julio 25, 2021

Albino García, el rayo insurgente de la independencia en el Bajío


Albino García Ramos, era un atrevido y arrogante caporal

que trabajaba en las haciendas inmediatas al valle de

Santiago, rica población de la intendencia de Guanajuato, y que

había logrado una grande y bien merecida fama no sólo

en el pueblo, sino por toda la región, merced a que era un

habilísimo lazador y maravilloso jinete.

Fernando Osorno, 

El insurgente Albino García,

México, SEP, FCE, 1982, p. 25.

Los grandes episodios de la guerra de independencia en el Bajío fueron protagonizados por cinco importantes personajes. Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio Allende, Albino García Ramos, Agustín de Iturbide y Luis Cortázar y Rábago.

La historia de Albino García quedó plasmada en unos versos:

I

A orillas del ancho cauce

de en apariencia tranquilo

corre el caudaloso Lerma

entre robustos sabinos;

poblada de hermosos huertos

de limeros exquisitos,

emergiendo de las frondas

de saucedales floridos,

se alza, por decirlo así, 

en el centro del Bajío

(extensa y fértil llanura

 cuyo suelo es feracísimo), 

una ciudad que era antaño,

conjunto de pueblecillos

indígenas, que entregados

de las tierras al cultivo,

lograron fundar la Villa

de Salamanca, por título

del Virrey Gaspar de Zúñiga,

ha muy cerca de tres siglos.


En uno de los hogares

de aquel pintoresco sitio,

arrullada por las brisas

y los murmullos del río,

mecióse la humilde cuna

del gran guerrillero Albino,

valiente entre los valientes,

jefe osado y activísimo, 

que cuando estalló la guerra

de Independencia, solícito,

en torno suyo reunió 

en puñado de aguerridos,

que como él, en el manejo

del caballo, eran muy listos.


Y llegó el “Manco” García

(como llamaban a Albino),

a ser de los españoles

con justa razón remido;

porque a su valor ingénito,

su sagacidad y brío,

adunaba una estrategia

“sui géneris” al batirlos,

burlando la disciplina

de los jefes más peritos.


La “reata” dicen que era,

de sus medios ofensivos

el más terrible, pues que, 

al frente del enemigo,

destacaba dos jinetes,

que caminaban unidos,

los extremos de una reata

llevando en las sillas fijos.


Y abriéndose raudamente,

cuando se hallaban a tiro,

con la cuerda bien tendida,

veloces cual torbellino,

derribaban del contrario

las filas, siendo seguidos,

por otros y otros jinetes,

que con ímpetu bravío,

sembraban en los realistas

el pavor y el exterminio.


Ya el nombre del guerrillero,

del bravo insurgente Albino,

era célebre por todo

el anchuroso Bajío.


Cuan presto lo derrotaban

en un punto, en otro sitio,

presentábase al instante

con fuerza mayor y brío,

siempre audaz, siempre temible,

en un batallar continuo,

desbaratadas sus tropas,

pero jamás sorprendido.


Y así que se le hostigaba

sin dejarle ni un respiro

hacia el Valle de Santiago,

su baluarte favorito,

íbase rompiendo bordos

de los vallados, que henchidos

con las aguas destinadas

para el riego de los trigos,

desbordábanse en los campos

inundando los caminos,

e interceptaban el paso

al ejército enemigo.


Y mientras, cobraba aliento

fuera de todo peligro,

para volver a la carga

más vigoroso y activo.


II


Cansado el Virrey Venegas

de saber que en tanto lance,

el famoso guerrillero

saliera siempre triunfante,

ordenóle a García Conde

que sin demora emplease

cuantos esfuerzos pudiera

con el fin de exterminarle.


A Iturbide y a Negrete,

el Brigadier, al instante

mandó que lo persiguieran

hasta no lograr su alcance;

y en tanto que los dos jefes

luchaban por encontrarle,

Albino, enfermo, en camilla, 

sobre el campo de combate,

por excusadas veredas

Y bosques impenetrables,

con sagacidad burlaba

De García Conde los planes;

porque sin ilustración,

hombre rudo e ignorante,

sus naturales talentos

en la milicia, eran grandes,

y era capaz de batirse

con expertos generales.


Pero una noche, Iturbide,

camina con rumbo al Valle,

en donde se hallaba Albino

sin esperar un ataque;

encuentra en profundo sueño

a los insurgentes, y hace

que más de ciento cincuenta,

con inaudita barbarie,

en el acto se fusilen

después de un bravo combate;

más con exclusión de Albino,

de quien logra apoderarse,

y a García Conde lo lleva,

como una prueba palpable,

de que en la reñida lucha

él ha salido triunfante.


III


En las calles de Celaya

nótase gran movimiento,

cual si a celebrarse fuera

un triunfo, pero siniestro.


las albas de artillería

despiertan vibrantes ecos,

y las alegres campanas

repican a todo vuelo.


Están las tropas realistas

formando valla; a lo lejos,

de los clarines y parches

se escuchan los sones bélicos

que baten marcha de honor

con grabe y marcial acento.


Por todas partes se miran

grupos de gente del pueblo,

porque se prepara grande,

solemne recibimiento

de Capitán General,

y, fingido todo eso,

demuestra que el regocijo

es infamante y burlesco.


Mas no parte de la masa

noble y sensata del pueblo,

que aclamó Generalísimo

a Hidalgo, frente a su ejército.


No, viene de García Conde,

que olvidado de su puesto,

de su honor y su decoro

de soldado y caballero,

fraguó el odioso padrón

de ignominia, el más sangriento,

para recibir tan sólo

a su valiente prisionero…


por entre la muchedumbre

que absorta y muda contémplalo,

se mira cruzar a un hombre,

y todos claman: ¡El Reo!

Es Albino, que cargado

de cadenas, bajo el peso

de su desgracia, al patíbulo

camina firme, resuelto.


No saciado García Conde

con su mofa, no contento,

tiene la infelicidad

de insultar al prisionero,

quien con altivez y digno,

al ver que insultan a un muerto,

lanza a Conde una sonrisa

de lástima y de desprecio.


IV


Y cae el ocho de junio

de mil ochocientos doce,

destrozado por las balas

del infame García Conde,

el guerrillero insurgente

Albino, terror y azote,

en el inmenso Bajío,

de los jefes españoles.


Y mutilan el cadáver,

según los usos feroces,

de aquellos tiempos de lucha,

de venganzas y de horrores.

separada la cabeza

de Albino, el cruel García Conde,

de Celaya en una calle

ordena que se coloque;

una mano en Irapuato

para escarmiento se pone,

y en Guanajuato la otra

queda clavada en un poste

de San Miguel en el cerro…

Tal era el pavor que el nombre

del gran Albino García

al Virreinato infundióle,

por liberar a la Patria

dándole su sangre noble

y demostrando a la historia

con el brillo de sus dotes,

cómo sucumben los héroes

con la firmeza del bronce.


Agustín Lanuza, reproducido en Fernando Osorno Castro, op. cit., p. 174-180.(1)


julio 18, 2021

La enseñanza de la historia en México



Enseñar historia ha sido una gran hazaña en México. Por lo menos desde el siglo XIX, la enseñanza de la historia se ha conformado en una rama teórica, metodológica y técnica de la disciplina. En Europa fue materia de atención por parte de los historiadores dedicados a la filosofía de la historia o a la didáctica histórica. Varios países reflexionaron sobre los contenidos y las formas de enseñar el pasado. Alemania, Inglaterra, Francia, España, fueron los primeros países en emprender una reflexión sobre los porqués, para qués y cómos de la historia y su aprendizaje, tanto en los niveles primarios, secundarios, medios o superiores de los sistemas educativos. Luego Estados Unidos hizo lo propio. En Latinoamérica la preocupación fue hasta la tercera década del siglo XX.

Los enlaces entre historias nacionales y la historia universal representaron también materia de atención de las reflexiones de los historiadores, principalmente mediados en el tema de los nacionalismos, el patrioterismo, el civismo, el oficialismo y la función de la educación oficial formadora de los ciudadanos. Los gobiernos se comenzaron a ocupar del tema de la historia y su enseñanza bien entrada la centuria del XX. Los sistemas educativos intervinieron en la configuración de las formas en que se enseñaba la historia y en función de que los ciudadanos aprendieran la cronología justificadora del momento presente. Se continuó con la enseñanza de datos, personajes, batallas, lugares, bibliografías y objetos de estudio planos o estáticos. No había crítica o interpretación que dieran entusiasmo a los escolapios y mucho menos a los profesores, en su inmensa mayoría. Desde entonces, historia y pedagogía se unieron en las disposiciones o reformas educativas para enseñar con memorización y enfoques que exaltaron los acontecimientos por sobre todo. Se fue utilizando la historia manipulada a partir del momento histórico oficial. Para esto sirvieron los libros de texto y los manuales, que los profesores seguían con devoción, como una “biblia” de la cual no se podían apartar. Prácticamente en todos los países de América Latina era lo mismo, década a década. 

Ya en 1891, el gran historiador español Rafael Altamira y Crevea, exiliado en México entre 1946 y 1951, afirmaba:

 

El fin de la enseñanza no es más que la formación de conocimientos relativos á un cierto orden de realidad, con la mayor certeza posible: ya se procure esto de un modo actual en el alumno, ya en forma potencial, que diríamos, preparando y educando á éste en el sentido de aquélla, para que pueda por sí alcanzar el conocimiento científico en cualquier momento de la vida en que le sea preciso. La averiguación de si se obtiene (ó al menos se persigue con acierto) este fin en la manera actual de enseñar la historia, equivale al planteamiento del problema de su Metodología.[1]

 

La enseñanza de la historia implicaba desde entonces un problema de método, no de teorías o técnicas. La influencia de la llamada pedagogía se fue enlazando afectando las formas y sus intenciones. Historia y geografía padecían de los mismos males. La historia se concibió como poco dinámica, más bien estática. El historicismo o el positivismo atraparon al pasado en una cueva oscura y lineal, en mucho su enseñanza nubló cualquier posibilidad de creatividad o interpretación o crítica. 

El quehacer de la enseñanza histórica iba mucho más allá porque era una forma donde debían de confluir los profesores y los estudiantes, en un juego dialéctico y dinámico mucho más enriquecedor. Esto servía para la lectura, la investigación, la crítica, la interpretación, la divulgación. Era, desde entonces, una metodología, cuyo enlace favorecía siempre la mejor forma de aprender fuera de los datos, los nombres, las fechas, los sitios, las batallas y hazañas o las epopeyas desvinculadas de sus contextos. Esta metodología se basaba en la forma en que la enseñanza de la historia se emprendía en España a finales del siglo decimonónico, muy parecida a la que se llevaba en los países latinoamericanos, y se supone más avanzada por el contexto europeo. Su evaluación y crítica es muy vigente ahora:

 

El procedimiento que de ordinario se sigue es el de conferencias en que el profesor relata, durante la hora é hora y cuarto de clase, los hechos que juzga de interés en cada periodo ó asunto. Unas veces, la conferencia es mera repetición de un Manualque se designa como libro de texto; otras (las más, aunque no siempre por motivos científicos), se prescinde de él y se obliga á los alumnos á tomar notas durante toda la clase: lo cual supone un trabajo penoso, escasamente útil y que, por añadidura, será el único que pongas ellos en la obra de su educación historiográfica. Así nos han enseñado, y así se enseña aún en casi todos nuestros Institutos y Universidades.

En uno y otro caso, ya deba estudiarse el libro de texto ó las notas de clase, la resultante es una instrucción mecánica, en que se da todo el trabajo en forma de resultados, se obliga al alumno á que aprenda de memoria hechos cuya verdad descansa en la palabra del profesor ó del autor, y no se procura despertar en él la facultad crítica, ni el problema de los orígenes y modo de formación de aquellos conocimientos, ni intuición real del objeto.

Dada en esta forma, la enseñanza cae de lleno bajo el criterio de las censuras que ha merecido, en general, el método mecánico, memorista y de pura abstracción. No hemos de repetirlas, porque son bien sabidas de todos; pero sí conviene acentuar la gravedad de algunos de los peligros que encierra ese método, tocante á la enseñanza de la historia.[2]

 

A nivel global, parece que no se ha avanzado en el tema de la enseñanza de la historia, ya que esa crítica se formuló hace 130 años. Sigue vigente. A pesar de los avances y logros de la enseñanza de la historia, en realidad sigue pasando lo mismo. Su metodología en la realidad sigue estancada en el plano de la práctica en el aula. La historia y la pedagogía han ido, paralelamente, reflexionando o anotando la confluencia de la educación histórica en todos los niveles educativos. La metodología o la técnica de enseñanza han evolucionado para caer, permanentemente, en lo mismo, la falta de interés y entusiasmo por el pasado en el presente de cada nación. En el caso mexicano ha sido un pasmo el tema.

En las últimas décadas, varios historiadores se han dedicado con ahínco a evaluar el estado de la cuestión sobre el tema de la enseñanza de la historia en México, tanto en los niveles de la primaria y la secundaria, como en el bachillerato y en la escala superior. La evaluación es casi siempre lo mismo. La materia de historia se imparte a partir de datos, nombres, memorización, fechas, lugares, batallas, gobiernos, presidentes, gobernadores, héroes, nacionalismo, patrioterismo, la identidad y el civismo. Además, se enseña la historia con mentiras, elucubraciones, mitos, leyendas y maniqueísmos o maquillajes. La idea tergiversada de la historia viene desde el siglo XIX lamentablemente. Los gobiernos han impuesto este tipo de enseñanza, tanto en el periodo decimonónico, como en el porfiriato, la revolución, la posrevolución y en la etapa contemporánea. Las sucesivas reformas educativas oficiales han impuesto este criterio, aún en la actualidad. Se han dado debates en varios momentos en las últimas tres décadas, sin que se haya modificado un ápice la concepción de la historia nacional en la sociedad en general. El debate por la historia se ha involucrado con la política y la confrontación no ha permitido cambiar las formas y resultados de la enseñanza de la historia en todos los niveles educativos. 

La educación oficial y privada, por lo menos en México, contempla libros de texto, manuales pedagógicos, visita a museos, lecturas, viajes, recursos documentales, mapas, bibliotecas y un largo etcétera. Sin embargo, la historia se sigue centrando en libros de texto aburridos, que contienen narrativas accesibles, imágenes o mapas o didácticas de autoevaluación que no son atrayentes, mucho menos que inspiren creatividad, crítica o interpretación. No hay un sentido de la crítica o de pensar históricamente o de análisis de fuentes para la interpretación individual o grupal. Ni los maestros son capaces de hacer estos procedimientos, porque su formación crítica y problemática se los impide. Hay maestros que no leen y no investigan, mucho menos escriben, con lo cual la interacción con los estudiantes se restringe a un libro de texto. El aprendizaje memorístico sigue campeando en la enseñanza de la historia en todos los niveles. Si no te formas o especializas como historiador, lamentablemente no te interesa o entusiasma saber sobre tu pasado. Le pasa a una inmensidad de ciudadanos. Los autodidactas estudian por interés y atracción, los ciudadanos comunes no muestran ningún interés, por el contrario, manifiestan que la historia es muy aburrida y no les interesa, no saben ni quieren saber sobre su pasado. Mucha gente confunde personajes o periodos históricos, una gran parte no retiene ni los datos de la historia cívica o de efeméride, justamente, por la mala formación y la mala enseñanza o divulgación de la historia. 

En las últimas dos décadas hay mucha gente que prefiere aprender mediante la divulgación histórica, son consumidores de telenovelas, documentales, piezas digitales, programas de radio, imágenes o museos y el mundo virtual. Ha sido un techo de oportunidad pero no de crítica o interpretación desde las aulas de todos los niveles. Para trabajos de historia no se recurre a las fuentes o la crítica o la interpretación, sino a plagiar o ver historia desde la esfera digital. Las clases son aburridas, hasta en el nivel superior. La novela histórica o las películas de tema histórico son populares en un sector de la población, no para el ciudadano de a pie, sobre todo si hay sangre, muerte, sexo o sentimentalismo, no historia de verdad. Desde la primaria o la secundaria no recibieron la enseñanza en historia que les favorezca el interés o el entusiasmo. 

La enseñanza de la historia ha ido evolucionando en el tiempo con propuestas pedagógicas y formas de impartición en todos los niveles escolares. Un primer periodo fue entre 1821 y 1860, otro de 1860 a 1920, uno más de 1930 a 1960 y el último de 1960 a 2014. La enseñanza del pasado estuvo involucrada en los procesos de construcción, inserción, institucionalización y de polémica o debate. En cada periodo, la enseñanza de la historia ha ido de paso como obligatoria, institucional, curricular o de interés oficial. La forma en que se ha impartido en cada periodo dependió de cada momento, siempre justificando o legitimando, casi nunca profesionalizando o especializando por el bien de la disciplina o del conocimiento general de los ciudadanos. Sesudos intelectuales abundaron anotando reformas y virtudes a futuro, sin lograr en la realidad incidir en la enseñanza histórica.[3]

En ningún periodo, la enseñanza de la historia ha podido estar fuera del sentido de oficialidad que la ha convertido en un obstáculo para prestigiar a la historia frente a maestros o estudiantes. Ambos actores del proceso de enseñanza-aprendizaje se han encontrado atrapados en los libros de texto o en la cueva del acontecimiento y el dato por el dato, o en el civismo patriotero oficial. Prácticamente, en el nivel superior también ha sucedido la misma circunstancia, aunque de este lado se ha impuesto la formación académica necesaria que ha sacado adelante a la ciencia de la historia, vinculándola a nivel mundial. La profesionalización y especialización de la historia ha podido crear una disciplina fortalecida con alta producción historiográfica, pero lamentablemente esto no ha incidido en la enseñanza de la historia en los niveles de primaria, secundaria y preparatoria. La pedagogía ha tenido mucho que ver al respecto. Sus propuestas y métodos son rebuscados, muchos innecesarios, interfiere, como siempre, en los procesos de enseñanza-aprendizaje, fuera de una realidad o en la relación maestro-estudiante, que normalmente no es creativa sino estática.

Para los estudiantes, la historia de México o la historia universal son extremadamente aburridas, para nada entretenidas en su estudio. No se ha logrado interesar a los estudiantes en la crítica de las fuentes o en la interpretación vinculada a su pasado y su presente. Los profesores no han logrado imbuir en el aprendizaje que favorezca el mínimo interés por la historia.

Parece que durante todo el siglo XIX, todo el siglo XX y lo que va del siglo XXI, la enseñanza de la historia en México ha estado determinada por vocaciones oficialistas, fincadas en el positivismo puro y vil, con poco desenvolvimiento de la conciencia crítica o interpretativa de los estudiantes, al igual abstraídos por profesores y libros de texto acartonados y dizque pedagógicos o narrativos. El mundo digital ha empeorado el tema. El acceso a la información es digerido y fácil. Casi no hay interés en los contenidos o en las formas en que se construyen esos contenidos para ser utilizados en el aula y que produzcan concentración e interés. 

La actualidad de la enseñanza de la historia en México es deprimente:

 

Es evidente que faltan investigaciones que den cuenta de las interrogantes y retos que surgen no sólo de las sucesivas reformas educativas sino también sobre la enseñanza y el aprendizaje de la ¿Historia? con el propósito de dar propuestas que faciliten su aplicación. 

Sistemáticamente se ha apelado a que el docente debe poseer un conocimiento sólido tanto de la disciplina como de la didáctica. Se considera asimismo, que es necesario: promover el trabajo colegiado; diseñar programas de actualización docente que contemplen las necesidades y retos que enfrentan cotidianamente los profesores a fin de que su formación contribuya en el logro educativo de los estudiantes, sin embargo, poco se ha logrado. 

Finalmente, es importante comentar que hasta ahora no se ha encontrado la ruta que lleve a una educación de calidad. El principal problema al que como país nos enfrentamos es a la inexistencia de una política educativa de Estado ya que lo que ha existido es una política educativa sexenal que impide dar continuidad a las diferentes propuestas o bien a hacer una evaluación de su aplicación que permita rescatar los logros y afrontar los retos.[4]

 

 

La historiografía sobre la educación ha privilegiado los grandes momentos de las reformas educativas gubernamentales, más que las tendencias intelectuales donde se trasciende en el tema de la enseñanza de la historia. Esta enseñanza es de fundamental importancia por su sentido de totalidad.

La historia es una ciencia global y total, porque se encuentra presente en la economía, la sociedad, la política, la cultura, el medio ambiente, el territorio, la vida cotidiana, la mentalidad. Este cúmulo de estructuras se compone de elementos y procesos históricos que hay que hacer entender a los profesores y estudiantes. Forman parte del entendimiento e interpretación del pasado, lejos del oficialismo pedagógico, demasiado lejano del nacionalismo o el patriotismo. Estos elementos de la educación hay que llevarlos muy lejos de la enseñanza de la historia, para que esta rama del conocimiento histórico pueda incentivar y acrecentar el interés formativo y profesional de la historia. La historiografía se verá beneficiada grandemente en futuras generaciones si se rompe el cerco centenario que se padece en el ámbito de la historia y la concepción del pasado. 

 



[1]Rafael Altamira y Crevea, La enseñanza de la historia, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1895, con más de 500 páginas, con la precisión de “segunda edición, corregida y considerablemente aumentada”.

[2]Ibidem, p. 3, 4.

[3]Laura H. Lima Muñiz y Rebeca Reynoso Angulo, “La enseñanza y el aprendizaje de la historia en México. Datos de su trayectoria en la educación secundaria”, Clío y Asociados, Universidad Nacional de la Plata, (La Plata, Argentina): Vol. 18, 19, 2014, p. 41-62.

[4]Ibidem, p. 59.

julio 11, 2021

Los académicos no entienden la divulgación histórica

 

 

A una colega y amiga le han interesado mis textos de divulgación de la historia de México que publico. Como este año del 2021 está lleno de efemérides y conmemoraciones centenarias, pues ha habido objeto para relatar episodios o personajes de la historia de México. La caída de México-Tenochtitlan, la consumación de la independencia, las conmemoraciones de 1921, la creación de la Secretaría de Educación Pública, están siendo los principales hechos históricos dignos de rememorar o analizar desde el presente, en mucho por los recuerdos oficiales que organizan los gobiernos o las universidades o los historiadores oficiales o académicos o divulgadores. Bueno, hasta una conmemoración lunar se coló en los festejos de esta año, porque dizque la ciudad de México-Tenochtitlan se fundó en 1321 y no en 1325, el chiste era encajar 700 años de conmemoración de la creación de la ciudad más grande del país, gobernada por el partido gobernante.

Mi amiga dijo que estaba preparando un libro de “divulgación” para hacer una obra impresa sobre la consumación de la independencia en un estado de la república muy significativo para ese momento histórico. Yo le comenté que acababa de hacer un artículo más o menos grande sobre un personaje importantísimo como lo fue Agustín de Iturbide, rescatando su trayectoria de vida y sus acciones. Como era un personaje marginado de la historiografía y de los festejos oficiales por los 200 años de la consumación, pues me había interesado hacer un texto, no de reivindicación, sino de historia menuda y narrativa sobre su biografía y publicarla en el BLOG.

Mi colega se interesó de inmediato en mi texto. Dijo que se lo enviara, porque buscaba colaboraciones “de divulgación”. Era urgente porque querían sacar la publicación en el mes de septiembre. Su idea de divulgación para ese libro eran textos sin notas al pie de página, sin citas textuales y, obvio, en un lenguaje accesible y narrativo. Esta idea, en principio buena, pues finalmente es un tanto cuanto errónea. Los textos de “divulgación” son narrativos solamente, basados en una investigación histórica importante, o, son textos que combinan la investigación con la ficción para hacerlos más atractivos a los lectores. Hay una confusión al respecto. Si se opta por la primera consideración, pues es posible emprenderla pero con poca consistencia y sustento históricos. Si se escoge la segunda opción, pues entonces se hace novela histórica, es decir, ficción pura.

Sin embargo, la idea de esta colega es que la “divulgación” consiste en NO incorporar citas textuales o notas al pie para cumplir con la condición de accesibilidad y narración. El relato, aunque descriptivo proveniente de una investigación, o incluso de una ficción armada, al no incorporarle citas textuales o pies de página, significa que se “divulga” y que todo mundo te leerá y aprenderá. Idea errónea y falaz sin duda.

El texto narrativo en historia significa que está bien escrito; que cuenta con una narrativa interesante y atrayente; que el tema se hilvana con unidad lógica; que no se incorporan conceptos o aspectos de análisis fuera de lugar; que refuerza ciertas situaciones retrotrayendo aspectos definitorios de los episodios o hechos que se narran; que es un relato o crónica de episodios o acciones que se cuentan con sencillez y claridad; que, obviamente, no hay un sustento elaborado de fuentes de primera o segunda mano; la precisión o rigor históricos ceden paso a una descripción narrativa de los episodios; o que se incorporan, incluso, algunos aspectos de ficción que atraen la lectura, en ciertos textos donde se permitiría. La “divulgación” no se restringe a la incorporación de citas textuales o algunas notas al pie de página. Lo que importa, obviamente, es la estructura del texto, el impacto que tiene en la lectura sin elaboraciones complicadas o complejas que, efectivamente, como sucede en ciertos textos académicos, restringe la comprensión o el interés.

Pues bueno, está es mi idea de un texto de “divulgación”. No importa que tenga algunas citas textuales, que se refieren en notas al pie de dónde se sacó esa parte textual, usualmente un texto de algún autor o alguna correspondencia que, por profesionalismo del que escribe, debe referir de dónde sacó la cita textual o referencial. Muchos escritores lo hacen, como una referencia muy válida, mucho más lo debe hacer un historiador académico o de divulgación. Mi texto no lo aceptó la colega porque incorporé unos párrafos, muy breves, sobre el personaje o situación referida a él. Obvio, dando la fuente en nota al pie. Como Iturbide es un personaje polémico en el ámbito historiográfico y oficialista, pues hay que relatar su historia con cuidado, incluidas aquellas “valoraciones” sobre su personalidad y acción, ya sea como héroe o villano. “El libertador de México” como le decían es una valoración histórica importante que hay que sopesar y precisar el contexto de su actuación como tal, ahora sí que sin ficción, como se hizo en un libro que inventó una entrevista con él donde todo era ficción, o como se estableció con pruebas en una biografía académica hecha en la década de los cincuentas del siglo pasado, o en la combinación entre ficción y realidad que se dio recientemente en otro trabajo biográfico no tan bueno pero de divulgación.

A mi colega no le gustó mi texto, sin argumentos lo desechó a la basura. ¿Por qué? Por dos cuestiones: una, cometía el delito de citar textualmente un par de cuestiones, segunda, porque me atrevía a dar crédito a los textos que decían lo que citaba textualmente. El juicio lapidario fue que no era un texto de “divulgación histórica”, a lo que se había comprometido el libro que se estaba armando. De hecho, mi respuesta a la colega fue que entonces  no entendía lo que es “divulgación histórica” y que mi texto se defendía por ser un texto ágil, narrativo y muy accesible, como lo podrán comprobar mis lectores en este BLOG. De hecho le dije que no iba a modificar mi texto por su necedad confusa y que por supuesto no lo publicaría en la obra que estaba armando.  Su confusión llegó hasta su propio texto que me mostró, donde coloca citas textuales, pero sin citar la fuente, lo cual es más grave y hasta fallido, no válido tanto para un texto académico, como de un texto de “divulgación”, a no ser que no fuera historia sino ficción.

Muchos historiadores académicos no entienden para nada el tema de la divulgación histórica. Restringen todo a las citas o notas al pie, no a la sustancia de la divulgación, que tiene que ver con la escritura, la estructura, la forma y la accesibilidad sin ficción o consideración teórica. Muchos publican y publican textos que dicen que son “divulgación”, cuando en realidad son textos descriptivos y vacíos de contenido que refuerce la narración que es el objeto de los relatos históricos o las biografías o los hechos. La academia cree que hace divulgación por quitar citas y notas o describir, lo peor viene cuando tratan de hablar en público leyendo o viendo su papel o su pantalla, sin ninguna conexión con el público. Eso pasa también con las publicaciones, por desgracia. Viven desconectados de la narrativa y de la comunicación.

Ahora con la pandemia, hay una oferta increíble e infinita de reuniones académicas, conferencias, congresos, mesas redondas, presentaciones y lo que llaman ahora “conversatorios” o “charlas”. Los historiadores académicos o divulgadores aparecen en pantalla muy ordenados en sus bibliotecas personales para hablar sobre determinados hechos o personajes históricos, además de ciertos procesos o temas de carácter histórico. El colmo de todo es que un alto porcentaje se pone a leer en la misma pantalla o en un papel. Esa es su idea de “divulgación” o, en la mayoría de los casos, su idea de que lo hacen formidablemente y que hay lectores y público que los escucha y ve. Igual pasa con las publicaciones, como la que vengo comentando, cuya idea de “divulgación” no se restringe a lo que se dice y cómo se dice, sino a quitar citas textuales y notas al pie, ah, pero eso sí, se exige colocar al final las fuentes de información y la bibliografía. Hay una desconexión total con la comunicación escrita y hablada de los historiadores con las personas, estudiantes, especialistas o público en general. Sigue dándose una confusión entre “divulgación” y “academia”, que lacera, sin duda, la evolución de la historiografía actual. En la era digital esto es muy lamentable.

La historiografía digital es lo de hoy, lo actual, la base desde la cual la historia de los hombres en sociedad conducirá a un conocimiento amplio e informado. Las publicaciones digitales tendrán que darse sin esa confusión que prevalece en el mundo de los historiadores y divulgadores, que involucra por supuesto a los escritores dedicados a narrar la historia mediante la literatura. No es relevante si se colocan en un escrito las citas textuales o notas al pie de página que avalan o refuerzan un relato o narración. No es un requisito de manual historiográfico, lo importante está en otra parte, en la estructura, la claridad, la honestidad y la accesibilidad. Los enredos académicos son para los académicos, la divulgación es para las personas.

julio 04, 2021

La oposición política en México y su historiografía

 

 

Pablo Serrano Álvarez

Triskelion, S.C.

 

En el mes de abril del 2002 fundé el Seminario “Rebeliones, oposición política y democracia en el siglo XX”, con la intención de conjuntar la participación de varios estudiosos sobre ese gran tema de actualidad. Hacer un recorrido por todo el siglo revisando casos de movimientos opositores armados o civiles o, incluso, encabezados por importantes personajes políticos en diversos periodos históricos, fue la intención general de ese seminario de investigación que se convertiría en un libro colectivo.

Por diversas circunstancias no se pudieron llevar a cabo los objetivos, pero el tema quedó esbozado como susceptible de estudio y análisis desde la mirada de los historiadores dentro de la historia contemporánea de México. Unos años después, la historiadora del INAH, Elisa Servín, publicó un importante libro, titulado La oposición política, que emprendió un recorrido historiográfico y de análisis, marcando líneas de investigación y brindando un estado de la cuestión destacado para futuros estudios.[1]

La oposición política ha sido una constante en la historia de México desde su nacimiento como nación. Las rebeliones, revueltas, revoluciones, motines, guerras, movimientos políticos, enfrentamientos o conflictos poselectorales han formado parte de la historia política de la nación o sus regiones o localidades. La inestabilidad política del siglo decimónico e inicios del siglo XX, fue una característica de las querellas políticas personalistas y de movimientos políticos que se opusieron a gobernantes, caciques, caudillos o políticas. Luego vinieron los conflictos o movimientos políticos por temas electorales, que modernizaron, hasta cierto punto, a la oposición con la expresión de partidos políticos u organizaciones opositoras, donde la ideología o los programas de acción fueron bandera para la protesta, la demanda o la movilización contra personajes políticos, gobernantes o gobiernos o partidos. La oposición estuvo vinculada casi siempre a la necesidad del cambio político y al logro de la democracia, prácticamente desde inicios del siglo XX. De la oposición aguerrida por la lucha por el poder, se pasó a la oposición política electoralista. La oposición siempre generó inestabilidad gubernamental o procesos electorales dañados en cuanto a la cohesión o la legitimidad de personajes o gobiernos. La inestabilidad política implicó cambios políticos profundos conforme avanzó el siglo, hasta que se dio una fractura profunda en el año 2000, que modificó el panorama de expresión de la oposición política, vinculándola ahora a una etapa de transición política pero también de alternancia del poder.

Durante el siglo XX la historia mexicana se caracterizó por la presencia constante de movilizaciones políticas, con cariz social, algunas, con intenciones electorales, otras, con causas personalistas, algunas más, y con luchas por el logro de ideales democráticos, varias más. Las rebeliones políticas o sociales fueron un rasgo distintivo de la revolución y posrevolución, mientras que las oposiciones políticas por el logro de la democracia fueron una característica distintiva de la modernidad política alcanzada en la posrevolución y en el periodo contemporáneo.

Las rebeliones y oposiciones políticas fueron momentos coyunturales que mediante la movilización militar, social, campesina, obrera, de las clases medias o de grupos o personajes políticos, oficiales, de derecha o de izquierda, se expresaron contra el Estado, el gobierno, las instituciones, los partidos en el poder o los gobernantes en turno, demandando justicia, equidad, igualdad, equilibrio o ideales democráticos afines a su causa, proyectos o demandas, que coincidía, normalmente, con el logro del poder o el cambio social o político en el país, pero también en las regiones.

Durante todo el siglo XX los movimientos políticos oposicionistas representaron una buena razón para el movimiento de la sociedad civil contra el Estado, coincidiendo demandas sociales con objetivos políticos concretos que demandaban el cumplimiento del ideal democrático nacional, la reforma de las instituciones, la apertura del sistema político o demandas electorales muy concretas.

Partidos políticos, organizaciones sociopolíticas, líderes sociales y políticos, grupos de izquierda, centro o derecha, representaron los actores por excelencia de estas coyunturas o acontecimientos que marcaron a la historia política mexicana durante todo el siglo. Unos se expresaron como movimientos tradicionales, otros como modernos, pero siempre expresando ideales democráticos, cambios políticos o retrocesos o ideales reaccionarios.

Las rebeliones y oposiciones políticas en México marcaron la construcción, consolidación y estabilidad del Estado mexicano durante el siglo XX, pero también las rupturas y continuidades de lo tradicional y lo moderno, el retroceso o el avance en la modernidad política del cambio o readecuación del sistema político, los gobiernos, las instituciones y la lucha democrática nacional.

Las rebeliones militares, sociales, civiles y de personajes o grupos políticos fueron una característica de la Revolución y la posrevolución, mientras que las oposiciones políticas democráticas se insertaron también en el proceso revolucionario y posrevolucionario, pero se distinguieron más en el periodo contemporáneo desde el decenio de los treintas.

El listado de rebeliones y oposiciones políticas es extenso:

 

-       Magonismo.

-       El maderismo.

-       El reyismo.

-       El orozquismo.

-       La asonada huertista de Félix Díaz y Victoriano Huerta.

-       La oposición carrancista.

-       El felicismo de 1916-1917.

-       La rebelión de Agua Prieta.

-       La rebelión de Rafael Buelna.

-       El delahuertismo.

-       La oposición de Arnulfo R. Gómez y Francisco R. Serrano.

-       Cristeros.

-       La rebelión escobarista.

-       El vasconcelismo.

-       El cedillismo.

-       Los grupos comunistas.

-       Los sinarquistas.

-       El almazanismo.

-       La oposición de Ezequiel Padilla.

-       El lombardismo socialista.

-       El henriquismo.

-       El jaramillismo.

-       Navismo.

-       Las movilizaciones de ferrocarrileros, magisterio, médicos.

-       Las movilizaciones estudiantiles.

-       Los movimientos políticos de finales de los setenta y principios de los ochenta.

-       Guerrilla 70s.

-       El cardenismo de 1988.

-       El EZLN, 1994-2000.

-       La gesta democrática del 2000.

 

Cada una de estas rebeliones y movimientos de oposición política dejaron huella dentro de la historia política nacional, marcando, indiscutiblemente, al Estado, el gobierno, las instituciones, la sociedad civil y la lucha constante por el ideal democrático nacional.

La historiografía sobre la oposición política en México es vasta en testimonios, documentos y obras secundarias y hemerografía. Cada momento significó un acontecimiento histórico que se vinculó al cambio político y a la estabilidad política. Destacan los actores históricos que encabezaron la oposición pero igual los movimientos políticos y sociales que se conformaron y actuaron en la expresión contraria al status quo. Una gran muestra historiográfica se muestra en el libro ya citado de Elisa Servín.

Para el caso de la oposición política en el siglo XXI hay una producción abundante que, al calor de los acontecimientos, se fue dando en un par de décadas, donde destaca la expresión de la oposición partidista y de personajes políticos de la izquierda y la derecha en procesos electorales que han sido fuertes para la estabilidad política, como los de 2006, 2012 y 2018. La oposición ha sido una característica del sistema político mexicano actual, con personajes coyunturales pero también con movilizaciones sociales y políticas que han mostrado la expresión de los ideales democráticos de la actualidad. Este tema tan importante sigue esperando que los historiadores lo estudien y aborden suficientemente, es parte indiscutible de la identidad política mexicana.

 

 

 

 



[1] Elisa Servín, La oposición política, México, Fondo de Cultura Económica, CIDE, 2006, (Colección Herramientas para Historia).