmente una cierta combinación entre historiadores académicos y divulgadores históricos, que tuvo mucho éxito en la historia política y la historia cultural, ya ni se diga en la historia narrativa, esto sobre todo, en espacios culturales o de ciertos estados de la república. Muchos emulan a los divulgadores o a los académicos regionalistas, narrativos.

Las copias mal hechas de microhistoria, narrativa o divulgación histórica se dieron como hongos en las instituciones académicas o en ciertos grupos de escritores de ficciones históricas desde el decenio de los noventas. Cerros y cerros de libros se publicaron sin ningún éxito o empuje paradigmático. Varias entidades del país contaron con estas producciones basura, ya ni se diga instituciones académicas que vieron saturadas sus bodegas de libros que nadie compra.

Las instituciones culturales locales o estatales suelen publicar a historiadores, cronistas o autores de ficción. Sus catálogos se impregnan de obras impresas que se embodegan o regalan, ahora existe la posibilidad de la publicación digital que hace pervivir la historiografía en el tiempo como nunca antes. También allí, en esa esfera, se dan divisionismos o fracturas entre los grupos de la derecha, la izquierda o la academia. El enfrentamiento es por los temas o las formas de contar la historia, y, casi siempre, por diferencias políticas o de carácter ideológico dizque. La batalla por la producción y la divulgación es un enfrentamiento permanente en el campo cultural o en el universitario, o, mucho más en gobiernos que impulsan historias oficialistoides. En estos campos pervive la mediocridad en las publicaciones sobre historia, con temas que a nadie le interesan sino a unos pocos. También se hace mucha historiografía basura, hay que reconocerlo.

La historiografía basura es la que no deja huella, que no tiene impacto en la lectura y la consulta, la que se guarda en bibliotecas y bodegas, la que se tritura por falta de venta, la que no es referente en el conocimiento del pasado, casi siempre navega en tres naves, en la divulgación mercantil, en la academia institucional y en la historia oficial gubernamental. Los historiadores son conscientes casi siempre de esta circunstancia, a los autores de ficción no les importa mientras que cobren sus regalías, los historiadores oficiales padecen de indiferencia.

La basura se guarda o se tritura o se entierra. El baúl historiográfico está bien lleno. Hay pocas aportaciones o impactos en ese sitio, por desgracia. Las publicaciones sino se venden o distribuyen, pues mueren, con ello las ciertas aportaciones historiográficas de los autores, sean historiadores o escritores. También la basura pertenece al cajón de los temas sin interés o las interpretaciones marcadas por la ideología o la política. La historiografía basura pertenece, sin duda, al campo de la polarización y el enfrentamiento político o ideológico, que en su momento no se resuelve del todo. La historia juzgará después, como dicen.

 

 

 

 

 

 

febrero 06, 2022

Cincuenta años del Festival Internacional Cervantino en Guanajuato

 

El gobierno de Luis Echeverría Álvarez, entre 1970 y 1976, se caracterizó por llevar a cabo políticas populistas que exaltaron al máximo el nacionalismo revolucionario mexicano. La unidad nacional en torno al presidente dependió en mucho de la recurrencia en acciones que tuvieron que ver con lo que llamó “apertura democrática” y “arriba y adelante”, impulsos discursivos y políticas que, se supone, englobaban y cohesionaban a la sociedad. Esto no menguó el autoritarismo de Estado contra las disidencias y las oposiciones, particularmente, con los sectores estudiantiles, intelectuales, campesinos, urbanos, trabajadores y grupos guerrilleros. La mano dura se sintió frecuentemente, además acompañada con supuestas políticas de beneficio social, que, de manera integral, se emprendían. A pesar de esto, el descontento era creciente y se expresaba con varias acciones en varias entidades del país.

El echeverrismo fue un mareo populista que abarcó a la sociedad, a la economía, a la política y, por supuesto, a la educación y la cultura. El mareo ocasionó vómito desde 1976. El nacionalismo revolucionario consistió en recurrir a las raíces tradicionales, el folklore, el indigenismo, la revolución y el acercamiento de la cultura a las masas. El control de los intelectuales, la prensa, los universitarios, se dio paulatinamente año con año del sexenio. Las políticas públicas populistas vincularon cada vez más al nacionalismo con la cultura en todos los niveles, sobre todo, en el campo de la cultura popular, pero también en la esfera de las bellas artes en otros niveles de la sociedad, con un dejo descentralizador. Las raíces mexicanas eran la base de la inserción de México en el mundo, por eso tantos viajes, tantas reuniones con intelectuales y el emprendimiento de festivales y ferias por decreto, donde se gastaban millonadas de dinero público. El agua de jamaica y la horchata corrían en las reuniones y mesas de trabajo con el presidente y su esposa, una imagen ridícula en ciertos momentos. Los viajes y giras presidenciales se vieron marcadas por el fomento y la difusión de lo mexicano, con carretonadas de invitados, aviones, comidas, cenas y dichos discursivos. El nacionalismo revolucionario mexicano era parte de la identidad que definía a México hacia el futuro. Pronto la realidad se convirtió en barrera de choque, pero mientras se hicieron proyectos, algunos cuajaron, otros no.

La exageración de gastos fue una constante. La literatura, las artes plásticas, el cine, la educación artística, la danza, el teatro, la artesanía, el folklore y el indigenismo se vieron claramente influenciadas por el gobierno, con esas visiones obsesivas y machaconas,  a través del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y otros organismos creados ex profeso, como el Festival Internacional Cervantino (que se institucionalizó desde su origen), el FONART (artesanía), el FONADAN (para la danza), el INAH (arqueología e historia), reforzados en el caso de la ciencia y la tecnología con la creación del Consejo Nacional para la Ciencia y la Tecnología (CONACYT). La modernidad estaría impregnada de nacionalismo y mexicanidad.

Las bellas artes se vieron estimuladas por la política cultural del gobierno. Muchos estados de la república fueron beneficiados con parafernalia jurídica, recursos públicos y publicidad. Con esto, igualmente, se vio influido el campo del turismo que, durante el sexenio, se estimuló con la política de los polos de desarrollo y otras estrategias. Se pensó en Acapulco para la creación de un Festival Internacional de orden cultural, por ejemplo. Cancún emergió como una joya del turismo por aquel entonces, negocio presidencial se supo después, donde necesariamente habría proyectos culturales. Ya ni se diga Oaxaca o Guanajuato. La liga entre turismo y cultura, entusiasmó muchísimo la labor en los estados de la república, por la derrama económica que eso conllevaría en el momento y después. La tradición cultural guanajuatense, obtenida gracias a la presencia de la Universidad de Guanajuato, fue un factor para que el gobierno federal creara por decreto el Festival Internacional Cervantino, que ahora cumple cincuenta años. La élite cultural de México estuvo de plácemes, mucho más los sectores involucrados en Guanajuato por supuesto, más que el pueblo llano a quien iban dirigidas las acciones culturales.

A mitad del siglo XX, la ciudad de Guanajuato ya se había convertido en una ciudad con una actividad cultural abundante. La Universidad de Guanajuato fue una gran emisora de actividades, estimulada igualmente por el gobierno del estado o el gobierno municipal, que consideraban que eran un polo de atracción del ansiado turismo nacional e internacional en el centro del país. La cultura se resistió a quedarse guardada en los recintos o las élites. Los jóvenes la llevaron a las calles con el estímulo de personalidades con visión. Dentro de la Segunda Asamblea Nacional de Universidades, el director de teatro, Enrique Ruelas Espinosa, encabezó, el 20 de febrero de 1953, al grupo de Teatro Universitario que realizó los Entremeses de Miguel de Cervantes. Los escenarios se vieron abarrotados por el entusiasmo, al igual que las calles. El fervor cultural no paró desde entonces. El efecto de atracción turística se fue cumpliendo, además de fomentar el gusto y el disfrute de los jóvenes universitarios. En 1972, el Rector Enrique Cardona Arizmendi y su Jefe del Departamento de Acción Social y Cultural, el maestro Isauro Rionda Arreguín, encabezaron una convocatoria para organizar un magno evento universitario donde confluyera lo mejor del mundo cultural nacional e internacional durante seis semanas, entre el 28 de julio y el 23 de septiembre. Hubo muchas ideas e iniciativas. Se logró un programa intenso con la participación de amplio público.

Las actividades culturales de la Universidad de Guanajuato fueron en cascada durante esos meses, como un preámbulo a lo que sucedería con el Festival anunciado a inicios del año. Otras universidades y el Seminario de Cultura Mexicana o la Academia Mexicana de la Lengua se sumaron en la organización de eventos. De entrada hubo participación del Ballet Folklórico de Lyon, Francia, actuaron el guitarrista Mauricio Ponce y la Orquesta Sinfónica de Michoacán; así como el grupo teatral de la Escuela de Filosofía y Letras que estrenó la obra cervantina “Pedro de Urdimalas” en la plaza de San Francisquito, con la dirección de Alfredo Pérez Bolde. También el Teatro Universitario estrenó la obra “Estampas del Quijote” con la dirección de Enrique Ruelas en la Plaza del Mineral de Cata. Hubo concurso de teatro y un coloquio sobre estética para la educación media. Fue entonces cuando se inauguró el Museo Casa de Diego Rivera y una sala de historia en la Alhóndiga de Granaditas. La asistencia a estos eventos contó con la presencia de los jóvenes universitarios, pero también de turistas, que levantaron las expectativas para lo que vendría después con el gran Festival. 1972 sería un antes y un después, sin duda.

Ya el 28 de febrero de ese año, se había anunciado la creación y celebración del Festival Internacional Cervantino, auspiciado por el gobierno federal. Se creó por decreto presidencial del presidente Luis Echeverría, con disposiciones relativas a su organización y financiamiento. Agustín Olachea Borbón, Jefe del Departamento de Turismo, fue quien propuso que el Festival se celebrara en Guanajuato, en el marco del Año del Turismo para las Américas, promovido por la UNESCO, idea que había surgido en el año anterior en un evento realizado en Oaxaca en el mes de julio, donde el presidente Luis Echeverría dispuso que así se hiciera, disponiendo los recursos necesarios en las instancias pertinentes. Los asistentes guanajuatenses, incluido el gobernador, no salieron del asombro por obtener la distinción de un magno evento como el que se pretendía. De hecho, trascendía a lo organizado por la universidad guanajuatense.

El 29 de septiembre de 1972, fue un día de gran efervescencia cultural en la ciudad de Guanajuato. El Festival fue inaugurado formalmente. Se sumaron varias inauguraciones más en ese marco, encabezadas por el gobernador Manuel M. Moreno, el jefe de Turismo en representación del presidente de la república, y el hermano del mismo, Rodolfo Echeverría (quien presidió al Comité Organizador), además de los miembros del patronato del nuevo Festival, presidido por la actriz Dolores del Río, junto con Mario Moreno “Cantinflas”, Héctor Azar (dramaturgo y escritor), Antonio López Mancera (escenógrafo), Gloria Caballero (escritora), Alejandro Ortega (actor), Enrique Ruelas y el primer director general del Festival, el arquitecto Óscar Urrutia Tazzer. Se develó la primera estatua de Cervantes en la glorieta de Dos Ríos, que ahora se encuentra en la Plaza de San Francisco; se inauguró la plaza del Mineral de Cata que fue rebautizada como Plaza del Quijote; se inauguraron las Plazas de San Fernando y la de San Roque, con espacios para la celebración de actividades colectivas.

Un acto emotivo fue la inauguración de la placa alusiva en el parque Hidalgo, que decía:

 

Viajero: llegas a esta noble ciudad que tuvo su origen en 1548, un año después del nacimiento del genio de las letras españolas Miguel de Cervantes. Ella hizo propia la idea de libertad que campea en las páginas del Quijote, ya que en este suelo se sentó la independencia de este país.

 

Se dio paso a la inauguración de la escultura de Miguel de Cervantes Saavedra, realizada por el artista plástico Federico Canessi, que se colocó en la calle de La Alhóndiga. Una estatua de bronce de 2,15 metros de altura y con peso de 450 kilogramos, que ahora se encuentra en el Museo Iconográfico del Quijote.

Luego del medio día, a las 13:30 horas, se entregó un reconocimiento a Enrique Ruelas, que fue el creador de los Entremeses Cervantinos y que durante casi veinte años impulsó con ahínco la actividad cultural en la ciudad de Guanajuato. Con ese programa quedó inaugurado formalmente el Festival.

El éxito paulatino de las actividades puso a la ciudad de Guanajuato en un sitio privilegiado y popular tanto a nivel nacional como internacional. La asistencia a los eventos fue una característica fundamental para que se pensara en Guanajuato para el magno Festival que, desde entonces, jugó un papel importante en las actividades culturales anuales de sucesivos gobiernos.

Durante veinte días, entre el 29 de septiembre y el 18 de octubre, el Festival contó con la participación de grupos culturales de trece países. Teatro, danza, música, conciertos, conferencias, exposiciones, cine, verbenas y jolgorio caracterizaron al evento, con amplia participación y asistencia de la gente. Muestra de actividades fueron la participación de la Ópera Nacional del INBA; la actuación de Nati Mistral con el homenaje a Federico García Lorca; la actuación del grupo de teatro de la UNAM; la actuación de Pilar Rioja con la “Teoría y juego del duende” de Federico García Lorca; el recital de Germain Montero con el recital de canciones del siglo de oro; el conjunto inglés con “Shakespierre, the Age, the Man and the Players”; la Compañía Nacional de Teatro de España; el grupo de teatro del INBA; el grupo del Teatro Nacional de Costa Rica; los cantos y danzas de España de cante hondo de Enrique Morente; el Ballet Folklórico de Guatemala; el teatro de Checoslovaquia; entre otros grupos y artistas que entusiasmaron a los asistentes e invitados.

El Festival fue una apoteosis cultural para Guanajuato. Las autoridades encargadas calcularon una asistencia de cincuenta mil personas a las actividades, lo que representó un gran éxito. Muchos visitantes tuvieron que ser hospedados en casas particulares, porque los hoteles y hostales estuvieron abarrotados. Las autoridades federales dispusieron que el Festival sería anual y permanente, aunque en 1973 no pudo celebrarse por carencia de recursos, dado que la inversión era cuantiosa.

Desde entonces, el Festival fue denominado como la “Fiesta del Espíritu”. La Plazuela del Quijote en Mineral de Cata fue el escenario de la inauguración de actividades, aunque ya se había hecho la declaratoria oficial en el Teatro Juárez. En total hubo 69 actividades que mostraron el trabajo artístico de Canadá, Checoslovaquia, Colombia, Costa Rica, España, Estados Unidos, Francia, Guatemala, Italia, Japón, Reino Unido, Unión Soviética y México.

El Festival se convirtió, al paso de los años, en un evento cultural de primera magnitud, que dio prestigio a la posición de México en la cultura universal. En 1975 retomó un impulso sin precedentes, que mereció la atención de la Reina Isabel II y el príncipe Felipe, duque de Edimburgo. Un año después, se estableció el Comité Organizador permanente. Para 1978, el Rey Juan Carlos I de Borbón y la Reina Sofía visitaron las actividades del Festival. Para 1989 la UNESCO declaró a la ciudad de Guanajuato dentro del Patrimonio Cultural de la Humanidad, lo que dio importancia, igualmente, al Festival que cada año enaltecía la cultura universal en una ciudad tan emblemática de la historia de México. El prestigio internacional estuvo garantizado desde entonces.

Durante cincuenta años se estatuyó en un espacio de expresión universal, ya que en sus actividades han confluido las más importantes tendencias y expresiones culturales. Esto ha permitido el desarrollo del turismo en Guanajuato en general, y en la ciudad capital de la entidad, en particular. Con los años, varias actividades se han dado en varios municipios del estado o en otras entidades, por lo que la influencia del Cervantino ha conformado una identidad propia y expansiva a la vez. Infinidad de grupos culturales se han expresado cada año en el Festival. Su institucionalización ya es parte de la historia cultural de México. Su influencia es innegable.