agosto 29, 2021

Agustín de Iturbide . El libertador malvado y patriota

Agustín de Iturbide y Aramburu nació criollo, noble, rico. El 27 de septiembre de 1783 fue su alumbramiento en Valladolid. María Josefa Aramburu y Carrillo de Figueroa fue su madre. Su padre lo fue José Joaquín de Iturbide y Arregui de origen navarro. Fue el mayor de cinco hijos. Fue bautizado en el templo y convento de San Agustín cuatro días después de nacer. Sus nombres Agustín, Cosme Damián. Tuvo una infancia muy segura, con el futuro garantizado. Su formación académica fue en el Seminario Conciliar de San Pedro. No tuvo vocación sacerdotal, no se le dio la ciencia y tampoco la literatura, aunque destacó en los cursos de gramática latina. Lo suyo fue ser jinete y las labores del campo. Los caballos eran su pasión desde muy chico. Le llegaron a poner el mote de Dragón de fierro. Descubrió también la pasión por las armas. Fue adepto a la disciplina y la obediencia. A los 14 años fue nombrado segundo alférez. En poco tiempo contó con una hoja de servicios envidiable para otros en la carrera militar. En 1800 ya formó parte del Regimiento de Infantería Provincial de Valladolid, vinculado al Conde de Casa Rul. Cinco años después se casó con Ana María Huarte. Tenía 22 años. Con ella tuvo diez hijos. Miembro de las milicias vivió en Jalapa, donde conoció al virrey José de Iturrigaray. Fue ascendido a primer alférez. Luego anduvo en la ciudad de México, centro neurálgico de la Nueva España, arreglando asuntos de propiedades, pero también mezclándose con el medio político de los criollos en pleno momento en que sucedieron los hechos por la autonomía en septiembre de 1808 y que derribaron del poder a Iturrigaray. Se publicó una lista de los que ofrecían sus servicios para el Virrey interino Pedro Garibay. La familia de Iturbide hizo aportaciones de recursos a la causa que apoyaba al rey Fernando VII desde la capital novohispana. 

Agustín adquirió la hacienda de San José de Apeo, que se encontraba en la población de Maravatío, que costó 93 mil pesos de aquella época. Se dedicó a cuidar de esa propiedad. La producción y comercialización de sus productos agrícolas, se complementó con el cuidado de los caballos y el ganado. Agustín estuvo involucrado con la Conspiración de Valladolid de finales de 1809. Se dice que le habían hecho ofertas, pero que no estuvo de acuerdo, por lo que se alejó de los conspiradores, de hecho, participó en delatar y que se arrestara a varios. Iturbide era un miembro activo de la élite de criollos de la intendencia.

Ya desde entonces, Agustín era impetuoso y bastante pretencioso, tenía un carácter ambicioso y se quería comer el mundo. Prepotente y mandón, manejaba sus propiedades y comercios, igual contaba con una postura fuerte en el entorno de la familia. Los vínculos con personajes importantes de los españoles y criollos en Valladolid y en la ciudad de México, comenzaron a ser muy importantes. Fuerte y engreído, el futuro era un sendero abierto y prometedor. Las fuentes así lo constatan, igual sus escritos. Tenía claridad de pensamiento porque se refleja en sus escritos y correspondencia. La enseñanza de la gramática y la lectura dieron bases fuertes en su expresión escrita. Ya desde entonces se notaba la claridad de ideas, su religiosidad y su disciplina militar. 

En octubre de 1810, Valladolid fue presa de los insurgentes comandados por Miguel Hidalgo. La insurrección fue violenta. Varios personajes y propiedades de españoles y criollos fueron amenazados y atacados, militares fueron apresados, autoridades tuvieron que huir. La familia Iturbide tuvo que escapar ante las acciones y las amenazas. Agustín catalogó entonces a los insurgentes como indios y mestizos que solamente saqueaban, herían y mataban. En San Felipe del Obraje, Agustín se acercó a las cabezas de la rebelión. Miguel Hidalgo le hizo proposiciones para que cambiara de bando. El mismo Agustín escribió que jamás podría apoyar a la insurgencia, porque estaba del lado de su familia y la lealtad al Rey era imposible de modificar. El futuro inmediato lo constataría.

El Virrey Venegas recompuso al ejército realista ante la insurgencia. Ordenó a Iturbide unirse al destacamento de Torcuato Trujillo para atacar a los insurgentes que buscaron atacar la ciudad de México. Parece que Iturbide sabía de las intenciones de Hidalgo, por lo que hizo enterar a Trujillo de ciertos movimientos que buscaban el ataque al centro de Nueva España. Iturbide se unió en Toluca a las fuerzas realistas que habían recibido instrucciones para contener a los insurgentes que se acercaban. El escenario del Monte de las Cruces fue el sitio de la batalla el 30 de octubre. Los realistas tuvieron que retirarse ante la fuerza numérica de los insurgentes, pero bloquearon el camino a la ciudad. Iturbide se desempeñó muy bien en el combate, por lo que Trujillo lo recomendó para ser capitán en el regimiento de Tula que actuaba en la zona de Taxco en el sur. Además, Iturbide tuvo negocios con el ejército realista mediante surtimiento de animales y enseres provenientes de la propiedad de su padre o de él mismo. Hizo reclamos al Virrey a inicios de 1811 al respecto, que le fueron respondidos con agradecimiento por estar en la causa de combate contra los insurrectos. Las batallas se recrudecieron en el sur al frente de José María Morelos. Los realistas tuvieron que sortear varios combates. Iturbide anduvo por ahí. 

La insurgencia se vio incrementada en el Bajío luego de que se estableció la Junta Gubernativa comandada por Ignacio López Rayón. Iturbide fue trasladado al mando de Diego García Conde, comandante en la intendencia de Guanajuato. Allí tuvo relación con José María Calleja y Pedro Celestino Negrete, con quienes estrechó lazos de amistad. El combate a la insurgencia fue una prioridad en la región. Primero los realistas reorganizaron a las milicias en la ciudad de Celaya, centro neurálgico de las acciones militares contra los insurgentes y guerrilleros de la zona. Luego instrumentaron acciones de campaña persecutoria y de represión en haciendas, comunidades y poblados. Iturbide fue nombrado al cargo del Regimiento de Celaya. Las persecuciones contra los insurrectos fueron intensivas, utilizando estrategias y tácticas militares con el uso de la fuerza bruta. Iturbide se caracterizó por incorporar la crueldad y la sangría en las persecuciones y aprehensiones de insurgentes y adeptos, incluidas las mujeres y los niños. La gloria vino con la aprehensión y asesinato de Albino García, un líder guerrillero, contrabandista y criminal que logró asolar al Bajío entre 1810 y 1812. Iturbide lo apresó en Valle de Santiago y lo trasladó a Celaya para fusilarlo, junto con unos cabecillas que lo secundaban. El cuerpo del guerrillero fue desmembrado, su cabeza se expuso en Celaya, una mano se envió a Irapuato pero se quedó en Salamanca, y la otra mano se envió a Guanajuato. Las órdenes provinieron de Iturbide, que continuó persiguiendo guerrilleros insurgentes, como a Liceaga en Valle de Santiago. Estaba al mando de más de 400 militares, por lo que sus acciones se recrudecieron por la escapatoria de varios cabecillas. En Celaya, Iturbide era admirado por sus acciones que mantuvieron a esta ciudad libre de ataques de los insurrectos.

De los informes que Iturbide presentaba a la superioridad militar realista o al Virrey, se contabilizaron por esas fechas más de 40 encuentros militares persecutorios. Iturbide despreciaba profundamente a los insurrectos y guerrilleros del Bajío, denominándolos criminales, asesinos, miserables, que merecían el castigo por ser ignorantes. Calleja nombró a Iturbide como coronel encargado del Regimiento de Infantería de Celaya, que en poco tiempo creció y congregó a más de 1, 200 hombres organizados en ocho compañías. Su acción cubrió de Querétaro a Guanajuato. Calleja se convirtió en Virrey a principios de 1813, por lo que Iturbide tuvo cercanía directa con la máxima autoridad de Nueva España. La seguridad se reforzó en el Bajío para ese entonces. Hubo quejas de varios pobladores españoles y criollos, además de clérigos, en contra de Iturbide, que expresaron su crueldad y ciertos negocios sucios con tierras, propiedades y negocios, que llegaron a la vista del Virrey. De hecho, Calleja mandó a investigar al respecto. A pesar de esto, el Virrey nombró comandante en Guanajuato a Iturbide y a García Conde en Valladolid. Ambos mandos se compartirían acciones para perseguir y combatir a la insurgencia. Iturbide también combatió a las huestes de José María Morelos en Valladolid al mando de Ciriaco de Llano, hacia finales de 1813. Se volvió a cubrir de gloria al expresar que Morelos no era invencible, lo había derrotado.

Iturbide pidió al Virrey Calleja que fuera elegido miembro de la Orden Nacional de San Fernando en 1814, creada por las Cortes en España, para que a su vez se hiciera la solicitud a la Regencia. Sus argumentos y justificaciones reflejaron entonces su arrogancia y necesidad de reconocimiento, y que eran la captura y fusilamiento de Albino García en Celaya, la derrota de los insurgentes en Calpulalpan, la reducción del fuerte en el paraje de Liceaga en Yuriria, la captura del fuerte de Zacapu, la batalla en el puente de Salvatierra y el descalabro a los rebeldes de Morelos en Valladolid. Decía que esas acciones se habían dado por la vinculación de Dios y los ejércitos, y que sus servicios habían sido un instrumento que merecía ser reconocido. La distinción no le fue concedida.[1]Se refugió en su cuartel de Irapuato a finales de aquel año, hizo que se manifestaran conmemoraciones por la restauración del Rey español Fernando VII, con repiques de campanas y saludos de artillería en varios pueblos y ciudades de Guanajuato en octubre, como una muestra de su fidelidad al monarca. Por esas fechas, además, anunció medidas para diseminar a la insurgencia y la insurrección, entre ellas, el apresamiento de personas ligadas a los jefes y líderes, mujeres y niños incluidos. Si ya lo hacía en sus acciones, ahora lo puso en el papel. Esto generó protestas y quejas ante las autoridades virreinales, en concreto de un sacerdote de apellido Lebarrieta de la zona de León, que levantó ámpula y dio la ocasión de que varias personas del Bajío hicieran testimonios sobre la crueldad de Iturbide al mando de la milicia realista. A pesar de lo anterior el 25 septiembre de 1815 Iturbide fue nombrado comandante del Ejército del Norte y de las intendencias de Guanajuato y Valladolid, y siguió al mando del Regimiento de Celaya igualmente. Iturbide tuvo el mando de 4 mil hombres y, según sus informes, cuando estuvo al cargo de las fuerzas en la intendencia de Guanajuato había recorrido 5 mil leguas en persecución de insurrectos y guerrilleros. La crueldad de Iturbide continuó siendo una característica en sus acciones contra los rebeldes.

En abril de 1816, Agustín fue requerido por el Virrey Calleja en la ciudad de México. Tuvo que rendir cuentas sobre las quejas que en su contra se habían formulado por multitud de personas. Lo acusaron de todo. Corrupción, crueldad, malos manejos, robo, asesinato, crímenes. Se dijo que poseía propiedades en Querétaro, Guanajuato y, obvio, en Valladolid, que poseía dinero en efectivo que conservaba en algún lugar, más de 300 mil pesos. Iturbide se defendió postulando a la religión, al rey y el logro de la patria. Las tres palestras que defendería en esos años fueron declaradas en sus informes y contestaciones ante tanta acusación que parecían creer las autoridades militares y el mismo Virrey. Calleja solicitó informes adicionales en Guanajuato. Lo incriminaron más. Se decía que Iturbide había destruido a la industria, al comercio, a la producción agrícola y las comunicaciones en su andar por el Bajío. Amplios sectores se quejaron de sus acciones que afectaron al aparato productivo y a multitud de personas. Renunció a su doble cargo y permaneció como comandante del Regimiento de Celaya. Emprendió una justificación muy larga, donde se defendió de los cargos sobre su crueldad con mujeres y niños o con los prisioneros o apresados. Igualmente, defendió su religión y sus deberes como emprendedor de labores productivas adicionales a sus labores como militar. Sus actividades mercantiles fueron justificadas vinculándolas a sus labores mercantiles y agrícolas familiares. Calleja fue reemplazado por Juan Ruiz de Apodaca a finales del tercer trimestre de 1816. En el mes de septiembre se emprendió el cambio de autoridad. El nuevo virrey fue enterado sobre las acusaciones de arbitrariedad, corrupción y crueldad de Iturbide. El Virrey saliente informó a las autoridades españolas sobre las acusaciones contra Iturbide, casi exculpándolo y resaltando su labor como uno de los militares más destacados en la lucha contra la insurgencia. De hecho, las acusaciones continuaron llegando al palacio del Virrey con todo y las justificaciones y defensas. Las autoridades dijeron que las acusaciones eran injustificadas. Apodaca nombró como Comandante del Ejército del Norte a Francisco Orrantia, y en el caso de la Comandancia de Guanajuato fue designado Cristóbal Ordóñez, reemplazando a Iturbide a finales del mes de octubre de 1816.

La arrogancia de Iturbide se expresó en una larga carta que envió al Virrey Apodaca, manifestando que tenía noticias de que la insurgencia había vuelto a expresarse en Guanajuato y Valladolid. Como insinuando que los cambios de comandantes habían ocasionado la falta de control contra la insurgencia de la región, sobre todo en Guanajuato. Justificó que las quejas recibidas habían sido concebidas para impedir que volviera y ante la colusión de sus enemigos. Los rebeldes se estaban apoderando del Bajío, lo que le preocupaba. Expresó su devoción religiosa y el apoyo irrestricto a Fernando VII. De todas formas, quedó separado del servicio. En enero de 1817, su esposa y varios de sus hijos se fueron a residir a la ciudad de México, lo que indicó que Iturbide se quedaría en la capital de Nueva España. Se dedicó a trabajar en sus haciendas y negocios, incluso pidiendo préstamos a ciertos personajes criollos, como Diego Fernández. Quedó desprestigiado militar y políticamente, pero con los contactos y alianzas suficientes para resurgir en algún momento. Consiguió una hacienda cerca de Chalco, para vivir con su familia, donde estuvo hasta 1820 con ciertos problemas financieros. Los problemas en el Bajío afectaron el ánimo de Agustín, que quedó muy afectado emocionalmente por la traición y deslealtad de muchos personajes de varios lugares del Bajío, donde tuvo vínculos muy estrechos y fue muy popular, tanto en el gremio militar como en el religioso.

La estancia en la ciudad de México permitió que Agustín de Iturbide se enamorara de una mujer llamada María Rodríguez y Velasco, que tenía el mote de la Güera Rodríguez. Anduvo de corrillos, fiestas y actividades con ella. Derrochó dinero y prestigio dentro del medio de los criollos. Se expuso públicamente a los chismes de ocasión de la gente famosa de la ciudad. Acusó a su esposa de infidelidad incluso. De todas formas seguía figurando como uno de los militares realistas más prestigiados y reconocidos. Fue cuando se convirtió de “realista sanguinario a ardiente patriota”.[2]Las reuniones de La Profesa a principios de 1820 lo incluyeron para que fuera el que liderara una conspiración para independizar al país. El líder fue Matías Monteagudo, Rector de la Universidad de México, junto con otros clérigos. Pidieron ayuda a Iturbide, dado su desencanto con las autoridades virreinales. Se dice que ese Plan contuvo las ideas que luego vertería el personaje en Iguala, un año después. Muchos dijeron que el Plan de Iguala emergió de las manos del clérigo Antonio Joaquín Pérez, que había sido diputado en las Cortes de 1812. Con todo, hubo variantes importantes en los planteamientos. El Plan fue redactado por Iturbide en Teloloapan, ya que el texto fue dictado a Antonio de Mier.

El 9 de noviembre de 1820, Agustín de Iturbide fue designado por el Virrey como Comandante del Distrito Militar del Sur, que se extendía desde Taxco hasta Acapulco. La intención era combatir a Vicente Guerrero, que se había mantenido en pie de lucha por una década, sin que los realistas hubieran podido con él. La conciliación con Guerrero en torno a la paz, la unión y la religión no fructificó por nada. Iturbide era el indicado para enfrentar a Guerrero. La vuelta a la vida militar reactivó a Iturbide. Solicitó dinero para que su familia se mantuviera en su ausencia. A pesar de que el clima caluroso no era del agrado de Agustín, el reto de enfrentar a Guerrero era una afrenta importante para resurgir, luego de los descalabros del Bajío. Consideraba que la puesta en práctica de la Constitución de 1812 impondría cambios destacados para avanzar en la independencia y la autonomía que se buscaba por años. Iturbide había cambiado de ideales y obraba en consecuencia, ya que estaba disgustado con las autoridades virreinales que no lo exculparon del todo, públicamente, de las acusaciones en su contra en el pasado inmediato. Combatir a Guerrero implicaba participar en la pacificación del sur, como lo hizo en Valladolid y en el Bajío, ahora con 1, 800 hombres a su mando, incluso contando con 500 miembros del Regimiento de Celaya. Sin embargo, las acciones fueron endebles o el bando realista perdió en varias acciones. Además, no contaba con suficientes recursos para mantener al ejército. A inicios de 1821, Iturbide se encontraba enfermo, sin recursos y claramente decepcionado.

Desde diciembre de 1820, Iturbide comenzó a concebir un plan de pacificación, que compartió con varios amigos, entre ellos Pedro Celestino Negrete, Gómez de Navarrete, Manuel Gómez Pedraza, Juan José Espinosa de los Monteros, Domingo Luaces, Anastasio Bustamante, el obispo Cabañas, Pedro José de Fonte, Miguel Bataller. Había escrito papeles que compartió con más personas, esbozando su plan de independencia y el logro de la pacificación tan anhelada. El 18 de febrero escribió al Virrey anunciándole que las fuerzas de Vicente Guerrero habían caído con un número de 1, 200 hombres. Decía que estaba en negociaciones para hablar con el líder insurgente del sur. Se trataba de poner a sus órdenes, decía, a más de 3, 500 personas seguidores de Guerrero. El líder insurgente había contestado a Iturbide el 20 de enero que no perdonaría al gobierno español y que su postura se centraba en “independencia o muerte”. Se dice que hubo una entrevista cara a cara entre Guerrero e Iturbide, ocurrida en Acatempan, pero más bien las negociaciones sobre el Plan de Iturbide empezaron antes por escrito y por medio de emisarios.

El 23 de febrero, en una misiva enviada al Ayuntamiento de Acapulco, Agustín de Iturbide estableció claramente el planteamiento fundamental del Plan de Iguala:

 

Todas las medidas necesarias han sido tomadas; han sido calculados todos los recursos y los peligros; los intereses de los europeos y mexicanos han sido integrados; opiniones y rivalidades han sido reconciliadas; grandes peligros han sido evitados o proscritos por el plan presentado al Jefe del Reino y al ejército protector denominado de Las Tres Garantías, esto es, la conservación de la Religión Católica Apostólica Romana, sin la tolerancia de ninguna otra fe; la independencia absoluta de México, y la íntima unión de europeos y mexicanos. Este plan está terminado, Dios, la razón y la moral, tanto como la fuerza física están de nuestra parte. Para ustedes sólo queda la tarea de rectificar la opinión pública y controlar cualquier movimiento, por ligero que sea, que individuos sediciosos pudieran incitar. Un extracto del plan acompaña esta carta.[3]

 

Iturbide devino en un gran conciliador y negociador. Era malvado, pero humilde en concebir un plan que finalmente llevaría a la unidad de las fuerzas que por más de una década buscaban la emancipación. Lo importante era pacificar con unidad de miras. Iturbide fue una personalidad indiscutible del momento. El 24 de febrero de 1821, Iturbide firmó el Plan de Iguala con 23 artículos. Iturbide se desligó de la conspiración de La Profesa y de la opinión de varios personajes, estableciendo con firmeza que él concibió, entendió, publicó y ejecutó dicho Plan, nadie más. Él se convirtió en el gran protagonista de la obra de la independencia. Las ideas de Iturbide eran indudables: “El fin de mi plan es asegurar la subsistencia de la religión santa, que profesamos y hemos jurado conservar; hacer independiente de otra potencia al Imperio de México, conservándolo para el Sr. D. Fernando VII, si se digna establecer su trono en su capital bajo las reglas que especifico y hacer desaparecer la odiosa y funesta rivalidad del provincialismo y hacer, por una sana igualdad, unir los intereses de todos los habitantes de dicho Imperio”.[4]El Virrey montó en cólera, a pesar de que algunos dijeron que había favorecido el Plan. Iturbide quedó como un glorioso libertador desde entonces. Por necesidades militares, Iturbide y sus fuerzas detuvieron un cargamento de plata que se conducía al puerto de Acapulco, era necesario financiar al Plan y su instrumentación costaría dinero. El Virrey reemplazó a Iturbide del mando del Distrito Militar del Sur. Fue acusado entonces de sedicioso. Luego fue ordenado que se intervinieran sus propiedades.

Agustín de Iturbide tenía una personalidad fuerte. Era engreído y constante, necio. Estaba entusiasmado con el Plan de Iguala. Se dedicó a divulgarlo, escribió a mucha gente de la Nueva España y de España. No solamente políticos que abundaban, sino gente rica y de la nobleza. Españoles peninsulares incluidos. Sus argumentos eran muy claros. El Plan daba certeza a la nueva nación, luego de más de una década de lucha. Él era el instrumento, el actor por excelencia, el autor del documento. Todos sus escritos, informes y correspondencia, coincidieron en los principios que enarbolaba el Plan. La propaganda fue amplia en todos los rincones novohispanos y en el extranjero. Justificó su retirada de la causa española. Infinidad de realistas se convirtieron a la causa iturbidista. El ejército de las tres garantías creció de inmediato con insurgentes de distintos lugares. Iturbide pronto se erigió en el Comandante del Ejército Trigarante. Hasta Guadalupe Victoria sugirió que en vez de príncipe español debería elegirse a un monarca novohispano, tendiendo la idea de que Iturbide lo fuera. Los soldados fueron acuartelados, los clérigos se convirtieron en divulgadores de los postulados del Plan. Para agosto de 1821, Iturbide hacía apariciones públicas en la ciudad de México, para arengar a las personas en torno a las bondades indiscutibles de la independencia. Consumó su posición como el gran libertador de México. La persona que había logrado la independencia nacional mediante la conciliación y la unidad. 

En junio se dio la noticia en Madrid del viaje del nuevo Capitán General de la Nueva España, Juan O´Donojú. Viajaba con ciertas instrucciones relacionadas con la independencia, que fueron de carácter secreto. Fue instruido al respecto, sobre la postura que debía asumir en torno a la liberación novohispana. En el mes de Julio ya se encontraba en San Juan de Ulúa. Al mes hizo declaraciones sobre el liberalismo y el fin del despotismo. Iturbide envió a dos emisarios para tratar con O´Donojú. Para el 31 de agosto era evidente que la Nueva España se había perdido por la fuerza del Plan de Iguala y por la acción negociadora del libertador Iturbide.

La habilidad de negociación de Iturbide pronto dio frutos. Dio órdenes para que se dieran las facilidades cordiales para que O´Donojú se trasladara a la ciudad de Córdoba, donde se entrevistarían ambos. La cordialidad brilló en el ambiente. La buena fe se dio entre ambos personajes. La intención era desatar entuertos y facilitar varias cuestiones relacionadas con los intereses de la Vieja España y la Nueva España. El 24 de agosto, luego del intercambio de pareceres, se firmaron los Tratados de Córdoba. Se reconoció la independencia, además de un gobierno de monarquía constitucional. Se estableció la invitación a Fernando VII para que aceptara la corona o, en su caso, de los príncipes Carlos, Francisco de Paula o Carlos Luis. Si no hubiera aceptación, entonces el Congreso de México designaría a una persona, que establecería su Corte en la ciudad de México. Se definieron las bases para el gobierno ejecutivo para la conformación de una Junta. El Tratado aprobó el Plan de Iguala, con ciertos cambios, pero enalteciendo la abolición de las distinciones de castas y la preservación de los privilegios clericales. O´Donojú fue incluido dentro de la Junta creada. El Tratado estableció también que se protegería la vida, la libertad y la propiedad de los europeos.

El informe de O´Donojú fue contundente, luego de la celebración de los Tratados de Córdoba:

Todas las provincias de Nueva España habían proclamado su Independencia. Ya sea por la fuerza o en virtud de capitulaciones, todas las fortificaciones habían abierto sus fuerzas a los campeones de la Libertad. Ellos tenían una fuerza de 30 mil soldados de todas las armas, organizada y disciplinada, una ciudadanía armada entre la que las ideas liberales habían sido efectivamente diseminadas, soldados que recordaban las debilidades (a las que ellos le daban otro nombre) de sus antiguos gobiernos. Éste ejército estaba dirigido por hombres de talento y carácter. A la cabeza de éstas fuerzas estaba un comandante que sabía cómo darles inspiración y cómo obtener su favor y su amor. Este comandante siempre las había conducido a la victoria. Tenía de su lado todo ese prestigio que se otorga a los héroes.[5]

 

Para Iturbide, con el Tratado se había puesto un fin definitivo a la colonia. El comandante Iturbide escribió al Obispo de Puebla con gran claridad:

 

Participad del gozo que me embarga porque acabamos de dar el toque final al enorme trabajo que emprendí para el bienestar y la felicidad de mi país. Su excelencia, el Señor O´Donojú, un hombre de cultura, con una franca disposición y maneras delicadas, animado por ideas de libertad y amor por sus semejantes, ha estado de acuerdo conmigo en que la guerra y sus males deben terminar completamente. En general, él ha adoptado el plan que proclamé y que juré respaldar en Iguala. Se están enviado órdenes al Señor Novella al efecto de que arregle la capitulación de la Ciudad de México de una manera similar a aquélla en la cual se han rendido otras ciudades. Esta capitulación dejaría, como en otros casos, a todo mundo en completa libertad de moverse a donde guste permanecer entre un pueblo que se ha liberado de una manera que no tiene precedentes en la historia de las naciones… Felicitémonos por tan buena fortuna y confesemos, a pesar de lo mal que pudiera parecer a los filósofos e incrédulos, que ni la suerte ni el curso regular de los acontecimientos, sino la mano de la Providencia cuyos designios no pueden obstruirse sin malicia o confundirse sin erros, nos ha conducido hacia este punto.[6]

 

Iturbide se cubrió de gloria. Tomó las riendas del gobierno. Como Comandante del Ejército Trigarante dio instrucciones para su entrada triunfal a la ciudad de México. Anunció que se instalaría una Junta Legislativa y la Regencia. Organizó al clero de la ciudad de México para la ocasión, igualmente a las milicias a su mando. El 27 de septiembre fue significativo para el nuevo país y para su libertador. Era el cumpleaños número 38 de Iturbide. 15 mil soldados hicieron su entrada a la ciudad, comandadas por el cumpleañero. O´Donojú esperó en el Palacio de los Virreyes la llegada de Iturbide, que pasó revista a los miembros del gran ejército. Luego Iturbide fue a la Catedral al Te-Deum, para luego volver al banquete en Palacio. El Cabildo de la ciudad asistió, uno de los regidores exclamó: “!Vivan por don celestial clemencia, la Religión, la Unión, la Independencia!”.[7]

Un testigo presencial de la entrada del ejército trigarante en la ciudad de México escribió:

 

-      Hacía un sol muy hermoso, era un día claro, brillante, limpio; parecía que los cielos y la tierra estaban tan alegres como nuestros corazones. Y era natural, todos teníamos fe en Iturbide y en el porvenir. No había todavía desengaños, ni tristezas, ni odios; ¡Ah! ¡Qué hermoso, qué hermoso día 27!...[8]

 

El 28 de septiembre en Palacio se firmó el Acta de la Independencia:

 

La Nación Mexicana que, por trescientos años, ni ha tenido voluntad propia, ni libre el uso de la voz, sale hoy de la opresión en que ha vivido.

Los heroicos esfuerzos de sus hijos han sido coronados, y está consumada la empresa, eternamente memorable, que un genio superior a toda admiración y elogio, amor y gloria de su Patria, principió en Iguala, prosiguió y llevó al cabo, arrollando obstáculos casi insuperables.

Restituida, pues, esta parte del Septentrión al ejercicio de cuantos derechos le concedió el Autor de la Naturaleza, y reconocen por inenagenables y sagrados las naciones cultas de la tierra; en libertad de constituirse del modo que más convenga a su felicidad; y con representantes que puedan manifestar su voluntad y sus designios; comienza a hacer uso de tan preciosos dones, y declara solemnemente, por medio de la Junta Suprema del Imperio, que es Nación Soberana, e independiente de la antigua España, con quien, en lo sucesivo, no mantendrá otra unión que la de una amistad estrecha, en los términos que prescribieren los tratados: que entablará relaciones amistosas con las demás potencias ejecutando, respecto de ellas, cuantos actos pueden y están en posesión de ejecutar las otras naciones soberanas: que va a constituirse, con arreglo a las bases que en el Plan de Iguala y tratado de Córdoba estableció, sabiamente, el primer Jefe del Ejército Imperial de las Tres Garantías; y en fin que sostendrá, a todo trance, y con el sacrificio de los haberes y vidas de sus individuos, (si fuere necesario) esta solemne declaración, hecha en la capital del Imperio a veinte y ocho de setiembre del año de mil ochocientos veinte y uno, primero de la Independencia Mexicana.

Agustín de Iturbide.– Antonio, obispo de la Puebla.– Juan O’Donojú.– Manuel de la Bárcena.– Matías Monteagudo.– José Yáñez.– Lic. Juan Francisco de Azcarate.– Juan José Espinosa de los Monteros.– José María Fagoaga.– José Miguel Guridi Alcocer.– El marqués de Salvatierra.– El conde de Casa de Heras Soto.– Juan Bautista Lobo.– Francisco Manuel Sánchez de Tagle.– Antonio de Gama y Córdoba.– José Manuel Sartorio.– Manuel Velázquez de León.– Manuel Montes Argüelles.– Manuel de la Sota Riva.– El marqués de San Juan de Rayas.– José Ignacio García Illueca.– José María de Bustamante.– José María Cervantes y Velasco.– Juan Cervantes y Padilla.– José Manuel Velázquez de la Cadena.– Juan de Horbegoso.– Nicolás Campero.– El conde de Jala y de Regla.– José María de Echevers y Valdivielso.– Manuel Martínez Mansilla.– Juan Bautista Raz y Guzmán.– José María de Jáuregui.– José Rafael Suárez Pereda.– Anastasio Bustamante.– Isidro Ignacio de Icaza.– Juan José Espinosa de los Monteros, vocal secretario.

La independencia se había logrado, con el protagonismo de Iturbide. Se integró la Junta con 38 hombres decididos por el libertador, todos notables, todos poderosos. Esta Junta decidiría las cuestiones ejecutivas del nuevo gobierno, pero se integró la Regencia, con cinco miembros, cuya labor ejecutiva era importante con la conducción del mismo Iturbide. La integraron Manuel de la Bárcena, Isidro Yáñez, Manuel Velásquez de León, el mismo Iturbide y el obispo de Puebla como suplente. Iturbide fue nombrado Comandante en Jefe Militar y Naval de México. El nuevo jefe del Estado informó a O´Donojú que sus funciones en México habían cesado. O´Donojú estaba enfermo y falleció unos días después, se enterró el día 10 de octubre en la Catedral de México, con los homenajes del caso. El liderazgo de Iturbide fue indiscutible. Pronto ordenó que los habitantes debían jurar la independencia en todo el territorio.[9]

Iturbide firmó un manifiesto, donde exaltó su figura en primera persona. Dijo que se había logrado la libertad sin derramamiento de sangre, sin campos talados, sin viudas ni huérfanos. Clara alusión a tiempos pasados donde se le acusaba de esto. Una frase importante fue: “Ya sabéis el modo de ser libres; á vosotros toca señalar el de ser felices… Yo os exhorto á que olvidéis las palabras alarmantes y de exterminio, y sólo pronunciéis unión y amistad íntima… y si mis trabajos, tan debidos a la Patria, los suponéis dignos de recompensa, concededme sólo vuestra sumisión á las leyes, dejad que vuelva al seno de mi amada familia, y de tiempo en tiempo haced una memoria de vuestro amigo Iturbide”.[10]En realidad necesitaba reconocimiento y aclamación, los hechos inmediatos lo constatarían. 

Iturbide influyó en la conformación del Congreso, así como en las disposiciones territoriales y en la estructura gubernamental. Promovió que se le diera el título de “alteza”. Reformó y reestructuró al ejército. Estableció lazos con otros países y libertadores, además dispuso medidas con el tema de Centroamérica. Hizo que el Congreso dispusiera medidas para reconocer la labor que había realizado hasta entonces, no solamente con recursos financieros sino con propiedades, terrenos y haciendas. Ante el rechazo en España del Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba, Iturbide buscó entonces considerar la designación de un monarca mexicano. 

El Congreso se había instalado en Palacio el 24 de febrero de 1822 con cien miembros provenientes de las provincias. Juraron ante la Junta y la Regencia, pero principalmente ante Iturbide para mantener la independencia. Iturbide les dijo que SU plan de independencia consideraba la defensa de la religión, la unidad por sobre todas las cosas y la creación de las bases legales para defender y mantener la independencia frente a las fuerzas extranjeras. Justicia y razón de la libertad había que cuidarlas en la creación de las leyes y disposiciones. Los diputados juraron fidelidad al gran líder. Ya desde allí había diferencias de opinión. El Congreso estableció como días oficiales de conmemoración el 24 de febrero, el 2 de marzo, el 16 de septiembre y el 27 de septiembre, que serían las fiestas oficiales del nuevo país. 

En mayo de 1822, unos miembros del Regimiento de Celaya proclamaron a Iturbide como Agustín I en las calles de la ciudad de México. La aclamación pública, obviamente preparada, justo cuando se discutía en el Congreso el retiro del libertador a la vida privada, fue otra estrategia más de la habilidad del personaje. Hubo una carta de los regimientos de caballería e infantería donde prácticamente pedían que fuera el emperador de México. Esto sucedió el 18 de mayo. Al día siguiente, un manifiesto fue leído en el Congreso. Se reunieron los diputados, que en número de 67 aprobaron que Iturbide fuera proclamado como Emperador, luego de que al medio día él mismo se reuniera con ellos. El quórum no se cumplió, de 102 diputados asistieron 87, de los que aprobaron fueron 67. Pero con todo, la habilidad y las malas mañas políticas permitieron que Iturbide fuera declarado Emperador de México. El día 21 de mayo, Iturbide presentó juramento de la designación, el colmo del descaro sin duda. Dos días después el Congreso determinó que el nuevo Emperador fuera designado como “Agustín, por la Divina Providencia y por el Congreso de la Nación, Primer Emperador Constitucional de México”, y firmaría en adelante como “Agustín”. Se aprobaron una serie de gastos del presupuesto para toda la parafernalia del naciente Imperio de Iturbide, igual para la ceremonia de Coronación.

El 21 de julio de 1822, Agustín de Iturbide fue entronizado en una ceremonia celebrada en la Catedral de México como el primer Emperador de México. El arzobispo Fonte no pudo celebrar el acto porque no fue autorizado por el Vaticano. El obispo Cabañas y el presidente del Congreso, Rafael Mangino, fueron los encargados de coronar al Emperador que, a su vez, colocó la tiara a su esposa. El nuevo monarca a la mexicana declaró “Conservaré la religión, la independencia y la unión de los mexicanos, y fiel a mis juramentos, preservaré también la libertad pública y marcharé firmemente a través del camino señalado en la Constitución”.[11]Varias crónicas resaltaron que Iturbide era gallardo, con buena figura, actitud ágil y firme. Su cabello castaño rodeaba una cara ovalada, que resaltaba su actitud reinante y aristocrática. Sus modales eran finos y firmes. Otros destacaron que tenía una personalidad astuta, cautelosa y reservada, pero también grosera y altanera. Decían que además era promiscuo en lo privado. Con todo, era un Emperador joven y con liderazgo a toda prueba. Tenía bien aprendido su discurso e imponía sus ideas. Unos decían que era malvado, otros brillante, unos más preparado y fuerte. Mandó a reacondicionar el Palacio de los Virreyes, mientras, vivió en una mansión que se denominó como el Palacio de la Moncada. La hacienda pública se vio debilitada por los gastos de la experiencia imperial, al punto que se tuvieron que solicitar préstamos por distintas vías. El mareo de gloria, esplendor y poder costó muy caro en el nacimiento de la nación.[12]

El ecuatoriano Vicente Rocafuerte, escritor y diplomático, publicó un ensayo en Estados Unidos en 1822, donde habló muy mal del nuevo emperador mexicano: “Sanguinario, ambicioso, hipócrita, soberbio, orgulloso, falso, ejecutor de sus hermanos, perjuro, traidor a todos los partidos, acostumbrado a la intriga, a la prostitución, al robo, a la iniquidad, nunca ha experimentado un sentimiento generoso. Ignorante y fanático no sabe ni siquiera lo que significa Patria o la religión…!Oh, mexicanos! ¿Qué no hay un curso secreto de ira en el cielo, una flecha de ira que con implacable furia destruya al mal hombre que erige su propia fortuna sobre las ruinas de su País?”.[13]Otro personaje que habló muy mal de Iturbide fue el estadounidense Joel R. Poinsett, que lo calificó como oportunista y usurpador, arbitrario y tirano, además de prepotente y antipático.[14]

Los problemas del Emperador con el Congreso representaron un conflicto que fue creciendo y creciendo. Las conspiraciones contra el Imperio fueron incrementándose. Prácticamente desde el comienzo del reinado de Iturbide, la efervescencia y la oposición fueron acumulándose desde el ámbito del Congreso, las provincias y entes extranjeros o provenientes de intereses económicos fuertes. Hubo hasta encarcelaciones de algunos diputados prominentes. Los liberales y republicanos fueron creando una atmósfera opositora en los corrillos de la vida política contra el Emperador y su Imperio. Las críticas estuvieron a peso, sin que Iturbide pudiera contenerlas. El 31 de octubre, el monarca disolvió al Congreso, dando instrucciones inmediatas para la designación de otra legislatura donde los miembros serían designados por el Emperador directamente. Se estableció una Junta Instituyente para eso. Hubo otros problemas como el rechazo de las Cortes españolas al Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba. Con esto, un grupo de españoles intentaría retener México desde San Juan de Ulúa y Veracruz desde finales de 1822. El Emperador estuvo al tanto dando instrucciones a Antonio López de Santa Anna, que no pudo mantener el control de la zona con los españoles en Ulúa. Varios focos se encendieron en el país, en el sur y el oriente había movimientos de rebelión. Vicente Guerrero renunció al Imperio, junto con otros prominentes ex insurgentes. Varios planes y proclamas se expresaron. Hasta febrero de 1823, Iturbide se dio cuenta de la gravedad de la situación contraria a su liderazgo imperial. 

Para el mes de marzo, se comenzó a negociar la abdicación de Agustín I al trono mexicano. Las negociaciones con el nuevo Congreso así lo constataron. Iturbide había admitido que su presencia como líder de México había ocasionado la discordia y el enfrentamiento. Meses después escribió:

 

Resigné mi autoridad porque ya estaba libre de obligaciones que me forzaron a aceptar de mala gana la corona. México no necesitaba mis servicios contra enemigos extranjeros, pues entonces no tenía ninguno. Respecto de los enemigos internos, mi presencia en vez de ser ayuda hubiera dañado a la nación, porque podría ser empleada como pretexto para acusar que la guerra había sido movida por causa de mi ambición… Yo no abandoné el poder por miedo a mis enemigos: los conocía a todos y qué podían hacer: Tampoco actué porque hubiera disminuido la estima que el pueblo me tenía y mi popularidad, o porque me hubiera perdido el afecto de los soldados. Bien sabía que a mi llamado la mayoría de las tropas reunirían a los hombres valientes que todavía estaban conmigo y que los pocos que no lo hicieran, seguirían el ejemplo de aquellos en la primera batalla o serían derrotados.[15]

 

El 22 de marzo se despidió de los diputados del Congreso. El 30 de marzo partió de Tacubaya hacia Tulancingo, cercado por las tropas de Nicolás Bravo. Éste último, junto con Guadalupe Victoria y Pedro Negrete se harían cargo del poder ejecutivo, de acuerdo con el Congreso. Una comisión del Congreso elaboró el Acta de Abdicación con varios decretos, uno de los cuales recomendó la salida del país del libertador de manera inmediata. Con un séquito de 30 o 35 personas, Iturbide zarpó de México el 11 de mayo de 1823, con destino a Liorna en Italia. Tuvo que hacer cuarentena dado que provenía del puerto de Veracruz, azotado por la fiebre amarilla. En su correspondencia se lamentó de haber sido tratado como prisionero, así como las condiciones lamentables en que había dejado familia en México y mucho más el destino de sus descendientes fuera el país. Las penalidades se cubrieron con sus relaciones con personas vinculadas a ciertas monarquías o a intereses financieros. Para diciembre de 1823 ya se encontraba en Inglaterra. Iturbide buscó protección, financiamiento y elaboró un plan para terminar con su destierro y reconquistar México. Su dignidad y orgullo se mantuvieron como el libertador de la nación mexicana.

El 11 de mayo emprendió su retorno a México desde Southampton en el barco Spring. Miembros de su familia y otros lo acompañaron. Había obtenido financiamiento para el retorno. Negocios mercantiles con plata y las joyas de la familia favorecieron el regreso. México no era el mismo. Los resabios del Imperio se habían borrado con el establecimiento que instruía el Acta Constitutiva de la Federación Mexicana que se dio el 31 de enero de 1824. Había un rechazo generalizado a la presencia de Iturbide en el país. Solamente los monárquicos, el clero y algunos miembros del ejército lo consideraban positivamente. Iturbide se entercó en luchar por el mantenimiento de la libertad y la independencia de México. Se oponía a la anarquía y el desorden, pero por sobre todo a retornar al derramamiento de sangre que había caracterizado al periodo anterior a 1821. El 8 de junio de ese año manifestó: “Vengo no como el emperador sino sólo como un soldado y un mexicano… Vengo como la persona más interesada en la preservación de vuestra independencia y libertad. Vengo impelido por el respeto que debo a la nación en general, sin ningún recuerdo de las calumnias atroces con las que mis enemigos o los enemigos de mi patria desearon ennegrecer mi nombre. Mi único objeto es contribuir con mi voz y mi espada a apoyar la libertad y la independencia de México”.[16]

Iturbide fue considerado traidor a la patria. El 28 de abril se había dado un decreto del Congreso que estableció que por ningún pretexto debía pisar suelo mexicano, porque de lo contrario sería condenado a muerte, así como a los que le ayudaren o apoyaran serían traidores y tratados en consecuencia. Iturbide desembarcó de regreso el 17 de julio en Soto la Marina. Fue informado de que había sido proscrito y por ende apresado y llevado ante la legislatura de Tamaulipas que sesionaba en Padilla. El 18 de julio se decidió condenar a muerte al detenido, acusado de traidor a la patria y se ordenó ejecutar la sentencia de inmediato. No valieron explicaciones o argumentaciones que el mismo Iturbide escribió. El 19 de julio de 1824, a los 41 años, Agustín de Iturbide fue ejecutado. Al día siguiente fue amortajado y sepultado en el cementerio de la parroquia de Padilla. El libertador, el héroe o el villano de la historia de la consumación de la independencia mexicana había muerto fusilado y condenado. Su familia fue considerada para recibir pensión y otros bienes como recompensa culpable de los poderosos que quedaron a cargo del gobierno o del Congreso. Hasta 1838 sus restos fueron trasladados a la Catedral de la ciudad de México. Los liberales se encargaron de que su sepulcro fuera una perpetuidad en la historia de la patria mexicana. El libertador malvado y patriota ha permanecido marginado y ninguneado en la historia nacional hasta el presente. Era hora de reconocerlo y revalorarlo, pero el juicio y la sentencia han sido perpetuos.

14 años después del fusilamiento Agustín de Iturbide, sus restos fueron colocados en la Capilla de San Felipe de Jesús en la Catedral de la ciudad de México. Quedó esta inscripción:

 

AGUSTIN ITURBIDE

Autor de la Independencia Mexicana.

COMPATRIOTA, LLORALO

Pasajero, Admíralo.

Este Monumento guarda las cenizas de un héroe.

SU ALMA DESCANSA EN EL SENO DE DIOS.

***

Para concluir repetiremos las palabras que el autor de un pequeño libro de Historia Patria, termina el doloroso relato de la muerte de Iturbide:

“UNA GENERACIÓN MAGNANIMA DECLARARA QUE ESE DÍA ES DE LUTO NACIONAL, COMO REPARACIÓN DE UN CRIMEN.”

Este relato fiel del acto de justicia llevado en aquél entonces á la práctica, por el Gobierno Nacional, lo hemos tomado en parte de una descripción hecha por don Carlos María de Bustamante, testigo presencial de los hechos. De él es también la inscripción que tiene la caja de los restos, y que hemos copiado textualmente, leyéndola cada año que nos reunimos allí varios amigos para oír las Misas celebradas por su alma. ¡Quiera Dios que la hora de la verdadera justicia suene, y don Agustín de Iturbide ocupe el lugar que le corresponde como al “AUTOR DE LA INDEPENDENCIA MEXICANA”.[17]

 

Ni después de dos siglos, se ha logrado el reconocimiento al libertador mexicano. Los prejuicios y la parcialidad de la historia maniquea y oficial, manipuladora y maquillada, ha impedido ser imparciales en reconocer la trayectoria y la vida de Agustín de Iturbide, un patriota mexicano de destacadas luces que sí merece ser reconocido como un gran protagonista de la historia nacional, con matices por supuesto, con equilibrio de interpretación, pero con justicia histórica. 

 

 



[1]La correspondencia de Iturbide en informes, cartas y peticiones está bien trabajada en la biografía que emprendió William Spence Robertson, Iturbide de México, México, FCE, 2012, p. 69, 70. Esta biografía fue elaborada originalmente en 1952 publicada en Duke University Press. Sobre algunos pasajes de Iturbide hasta el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba ver Guadalupe Jiménez Codinach, México su tiempo de nacer, 1750-1821, México, Fomento Cultural Banamex, 1997, p. 228 y s.s. Una biografía general y sintética del personaje fue realizada por Jaime del Arenal Fenochio, Agustín de Iturbide, México, Planeta DeAgostoni, 2002, (Grandes protagonistas de la historia mexicana).

[2]Ibidem, p. 95.

[3]Documento citado por Ibidem, p. 120, 121.

[4]Ibidem, p. 123.

[5]Ibidem, p. 174.

[6]Ibidem, p. 185, 186.

[7]Ibidem, p. 200. Ese día fue una jornada destacadísima para México y para la ciudad capital. El acontecimiento fue narrado por Domingo Revilla en 1843, con magistral narrativa. “El 27 de septiembre de 1821”, en Episodios históricos de la guerra de independencia, relatados por Lucas Alamán, J.M. Lafragua, Manuel Payno, Guillermo Prieto y otros…, México, Imprenta de “El Tiempo” de Victoriano Agüeros, 1910, tomo II, p. 108.

[8]Juan de Dios Peza, “Entrada del ejército trigarante a México”, en Episodios históricos…ibídem, p. 302. 

[9]El historiador Jaime Olveda ha compilado los sermones, discursos y artículos de prensa aparecidos durante el siglo XIX sobre la consumación de la independencia, destacando el tomo III sobre Agustín de Iturbide. Esta obra magistral da cuenta de la historia y las interpretaciones de la consumación y su personaje central. Jaime Olveda, La consumación de la independencia, 3 tomos, México, El Colegio de Jalisco, Siglo XXI editores, 2021. Tomo I, sermones y discursos patrióticos; Tomo II, los significados del 27 de septiembre de 1821; tomo III, Iturbide, el libertador de México.

[10]William Spencer Robertson, op. cit., p. 200, 201.

[11]Ibidem, p. 268.

[12]Sobre el Imperio de Iturbide ver Timothy E. Anna, El imperio de Iturbide, México, Alianza Editorial, CONACULTA, 1991, (Colección los Noventa, 70).

[13]Citado en William Spencer Robertson,  op. cit., p. 275.

[14]Imágenes de Iturbide se reproducen en Guadalupe Jiménez Codinach, op. cit., p. 231 y s.s.

[15]William Spence Robertson, op. cit., p. 344.

[16]Ibidem, p. 400.

[17]Esta inscripción se encuentra reproducida en Episodios históricos…op. cit., p. 299.

agosto 22, 2021

1521, 1821, 1921, 2021, años de historia e inicio de rumbos

 

En la historia de México hay años significativos que se tienen que recordar dentro de la memoria colectiva del presente. Son años que han marcado la evolución mexicana y forman parte de su identidad social e histórica. Años donde los acontecimientos y sucesos dejaron una huella en la historia nacional, y que forman parte de lo que somos ahora. 2021 es un año significativo para recordar los momentos que han marcado a México.

500 años de la caída de Tenochtitlán ante los españoles; 200 años del Plan de Iguala; 200 años de los Tratados de Córdoba; 200 años de la consumación de la independencia; 100 años de la creación de la Secretaría de Educación Pública; son los sucesos más destacados de la historia de México, que hay que recordar y rememorar en 2021. Son efemérides importantes, pero también parte de nuestra memoria colectiva actual. Rememoran sucesos, pero también grandes personajes o documentos fundacionales, todos momentos y circunstancias que hay que recordar por su valía.

La caída de Tenochtitlán dio paso al éxito de la conquista española. Fue el inicio del periodo colonial que duró 300 años, que marcó indiscutiblemente a México en su historia e identidad. Fue un momento de destrucción y muerte para el imperio mexica, puntal del territorio y de la estructura indígena que fue base de México. Pero igualmente, fue el comienzo de la Nueva España, que sería fusión de dos culturas y dos sociedades, con ámbitos civiles y religiosos, que a su vez representaron al mestizaje, el dominio de los criollos y el sojuzgamiento de los indígenas. La evangelización y la Iglesia católica hicieron lo propio. Fue un periodo sangriento, cruento, de enfrentamiento y muerte, asesinato y lucha frente a frente. El fuerte se impuso contra el débil, trauma de siglos. Fueron momentos tremendos, coloniales al fin.

Luego de 300 años sobrevino la debacle de la conquista y de la colonia española. Nueva España se derrumbó por los aires de libertad, soberanía e independencia. El liberalismo ilustrado y los vientos de autonomía y nacionalismo llegaron para desmembrar al mundo novohispano. La independencia tuvo su origen en el descontento por la opresión permanente de un sistema colonialista y metropolitano, que las nuevas generaciones de criollos enfrentaron. Los aires de autonomía comenzaron en 1808, siguieron un año después, para luego expresarse en el grito de la independencia, que encabezó Miguel Hidalgo. Se inició un proceso de insurgencia que no pararía sino hasta 1821, con los documentos fundacionales de la patria mexicana: El Plan de Iguala, los Tratados de Córdoba y el Acta de la Independencia, que contuvieron, en definitiva, la creación de la nueva nación independiente.

Después de una centuria, los mexicanos recordaron y rememoraron los 400 y 100 años de esos grandes acontecimientos fundadores de la identidad nacional. De hecho, esos acontecimientos sirvieron entonces como parte de la necesidad de unidad, reconciliación, equilibro, legitimación y conmemoración. La sociedad mexicana tuvo que cohesionarse y unirse en distintos momentos de su historia, uno de los cuales y el más importante, fue en 1921, luego de la revolución que rompió al antiguo régimen decimonónico y dictatorial liberal por uno en el que imperaría la democracia y la justicia social, como palestras de una sociedad equilibrada e igualitaria, que había ingresado al siglo XX con una transformación radical con respecto al pasado.

Las celebraciones centenarias de 1921 hicieron énfasis en el mexicanismo anterior a la conquista, a la defensa frente al colonialismo español, al mantenimiento de la identidad mexicana luego de la colonia, a la participación de criollos, mestizos e indígenas en el proceso de la independencia nacional, en una consumación que dio coherencia a México como nación independiente, soberana, republicana, liberal. Este conjunto dio la justificación necesaria para unir a la sociedad luego de una revolución que necesitaba legitimarse para el gobierno nacional encabezado por el gran caudillo revolucionario Álvaro Obregón. De hecho, al final de aquel año, la creación de la Secretaría de Educación Pública, encabezada por José Vasconcelos, reforzó aún más la idea de una identidad basada en la historia de los grandes momentos fundacionales de México, donde resaltaban los personajes, las ideas, las acciones, como parte de la legitimidad principal de la revolución, que vino a reforzar la necesidad de la unión nacionalista, patriótica y de identidad que la revolución hecha gobierno había dado a la nación. La educación y la cultura, mediante los libros, la literatura, el arte, la filosofía, la arquitectura, los museos, la enseñanza, contuvieron entonces una reinterpretación del pasado para el presente, necesariamente vinculado a la revolución y sus valores principales concentrados en la igualdad, la libertad, la justicia y la democracia.

El porvenir nacional en mucho dependía de la conmemoración permanente y constante del pasado fundacional. El gobierno, mediante la educación y la cultura, se colocó desde entonces en el garante de la memoria colectiva y la justificación de la permanencia de los ideales revolucionarios, sin descartar a otros sectores sociales que participaron desde entonces en la conmemoración del  pasado mexicano. Las bases creadas en la conmemoración de 1921 fueron muy fuertes porque durante todo el siglo XX, los sucesos anotados formaron parte de la historia oficial, ya que se incorporaron en el ideario y en la historiografía, incluso interrelacionándose con el ámbito académico o de divulgación.

La esperanza por un futuro mejor, por el advenimiento de la justicia, la igualdad, la democracia, han sido parte del discurso oficial de los sucesivos gobiernos mexicanos hasta la actualidad. El pasado ha sido elemento de unión, ejemplo, justificación, legitimación y base para el presente y el futuro. La memoria colectiva lo ha registrado y asimilado, con sus juicios buenos y malos. Ejemplo de esto se ha expresado en los museos, los libros de texto, los discursos oficiales y hasta en la producción historiográfica académica y de divulgación. El trauma de la conquista, el parto de la consumación de la independencia y la creación posrevolucionaria de la identidad nacionalista, han estado constantemente presentes en la expresión de la identidad mexicana. La educación y la cultura han jugado un papel fundamental en esta cuestión, a través de varias generaciones de mexicanos.

El juego entre pasado, presente y futuro ha sido muy trillado en el discurso histórico mexicano. Igualmente, el juicio sobre la actuación de los personajes históricos de cada momento ha estado latente en ese discurso oficial, académico o de divulgación. Los malos y los buenos de la historia han estado presentes casi siempre, por lo que la memoria colectiva está impregnada de palestras juiciosas en torno a los personajes. Los malos siempre han sido Hernán Cortés, Agustín de Iturbide, los buenos Moctezuma, Vicente Guerrero. Los sojuzgados indígenas de los llamados “pueblos originarios” o los mártires de la insurgencia por la independencia, forman parte de los juicios lapidarios de historiadores oficiales, académicos o divulgadores. Se esperaba que este año del 2021 se reivindicaran figuras tan importantes como Agustín de Iturbide para el proceso de la consumación, pero se cayó en lo mismo de 1921, con el pretexto de la lucha contra los “conservadores”, ya que a este personaje se le identifica con el conservadurismo y la Iglesia católica, más que por su actuar dentro del proceso de la consumación.

La historia maniquea y con maquillaje se ha exaltado en la organización de las conmemoraciones centenarias de este año, por parte del gobierno federal, hasta con errores garrafales de interpretación y verdad histórica. Vean sino el programa, que ahora se ha cumplido parcialmente:

  • 14 de febrero, Homenaje a Vicente Guerrero en Cuilapan, Oaxaca, por los 190 años de su fusilamiento.
  • 24 de febrero, Conmemoración de los 200 años del Plan de Iguala con exposición de las banderas originales del movimiento de Independencia, que luego recorrerán 15 ciudades de diferentes estados del país, en Iguala, Guerrero, para regresar el 27 de septiembre a la Ciudad de México.
  • 25 de Marzo, Día de la resistencia de los pueblos originarios, conmemorando la primera victoria contra los conquistadores, en 1517, en Champotón, Campeche.
  • 3 de mayo, Ceremonia de la Cruz Parlante, fin de la Guerra de Castas, con solicitud de perdón a los pueblos mayas y de otras culturas, en Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo.
  • 12 de mayo, Conmemoración de la fundación de México-Tenochtitlan, con un programa de recuperación del lago de Texcoco, en Texcoco, Estado de México. 700 años, aunque ocurrió el 13 de marzo de 1325 y se cumplirán 696 años en 2021.
  • 13 de agosto, Conmemoración de la resistencia y caída de Tenochtitlan, con exposiciones, conferencias y apertura de ventanas arqueológicas, en Ciudad de México. 500 años.
  • 24 de agosto, Conmemoración de los 200 años de la firma de los tratados de Córdoba en los que se acordó la Independencia de México y la retirada de las tropas españolas, en Córdoba, Veracruz.
  • 15 de septiembre, en todo el país Grito de Independencia, con la participación de delegaciones de todos los países del mundo.
  • 16 de septiembre, Desfile cívico-militar con la participación de fuerzas armadas de diferentes países, en Ciudad de México.
  • 27 de septiembre, Conmemoración de los 200 años de la consumación de la Independencia. Recreación de la entrada triunfal del Ejército Trigarante en una cabalgata desde el Castillo de Chapultepec hasta el Zócalo, en Ciudad de México.
  • 28 de septiembre, en un pueblo yaqui de Sonora Ceremonia del Perdón a los pueblos originarios.
  • 30 de septiembre, Conmemoración del natalicio de José María Morelos y Pavón, en Morelia, Michoacán. 256 años, ya que nació en 1765.

Las conmemoraciones, sin duda, han estado plagadas de referencias equivocadas sobre el pasado fundacional mexicano, dada la tendencia maniquea que caracteriza al gobierno mexicano actual. La finalidad se entiende, justificar el presente utilizando al pasado, para brindar un futuro de esperanza. Si en la posrevolución se deseaba la reconciliación y la unidad para el futuro, ahora se busca con ahínco justificar para una esperanza política fincada en el proceso electoral federal intermedio y el que le seguirá en tres años. Es decir, la historia manipulada y maniquea al servicio del poder, sin un juicio equilibrado que permita que los acontecimientos sean valorados justamente en la memoria colectiva actual. Hasta historiadores “profesionales” le han entrado a la ideología histórica oficial, o aquellos que pecan de ignorancia y rabia que cuestionan el pasado a partir de ideas fuera de lugar, con tal de quedar bien con el gobernante maniqueo en turno.

 

 

agosto 15, 2021

Los 21 en la historia de México

Para César G. Cabal

Por la amistad

La numerología mexicana anota que los números 21 tienen que ver con episodios fundamentales de la historia. Han implicado impactantes sucesos cada cien años. No tanto en cuanto a cambios o transformaciones, sino a hechos contundentes que han dejado huella en la identidad mexicana para bien o para mal.  Han implicado honda huella en la historia, han sido un antes y un después. Son años marcados por la fatalidad o la buena ventura, donde destacaron importantes personajes, guerras, batallas, movimientos o enfrentamientos y polarizaciones sociales, pero igual donde se dieron negociaciones, conciliaciones o diálogos de unidad y de esperanzas. Cualquier astrólogo lo diría, algún experto en numerología lo advertiría o lo constataría.  

Ahora dicen que en 1321 se fundó México-Tenochtitlan de acuerdo a un calendario lunar inexistente, y que supuestamente se cumplen ahora 700 años de la existencia “formal” de una ciudad inexistente. No hay evidencia histórica documental que pueda fundamentar esta fecha, ni mucho menos una certeza mínima de algún testimonio, crónica o códice que lo diga. A pesar de esta invención, el gobierno actual hasta festejó la efeméride inventada, sacada de la manga de algún intelectual que le dio gusto al encuadramiento de un programa de festejos, creíble solamente por los funcionarios gubernamentales que usualmente desconocen de historia porque no leen o se documentan suficientemente. Los aztecas dijeron que en ese sitio se asentaran los mexicas. Era el lugar indicado porque allí anduvo el águila posada en el nopal con una serpiente, símbolo fundamental del asentamiento que se creó pero no se fundó sino hasta 1325. Año crucial para el establecimiento. Antes nada. De luna tampoco.

Cien años después, en 1421, los mexicas seguramente ya habían hecho construcciones y estuvieron asentados en esa isla rodeada por el lago inmenso del Valle de México. Vivían con tranquilidad con un paisaje natural, hermoso y apacible. Los volcanes fueron testigos de eso. Ilusión que solamente existe en el imaginario de la vida mexica de aquel entonces, desconocemos los acontecimientos que les marcaron, pero se supone que anduvieron fundando, expandiendo o conquistando a poblaciones cercanas en un extenso terreno. La naturaleza brindó riqueza para la expansión y la consolidación de la ciudad mexica que edificó un imperio, con una cultura fundamental de su asentamiento en el Valle, que se convirtió en centro económico, social, político y cultural de Mesoamérica. Los mexicas estuvieron aislados hasta cierto punto, pero expandiendo su imperio en varios espacios aledaños hacia las costas y el interior de lo que por entonces era México. Su estructura política dio certeza al futuro desde entonces, con muy largo plazo. Mientras, los chinos descubrieron que había mundo más allá del mar, porque en ese año se hicieron a la mar mediante la navegación que llevó a otras latitudes su inmensa cultura milenaria.

Para 1521 vino una ola tremenda ocasionada por el descubrimiento de América por los españoles en 1492. La Española y Cuba fueron el comienzo de la presencia hispana en América, porque ya antes anduvieron otros grupos europeos de curiosos en las costas americanas, según se han tenido noticias. Desde 1518, los españoles anduvieron llegando a las islas del Caribe y, con ello, las exploraciones llegaron a penetrar en el territorio de lo que entonces era México. Pasaron al sureste y al oriente, para luego llegar a la costa del Golfo de México en un punto donde fundaron la Villa Rica de la Veracruz. Inicio de la conquista prácticamente. Los contactos con los mayas y totonacas pronto dieron certeza de la existencia del Imperio mexica. La búsqueda del oro y de la gloria obsesionó a los conquistadores, encabezados por Hernán Cortés. Las noticias llegaron a Moctezuma, emperador mexica que, asombrado y miedoso, envió espías y emisarios para tener contacto con los dioses blancos y barbones que habían llegado cubiertos de metal. El encuentro fue en noviembre de 1519 entre Cortés y Moctezuma, preámbulo de las desgracias que vinieron después. La hospitalidad se tornó en hostilidad muy pronto. El abuso se incrementó, la respuesta fue sangrienta, por ende, sobrevino la guerra.

1521 fue un año tremendo para los mexicas. Tlaxcaltecas y totonacas y otros grupos aprovecharon la presencia de los conquistadores españoles para combatir a los mexicas dominadores. La confluencia implicó una guerra violenta. Los españoles buscaron el oro, la dominación entera para entregar la tierra a Carlos V. Las desavenencias con los líderes mexicas, Moctezuma, Cuitláhuac y Cuauhtémoc llevaron a una guerra cruenta por conquistar México-Tenochtitlán. Pedro de Alvarado fue el iniciador práctico de la violencia sangrienta en 1520, que llevó a la muerte de Moctezuma y el apresamiento de sus herederos. Alvarado fue el segundo de Cortés en el grado de violencia y sangre, sin negar, por supuesto, la acción de los demás acompañantes. Los conquistadores y sus aliados lo lograron luego de los ataques que produjeron casi 300 mil muertes y otro número grande de heridos o desplazados. La ciudad quedó en ruinas y oliendo a muerte, sangre y destrucción luego de un sitio de tres meses. La inanición, la falta de agua y el encierro, enloquecieron a los mexicas que, en mero momento, quisieron huir lanzándose al lago, casi en suicidio colectivo, con niños, jóvenes y mujeres que no deseaban ser asesinados con crueldad como ya había acontecido. La conquista, en definitiva, comenzó a partir del 13 de agosto de ese año. Ahí se dio el nacimiento de Nueva España, del virreinato, que duraría 300 años. Lastre histórico que es parte de la identidad mexicana queramos o no.

Ya para 1621, la Nueva España experimentaba cierto orden de los componentes virreinales. El orden civil y religioso mantuvo a las provincias en cierta calma, a pesar de las amenazas de las epidemias que afectaron mucho más a los indígenas, como el matlalzáhuatl o la viruela, que en años cercanos y adyacentes hicieron estragos. Las milicias hacían lo propio para contener posibles rebeliones indígenas. Luego de ocho años, el Virrey Diego Fernández de Córdoba, Marqués de Guadalcázar, fue removido del mando del virreinato, ya que fue nombrado Diego Carrillo de Mendoza y Pimentel, Marqués de Gelves y conde de Priego, como capitán general y Virrey de Nueva España. El cambio ocasionó ciertos ajustes en el gobierno virreinal, que fueron vistos como trastornos gubernamentales severos. En España murió Felipe III, luego de un periodo de cierta paz y orden en el reino, se ocasionó un desajuste por la sucesión, mediante la cual ascendió al trono un chico de 15 años, Felipe IV, que inauguró una época de inestabilidad y guerras, con un control alejado de Nueva España. Fue un año de estancamiento y cierta estabilidad, pero de enfado y tranquilidad.

Para 1721 los borbones ya se hicieron cargo del imperio español. Felipe V pudo estar en condiciones de firmar un tratado de paz con Francia, eterno rival, por lo que políticamente hablando hubo cierta estabilidad. Mientras, el rey hizo cambios en el mando de Nueva España, reemplazando al Duque de Béjar y de Arión, marqués de Valero, Baltasar de Zúñiga y Guzmán, por el II Marqués de Casa Fuerte, Juan de Acuña y Bejarano, que estaría en el mando entre 1722 y 1734, doce años con clara tendencia borbónica en cuanto a la administración. España también estuvo presente en la firma de la llamada Triple Alianza con Francia y Reino Unido, participando en la pacificación de Europa como buen Imperio.

1821, en cambio, fue un año de transición, como decimos en la actualidad, entre la guerra de la insurgencia por la independencia, y la negociación y conciliación que darían los logros y resultados de la consumación. México transitó entonces a ser una nación independiente y autónoma. En ese año se dieron documentos fundamentales para eso. El Plan de Iguala en el mes de febrero, los Tratados de Córdoba en agosto y el Acta de la Independencia del Imperio Mexicano, en septiembre. El actor fundamental de esta historia fue Agustín de Iturbide, que se constituyó en el libertador de México. La insurgencia doblegó sus esfuerzos por la postura conciliadora de Vicente Guerrero. Nació la bandera de México, como un emblema de la unión, la religión y la independencia. El ejército de las tres garantías entró triunfante a la ciudad de México, lo que significó un emblema de la conciliación, pero también del nacimiento de la nación mexicana. La guerra por la independencia había ocasionado una grave crisis económica, debido a la paralización de la producción agrícola y manufacturera y comercial, por lo que era indispensable estructurar un gobierno nacional que favoreciera la estabilidad y crecimiento de la economía. La pacificación y la creación de leyes fue una prioridad de la nueva república. No todo cambió de la noche a la mañana. 

1921 representó el inicio de la reconstrucción de México luego de la revolución que convulsionó al país desde antes de 1910. Los vencedores de la revolución, el grupo sonorense, encabezado por el general Álvaro Obregón, el gran caudillo, y ahora presidente constitucional de la república, ahora conmemoraron los cien años de la consumación de la independencia, retomando los símbolos que la caracterizaron, en cuanto a la unidad y la conciliación, ya que se planteó la necesidad indiscutible de la conciliación y la estabilidad, indispensables para lograr una reconstrucción revolucionaria basada en la Constitución de 1917, que finalmente representó en el papel el logro y resultado de una revolución cruenta, con más de un millón de muertos y todo un historial de batallas y enfrentamientos. Los valores de la justicia, la libertad y la igualdad se enarbolaron para lograr la pacificación y generar las condiciones para la posrevolución. Fue un año de expectativa y cierta estabilidad. La falta de infraestructura pública y privada no permitía generar un desarrollo económico que insertara a México en el mundo, también en crisis luego de la gran guerra. Ese año fue indispensable estabilizar a la sociedad y a la política, mediante la pacificación general y la composición de un gobierno que diera certezas y proyectos, como fue el caso del impulso a la educación y la cultura, la generación de instrumentos financieros y la búsqueda del reconocimiento estadounidense. La inserción de México en el capitalismo mundial fue una posibilidad necesaria para el gobierno obregonista, base de la posrevolución y de la aspiración de un México moderno. 

2021, en cambio, ha resultado en ser un año de inmensa crisis, tanto en lo social y económico, como en lo político y cultural, sin contar la estructura ambiental trastocada en todo país. Se cuenta con un gobierno que polariza a la sociedad mediante una política personalista y desigual, que no ha logrado crear las condiciones indispensables para el crecimiento económico. Para colmo, desde el 2020, los efectos de la pandemia por el covid19 han sido desastrosos, con más de 200 mil muertes oficiales, que no reales, y la inmensa crisis económica que esto ha conllevado, y que el gobierno ha sido incapaz de contener. Más de 50 millones de pobres, con una inseguridad tremenda, con una desigualdad social que ha generado marginación y miseria, el país además atraviesa con una crisis ambiental profunda y necesidades de salud, vivienda, educación, cultura, para más de 120 millones de habitantes. México es un país que atraviesa una inmensa crisis en todos los órdenes. La política está trastocada y no funciona para la sociedad. Pobreza, inseguridad, crisis ambiental, violencia, falta de legalidad, cifras endebles en educación, sistema de salud ineficiente, son retos que condicionan al futuro nacional, en un año convulso. La transición política en torno a la democracia está debilitada por un presidencialismo autoritario y mediocre, con atraso y para nada moderno y actual. El sistema político que hace fuerte al gobierno en los tres niveles, ejecutivo, legislativo, judicial, se encuentra trastocado y confundido, lo que hace que la democracia mexicana se tambalee cada día. El año rememora los grandes momentos de la nación mexicana, sin vislumbrar el futuro ni tener una luz que permita caminar el sendero de otros cien años de historia. 

Los 21 son kármicos, son definitorios en lo bueno y en lo malo. Modifican las estructuras y las coyunturas explotan con un cúmulo de acontecimientos y hechos. El ritmo de la historia se altera en modificación o permanencia. Desde sangre y muerte, hasta acuerdos por escrito, polarización política o reconciliación. La lucha por la unidad se ha impuesto como palestra y bandera. La identidad mexicana debe contemplar siempre a los 21 como momentos definitorios. Dan certeza y rumbo, senderos u oscuridad. El ritmo de nuestra historia común.