enero 13, 2022

Males y tribulaciones de la historiografía mexicana

 

La crisis de la historiografía mexicana permanece desde hace mucho. Se encuentra estancada. No se ha roto ningún paradigma teórico, metodológico o empírico. No hay hallazgos ni encuentros con lo novedoso y original. Los enfoques provienen del extranjero, los problemas de investigación no se resuelven con suficiencia o espectacularidad y, mucho menos, favorecen que se hagan nuevas interpretaciones que, basadas en fuentes de primera mano, lleven a distinguir a la historiografía avanzando y con importantes logros para el conocimiento del pasado. No hay novedades, mucho menos originalidad. Hubo destellos luminosos, pero se han perdido.

La historiografía se encuentra encerrada en el academicismo aburrido y sin rumbo, pero igual en la divulgación vulgar y hecha por encargo y a la ligera. Los historiadores no han ido más allá en nuevos conocimientos que permitan una reinterpretación de la historia mexicana. El oportunismo de efeméride los atrapa a todos, el positivismo sigue vigente en la hechura y escritura de la historia, atrapada en el acontecimiento, la exaltación de personajes, el encumbramiento del dato y la fuente, o, lo que ha sido peor, en un recuento de relatos y supuestos hallazgos de la intríngulis de realidades y verdades a medias o que sirven al momento del poder político o las líneas marcadas por poderosos académicos o funcionarios burócratas serviles usualmente al poder.

Una revisión de la producción historiográfica de los últimos veinte años, nos da la certeza de una crisis mayúscula, que acumula papel tras papel, libro tras libro, página web tras página web, sin sentido, en las bodegas y archivos digitales en editoriales, universidades o en las bibliotecas públicas y particulares.

El comportamiento de los historiadores también ha conducido a una gran crisis historiográfica que no tiene fin. La renovación se impone desde raíz.

¿Cuáles son los puntos centrales de esta debacle de la historiografía mexicana? Veamos.

Fragmentos. Los temas históricos se concentran en un cúmulo de hechos, personajes y minucias sin globalidad o universalidad. Los temas son desvinculados de los contextos o de la totalidad. La descripción enaltece a las fuentes si las hay, en muchos casos es un saco grande de datos y datos sin interpretación. Libros, artículos, ponencias o producciones digitales son acumulativos de la fragmentación temática. Los fragmentos no son unidos en una interpretación que permita ubicarlos en los contextos o trascendencia histórica que reinterprete y avance sustancialmente. Los fragmentos se quedan ahí como un cúmulo de conocimientos embodegados sin mayor trascendencia. Las partes no se unen al todo, o viceversa. El interés fragmentario aburre y no va más allá del migajón. Es clásico de la historia regional o local, también de la historiografía oficial o la historia económica o igualmente de la historia política. Los libros de texto para niveles primarios o de educación media superior no son atractivos por la fragmentación, aburren a los estudiantes y a los mismos profesores. Ya ni se diga en los niveles superiores, donde los estudiantes bostezan y prefieren hacer las consultas o el plagio en la web.

Burocratización. Los historiadores académicos se encuentran atrapados en la recolección de puntos, buscar financiamientos, reportar avances, llenar formularios en plataformas web, informar y apresurarse al logro de metas, además deben informar sobre estímulos y recompensas o reportes a los organismos que les permiten subsistir con ingresos adecuados. Las instituciones han orillado a un galimatías burocrático que los investigadores deben cumplir a fuerzas. No se pueden dedicar de lleno a la investigación y a brindar buenas aportaciones, porque hay premura, complicaciones, enredos y urgencias.

La producción historiográfica se ha burocratizado tanto, que las aportaciones son reflejo de la rapidez con que se estudia o interpreta. La historiografía se ha restringido a informar, sin interpretar o analizar. El chiste es publicar a cualquier precio, a brindar las informaciones pertinentes que cubran o justifiquen el financiamiento. Los refritos son abundantes.

La competencia por plazas de tiempo completo son un galimatías burocrático, una competitividad que se queda en las camarillas con su correspondiente burocracia. Los requisitos para concursar plazas exceden con mucho las posibilidades de los historiadores, proyectos, líneas de investigación, currículum vitae, papeles y papeles y más papeles, entrevistas y pruebas frente a grupo, para que un par de personas decidan, usualmente a favor de los recomendados o poderosos. A personas con trayectoria los desechan, a los recién egresados solamente los aceptan si están ligados a poderosos. La petición de cartas de recomendación refleja eso, las vinculaciones corruptas de la burocracia de los concursos. Hay veces que los concursantes son más sabios que los que evalúan en comités compuestos por historiadores fragmentarios, encerrados en su pequeño poder del cubículo.

Teoritis. La aplicación de conceptos y metodologías históricas del extranjero es lo común en la historiografía académica. Los hallazgos en las fuentes se describen enmarcados en conceptos y conceptos, que si un historiador dijo o dejó de decir, que las corrientes historiográficas, que los métodos, que los análisis teóricos, que las escuelas. La realidad y la verdad se desaparecen como objetos de estudio. A los historiadores académicos les fascina citar autores teóricos para enfocar sus hallazgos, sin lograr una vinculación que conlleve a romper paradigmas, de acuerdo con la realidad histórica investigada. El objeto de estudio se diluye normalmente. Los sesgos teóricos enaltecen ciertos temas, sin avanzar realmente en la interpretación o permitir explicar o aportar al conocimiento novedoso u original.

La teoría lleva a las modas temáticas que surgen de los conceptos, no de la realidad. El exceso de teoría hace que la producción historiográfica sea leída solo por los colegas o estudiantes y que se acumulen las bodegas con libros y revistas que nadie lee o consulta, o se encuentren en las nubes de internet sin ser consultadas por nadie. Pasa en gran parte de las universidades y centros de estudio del país. La historia social o cultural, o incluso la historia económica, está llena de ejemplos. El “marco teórico” destruye la verdad o la realidad histórica, que se pretende construir a base de conceptos y conceptos.

Efemeridología. A los historiadores oficiales, positivistas, burócratas o vinculados con el poder político les fascina hacer historia de acuerdo con las efemérides cívicas que resalta el gobierno en turno, en todos los niveles. Es muy oportunista esta producción, que se percibe en libros, artículos, conferencias, reuniones, páginas web, periódicos, revistas, exposiciones, organismos, redes sociales, etc. No hay un interés por ampliar o profundizar o reinterpretar los momentos históricos, sino reciclar, plagiar, recircular y exaltar los acontecimientos y personajes que forman parte de la historia cívica que los gobiernos de todos los niveles buscan resaltar para la legitimación y el fortalecimiento de la identidad de pertenencia, también relacionados con el tema de los patrimonios, la promoción turística y la parafernalia conmemorativa de ocasión. La historia maniquea o maquillada luego tiene sus adeptos en historiadores profesionales o divulgadores, sobre todo si es bien pagada. Se buscan los valores y principios de una colectividad, más que avanzar en el conocimiento del pasado común o la memoria colectiva. Se reimprimen miles de ejemplares de libros que nadie lee, que denominan “clásicos”, sobre todo, en temas de la independencia, la reforma o la revolución. Se crean organismos para acumular materiales, no para redimensionarlos o vincularlos efectivamente con la necesidad presente de la memoria colectiva.

A los divulgadores o escritores les fascina la efeméride, porque con ello realzan la ficción o la mentira o brindan publicaciones donde se resalta la sangre o la muerte o los sentimientos de la gente del pasado, normalmente ligados a personajes, familias o poderosos. Aplican la ficción a periodos históricos con un cúmulo de mentiras que a la gente les agrada leer. Este hecho, permite a las editoriales privadas tener altas ventas de momento, porque después los libros se van a la trituradora. La historia se convierte en propaganda o en una difusión sin sustento que sirva para conocimientos novedosos que las personas disfruten realmente.

Reconocimientitis. Muchas ocasiones el avance historiográfico depende, sobre todo en la academia, del logro de reconocimientos y premios. Hay historiadores que buscan el reconocimiento de su trabajo con ahínco y dedicación. Viven para ello. Producen y producen libros y artículos y textos varios para que sean reconocidos por la comunidad académica o los gobiernos y ciertas organizaciones, aunque se repitan no importa. Se autopromueven y vinculan en camarillas para lograr ser reconocidos por su trabajo historiográfico.

El reconocimiento se ha convertido en una obsesión historiográfica y de grupos académicos o liderazgos de ciertos historiadores, hasta una Nomenklatura existe, conformada por poderosos. Se reparten las posibilidades con evaluadores o dictaminadores, con tal de ofrecer el reconocimiento, incluso, a trabajos o estudios que no merecen la pena en el avance del conocimiento histórico.

Infinidad de tesis de licenciatura, maestría, doctorado, posdoctorado o investigaciones académicas de calidad se han visto coartadas por reconocer a miembros de las camarillas o grupos que detentan el poder de las evaluaciones, en premios, estímulos y reconocimientos relacionados con la historiografía. El influyentismo perdura en este tema del reconocimiento historiográfico. Se premian a funcionarios o poderosos o líderes de camarillas, no a los que hacen investigación de verdad, por ejemplo. Obviamente, el daño es increíble, porque se reconoce la mala calidad normalmente. Lo anterior incluye la organización de homenajes a historiadores con trayectoria o sin ella. En las universidades y centros de estudio les fascina la organización de homenajes, manera de reconocer a jefes de camarillas y grupos académicos o poderosos funcionarios, ya ni se diga entre las “mafias académicas” en universidades y estados de la república. Honoris Causa o reconocimientos institucionales abundan para dar “caché” a rectores o directores generales o políticos que comandan instituciones con rasgos académicos, ya ni se diga gobiernos de todos los niveles. No es uno sino varios y frecuentes, donde por lo regular no se evalúa la calidad del trabajo historiográfico o las aportaciones a nuevos y renovados conocimientos intelectuales. Premios nacionales y estatales o municipales a historiadores abundan. Esto incluye el ingreso a corporaciones que paga el gobierno con recursos y becas, donde a la mayoría de los miembros no les corresponde tal distinción, que, se supone, es por la calidad no la cantidad de la obra. Publican tomos de los tomos de la obra de los miembros, que solamente enriquece a bibliotecas o bodegas. La aportación intelectual se diluye usualmente. La homeneajitis es una lacra de la historiografía nacional.

Narrativitis. Desde finales del decenio de los sesentas del anterior siglo, el marco de la llamada narrativa ha influido en la producción historiográfica continuamente, con la premisa de que en la forma de relatar la historia hay un acercamiento con la gente común y corriente interesada por conocer su pasado. El enfoque de la narrativa fue bien logrado por algunos historiadores, académicos o divulgadores, una virtud que se enaltece. El relato histórico se vio impulsado con gran ímpetu en circuitos académicos y en el marco de la divulgación histórica. La historiografía local y regional se vio estimulada por este enfoque. Muchos intentaron insertarlo con malas maneras y formas. Unos cuantos lo aplicaron con eficiencia y éxito. Aún ahora es aplicado como forma “chistosita” de narrar la historia y, con ello, acercarse al público consumidor de historias y relatos. En realidad es un estilo, porque no se han dado aportaciones paradigmáticas que influyan en el conocimiento del pasado con gran envergadura. Es una forma de allegarse lectores, mal lograda en la mayoría de los casos. Muchos quisieron copiar a Luis González y González, gran impulsor del tema de la narrativa, sin lograrlo o siquiera alcanzarlo, entre ellos académicos o tesistas o divulgadores. En las regiones fueron legión. Igual en los guiones de los museos o en la prensa. Pulularon dentro de la cultura popular. Muchos han caído en el ridículo porque lo hacen bastante mal, no son narrativos.

Divulgacionitis. Los académicos se han obsesionado con el tema de la divulgación. Sus libros y artículos no han tenido gran impulso en el consumo del gran público. Normalmente, son publicaciones que solamente circulan en medios académicos. Unos cuantos colegas se leen entre ellos dependiendo del tema. Ante el éxito de la novela histórica o la producción de los escritores divulgadores, los historiadores académicos se obsesionaron con hacer “historias de divulgación”. Muchos de ellos creen que hacen divulgación en libros, artículos, exposiciones, publicando en la prensa y las revistas, o en la producción digital, guiones de museos o catálogos de exposiciones, o incorporando amplia iconografía o la utilización de la fotografía, el cine, la TV o el radio; sin lograr realmente aportar novedades originales sobre el conocimiento e interpretación de la historia. Como la ficción no se les da, pues fracasan al aplicar el estilo.

En cambio, los divulgadores históricos, normalmente apoyados por la publicidad o el marketing de las editoriales, como celebridades de la TV, el radio o las redes sociales; han tenido mucho mayor éxito en el consumo de productos de historia. Eso incluye también la participación como “asesores históricos” en telenovelas o filmes con tema histórico.

La obsesión por la divulgación se hizo presa de los historiadores académicos de todas las instituciones educativas o de investigación, museos, archivos, bibliotecas, enmarcados dentro del sistema cultural gubernamental o privado. La competencia ha sido impresionante, pero ha dañado a la historiografía con producciones parcas y con escaso interés, de una generalidad sorprendente. Muchos han querido emular a Enrique Krauze sin lograrlo, por lo que en vez de reconocer su trabajo de divulgación, lo han criticado o denostado porque hace negocio con la historia.

Plagio. La historiografía mexicana ha sido muy dañada por el tema del plagio, sobre todo en la elaboración de trabajos académicos de licenciatura y posgrado, pero también en la producción de investigación. El plagio textual, pero también el plagio de ideas o narrativas, ha sido muy común en los últimos años porque se tiene acceso vía digital a infinidad de libros, artículos, ponencias, conferencias y ensayos. Es más frecuente entre los estudiantes por descuido e impreparación, delicado en cambio en los académicos faltos de ética y seriedad. El plagio de ideas es grave porque se toman enfoques o perspectivas como referencia y con eso se elabora un marco de interpretación igual pero con distinto contenido. Los esquemas se copian sin dar la referencia de rigor. La falta de ética es común en los plagiarios copiones o que sustraen ideas ajenas.

En las últimas décadas, la historiografía mexicana se ha visto afectada por esta dinámica copiona inmoral. Muchos funcionarios académicos lo han practicado, pero también investigadores que no leen y que no van a los archivos, que hay muchos. Es usual en los tesistas de licenciatura y posgrado, cuyos “asesores” no les asesoran, valga la redundancia, ni leen, por irresponsabilidad.

Malinchismo académico. La preferencia por autores o producciones de afuera del país es muy común en México. Unos porque estudiaron en el extranjero, otros porque se sirven de la fama de un historiador externo, unos más porque reciclan ideas o aportaciones teórico-metodológicas que sí funcionan para realidades foráneas, otros porque se encuentran ligados con historiadores o grupos o redes del extranjero y forman parte de esas camarillas veneradoras.

El historiador académico, usual y en su mayoría, recurre a enfoques metodológicos provenientes del extranjero, sobre todo de Europa o Estados Unidos, para aplicarlos a las realidades mexicanas. En unos casos ha funcionado, en otros, es una vinculación forzosa y muy lamentable. Muchos tesistas de licenciatura o posgrado adoran y se hincan prácticamente a la producción historiográfica del exterior del país. Sus aplicaciones son lamentables en muchos casos, pero divulgan lo de afuera primero que nada.

El malinchismo académico también se expresa en reconocer, divulgar, homenajear obras y autores o incluso publicar hasta el cansancio, para ciertos temas y periodos por supuesto, a personajes historiadores que han escrito sobre la historia mexicana en algún momento. Hay casos muy lamentables, otros no tanto. No se trata de xenofobia sino de crítica historiográfica. Ha habido historiadores de excelencia que han dado aportaciones indiscutibles sobre ciertos temas y periodos, que han merecido reconocimiento y exaltación, pero hay una inmensa mayoría que no se ha dado el caso y sin embargo disfrutan las mieles de la adoración ciega e innecesaria, casi arrastrada por cierto. Infinidad de tesistas estadounidenses o europeos han producido historiografía sobre México, una gran parte de esos trabajos no valen la pena por su generalidad y carencia de entendimiento de la historia mexicana, pero ciertos historiadores mexicanos les rinden pleitesía.

Hay historiadores académicos que promueven recursos para exaltar a ciertas figuras, publican todo lo que escriben y homenajean frecuentemente. Ahora con las redes sociales, hay historiadores que impulsan y promueven la obra de historiadores externos, no de muy buena calidad que digamos, o con enfoques ya superados, cosa que no hacen con las aportaciones u obras de los mismos historiadores mexicanos. Este comportamiento es lamentable y poco ético.

Las universidades y centros de estudio en México contratan a profesores-investigadores extranjeros. Por alguna circunstancia los prefieren. Gran mayoría de ellos no cuenta con trayectoria académica suficiente o no poseen el grado de doctorado. Algunos son profesores de formación, cuentan con títulos equivalentes a profesorados, licenciaturas o maestrías. Argentinos, españoles y estadounidenses son los predilectos. Además se convierten en funcionarios académicos o coordinadores de carreras o equipos de investigación dentro de las instituciones. Pocos aportan a la historiografía mexicana con suficiencia, algunos trabajan temas foráneos sobre Europa, Estados Unidos o Sudamérica. En las últimas tres décadas del siglo XX, hubo una invasión de profesores-investigadores extranjeros en las instituciones académicas dedicadas a la historia en el país. Muy pocos estimularon a la historiografía mexicana como debería y se lo merece. Las instituciones de “prestigio” creen que contando en sus filas con historiadores extranjeros hacen grandes logros. Es imagen más que sustancia o avance. Más bien, diría yo, es malinchismo.

Turismo académico. La burocratización de los historiadores académicos ha sido impresionante en las últimas décadas. Las instituciones han burocratizado al más no poder a los académicos, investigadores y docentes. La necesidad de incrementar ingresos o financiar proyectos de investigación ha conllevado el intercambio académico con el mundo. La asistencia a congresos, estancias académicas, conferencias, reuniones, establecimiento de redes o labor docente en universidades y centros de estudio en el extranjero ha sido una dinámica constante desde la década de los noventas del siglo anterior. Sin embargo, se ha caído en un abuso permanente por parte de los académicos, el intercambio se ha confundido con la realización del turismo académico. No hay proyecto o institución que no lo avale. Gran parte de los presupuestos financieros institucionales o de proyectos de investigación, se elaboran con ciertas tajadas para el intercambio académico, confundido por la realización de turismo. Normalmente, un texto se presenta varias veces en reuniones académicas en diversas partes de México o el mundo. La exposición es de quince minutos, y, para eso, se gastan recursos de traslado, estancia, hospedaje, pago de la reunión, etc., por varios días, sino es que semanas. Algunos van a estancias académicas inservibles, ya que funcionan solamente para incrementar puntitos y el listado curricular, sin mayores aportaciones. Hay académicos que viajan prácticamente cada mes o por varios periodos de tiempo en cada año. Si son funcionarios académicos es peor. Algunos cargan con la pareja o la familia a costa del erario universitario u oficial. Si la reunión dura tres días normalmente, pues el académico se queda más días porque pasea al mismo tiempo. Esta práctica frecuente ha ocasionado que la producción se vea afectada. Hay textos que se reproducen hasta diez veces en publicaciones, como memorias o libros de las reuniones, discos compactos o páginas web. Hasta le cambian el título a los textos para no verse evidenciados. Sus aportaciones ni siquiera resaltan en las reuniones a las que acuden. Una somera evaluación de los estímulos o reconocimientos da por resultado esa circunstancia. No se aporta nada, no se evoluciona en nada, con textos reciclados de propia mano que, además, luego se convierten en artículos en revistas “especializadas”. La falta de ética y la corrupción imperantes en el medio académico da por resultado esta lacra del turismo académico. El intercambio se ha convertido en el pretexto ideal del turismo.

La ética. Hay historiadores que no leen, que no van a los archivos, que explotan a un ejército de asistentes y ayudantes, que no van a dar sus clases, que plagian con palabras bonitas trabajos de investigación de sus alumnos, que organizan pachangas y reuniones para ver a los cuates, que se convierten en funcionarios para gozar de las mieles del poder, que inventan fuentes o se las roban, que repiten y repiten publicaciones, que ni siquiera ponen notas al pie de sus escritos porque esa labor la hace un asistente, que viajan a reuniones o conferencias sin mayor aportación que su voz, que están incorporados a organizaciones o redes sin hacer prácticamente nada, que son dictaminadores y evaluadores para favorecer a sus camarillas, que influyen en lo que se publica y no, que reciclan artículos en varias revistas o publicaciones periódicas, que editan o coordinan los libros para autopublicarse y tener más puntitos, que plagian y autoplagian, que teorizan sin acercarse lo más mínimamente a la realidad que supuestamente investigan o analizan, que solicitan recursos de proyectos para beneficiarse con equipo tecnológico o de publicaciones, que intervienen en la dictaminación de plazas académicas sin el mayor pudor para favorecer a sus cercanos, que rinden pleitesías a los poderosos o funcionarios en turno, que se arrastran para participar en proyectos, seminarios, reuniones o fiestas con tal de publicar y beneficiarse en algo. La falta de ética es muy común dentro del medio de los historiadores y divulgadores mexicanos. No hay principios o valores que lo impidan, porque la competencia de los puntitos que favorecen los ingresos o la posición impera por sobre el avance paradigmático del conocimiento histórico. La convocatoria de las plazas para investigadores o docentes, usualmente y en general, se encuentran amañadas a favor de los cercanos, estudiantes o colegas. Prácticamente, en las universidades y centros de estudio, el tema de las plazas, tan restringido por las finanzas públicas, se encuentra intervenido por las camarillas o líderes o jefes. Entran los que rinden pleitesías o los que se identifican con los intereses de ciertos grupos. Infinidad de colegas historiadores se quedan fuera, siendo más valiosos que los que entran. Este manejo es poco ético y hasta inmoral.

Hay historiadores moralinos que critican a los divulgadores o a los historiadores que actúan en medios institucionales del gobierno. No se atreven con los académicos. Hay tres casos muy sonados. No tienen suficiencia en sus críticas porque finalmente actúan igual o peor a los que critican. Eso sí, han publicado libros enteros reflejando envidia o egoísmo en torno a figuras importantes que escriben sobre historia mexicana con frecuencia. Uno de los críticos que escribió un manual nunca ha hecho investigación en archivos o producido una historiografía solvente. Otro critica lo que se hace en la divulgación histórica, más bien con el hígado que con la suficiencia académica, lo hace tan mal que da pena. Uno más se ha atrevido a corregir datos de un eminente historiador que ha aportado a la divulgación histórica del país, como nadie lo ha podido hacer. La crítica historiográfica se ha diluido en desborde de personalismo barato.

Los males y tribulaciones de la historiografía mexicana impiden que la disciplina avance y descubra nuevas formas o vertientes del conocimiento del pasado. El historiador mexicano se encuentra atrapado en una dinámica de competencia, no por el conocimiento, sino por la mediocridad, el burocratismo, la arrogancia, la ignorancia y la mala ética. La competitividad del medio de historiadores es por las plazas, las publicaciones, la labor docente, los nombramientos, los reconocimientos, los estímulos, no por el estudio y avance de la historiografía, que sigue siendo positivista, atrasada, necia, oficial, mentirosa, contradictoria, incoherente y con falacias, poco profesional. Eso es en lo que termina la enseñanza de la historia, a veces tan cacareada innecesariamente como la palestra de la formación y especialización de los historiadores. Sus bondades se diluyen en la práctica. Se impone una transformación pronta que, sin duda, harán las nuevas generaciones de historiadores mexicanos, que contarán con otra misión y visión sobre el pasado, el presente y el futuro de la historia. Librarán un combate más.

 

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