enero 30, 2022

La cultura celayense, de la institucionalización a la perdición

 

A mitad del siglo XX el escritor Luis Velasco Mendoza definió muy bien el estado de la cultura en la ciudad de Celaya, dijo: “en lo espiritual, la simiente cultural depositada en el alma de los celayenses,  brotaba ahora vigorosa al cálido amor a su ciudad, y manifestaba su lozanía con los chispazos rutilantes de sus ingenios, plasmados en la producción de obras musicales y literarias que, ejecutadas con armonía, con ritmo y con belleza daban a conocer las excepcionales aptitudes de los autores en la música, la elocuencia, la prosa, la poesía”, (Historia de la ciudad de Celaya, México, Imprenta Manuel León Sánchez S.C.L, 1949, tomo IV, p. 278, también citado por José Antonio Martínez Álvarez, Antología, la Casa de la Cultura de Celaya, Gto., Celaya, Instituto de Arte y Cultura de Celaya, 2021, p. 44 y s.s.)

 

Celaya comenzó a contar con una perspectiva más moderna en torno a las actividades culturales, gracias a un proceso de institucionalización muy pertinente e histórico, por no decir indispensable. La cultura celayense se había caracterizado por el apego a la religión católica y a las tradiciones de antaño de orden pueblerino y casi casi familiar. Las autoridades del estado o del Ayuntamiento fomentaron durante mucho tiempo estas tendencias, muy ligadas siempre al esquema de la estructura eclesiástica católica, las devociones obsesivas machaconas y las celebraciones o conmemoraciones provenientes desde el periodo colonial demasiado obsesivas y cotidianas. Era difícil lograr un cambio o transformación de las actividades culturales, sobre todo luego de la revolución, que empezó a insistir en un proceso de institucionalización nacionalista y progresista que dinamizara y dignificara a la cultura con otros rasgos más nacionales y universales, aún fuera del civismo oficialista.

La música, el teatro, la literatura, las artes plásticas habían contado con serios intentos de expresión en una sociedad ahogada por la religión y la tradición. Ya a finales del siglo XIX hubo manifestaciones de ópera y música. Hasta Ángela Peralta cantó en un pequeño espacio que se llamaba Casa de las Diligencias, con gran éxito. Se construyó un espacio teatral llamado Cortazar en 1890, con el apoyo de la siempre benefactora Emeteria Valencia, donde se presentaron comedias y operetas que atrajeron la atención del público local, aunque era selectivo por supuesto en cuanto a la asistencia del público. También llegó el cine mudo, que fue muy popular en tres espacios llamados Pathé, Olimpia o Cinelandia, así como también hubo expresiones literarias de varios intelectuales que presentaron sus piezas al público con gran beneplácito popular, reflejando otros aspectos relacionados con el espíritu fuera de la esfera religiosa o tradicional. El modernismo y el romanticismo se vislumbraron en la producción literaria de entonces. Se modernizó bastante la cultura a inicios del siglo XX, aunque con la revolución hubo un abandono de actividades y espacios. La cultura continuó dependiendo de las expresiones religiosas o concentradas en la tradición pueblerina que se resistió al olvido con el peso de los siglos. El tradicionalismo local era muy fuerte, por lo que la cultura estaba encapsulada y no dejaba expresar otras manifestaciones.

Avanzada la posrevolución mexicana luego de 1917, el panorama cultural de Celaya comenzó a cambiar, gracias a la creación de instituciones y la conducción de importantes personajes formados fuera de la ciudad, que trajeron aires frescos para estimular el ambiente en torno a la cultura. La creación de infraestructura, el establecimiento de escuelas y programas y la expansión de actividades de difusión fueron una prioridad desde el decenio de los treinta. El proceso de institucionalización vino en serio, pero también la entrada de vientos renovados hacia la modernidad cultural tan indispensable. En la educación los restos del positivismo se diluían, aunque permanecían las expresiones relacionadas con el modernismo y el romanticismo del siglo anterior. Era otra época, otra sociedad se suponía.

Un importante personaje, nacido en Querétaro en 1899, formado en la Academia de San Carlos en pintura, modelado y dibujo, fue forjador de una Escuela de Artes Plásticas de Celaya. El Mtro. Salvador Zúñiga creó programas especializados en pintura, escultura y artesanía. Era un nuevo modelo de temas y enseñanzas. La Escuela tuvo varias instalaciones, en la calle Emeteria Valencia, en la calle Luis Cortazar y en la calle Colón en el centro de la ciudad celayense. Luego de un tiempo se acercó a Democracia 103 en el Convento de San Agustín, donde permanecería hasta ahora. De hecho, el maestro Zúñiga había querido fundar la Universidad Popular en 1937, pero optó por seguir trabajando en la consolidación de la Escuela de Artes Plásticas, que brindaba mayores satisfacciones en la presencia del público, que con su esfuerzo había conformado en las actividades que eran atractivas para ciertos sectores de la población que acudían gustosos. La semilla pronto daría importantes frutos.

Las labores ejecutivas de Zúñiga permitieron que la cultura en Celaya empezara a cambiar hacia otros derroteros, vinculados al nacionalismo pero también al llamado progreso o modernidad. Fue por aquel entonces que se trasladó la Biblioteca Pública Manuel Acuña a otro espacio, acrecentando su acervo, pero también cuando se creó el Ateneo Celayense, compuesto por literatos locales, y se impulsó al Jardín de la Raza en el barrio El Zapote. Estos últimos tuvieron poca existencia, pero dejaron importante huella en un cambio de visión y alcances.

En 1938 se creó el Club Bohemio, como un grupo cultural multifacético, a iniciativa del músico Isaías Barrón y el tipógrafo Manuel García. Su intención era fomentar la literatura, la música y las artes plásticas, con actividades como conciertos, tertulias y veladas. Las actividades se ampliaron en el Teatro Cortazar, donde también se llevaban a cabo zarzuelas, obras de teatro, recitales de poesía, exposiciones de pintura y se presentaban publicaciones. Este grupo impulsó igualmente la publicación de la revista Cultura, que se confeccionaba en la imprenta Minerva. También, en ese contexto surgió la Banda Municipal y la Orquesta Típica Tierrablanca. Los grupos culturales se comenzaron a relacionar ampliamente con las instituciones que se estaban estructurando. En 1942 se realizó la Primera Feria Popular del Cartón, en mucho fomentada por Zúñiga, que era fanático del arte de la cartonería como medio de expresión local de un grupo de artesanos que antes se encontraban dispersos y aislados. En el Jardín Principal o Plaza de Armas se realizaron actividades como el Jardín del Arte, donde multitud de artistas de la Escuela exponían gustosos sus producciones y creaciones. En 1944 se dio la Primera Exposición de Artes Gráficas. Para el siguiente año se estrenó el Cine Colonial.

Los intelectuales foráneos y nativos tuvieron amplias posibilidades de expresión y difusión de sus obras. Compositores, filarmónicos, poetas, pintores, impresores, como por ejemplo José María Velázquez, Eutimio Pérez, Plácido Medina, Francisco J. Navarro, Agustín Arroyo Ch., Luis Cabrera, Manuel García, Gonzalo Irigoyen, José Nieto y Aguilar, Silverio Orozco, Alejandro Ramos, Alfonso Rivera Pérez, Salvador Rosiles, Alfonso y Arturo Sierra, Juan Vélez, Alfonso Sierra Madrigal, entre otros, resaltaban y eran conocidos por el público. Se imprimió el periódico Redención, hecho por Agustín Arroyo Ch., pero también revistas como Alma y Preludios, que alcanzaron fama y presencia a mediados del siglo. Poco público pero de calidad. Hubo escaso financiamiento oficial, pero aún lo que se organizó resaltó. Llegaron vientos renovadores.

Los grupos culturales fueron creciendo en la ciudad de Celaya, algunos de ellos con carácter de independientes, pero otros dependientes del beneplácito institucional que se iba estableciendo, algunos del favor del sector eclesiástico. En 1954 se creó el Grupo Artístico Alfa a cargo del compositor y arreglista Moisés Jiménez Tavera, que tuvo muchas actuaciones en el espacio del templo de San Francisco, donde hasta se organizaron exposiciones pictóricas, actos teatrales y cantos en un salón creado ex profeso por las autoridades eclesiásticas, y que fue muy popular. Había bastante público, dicen las crónicas. La Iglesia local se fue abriendo a otros ritmos de la expresión cultural por aquel entonces.

En 1959, la entrada en operación de las instalaciones de la Escuela Preparatoria y Profesional, con auditorio incluido, vino a ampliar la infraestructura para las actividades culturales provenientes de la institución que fomentaba la cultura, mediante conferencias, conciertos, recitales. Era importante, tanto para los estudiantes de educación media, como para el público interesado, que se brindaran este tipo de actividades que resaltaran la creación de elementos culturales fuera de las arenas religiosas o tradicionales. El conocimiento artístico era otra parte de la formación media superior sin duda. Su fomento empezó a ser indispensable para expandir las actividades y la creatividad con originalidad y novedad. Niños, jóvenes y adultos tuvieron acceso a la educación artística plural y actualizada.

En 1960 la entonces cárcel de Celaya fue trasladada a un nuevo espacio más moderno al sur de la ciudad. El Convento de San Agustín quedó vacío, por lo que la Secretaría de Educación Pública (SEP) decidió entregarlo al mando del Mtro. Zúñiga, luego de multitud de gestiones, para que se creara el Centro Cultural Francisco Eduardo Tresguerras. Este espacio fue el continuador de la Escuela de Artes Plásticas. Mientras que se habilitó ese edificio, la Casa del Diezmo, dependiente del gobierno del estado de Guanajuato, hizo las veces de centro cultural alterno. Ya para entonces había más de cien alumnos inscritos, lo que fue destacado para ampliar la oferta y diversidad de actividades que tenían que ver con la cultura.

Los años sesenta fueron el cénit de la expansión cultural de Celaya, porque la institucionalización dio frutos bajo la conducción del INBA. Se creó la Biblioteca Pública de Fulgencio Vargas, importante historiador originario de Jaral con una presencia en el medio intelectual de Guanajuato. Se dio la exposición de cartonería celayense en la ciudad de Nueva York. Además se emprendieron talleres y exposiciones y semanas culturales, donde se mostraban los esfuerzos del Centro Cultural, en materia de música, pintura, danza, teatro, literatura. La febril actividad cultural continuó en ritmo ascendente, desligándose en muchas ocasiones de ciertas tradiciones y expresiones religiosas o cívicas que formaban parte también del panorama cultural que conservada costumbres de antaño.

A partir de la muerte del Mtro. Zúñiga en junio de 1971, se experimentaría un cambio radical en la cultura institucional celayense. El INBA creó la Casa de la Cultura, siendo director el profesor Rogelio Zarzoza y Alarcón, que impulsó y reforzó los talleres de artes plásticas, la danza, la música y el teatro. La Casa del Diezmo fue un apéndice de la Casa principal, ya que estaba a cargo del gobierno estatal pero con, prácticamente, las mismas funciones y sin el impulso centralista y modernizador del INBA. Esta Casa llegó a contar con una Hemeroteca y una biblioteca, que complementaron sus actividades hacia la investigación histórica o periodística. Se creó el Taller Literario a cargo del escritor Ignacio Betancourt, que tuvo mucho éxito dentro del medio de los escritores locales, con grandes avances en poesía, cuento, narrativa, ensayo. Igualmente, el Ballet Folklórico y el Ballet Folklórico Infantil fueron reimpulsados considerablemente. En 1973 se realizó el Festival Anual Semanas Musicales, sugerido por el violinista Hermilo Novelo. Se hicieron los conciertos de violín, cello y piano del INBA. Durante los setentas, la cultura en Celaya se enfocó a exaltar el nacionalismo populista que caracterizaba al gobierno nacional, sin dejar lo andado en el periodo anterior. Casi no se exaltaron las tradiciones locales o la religiosidad, sino otros elementos nacionalistas fuera del ámbito de lo oficial y cívico, aunque no dejó de fomentarse en combinación con las autoridades locales.

En el año de 1976, la Casa de la Cultura se restauró y amplió en su totalidad, contando desde entonces con áreas como sala de exposiciones Zúñiga, biblioteca Nieto y Aguilar, galería Jorge Alberto Manrique, salones de clases, oficinas de eventos y difusión, diseño, medios, administración, dirección, relaciones públicas, staff, culturas populares y formación artística, galerías y más espacios para exposiciones. Contó con 25 aulas, 3 foros cerrados, un foro al aire libre y 4 galerías. Talleres de artes escénicas, artes sonoras, artes visuales, artes aplicadas, idiomas, escritura creativa. Las instalaciones tuvieron entonces una infraestructura apegada al crecimiento de actividades. Mucho de lo que se hizo entonces perdura al día de hoy, es una buena infraestructura, que se ha reformado muy poco.

Desde 1979 el coordinador de cultura fue José Luis Torres Lemus, que reimpulsó las actividades a través de las unidades de Iniciación Artística y los Talleres de Exploración de las Artes. Se llevaron a cabo los Jueves Culturales con conciertos, recitales, conferencias. Se inició con la Trova, la Banda Mixta Infantil, el Coro Mixto y la Rondalla Femenina. Se organizaron grupos de teatro. Desde 1983, la difusión amplia de las actividades fue una prioridad, por lo que se comenzó a transmitir un programa dedicado a la cultura en XEITC de Radio Tecnológico, que tuvo una audiencia considerable; igualmente el periódico El Sol del Bajío publicaba semana a semana una columna, llamada Claustro, que anunciaba las actividades o las reseñaba. La febril actividad tuvo canales de difusión importantes para la ciudad.

A partir de 1986, la institucionalización de la cultura celayense se estrechó, con la creación en 1986 del Patronato y, dos años después, se estableció el Consejo Municipal de Cultura. La experiencia llevó a que uno de sus componentes, que se convirtió en Diputado local, propusiera la conformación de la Ley de Fomento a la Cultura para el estado de Guanajuato.  En algo había servido la experiencia en la ciudad de Celaya. Por esas fechas se creó el Sistema Municipal de Arte y Cultura, que luego dio paso a la creación, ya en 2018, del Instituto de Arte y Cultura actual. Otro cambio de importancia fue el siguiente, como lo escribió José Luis Torres Lemus: “En 1994, siendo presidente municipal el contador Carlos Aranda Portal, la Casa de la Cultura fue municipalizada: El INBA entregó a la presidencia todas las instituciones con su activo fijo, permaneciendo el edificio propiedad de la Federación. Desgraciadamente desde entonces la institución fue vista por muchos como botín político. Fui ratificado como director por el presidente municipal, continuando mi trabajo”. (“Veinticinco años de arte y cultura”, Sol del Bajío, Celaya, Gto., 1 de enero de 1997, núm. 18, 020). Siempre se ha mantenido en secreto la membresía de esas agrupaciones, quizás porque sus componentes son muy pocos miembros de la misma área cultural, más bien son funcionarios locales o estatales, alguno que otro sabiondo vinculado al sector oficial.

Se operó este cambio pero aún así se destacaron varias actividades de importancia como la grabación de un disco por la Rondalla Barroca. La abundancia de actividades, como exposiciones, conciertos, recitales, videos, presentación de grupos de danza, de teatro, proyección de películas y programas de radio o artículos de prensa se enlazaron con un programa ambicioso como llevar la cultura a las comunidades de los alrededores de Celaya, mediante la enseñanza artística, en cinco elementos, como el dibujo y la pintura, la danza, la guitarra, el teatro y el rescate de las tradiciones orales por medio de la literatura. Destacaron en breve tiempo cinco comunidades, como Rincón de Tamayo, San Miguel Octopan, San Juan de la Vega, Tenería del Santuario y La Luz, con acciones en cinco días de cada semana. Desde entonces se contaron programas relativos a las comunidades, que sirvieran para incentivar la cultura en esos espacios. Esa atención no es una novedad al día de hoy. Ahora les denominan “caravanas culturales” como si fueran acciones conquista o circo, más que la incidencia en el desarrollo cultural en estos espacios.

El 28 de octubre de 1994 se inauguró el Auditorio Municipal Francisco Eduardo Tresguerras, con la ayuda en financiamiento del gobierno del estado, encabezado por Rafael Corrales Ayala. Importante obra que daría un espacio indiscutible para las actividades culturales de Celaya, como nunca antes, con capacidad de más de mil personas, aunque luego decantó en centro de espectáculos con la finalidad de obtener recursos para su mantenimiento, que le vinieron bien a las autoridades municipales. Los contenidos variaron pero fueron centrándose en espectáculos de baja calidad, con artistas traídos de fuera y con gran escasez de conciertos o recitales de alto nivel cultural, que aprovecharan la capacidad local o estatal. La vulgarización se ha impuesto en ese espacio casi siempre.

El 15 de septiembre de 1995, Torres Lemus renunció a su cargo, fue reemplazado por el Lic. Sergio Tovar Alvarado. Algo importante que logró la dirección de este funcionario fue el rescate de los terrenos anexos al convento de San Agustín, que pasaron a ampliar los espacios que necesitaba la llamada Casa de la Cultura, sobre todo para los salones de los talleres y espacios públicos para otras actividades como un auditorio o salón, fuera del edificio del ex convento. Lo malo de este rescate es que al lado ha funcionado un mercado, con tianguis en el exterior, y ha sido estación de los autobuses que circulan por la ciudad, lo que ha desmerecido la actividad cultural considerablemente durante el día y la tarde.

Desde 1995, la cultura se institucionalizó aún más al establecerse que el Instituto era un organismo descentralizado de la administración pública municipal, cuya finalidad es investigar, generar, promover, difundir, gestionar y preservar el patrimonio cultural, artístico e histórico, ahora denominado como tangible e intangible, del municipio, para intervenir en el desarrollo integral y bienestar de la comunidad celayense. Desde entonces, la institucionalización fue dando frutos en torno a la infraestructura. A la Casa de la Cultura y la Casa del Diezmo, se irían sumando otros espacios. Con el paso del tiempo, pocas funciones legales u objetivos se cumplen cabalmente, porque cada funcionario le trata de imprimir intenciones políticas o personales o incluso comerciales, no para hacer énfasis realmente en la evolución cultural vinculando a Celaya a la actualidad y al mundo. Más de 25 años en lo mismo.

La investigación e intercambio externo y la producción editorial son las más descuidadas en la cultura local, por no decir inexistentes. Los argumentos provienen de la austeridad financiera. Más bien es falta de trabajo, voluntad y conocimiento. Desde entonces, estos argumentos han paralizado la expresión y manifestación cultural con ideas nuevas y creatividad. Pareciera que todo el movimiento renovador viene de instrucciones trianuales de cada presidencia municipal, si es que las hubiera. Les gusta más la fiesta, la pachanga, el ruido, la comida y la bebida, el dulce y el bailongo, que la expresión cultural innovadora e influyente en la educación de la sociedad. La educación artística es parca y poco actualizada. Como dicen los funcionarios, Celaya es un “rancho”, más en la esfera cultural. Ni qué hablar de los presupuestos siempre limitados por norma.

Un espacio importantísimo que fue creado en el año 2001 fue el Conservatorio de Música y Artes de Celaya, Schola Cantorum, aunque desligado institucionalmente de la estructura oficial de la cultura. Se rescató el templo del Corazón de María y se adaptó como sala de conciertos. Se ampliaron instalaciones para residencias de alumnos y maestros, sala de ensayos, cubículos para maestros, biblioteca, cafetería, talleres de lavandería. El dinero fue aportado por el Consejo de Desarrollo Regional de la Zona Laja-Bajío, pero también por parte de la Iglesia católica y benefactores particulares. El padre Montes Ávalos estuvo a cargo. Conciertos, recitales, grabación de discos y presentaciones fuera de Celaya, han sido parte de una intensa actividad cultural, casi sin nada que ver con el Instituto de Cultura, ya que guarda una sana distancia, pero sus actividades trajeron aire fresco a la expresión musical, así como para elevar el nivel de los conciertos y recitales con obras de la cultura universal y mexicana. Sus actividades siguen siendo atractivas pero limitadas.

El Museo Celaya, Historia Regional en el año 2010, con varias salas, una dedicada al periodo prehispánico, otra más a algunos elementos de la fundación de la localidad, otra más enfocada al periodo colonial (demasiado general), una cuarta sala sobre la distribución de la población, una más sobre la independencia y el siglo XIX (muy general también), y luego se agregó algo sobre el tema de la participación de Celaya en la revolución mexicana (con el énfasis en las batallas de Celaya con las grandes figuras de Álvaro Obregón y Francisco Villa). Cuenta con un guión museográfico parco y demasiado general, que no se ha renovado a pesar de los avances historiográficos que se han tenido en los últimos años en torno, justamente, de la historia local. Es un Museo estrecho, más enfocado a actividades de cultura popular o de talleres y festivalitos para niños, que un Museo en forma con objetos y guiones que efectivamente den cuenta de la historia local que dice contener, la colección de objetos es general y dispersa, se han agregado objetos de enfoque religioso católico lo que desmerece al resto de la colección, ya no se diga objetos de cultura popular muy abundantes. A la actualidad es un espacio atrasado en su propuesta, con una dependencia de otras áreas de la cultura, sin una renovación cotidiana del guión, los objetos y la difusión. La exposición permanente es aburrida y las temporales siempre invadidas de aspectos tradicionales de la cultura popular. El área de apoyo educativo que le llaman narran una historia sin unidad lógica y mal contada o hilvanada. Tiene una revoltura entre historia religiosa, cultura popular, con pretensiones de difundir la historia local y regional. Siempre de los siempres es un espacio en la pobreza, no hay casi actividades de historia, publicaciones de divulgación o grandes exposiciones temporales que se vean en el mundo de la calle o digitalmente. No organiza talleres o diplomados de historia de Celaya, lo que desmerece en sus objetivos. Ausente se encuentra la investigación histórica en forma. Alguna que otra conferencia tiene una marca temática poco amplia y de aprendizaje, se encierra en especialidades que no vienen al caso y que no tienen interés dentro del público. El pasado celayense se diluye por el peso que se da a la cultura popular y a las festividades, en algunas ocasiones hasta en la política se han metido con personajes de fuera. A cuenta gotas existe con sus actividades de difusión y muy poca presencia nacional o estatal. Eso sí, los créditos de los funcionarios culturales que intervinieron en su hechura, todos de fuera y no estudiosos de Celaya, aparece desde la entrada, poco relevante. Quien coordina es mil usos y el único avalado para hablar cuestiones de historia celayense. La exclusión académica es parte de las formas en que el Museo actúa. Es un museo personalista y no institucional. Mucho menos es moderno.

En el transcurso de los años, las actividades culturales se quisieron descentralizar en Celaya. Se fueron creando 19 espacios comunitarios para brindar educación artística y ciertas actividades de interés para la población. Tales fueron los casos de Ojo Seco, Rincón de Tamayo, San Miguel Octopan, El Sauz, San Lorenzo, Santa María del Refugio, Jofre, San José el Nuevo, La Aurora, Santa Teresita, La Luz, Santa Anita, así como en las colonias Latinoamericana, Bosques y Girasoles, o en Barrios como San Miguel y Tierras Negras o al interior del Tecnológico de Celaya. Se fueron expandiendo las bibliotecas públicas en Celaya, hasta contar con 18, con dos principales, una en Casa de la Cultura y otra llamada Efraín Huerta en una de las avenidas principales de la ciudad. Desgraciadamente, las bibliotecas se encuentran anquilosadas, abandonadas, sin presencia digital, con acervos atrasados, polvosos y espacios poco adecuados para la lectura o consulta, comandadas por una burocracia poco actualizada que les de presencia y actividades de cierto nivel. Con la pandemia, desde el 2020, se ha dificultado mucho más, pero las bibliotecas públicas deben renovarse y modernizarse, salir de la zona de confort al mundo digital y en exposiciones de fomento a la investigación y la docencia. Pareciera ser que estas bibliotecas nadie las consulta, siempre están solas cubriendo un horario burocrático que los encargados cumplen. Los acervos no se renuevan, no hay presentaciones de libros o labores propias de la bibliotecología y la difusión de la lectura. Son espacios muertos y sin un sentido de nada.

En abril de 2018 se fundó el Museo de Arte de Celaya dedicado al pintor Octavio Ocampo, gran partícipe de la historia cultural celayense. Un sitio de primera para exposiciones permanentes y temporales, con salas dedicadas a Francisco Eduardo Tresguerras y a Octavio Ocampo como los pilares del arte local. Varias salas para exposiciones temporales, donde se fomenta y estimula el arte celayense se dice. Las actividades del Museo, sin embargo, se han concentrado en brindar educación muy especializada sobre diversas cuestiones artísticas, o en llevar a cabo actividades fuera de lugar en un museo artístico como este. Permanece en la oscuridad el órgano colegiado que decide temas y exposiciones y actividades. Talleres para niños, festivalitos de primaria, conciertos, parecen actividades de casa de la cultura, que no de un Museo de Arte con las características que este espacio cuenta y amerita. Un gran desperdicio para la expansión del Arte en la ciudad, sin intercambio nacional o internacional, con una difusión parca y endeble. No se fomenta ni se promociona a los artistas locales o del estado, curiosamente, aunque hay exposiciones que nadie visita más que el día de la inauguración. No se organizan diplomados o cursos de temas de interés artístico, por ejemplo. Tiene espacios vacíos que no se ocupan hasta en tanto el pintor Ocampo las llene con su producción, según dicen. No hay librería, ni biblioteca, ni charlas sobre historia del arte, no es atractivo aunque el sitio es espléndido, se encuentra enfrente del famoso Templo del Carmen y del Monumento a Francisco Eduardo Tresguerras. Las obras artísticas deben mostrarse con una gran dinámica, salir de su encierro a la calle o al mundo digital, pero las autoridades que encabezan este sitio no parecen comprender sus dimensiones y alcances, no existe creatividad o disposición. El medio de los artistas en Celaya se encuentra disperso y no logra ser parte principal de este recinto en muchas actividades. No se mueven ni las moscas.

A la infraestructura cultural existente, en el año del 2018, las autoridades municipales inauguraron el Centro Interactivo Ximhae, con la intención de divulgar la ciencia y el conocimiento, pero también la tecnología, con diez salas y otras actividades, conteniendo alberca (que no se ha hecho), salas de conferencias, talleres, proyecciones de cine y presentaciones artísticas, dentro de un Parque que se llama Xochipilli, que también vive en el abandono y el desperdicio, poco agradable. El proyecto era bien intencionado, agregado al Instituto de Arte y Cultura. El espacio decantó en otra casa de la cultura, en otra zona de la ciudad, que ha olvidado sus orígenes y se ha centrado más en espectáculos y festivalitos infantiles, que en los objetivos principales relacionados con la ciencia. Es un espacio para la fiesta, más que para la educación científica que tanto hace falta a niños, jóvenes y adultos en la ciudad de Celaya. Pusieron un espacio para biblioteca científica y hemeroteca que incluso se encuentra abandonado. Las actividades de la difusión científica carecen de modernidad y dinamismo, en mucho por la coordinación de este sitio que no cuenta con el sustento profesional y la experiencia para ello, sin saber utilizar incluso las labores de la Universidad de Guanajuato o del Tecnológico Nacional de Celaya, que están establecidas en la ciudad para la investigación y la docencia científicas y tecnológicas tan importantes. Dentro de las actividades de Ximhae se creó un Auto Cinema, que, aunque tiene cierto éxito, brinda películas de refrito que se pueden conseguir en Internet. Por supuesto que la divulgación científica en forma no se ha dado, de repente organizan talleres de micro temas para niños y jóvenes sin ninguna atracción. No cumple sus funciones cabalmente, por lo que es un desperdicio.

En Celaya, no hay una sola librería de calidad. Se han organizado Ferias sin ningún éxito. El fomento a la lectura, a las bibliotecas, es nulo. Además, no existe un programa de publicaciones interesante, alguna vez existió un Programa Editorial del Bajío, pero se abandonó por falta de recursos oficiales y carencia de conocimiento y voluntad, existiendo obra importantísimas que debería publicarse nuevamente con un formato interesante para la lectura de la población o para el turismo. Las presentaciones de libros son para autores locales casi siempre, por lo que no hay una interacción con la esfera editorial de fuera de la ciudad, por más de que en la ciudad de Guanajuato hay actividades casi siempre, o con la cercana ciudad de Querétaro o San Miguel de Allende. La falta de lectura de la población de Celaya es más que evidente, además por la falta de fomento institucional y porque no se estimula de ninguna manera. Hay una exposición de libros permanente en la entrada del ex Convento de San Agustín, con libros pirata o de temas fuera de lugar. Por una extraña causa burocrática, los Museos no cuentan con librerías que den cuenta de la producción local o estatal. Mientras que en las ciudades de Salamanca o Irapuato y por supuesto en Guanajuato, hay una oferta de librerías oficiales mediante EDUCAL, en Celaya no existen. La mejor librería de la ciudad es la de la tienda Sanborns, hay otra particular (Libelli) que es insufriblemente mala, cara y enfocada a libros de texto o colecciones piratas.

La creación de infraestructura cultural fue una preocupación constante de las autoridades municipales, con el beneplácito y ayuda de las autoridades estatales. Durante el trienio 2019 al 2021 se construyó un teatro y varias instalaciones para convenciones y espectáculos en los terrenos que albergaron durante muchos años a la Feria Anual de Celaya. Se inauguraron pero no pudieron funcionar inmediatamente por la pandemia de covid19.

Los festejos del 450 aniversario de la fundación de Celaya contaban con un plan interesante de actos oficiales y actividades culturales, que incluían obras de teatro, recitales de música, publicaciones, exposiciones y conciertos, que se vio empañado por el encierro y la crisis que impuso la pandemia. Fue la ocasión especial para que las actividades del Instituto de Arte y Cultura se desplegaran para beneficio de la población y el turismo. Los festejos no pasaron de unas inauguraciones, una que otra publicación, la puesta de la cápsula del tiempo y la difusión en las redes sociales sobre el cumpleaños celayense. Solamente lo disfrutaron los funcionarios y los burócratas del aparato municipal, porque todo estuvo cerrado al público.  La organización dependió del área de la Crónica Municipal, no del Instituto de Arte y Cultura, lo que fue más que lamentable.

Hay más espacios que podrían ser emblemáticos para la ciudad, como el edificio de la fábrica del Buen Tono, donde se les ha ocurrido construir un Centro de Innovación, con ayuda privada y estatal, en vez de enfocarlo a un Museo en forma sobre Historia Regional o de Culturas Populares, que tanta falta hacen, igual para dinamizar a otra zona de la ciudad. Otro espacio es la fábrica de Lucas Alamán de inicios del siglo XIX, de la que se conserva solamente la fachada y cuyo terreno se ocupa como estacionamiento. Hay otros edificios muy buenos para ampliar la oferta cultural para la población y el turismo. Se creó un espacio cultural en el puente Tresguerras, que se restauró recientemente, y que se encuentra desaprovechado y casi abandonado, monumento histórico de gran valía que data de 1806. Igual sucede con la llamada Alameda, un espacio espléndido donde la actividad cultural es inexistente, a pesar de contar con un quiosco espléndido (allí se colocan exposiciones de arte que no se divulgan por ejemplo).

Otro lamentable error de las autoridades locales es haber separado el Archivo Histórico Municipal y la Crónica Municipal de la estructura burocrática del área de Cultura, ya que se encuentran dependiendo de una Oficialía Mayor, que no tiene idea de la historia o la crónica del pasado, además de que traslapan funciones con el Instituto de Arte y Cultura. El cronista de la ciudad está atrapado en el positivismo oficialista más rancio, sin miras a brindar ampliamente una oferta de conocimientos históricos renovados o un programa intenso de actividades o publicaciones. Dicen que se encargan de la historia cívica, pero todos sus actos son positivistas, atrapados en los datos y efemérides sin órganos de difusión adecuados y muy mal hechos, como los festejos de la independencia o de la fundación de la ciudad. El Archivo Histórico funciona de milagro, trabajan pocas horas y la atención es pésima, no hay un orden eficiente en la consulta de la documentación y mucho menos una modernidad que permita la consulta y trabajo de los documentos que contiene. El encargado, “flamante historiador”, sin embargo, promueve que todo en la historia de Celaya es trillado, sin difundir realmente la valía de su archivo para la historia urbana de 450 años. No se favorece un clima de investigación agradable, sus instalaciones se encuentran en parte del edificio del ex Convento de San Agustín, con vecindad en el Mercado Morelos y el bullicio del Bulevar Adolfo López Mateos. Es una cueva oscura y maloliente que no promueve ni fomenta nada.

Existe un área de Culturas Populares con una pequeña Galería en el edificio del ex Convento Agustino, sin embargo, sus funciones se encuentran siempre invadiendo todos los espacios  de Cultura con exposiciones o talleres o actividades públicas, como si la cultura solamente se compusiera de cartonería, artesanía, música y bailables referidos a la fuente popular o tradiciones y “valores”. Las ferias de semana santa, muertos o navidades y reyes, son parte de esta área, que acumula y acumula actividades sin una infraestructura adecuada o una visión ordenada y creativa. Las autoridades actuales se aventaron la puntada de nombrar un director para las actividades de fin de año, dado que la estructura de la cultura popular no puede con tanto. Es necesario contar con un espacio grande y adecuado como Museo de Culturas Populares, para concentrar actividades que sean especialmente dedicadas a su materia.

La historia de los monumentos históricos o del panteón municipal celayense son, de repente, espacios para realizar actos culturales. Entre Culturas Populares y el Museo de Historia Regional organizan uno que otro evento, o promueven las restauraciones. Se llevan las palmas el mismo Panteón, el Monumento a la Independencia o el famoso monumento al Arquitecto Francisco Eduardo Tresguerras. Recientemente, el monumento de las batallas de Celaya, con Villa y Obregón de bronce, lucen en una glorieta famosa y muy transitada en sus alrededores en la ciudad. Cada abril, o cada noviembre, se realizan allí actos oficiales. En otro aspecto, los honores a la independencia, la reforma o la revolución, pero sobre todo a la semana santa o el día de muertos, lo hacen un grupo de actores en un organismo llamado Centro de Interpretación de las Batallas de Celaya, adscrito a la Casa del Diezmo. Mal caracterizados siempre, mal actuados, aparecen en esos actos como “aportación cultural”, reflejan descuido, mala formación y gran mediocridad en un proyecto que funcionó en algunos festejos, sus apariciones parecen de carnaval honestamente, nada profesional.

La presencia difusora de la cultura en Celaya depende de las redes sociales en internet, poco en la radio y casi nula en la televisión o los carteles e invitaciones impresas. La difusión de las actividades es siempre escasa o hasta selectiva. A los grandes actos se restringen las entradas para servir a funcionarios o invitados especiales, como pasa cada año en ciertas actividades que emprende el Festival Cervantino en la ciudad, o en aquellas organizadas por el sector privado con la renta de espacios culturales. La cultura celayense está segregada casi siempre, dividida socialmente. El sentido pueblerino de la cultura es considerar que los monumentos son símbolos del pasado, como la famosa Bola del Agua, que es un monumento o instalación  que aún revive el tema problemático del agua en Celaya a finales del siglo XIX. Otros monumentos de la ciudad resaltan el civismo celayense de la independencia, el liberalismo, la revolución o la modernidad, pero también la religiosidad católica de la localidad, como el monumento a la Virgen de la Purísima Concepción, patrona indiscutible, hecha en la entrada de la ciudad en la carretera que llega de Querétaro. Los templos y los barrios son escenarios de actividades religiosas y fiestas con feria, convivio, fritanga y pachanga. Eso es influyente aún en la actualidad, sin un contrapeso que resalte otros valores y desarrollos culturales con la intención de insertarse en la modernidad y desarrollo de la ciudad, muy industriosa siempre, pero con comportamiento pueblerino. El tema de la comida es muy arraigado, a pesar de las campañas oficiales contra la obesidad y la diabetes. No hay feria, festival o actividad que no tenga este elemento, o la vendimia de artesanías, fomentado por las mismas autoridades. La diputada federal por uno de los Distritos de Celaya, propuso en la Cámara de Diputados celebrar el día del dulce, como fomento a los empresarios del tema, pero con clara alusión a Celaya, por la cajeta. En este tipo de mentalidad está la promoción y fomento de la cultura celayense.

Desde que se municipalizó la cultura celayense, otro problema ha sido la improvisación de los funcionarios que se han hecho cargo de la institución cultural principal. Esto, además, ha permitido el crecimiento de una burocracia enraizada que tiene falta de creatividad, preparación, capacitación y voluntad original, sin relaciones externas que permitan renovar con nuevos aires el esquema. Los directores de cultura son los que fungen como organizadores de todo, unos han tenido la visión de organizar actividades callejeras con gran impacto (las famosas luminarias de noviembre, la semana santa, las fiestas de los barrios, los conciertos septembrinos o de ocasión ferial), luego hubo otro que le dio énfasis a la pachanga con espectáculos todos los días (cantantes, bailables, mariachis, trovas, cinito), el modelo perdura, contrastes que la gente evalúa pertinentemente. Elevar el nivel cultural de la población no es una prioridad institucional, es un desastre sin duda, un monumento a la ocurrencia y a lo establecido sin moverse.

A la fecha, el aparato de cultura cuenta con 250 empleados aproximadamente. Abundan los funcionarios de bajo nivel, a cargo de sitios que deberían modernizarse paulatinamente. Los “cacicazgos” culturales han permanecido a cargo de las instituciones por más de diez años, por lo que su falta de creatividad ha afectado a los espacios y sus medios especiales de expresión. Igual está el otro extremo, se han designado funcionarios muy jóvenes y sin experiencia y preparación a cargo de ciertas áreas, lo que ha afectado la altura de miras, el profesionalismo y el desarrollo cultural en Celaya, sin mencionar la imagen que debe darse y que es tan importante como una visión permanente y de largo plazo. Los funcionarios están enraizados en un sistema profesional de carrera, pero también se cuelan los recomendados de cierta fama local. Ese servicio es de cuestionarse en el área cultural.

Espectáculos de menor visión; festivales más concentrados en el calendario religioso católico; ferias temáticas identificadas con actividades que no son culturales (yoga, bailables, grupos artísticos, cine de televisión, comida, ferias de vendimia, artesanos que no son sino pymes, etc.); festivales de bajo nivel con una especialización sorprendente, desde la dedicada a la cajeta o la gordita hasta aquella enfocada a cuestiones religiosas o los aniversarios locales o el cine de televisión con creadores que nadie conoce o incluso ferias del libro mal diseñadas donde se venden libros piratas; talleres dedicados a la infancia que salen de las enseñanzas que se deben brindar en los museos o centros culturales, muy mal enfocados, que resaltan la técnica más que el conocimiento; los temas de los talleres artísticos van desde el dibujo, pintura, arte floral y migajón, fotografía, ballet, danzas árabes, dibujo de anime, cómic, cartonería, folklore, piano, guitarra, batería, canto, violín, actuación, pintura digital, algo que se llama “expresarte” para niños, idiomas, de acuerdo con la oferta que pueden ofrecer los profesores desde hace años, aunque hay talleres especializados de ocurrencia por parte de los museos, los talleres más bien son de manualidades y trabajos comunes, pocos oficios culturales, con el gasto y el desgaste que conlleva; confusión entre las actividades de una Casa de la Cultura y las que deben procurarse y hacerse en Museos y Bibliotecas en lo educativo y cultural; organización de cursos o capacitaciones con temas puntuales que no causan el interés mínimo de las personas, tanto locales como de fuera; difusión endeble en las calles o espacios amplios, o en el mundo digital, la televisión o el radio; poca oferta en publicaciones y productos culturales en conferencias, reuniones y actos públicos, sobre todo de los avances en investigaciones o estudios o creaciones que tengan que ver con Celaya y su región o estado, no se da una visión corporativa que ocasione innovaciones de calidad hacia el futuro; el intercambio con el mundo externo en materia de investigación, en lo académico y de difusión para la renovación de temas o experiencias, como el caso de las universidades públicas y privadas, locales, estatales y de otras latitudes; talleres de educación artística que no logran impactar en el medio cultural ni a corto, mediano o largo plazo; confusión entre cultura popular y tradiciones pueblerinas en las funciones y objetivos temáticos de otros espacios como el arte, la historia, la divulgación de la ciencia; hay una repetición de funciones en varios espacios, que generan confusión y desgaste o gastos, con tal de contar con más público en vez de mejorar la calidad y el conocimiento y ampliar la difusión; no se ha logrado la descentralización cultural para la vinculación con las comunidades, colonias, fraccionamientos, barrios y el turismo o el intercambio intermunicipal o con el estado; no se aprovechan las ventajas y beneficios de traer actividades culturales de la ciudad de México, ciudades cercanas u otros estados del país o del extranjero; no existe un sistema de becas o apoyos financieros para los creadores e intelectuales locales, que sirva de estímulo para el desarrollo cultural; énfasis en el impulso de la artesanía o el tema de lo intangible, sin una conexión que nutra su existencia e importancia actuales; fomento a comercios y pequeñas empresas en ferias culturales; falta de actividades formativas o especializadas como cursos y diplomados; lo que menos existen son los criterios profesionales que estimulen aportaciones culturales de altura; entre otras falacias y desvíos de la esencia del desarrollo cultural en una ciudad industriosa como lo es Celaya.

El trabajo cultural de las instituciones existentes se ha diluido considerablemente, en mucho debido a la carencia de recursos abundantes, pero sobre todo a los vicios de la burocracia, la improvisación, falta de experiencia y creatividad y la mala coordinación de los esfuerzos. Las últimas direcciones de la cultura han brillado en mediocridad, improvisación e ignorancia, ya ni se diga en burocracia. La visión cultural es parca e insuficiente para la población o el turismo o la educación. Poco impacto se recibe de tantas actividades como festivales, ferias, ciclos o exposiciones. Las actividades suelen ser efímeras y sin un sentido de comunidad y sociedad. No hay un proyecto homogéneo y de calidad, sino ocurrencias y cuestiones estáticas o establecidas. No hay una evolución en la extensión y desarrollo de actividades culturales serias en las comunidades, porque en realidad no hay una descentralización sino una concentración institucional con poca visión en la penetración cultural de cierta altura.

Algo positivo de la historia cultural de Celaya ha sido el rescate del pasado cívico y religioso (patrimonial sobre todo), el proceso de institucionalización (con áreas o enfoques definidos) y la creación paulatina de una infraestructura más o menos decente (en espacios patrimoniales que se han adecuado). Recursos han existido en diversos momentos, sobre todo de orden material, las ayudas del exterior han sido muy buenas, con recursos provenientes de la federación y del gobierno del estado de Guanajuato. Ha fallado la conducción y la visión con misiones concretas que favorezcan el desarrollo cultural que merecen los celayenses, una sociedad en expansión y en crecimiento paulatino. Las bondades del crecimiento demográfico y del turismo, siguen a la espera de aprovechamiento de la cultura, tanto en patrimonio como en actividades. Las actuales autoridades culturales padecen los mismos males, nula experiencia, preparación y visión, ya ni se diga la creatividad que se favorece con la investigación y la divulgación. Los espacios parecen cotos privados de personas que coordinan. No favorecen el cambio, sino el estancamiento y la tradición, mantener la línea de confort como dicen. No hay proyecto ni sendero animoso para la cultura.

La historia cultural celayense se ha compuesto de cuatro grandes aristas: la religión católica, la tradición costumbrista, el nacionalismo centralizado, y la vulgarización pueblerina. El desarrollo cultural se ha dado en cada etapa histórica desde los siglos coloniales. El conservadurismo ha campeado el ambiente del avance cultural, sobre todo aquel compuesto de elementos religiosos católicos tan enraizados en la población. Luego el nacionalismo, marcado por la necesidad del progreso, movió el campo de las instituciones y amplió el espectro para brindar diversidad en las acciones e intenciones. El sustento de la institucionalidad dio un camino muy bueno para el desarrollo cultural de la región celayense durante muy buena parte del siglo XX y parte del siglo XXI. El desplome ha venido en las últimas décadas en cuanto a las visiones culturales que deben desarrollarse con una modernidad que permita expresar el alma y el espíritu de las personas, sin caer en la vulgarización y el mundo efímero del espectáculo y lo efímero sin trascendencia alguna.

La cultura debe ser parte de la educación, el conocimiento, la creatividad, la evolución, el impacto social, el desarrollo institucional, no de la ignorancia, el atraso, la tradición oscura o el espectáculo parco y mediocre. El hacer por hacer está fuera de lugar en la actualidad. La modernización y desarrollo de Celaya deben contemplar siempre el aspecto de la cultura y la educación como prioridades de su historia, de lo contrario el futuro se vislumbra oscuro, enfrascado en la mediocridad y el atraso.

enero 23, 2022

Instituciones y cultura en México

 

“La cultura es la fisonomía, el esqueleto, la sangre y el alma de una sociedad”

Octavio Paz

Consejo Nacional para la Cultura y las Artes,

instituciones culturales en México, 2010,

México, CNCA, 2010, p. 1

 

 

Hace más de una década se hizo un balance completo del panorama de las instituciones culturales en México durante el siglo XX, por lo menos desde 1921. La evolución de la cultura mexicana no se puede entender ahora, sin hacer una evaluación o revisión de la acción institucional que han cumplido los gobiernos o las universidades en la esfera de la expresión de los elementos constituyentes que componen las manifestaciones culturales. Más que valores o tradiciones, la cultura es un tejido, una amalgama o un crisol, de expresiones, unas materiales, otras, inmateriales, que representan el sustento de la sociedad, por medio de exaltaciones de su espíritu creativo y expresivo. Las bellas artes en general son un medio, con una diversidad impresionante de sentires, sensaciones, emociones, sentimientos, signos y representaciones, ramificadas mediante las artes plásticas, la pintura, la música, el teatro, la danza, la actuación, la escritura, la educación artística, los museos y galerías. Carlos Monsiváis decía que la cultura iba más allá del costumbrismo o las tradiciones o valores: “Es claro: la identidad de un país no es una esencia ni el espíritu de todas las estatuas, sino creación imaginativa y crítica, respeto y traición al pasado costumbrista, lealtad a la historia que nunca se acepta del todo”. (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes…, citado anteriormente, p. 181).

La cultura nacional se ha compuesto por varios aspectos estructurales: la religión, el civismo, la tradición popular y la identidad histórica. Cuatro elementos que, desde siempre, han permitido o favorecido las expresiones culturales. Gran parte de estos elementos han sido conformados o inducidos por parte de las instituciones que las han fomentado o divulgado como parte de la “forma de ser” nacional, pero con el impulso dado a ser parte de la gran expresión simbólica de la sociedad, en todos los niveles. No es difícil de entender, que la cultura mexicana, tan diversa y plural, ha necesitado de una dirección que dé homogeneidad y unidad a aquello que tiene que ver con el nivel patrimonial, pero también intangible, que identifica a la sociedad. Por eso la cultura debe ser crítica, explicativa, interpretativa e impulsora de los sentires y emociones de la sociedad en todas las esferas, sin concentrarse en tradiciones machaconas o morales llenas de valores permanentes y estáticos, hasta cierto punto pueblerinos y tradicionales. La cultura es dinámica y compleja, no estática o atrasada en la tradición. La creación de instituciones culturales a lo largo de los últimos siglos ha cumplido un papel fundamental en conformar una buena parte de la identidad nacional. Desde el siglo XIX, fue importante institucionalizar la cultura como sustento del Estado y de la sociedad nacional para emparejarse a la modernidad y al desarrollo. No hubo recursos entonces, no existían muchas posibilidades, perduró la cultura pueblerina enfrascada en la religión o el liberalismo patriotero.

Se quisieron rebasar las consideraciones religiosas y tradicionales de la cultura, por medio de las instituciones que paso a paso se fueron creando, con la participación de intelectuales y pensadores de gran valía, que potenciaron otro enfoque acerca de la cultura nacional, menos apegado a un pasado centrado en valores religiosos o tradiciones orales de pueblos y ciudades, para poder fincar una identidad nacional más estrecha y vinculada a signos, símbolos y valores y representaciones provenientes de una sociedad diversa y plural, heterogénea, que se supone evolucionaba. La función del Estado fue un hecho fundamental a cada paso, sobre todo en las centurias del XIX y el XX. La posición de las instituciones ha sido muy influyente mediante museos, galerías, espacios patrimoniales, publicaciones, recintos bibliográficos y eventos públicos. Los creadores de distintas vertientes han tenido espacios para expresar sus aportaciones en todos los sectores culturales, sin menguar, por supuesto, aquellos provenientes de la cultura popular como raigambre de la identidad mexicana. El liberalismo, el conservadurismo, el positivismo, el nacionalismo y la modernidad tuvieron mucho quehacer dentro del desarrollo cultural del país. Estas tendencias fueron parte de la historia cultural que llega hasta nuestros días, sin descartar la religión católica con todas sus ideas y esquemas. Pocos dirigentes de la cultura tienen un conocimiento acerca de esta evolución, por lo que su preparación es parca para encabezar la cultura desde las instituciones en los últimos decenios, mucho de esto sucede en las esferas locales. Algunos se han convertido en líderes ineludibles, que han sido difíciles de reemplazar.

El filósofo Samuel Ramos, con sabiduría, estableció: “Entendemos por cultura mexicana la cultura universal hecha nuestra, que viva con nosotros, que sea capaz de expresar nuestra alma”. (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes…, p. 347). La expresión del alma, del espíritu, eso es la cultura, fuera de los apegos tan tradicionales y valóricos que ha dado la religión y tradiciones pueblerinas enraizadas, que se han resistido a las manifestaciones de la sociedad cambiante, dinámica, crítica y moderna. Aún en la actualidad, la cultura popular o tradicionalista y conservadora se confunde con las nuevas expresiones culturales en todas sus ramas. Es por esto que las instituciones deben establecer las líneas precisas del desarrollo cultural de un país, en todos sus niveles, para hacer evolucionar y conducir a las expresiones culturales hacia su conocimiento e impulso en la sociedad.

La infraestructura cultural ha sido destacada como objetivos de las instituciones. Brindar las condiciones para la cultura es parte de las funciones del Estado. El cuidado del patrimonio histórico cultural es una pieza clave de esas funciones y objetivos, al igual que el fomento, promoción y estímulo de las expresiones culturales. Hasta bien entrado el siglo XX, esto se entendió por los dirigentes de los sucesivos gobiernos. La Constitución de 1917 dio los cimientos jurídicos y legales para eso. Al principio, la cultura nacional dependía de la esfera de la educación, luego tendría su propio enfoque institucional. En 1921, con la fundación de la Secretaría de Educación Pública, José Vasconcelos declaró que la cultura daba progreso al país. Era parte del alma del pueblo, por ende era una expresión principal en las funciones del Estado.

En el año 2000 se creó el Sistema Nacional de Información Cultural, que permitió desde entonces revisar la creación, funcionamiento, composición y actividades de las instituciones culturales del país, en todos los niveles municipales, estatales y nacionales. Un análisis de ese sistema, ahora, es impresionante. En la actualidad existen 2120 casas de la cultura, 1410 museos, 7363 bibliotecas. Para 2010, 91 instituciones dependían del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Cuando se creó en 2015 la secretaría de Cultura del Gobierno Federal, esa cifra se incrementó sin duda, abarcando otras instituciones y recintos.

La creación de instituciones y centros de cultura durante el siglo XX y parte de lo que va del siglo XXI, ha sido el reflejo de la dinámica social en cuanto a la expresión cultural, más que de las tradiciones y valores que tanto se exaltan por la religiosidad católica o el sentimiento pueblerino de la cultura popular, ambos encerrados y casi confrontados con las expresiones modernas de los elementos culturales impulsados por las instituciones. Fuera de estas actuaron diversos y heterogéneos grupos culturales, donde destacaron los intelectuales y creadores, gran mayoría fuera de las instituciones pero en relación con ellas mediante las artes plásticas, las ediciones, las corporaciones, los estímulos, los espacios de expresión, el intercambio internacional, el teatro, la danza, la música y hasta en la artesanía y las labores del folklor. Los programas de becas y subsidios hicieron lo propio. Los intelectuales y sus grupos es materia de otro énfasis en el desarrollo cultural nacional, desde la esfera institucional, la arena privada o la independencia y autonomía.

Momentos especiales y estelares de las instituciones culturales en México han sido: la creación del Museo Nacional de Culturas desde 1865; el funcionamiento del Conservatorio Nacional de Música desde 1866; las celebraciones centenarias de 1910; la creación de la Secretaría de Educación Pública en 1921; en 1924 comenzó a operar Radio Educación; en 1927 la creación de la escuela de arte de La Esmeralda; la inauguración del Palacio de Bellas Artes en la ciudad de México en 1934; la fundación del Museo del Carmen en 1938; la Dirección de Monumentos Históricos desde 2010, con antecedente en 1939, controlando a 89 mil monumentos; la fundación del Instituto Nacional de Antropología e Historia en 1939; la creación del Museo Nacional de Historia Castillo de Chapultepec en 1944; la fundación del Instituto Nacional de Bellas Artes en 1946; ese mismo año la creación de la Escuela Nacional de Arte Teatral; el funcionamiento, a partir de 1946, de la Biblioteca Vasconcelos con 22 mil volúmenes, encabezada por José Vasconcelos; en ese mismo año la inauguración del Centro Cultural del Bosque en Chapultepec; la entrada en funcionamiento de la Escuela Nacional de Danza y la Orquesta Sinfónica Nacional en 1947, o la Ópera Nacional en 1948; la creación del Auditorio Nacional en 1952; la fundación del Instituto Nacional de Estudios de la Revolución Mexicana en 1953, incorporado a la secretaría de Gobernación; la entrada en operación de la Escuela de Laudería en 1954; la fundación de la Escuela de Artesanías y la Escuela de Música de Cámara, en 1958; la inauguración del Museo del Caracol 1960; el funcionamiento de la Escuela de Diseño en 1962; la inauguración de la Escuela de Conservación en 1964; la fundación del Museo de Arte Moderno, desde 1964; la entrada en funciones del Museo Palacio de Bellas Artes y el Museo de Antropología, ambos en 1964, junto con el Museo Nacional de las Intervenciones y el Museo Nacional del Virreinato; la creación del Museo Nacional de San Carlos, desde 1968; en el año de 1972, la inauguración del Festival Cervantino de Guanajuato; la inauguración de la Cineteca Nacional en 1974; la inauguración del CENEDIM en 1974; la entrada en funcionamiento del Museo de Arte Carrillo Gil de 1974; en 1975 el Centro de Capacitación Cinematográfica; la entrada en operación de la Fototeca Nacional del INAH en la ciudad de Pachuca, Hidalgo, en 1976; la conformación de la Compañía Nacional de Teatro desde 1977; este mismo año entró en operación la Escuela de Danza y Música en Monterrey; se inauguró la Escuela de Danza Folklórica desde 1978; el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Teatral Rodolfo Usigli, desde 1981, comenzó a trabajar; el Centro Cultural Tijuana en 1982 se puso en operación; el Museo Nacional de Culturas Populares en 1982; la editorial EDUCAL, con 90 puntos de venta en todos los estados de la república, empezó a funcionar desde 1982; el Museo Nacional de Arte en 1982 abrió sus puertas; al igual que el  Museo Nacional de Arquitectura desde 1984; el Museo Rufino Tamayo y el Museo Nacional de la Estampa desde 1986; el Museo del Templo Mayor desde 1987; la Dirección de Patrimonio Mundial desde 1987; la preservación ferrocarrilera desde 1988 comenzó a operar desde la ciudad de Puebla, que dio paso al Museo de los Ferrocarriles; el Museo Mural Diego Rivera desde ese mismo abrió sus puertas; el establecimiento del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en 1989, en apoyo a los creadores de todas las ramas culturales en todo el país; la Dirección de Culturas Populares desde 1989 comenzó a cumplir sus funciones; la oficina de Conservación del Patrimonio abrió ese mismo año; el Museo Antiguo del Colegio de San Idelfonso en 1992; Canal 22 comenzó a transmitir desde 1993; el mayor programa editorial del Estado, con seis mil puntos de lectura en todo el país, operó entre 1990 y 1995; el CENART, fortalecido desde 1994, contó desde entonces con cinco escuelas de educación artística, cine, teatro, danza, música y artes plásticas, con centros de investigación, multimedia, biblioteca de las artes y canal 23 de tv; la Coordinación Nacional de Desarrollo Cultural Infantil, desde 1995, comenzó a trabajar; el Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo en 1998 abrió sus puertas al público; Canal 23 de las artes desde 2001 comenzó a transmitir en la ciudad de México; la Oficina del Patrimonio Cultural y Turismo ejerció sus funciones desde 2001; la Biblioteca Vasconcelos abrió sus puertas desde 2004 con un diseño innovador y hasta polémico; el Museo de Arte Popular en 2006 se inauguró; la Fonoteca Nacional se abrió en 2008; la Oficina de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural comenzó a trabajar en la supervisión de un millón de inmuebles, actuando en 23 estados en 132 proyectos en 2010; los 12 Centros de educación artística operaron desde 2010; el mayor programa de bibliotecas públicas para lograr una cobertura de 93 % en todo el país dio sus frutos ese mismo año; en 2011 se re inauguró el edificio que contenía la Biblioteca México de La Ciudadela, donde se contuvieron los acervos de importantes intelectuales del siglo XX, como Carlos Monsiváis, Antonio Castro Leal, José Luis Martínez, Alí Chumacero, Jaime García Terrés, haciendo un conjunto que rescató a la antigua biblioteca José Vasconcelos de 1946, contando con otros acervos y espacios culturales de primer nivel.

Habría que destacar la influencia cultural de las corporaciones intelectuales como la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (desde 1833), la Academia Mexicana de la Lengua (1875), la Academia Mexicana de la Historia (1919), el Seminario de Cultura Mexicana (1942), El Colegio Nacional (1943), entre otras más especializadas, que marcaron ciertas líneas en la institucionalidad y expresión de la cultura nacional, desde un ámbito especializado, con ciertas influencias o réplicas en algunos estados de la república. Los intelectuales fueron incorporados como grupo para impulsar sus aportaciones y que participaran dentro del desarrollo cultural del país, mediante publicaciones y eventos académicos o en asesorías, provenientes casi todos de los centros universitarios del país, aunque algunos desde su independencia intelectual.

Sobre la política cultural del siglo XX, Carlos Monsiváis estableció una gran verdad: “Origen de grandes limitaciones, causa o coadyuvante de chovinismos y localismos, justificación de errores y legitimación continua de improvisaciones y fraudes, la cultura de la Revolución Mexicana es con todo responsable de mucho de lo mejor del país en este siglo: innovaciones, precisiones, descubrimientos. Entre el nacionalismo opresor y el imposible cosmopolitismo el proceso cultural se ha justificado por los seres excepcionales y el impulso de algunas tendencias, ha creado formas populares vigorosas y prontamente comercializadas, ha dudado ante las posibilidades de la tradición, ha ratificado su formación colonial, ha resistido al colonialismo, se ha empobrecido y enriquecido sucesiva y simultáneamente. Lo que procede ahora, así sea de modo esquemático, en un deslinde”. (Historia general de México, vol. 2, 3ª ed., México, El Colegio de México, 1981, p. 1381, 1382). Estas consideraciones son de mucha actualidad para el día de hoy, siguen siendo válidas para este milenio.

En casi todos los estados del país, las instituciones culturales fueron ampliando su actuación, mediante casas de la cultura, institutos, museos, escuelas, bibliotecas. Poco a poco tuvieron que enlazarse a nivel nacional, por la necesidad de financiamientos u orientaciones en su operación. Luego las instancias nacionales tuvieron que colaborar en la creación y operación de las instituciones culturales municipales y estatales, en un afán centralizador que luego ocasionó ciertas querellas de orden financiero o administrativo o en el plano de la difusión. Instituciones centralizadoras fueron el INAH, el INBA, luego el CONACULTA o la misma secretaría de Cultura, que afectaron contenidos o exposiciones en museos y centros culturales.

La evolución institucional de la cultura mexicana, sin embargo, ha conducido a varios escollos a lo largo del tiempo. La dependencia de las finanzas públicas ha sido el principal problema para la estabilidad de la cultura que se manifiesta en las instituciones. También, el crecimiento y acción de las burocracias institucionales que han detentado el poder de la operación cultural. Caciques culturales que duran años en sus puestos han afectado considerablemente el desarrollo cultural, ya ni se diga a personas improvisadas o poco creativas y profesionales que inundan las instituciones, sobre todo en municipios o estados del país. La burocracia cultural que permanece años y años en los cargos ha hecho lamentables estancamientos, los improvisados ni se diga (jóvenes sin experiencia y profesión, o políticos en desgracia, o los “recomendados” sin trayectoria de nada, por ejemplo). Hay profesores en los talleres de las casas de cultura que no se capacitan o actualizan, por desgracia. La austeridad gubernamental ha conducido a lamentables estragos en la cultura institucional, sobre todo en los últimos años. Gobierno a gobierno golpea financieramente al sector cultural. La cultura dependiente de políticas públicas gubernamentales le ha hecho mucho daño al desarrollo que esta área debe tener en la sociedad.

En demasiadas ocasiones se ha caído en actividades culturales como centro de espectáculos, o la comercialización y vulgarización, con utilización de los espacios culturales, patrimoniales o no, con fines distintos a elevar el nivel de la cultura en la sociedad que se atiende, de la que se es parte indiscutible. Lamentablemente, esto sucede en casas de la cultura y centros culturales o museos del país. Hay recintos museísticos que no los visita el público en casi todos los estados del país, dada la nula promoción o difusión digital, que son imperativas en la actualidad, están muriendo de soledad e indiferencia y sin recursos, sin actualizarse que es lo peor. Se recurre demasiado a actividades que exaltan la tradición “popular”, la religión católica o los espectáculos de poca monta e impacto, más que a expresar un alto nivel en expresiones como la música, teatro, danza, pintura, historia y el conjunto de las bellas artes o el cine, la fotografía y otros medios audiovisuales. El abuso de la cultura popular o de nivel básico, están matando la labor de los museos con talleres de baja estatura y poco efecto a futuro, en vez formar o difundir, hay un estancamiento con enseñanzas endebles y poco actualizadas. En demasiadas ocasiones los recursos públicos se invierten en festivalitos de primaria, muy limitados en propuesta u enseñanza, que no enaltecen las actividades culturales para el consumo del público. También se organizan y desarrollan actividades inapropiadas para los espacios culturales que son un patrimonio indispensable para el desarrollo cultural. La confusión entre tradición y modernidad es constante. Regularmente se confunden las funciones de las casas de la cultura con la labor de los museos, haciendo un revoltijo carente de sentido y concreción para beneficiar y elevar el nivel cultural de la sociedad. Mucho desgaste se imprime a las instituciones que no tienen clara la vocación por el desarrollo cultural de la población. Improvisación y falta de preparación y creatividad inundan a las instituciones culturales de hoy en día. Gente limitada en sus capacidades intelectuales y profesionales es encumbrada en posiciones, sin considerar el nivel que se requiere en experiencia y profesionalidad. Ni a los becarios de la cultura se les incluye en la dirección o actividades culturales en muchos recintos.

En el tiempo actual no existe una política pública clara en torno a la inversión y acción de la cultura nacional desde las instituciones del Estado, incluidas las universidades y otros centros de estudio o difusión. Parece no importar al gobierno, en todos los niveles, el ámbito de la cultura como parte de la identidad nacional, que es lo que enaltece a la sociedad mexicana. Como país existe un atraso en la cultura, en mucho debido al apego a lo que llaman tradiciones o valores de la “grandeza de México”, que exaltó Salvador Novo en un momento especial de la historia contemporánea mexicana. Ese apego parece concentrarse en valores moralinos o en tradiciones religiosas de antaño, hasta pueblerinas por cierto, cuyos símbolos y signos han estado muy arraigados en la sociedad mexicana desde hace siglos. Ante la falta de desarrollo cultural en las manifestaciones de las bellas artes y en la educación artística, mediante las instituciones, parece que la sociedad está atrapada en el pasado, cada vez que hay una evolución o modernización de la cultura hay una polémica en torno al quehacer de las instituciones. Ha pasado con el tema de la Diplomacia Cultural, con actividades como la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, con el Festival Internacional Cervantino y otras actividades con aportación privada, las innovaciones cuestan y rebasan a la esfera de las instituciones provenientes del gobierno en turno. Las iniciativas que han provenido de los estados de la república y que han llegado a tener éxito han topado con la polémica en la confusión de planos y objetivos. El desarrollo cultural parece detenerse intencionalmente por parte del Estado o de los tradicionalismos arraigados.

Se impone un cambio, un avance de la cultura con el patrimonio y los espacios culturales que hoy existen, hacer evolucionar las actividades culturales que impulsen y expresen a la sociedad mexicana en la palestra universal de la expresión de las actividades culturales, fuera del rasgo folklórico o de difusión turística que impulsan ciertos gobiernos municipales, estatales o incluso nacionales. La cultura se debate entre tradición y modernidad, entre las carencias materiales y la abundancia de propuestas y acciones de carácter universal. La historia cultural de México tiene que aprovecharse para evolucionar e incidir en la identidad contemporánea hacia nuevos rumbos.

Música, teatro, danza, artes plásticas, fotografía, cine, historia, literatura, patrimonio, se encabezan a evolucionar, principalmente, mediante el mundo digital infinito y democrático, universal y mundial. La cultura evoluciona al mundo inmenso donde todas las personas tendrán acceso y participación. Las instituciones culturales que no se inserten en el mundo digital y muestren sus actividades y bienes estarán rebasadas. Atrás quedarán los festivalitos escolares o las ferias machaconas o las expresiones y patrimonios que queden encerrados en recintos con guiones y actividades anquilosadas por la burocracia. Los mandos culturales tenderán a renovarse con experiencia y profesionalismo a un mundo abierto universalmente. El enfoque oficial o burocrático deben ser reemplazados, porque tienen atrapada a la cultura con los recursos financieros, las efemérides conmemorativas oficiales o los políticos ignorantes y mediocres que no tienen ni la menor idea de nada. Entonces la cultura tendrá un medio de expresión como nunca antes. Será parte de la manifestación de las identidades de las nuevas generaciones, una gran modernidad y un gran avance a la altura.

Todas las instituciones culturales tendrán que adecuarse a las necesidades de difusión digital que requiere el mundo. La creatividad se impone. Pero igualmente, ahora más que nunca, la cultura debe salir a las calles antes que nada. Expresarse en todas sus dimensiones es un asunto prioritario, para enriquecer el espíritu de la sociedad, fuera de la política, la ideología y los sistemas. La cultura es la expresión del alma de los pueblos, y como tal deberá manifestarse para el desarrollo, la unidad y la democracia en el universo y por supuesto en la nación.

 

 

 

enero 16, 2022

Oficialismo historiográfico en México hoy

 

Contar con sesgo los hechos históricos, legitimar al poder en turno, exponer el esfuerzo personal del poderoso, reivindicar ideologías políticas gubernamentales, justificar programas y alcances de gobierno, relacionar las causas de la bienaventuranza, rubricar el apoyo a las acciones gubernamentales, festejar los dichos del gobernante, aplaudir dichos y diretes de quien gobierna, exaltar a las familias ricachonas y de poder, dejar constancias documentales falseadas del acontecer, servir al poderoso, difundir acontecimientos dignos de la efeméride que justifica el orden de cosas existente, exaltar los beneficios inexistentes a una sociedad ignorante y apática.

La llamada historia oficial es un vicio muy frecuente en México desde el siglo XIX. Camadas de historiadores oficialistas han existido después de la independencia, la reforma, el porfiriato, la revolución y el México contemporáneo, hasta la actualidad. Gran parte de la historia oficial ha sido financiada o encargada por los sucesivos gobiernos, federales o estatales o hasta municipales, para exaltar sus virtudes y sus acciones. Se han fundado instituciones y organizaciones amasar y producir historias del pesado, normalmente aburridas y parcas, y que sirvan a manera de reivindicación o legitimación de un orden o una circunstancia o un personaje o un gobierno.

Las grandes glorias de los héroes de la independencia nacional; los logros liberales de los primeros años de la nación; los alcances de la reforma liberal y sus actores principales; las grandes metas de alcanzaría el imperio francés; la reivindicación de los triunfadores de la guerra de reforma en la república restaurada; las espectaculares metas cumplidas del porfiriato en el orden y el progreso nacionales y su personaje central; los alcances revolucionarios emprendidos que transformaron al país gracias a las acciones de los personajes por excelencia (Francisco I. Madero, Francisco Villa, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, entre muchos otros en los estados de la república); las acciones y hechos de los sucesivos gobiernos posrevolucionarios de Álvaro Obregón a Lázaro Cárdenas; la modernidad capitalista impuesta por los gobiernos provenientes del partido único y sus grandes gobernantes; las bondades del autoritarismo y la estabilidad política y social que exaltó la dominación del partido oficial y el presidencialismo; el cause necesario hacia la pluralidad política que estimuló el mismo partido oficial; la exaltación de los personajes y movimientos sociales constructores de la democracia mexicana; las bondades del neoliberalismo para reforzar la permanencia capitalista y la modernidad mexicana; los hechos y personajes de la alternancia oscilante entre las derechas y las izquierdas; y, ahora, la justificación de una transformación “pseudo revolucionaria” de cambio político, económico, social y cultural, que continuaría con las obras e ideas de Miguel Hidalgo, Benito Juárez, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas, con mujeres que se incorporaron de inmediato en la publicidad oficial.

La densa carga de simbolismos y reivindicaciones de la historia oficial es de una magnitud increíble, casi casi infinita. Si esto se puede decir de los periodos nacionales de la historia de México, ya ni se diga en los estados de la república, donde la historia oficial es influyente desde siempre, con una carga increíble de historias de personajes, familias, patrimonios, gobernantes, mediaciones del centro, nomenclaturas, efemérides, batallas, sangre, sudor y lágrimas de crónicas y testimonios en pueblos, municipios, estados. En todos los niveles la historia oficial es descriptiva hasta el cansancio y el enfado, positivismo puro y vil de buena cantidad de historiadores autodidactas; “amantes” de la historia; aficionados familiares o arrastrados; estudiantes que deben favores o becas; periodistas pro gobierno o pro gobernantes o pro oligarcas; escritores muy malos o compiladores de documentos que son incapaces de interpretar; ya ni se diga abogados de pueblo que hilvanan historias tan parcas y enredadas que nadie entiende; obras por encargo para recordar a los difuntos o sus actividades que dejaron huella en la historia; descripciones de datos, fechas, nombres, lugares y fuentes.

La historia oficial es nociva, porque se reproduce en publicaciones oficiales, prensa, radio, televisión, documentales y páginas oficiales de los gobiernos o instituciones de todos los niveles. Luego es utilizada para la enseñanza de la historia o los libros de texto, con un estilito reivindicador o de exaltación. Se utiliza también en elaboración de enciclopedias y obras de consulta, con datos que se reproducen y reproducen. Es un cáncer para la historiografía mexicana, porque además es plagiaria de las obras de historiadores profesionales o de las novedades en el conocimiento de temas de distinto orden. Ha invadido a la divulgación histórica en innumerables ocasiones. Obras publicadas en el curso de los últimos diez años, que son síntesis de la historia nacional u obras dedicadas a diferentes periodos históricos, han sucumbido al estilo y contenidos de la historia oficial, ni la historia narrativa o “accesible” ha salvado a los escritores que han republicado errores, falacias y exaltaciones oficialistas.

Hay instituciones dedicadas a la historia que siguen publicando autores y obras pertenecientes a la historia oficial. Cerros de libros se publican como copias caras de autores de los siglos XIX y XX, que catalogan como clásicos, pero que gran parte de ellos fueron, en su momento, historias oficialistas. En vez de publicar obras nuevas de autores jóvenes o investigadores profesionales, prefieren invertir en reproducir una historia oficial que ha sido superada. Para justificar dicen que crean “memoria”, aún cuando todas esas publicaciones se encuentran en las bibliotecas. Los últimos gobiernos han reivindicado la historia oficial de otros periodos, como sucedió en los festejos o celebraciones oficiales de la independencia y la revolución en los años de 1960, 1985, 2010, que también se reprodujeron en los estados de la república. Hasta enciclopedias, libros de texto, obras de consulta general, monografías, fueron invadidas con el sinsabor de la historia oficial, muchos historiadores profesionales se han prestado para eso.

El oficialismo de la historiografía en México ha sido muy extendido. Prácticamente, en todos los estados de la república se cultiva con extensión y abundancia, trastornando incluso a los libros de texto y la enseñanza de la historia. La plaga de historia oficial se ha extendido en los últimos tiempos con ahínco, ante la falta de recursos para la investigación novedosa y la publicación de obras originales de historia sobre distintas entidades y periodos. Historiadores profesionales hay como para renovar los paradigmas de la historiografía, sin la contaminación respectiva de un oficialismo tan extendido. El culto a la efeméride también ha ocasionado esta extensión de la historia oficial. Gobierno e instituciones estimulan la difusión de este tipo de historia, que se ha visto reforzada por escritores y editoriales que divulgan la historia con sesgos ideológicos y oficiales, atrapados en la efeméride anual.

La historia oficial hoy continúa atrapada en un discurso ideológico y padece de parcialidad en la reivindicación del pasado para servir al presente. La publicidad oficial está impregnada de una historia oficial que ya pasó, que ya fue, que no se ajusta a los tiempos presentes. La desgracia es que varios historiadores profesionales se han afiliado a este tipo de historia ideologizada y oficialistoide, reivindicando causas y legitimando acciones. Varias instituciones han quedado atrapadas en la historia oficial, con su facha de divulgación, continúan reproduciendo errores y acumulando bodegas o archivos. El plagio frecuente de errores y falacias y sesgos le hace un grave daño a la historiografía mexicana. La consulta y uso de los archivos documentales es una necesidad imperiosa para los historiadores, urge renovar el conocimiento y brindar un cambio de paradigma. Expulsar del panorama historiográfico a la historia oficial es un imperativo primordial. Cortar con la ideología política del momento brindaría luz en el camino.

Ejemplos actuales de la historia oficial son México, grandeza y diversidad, publicado por el INAH, SEP, Secretaría de Cultura, FCE, Comisión del Libro de Texto Gratuito y la Coordinación de Memoria Histórica y Cultural de México, con toda una pléyade de historiadores afiliados ahora a la historia maniquea y a interpretaciones oficialistas de todo lo que se festejó el año 2021. Partes del capitulado fueron sendos video programas oficiales que se transmitieron por televisión e internet en ese mismo, con importantes funcionarios sabiondos de la infinidad de temas. XX capítulos de una historia propagandística que pretende distinguir las novedades y las transformaciones del gobierno actual en función de una reconstrucción del pasado. Los historiadores con poder son los principales autores de este monumento al maniqueísmo oficialista.

Por el estilo, los historiadores académicos, divulgadores e intelectuales afectos al gobierno de la Cuarta Transformación, se juntaron para hacer un revisionismo chafa de la historia mexicana. Por maniqueísmo no paramos en el libro Historia del pueblo mexicano, avalado editorialmente por la Presidencia de la República, la Coordinación de la Memoria Histórica y Cultural de México, la secretaría de Cultura, la Secretaría de Educación, la Secretaría de Hacienda y el INEHRM. Cinco grandes capítulos con lo más granado de los historiadores mexicanos de distintas instituciones, que adecuan sus interpretaciones con servilismo y poca seriedad a los mandatos ideológicos de la llamada Cuarta Transformación. Una buena pieza oficialista con una interpretación ad hoc a lo que tanto se dice y afirma todos los días en este gobierno. Es el libro conmemorativo de los festejos de 2021, avalado por la presentación presidencial.

Estos ejemplos de historia oficial son una característica lamentable de las formas en que amolda, maquilla y adecua la historia del pasado mexicana a los sucesivos gobiernos y sobre todo al poder que desea legitimar sus dichos ante la sociedad. Historia maniquea, historia oficial, lamentablemente, con tintes de propaganda sustentada por la firma de los historiadores que sirven al poder.

 

enero 13, 2022

Males y tribulaciones de la historiografía mexicana

 

La crisis de la historiografía mexicana permanece desde hace mucho. Se encuentra estancada. No se ha roto ningún paradigma teórico, metodológico o empírico. No hay hallazgos ni encuentros con lo novedoso y original. Los enfoques provienen del extranjero, los problemas de investigación no se resuelven con suficiencia o espectacularidad y, mucho menos, favorecen que se hagan nuevas interpretaciones que, basadas en fuentes de primera mano, lleven a distinguir a la historiografía avanzando y con importantes logros para el conocimiento del pasado. No hay novedades, mucho menos originalidad. Hubo destellos luminosos, pero se han perdido.

La historiografía se encuentra encerrada en el academicismo aburrido y sin rumbo, pero igual en la divulgación vulgar y hecha por encargo y a la ligera. Los historiadores no han ido más allá en nuevos conocimientos que permitan una reinterpretación de la historia mexicana. El oportunismo de efeméride los atrapa a todos, el positivismo sigue vigente en la hechura y escritura de la historia, atrapada en el acontecimiento, la exaltación de personajes, el encumbramiento del dato y la fuente, o, lo que ha sido peor, en un recuento de relatos y supuestos hallazgos de la intríngulis de realidades y verdades a medias o que sirven al momento del poder político o las líneas marcadas por poderosos académicos o funcionarios burócratas serviles usualmente al poder.

Una revisión de la producción historiográfica de los últimos veinte años, nos da la certeza de una crisis mayúscula, que acumula papel tras papel, libro tras libro, página web tras página web, sin sentido, en las bodegas y archivos digitales en editoriales, universidades o en las bibliotecas públicas y particulares.

El comportamiento de los historiadores también ha conducido a una gran crisis historiográfica que no tiene fin. La renovación se impone desde raíz.

¿Cuáles son los puntos centrales de esta debacle de la historiografía mexicana? Veamos.

Fragmentos. Los temas históricos se concentran en un cúmulo de hechos, personajes y minucias sin globalidad o universalidad. Los temas son desvinculados de los contextos o de la totalidad. La descripción enaltece a las fuentes si las hay, en muchos casos es un saco grande de datos y datos sin interpretación. Libros, artículos, ponencias o producciones digitales son acumulativos de la fragmentación temática. Los fragmentos no son unidos en una interpretación que permita ubicarlos en los contextos o trascendencia histórica que reinterprete y avance sustancialmente. Los fragmentos se quedan ahí como un cúmulo de conocimientos embodegados sin mayor trascendencia. Las partes no se unen al todo, o viceversa. El interés fragmentario aburre y no va más allá del migajón. Es clásico de la historia regional o local, también de la historiografía oficial o la historia económica o igualmente de la historia política. Los libros de texto para niveles primarios o de educación media superior no son atractivos por la fragmentación, aburren a los estudiantes y a los mismos profesores. Ya ni se diga en los niveles superiores, donde los estudiantes bostezan y prefieren hacer las consultas o el plagio en la web.

Burocratización. Los historiadores académicos se encuentran atrapados en la recolección de puntos, buscar financiamientos, reportar avances, llenar formularios en plataformas web, informar y apresurarse al logro de metas, además deben informar sobre estímulos y recompensas o reportes a los organismos que les permiten subsistir con ingresos adecuados. Las instituciones han orillado a un galimatías burocrático que los investigadores deben cumplir a fuerzas. No se pueden dedicar de lleno a la investigación y a brindar buenas aportaciones, porque hay premura, complicaciones, enredos y urgencias.

La producción historiográfica se ha burocratizado tanto, que las aportaciones son reflejo de la rapidez con que se estudia o interpreta. La historiografía se ha restringido a informar, sin interpretar o analizar. El chiste es publicar a cualquier precio, a brindar las informaciones pertinentes que cubran o justifiquen el financiamiento. Los refritos son abundantes.

La competencia por plazas de tiempo completo son un galimatías burocrático, una competitividad que se queda en las camarillas con su correspondiente burocracia. Los requisitos para concursar plazas exceden con mucho las posibilidades de los historiadores, proyectos, líneas de investigación, currículum vitae, papeles y papeles y más papeles, entrevistas y pruebas frente a grupo, para que un par de personas decidan, usualmente a favor de los recomendados o poderosos. A personas con trayectoria los desechan, a los recién egresados solamente los aceptan si están ligados a poderosos. La petición de cartas de recomendación refleja eso, las vinculaciones corruptas de la burocracia de los concursos. Hay veces que los concursantes son más sabios que los que evalúan en comités compuestos por historiadores fragmentarios, encerrados en su pequeño poder del cubículo.

Teoritis. La aplicación de conceptos y metodologías históricas del extranjero es lo común en la historiografía académica. Los hallazgos en las fuentes se describen enmarcados en conceptos y conceptos, que si un historiador dijo o dejó de decir, que las corrientes historiográficas, que los métodos, que los análisis teóricos, que las escuelas. La realidad y la verdad se desaparecen como objetos de estudio. A los historiadores académicos les fascina citar autores teóricos para enfocar sus hallazgos, sin lograr una vinculación que conlleve a romper paradigmas, de acuerdo con la realidad histórica investigada. El objeto de estudio se diluye normalmente. Los sesgos teóricos enaltecen ciertos temas, sin avanzar realmente en la interpretación o permitir explicar o aportar al conocimiento novedoso u original.

La teoría lleva a las modas temáticas que surgen de los conceptos, no de la realidad. El exceso de teoría hace que la producción historiográfica sea leída solo por los colegas o estudiantes y que se acumulen las bodegas con libros y revistas que nadie lee o consulta, o se encuentren en las nubes de internet sin ser consultadas por nadie. Pasa en gran parte de las universidades y centros de estudio del país. La historia social o cultural, o incluso la historia económica, está llena de ejemplos. El “marco teórico” destruye la verdad o la realidad histórica, que se pretende construir a base de conceptos y conceptos.

Efemeridología. A los historiadores oficiales, positivistas, burócratas o vinculados con el poder político les fascina hacer historia de acuerdo con las efemérides cívicas que resalta el gobierno en turno, en todos los niveles. Es muy oportunista esta producción, que se percibe en libros, artículos, conferencias, reuniones, páginas web, periódicos, revistas, exposiciones, organismos, redes sociales, etc. No hay un interés por ampliar o profundizar o reinterpretar los momentos históricos, sino reciclar, plagiar, recircular y exaltar los acontecimientos y personajes que forman parte de la historia cívica que los gobiernos de todos los niveles buscan resaltar para la legitimación y el fortalecimiento de la identidad de pertenencia, también relacionados con el tema de los patrimonios, la promoción turística y la parafernalia conmemorativa de ocasión. La historia maniquea o maquillada luego tiene sus adeptos en historiadores profesionales o divulgadores, sobre todo si es bien pagada. Se buscan los valores y principios de una colectividad, más que avanzar en el conocimiento del pasado común o la memoria colectiva. Se reimprimen miles de ejemplares de libros que nadie lee, que denominan “clásicos”, sobre todo, en temas de la independencia, la reforma o la revolución. Se crean organismos para acumular materiales, no para redimensionarlos o vincularlos efectivamente con la necesidad presente de la memoria colectiva.

A los divulgadores o escritores les fascina la efeméride, porque con ello realzan la ficción o la mentira o brindan publicaciones donde se resalta la sangre o la muerte o los sentimientos de la gente del pasado, normalmente ligados a personajes, familias o poderosos. Aplican la ficción a periodos históricos con un cúmulo de mentiras que a la gente les agrada leer. Este hecho, permite a las editoriales privadas tener altas ventas de momento, porque después los libros se van a la trituradora. La historia se convierte en propaganda o en una difusión sin sustento que sirva para conocimientos novedosos que las personas disfruten realmente.

Reconocimientitis. Muchas ocasiones el avance historiográfico depende, sobre todo en la academia, del logro de reconocimientos y premios. Hay historiadores que buscan el reconocimiento de su trabajo con ahínco y dedicación. Viven para ello. Producen y producen libros y artículos y textos varios para que sean reconocidos por la comunidad académica o los gobiernos y ciertas organizaciones, aunque se repitan no importa. Se autopromueven y vinculan en camarillas para lograr ser reconocidos por su trabajo historiográfico.

El reconocimiento se ha convertido en una obsesión historiográfica y de grupos académicos o liderazgos de ciertos historiadores, hasta una Nomenklatura existe, conformada por poderosos. Se reparten las posibilidades con evaluadores o dictaminadores, con tal de ofrecer el reconocimiento, incluso, a trabajos o estudios que no merecen la pena en el avance del conocimiento histórico.

Infinidad de tesis de licenciatura, maestría, doctorado, posdoctorado o investigaciones académicas de calidad se han visto coartadas por reconocer a miembros de las camarillas o grupos que detentan el poder de las evaluaciones, en premios, estímulos y reconocimientos relacionados con la historiografía. El influyentismo perdura en este tema del reconocimiento historiográfico. Se premian a funcionarios o poderosos o líderes de camarillas, no a los que hacen investigación de verdad, por ejemplo. Obviamente, el daño es increíble, porque se reconoce la mala calidad normalmente. Lo anterior incluye la organización de homenajes a historiadores con trayectoria o sin ella. En las universidades y centros de estudio les fascina la organización de homenajes, manera de reconocer a jefes de camarillas y grupos académicos o poderosos funcionarios, ya ni se diga entre las “mafias académicas” en universidades y estados de la república. Honoris Causa o reconocimientos institucionales abundan para dar “caché” a rectores o directores generales o políticos que comandan instituciones con rasgos académicos, ya ni se diga gobiernos de todos los niveles. No es uno sino varios y frecuentes, donde por lo regular no se evalúa la calidad del trabajo historiográfico o las aportaciones a nuevos y renovados conocimientos intelectuales. Premios nacionales y estatales o municipales a historiadores abundan. Esto incluye el ingreso a corporaciones que paga el gobierno con recursos y becas, donde a la mayoría de los miembros no les corresponde tal distinción, que, se supone, es por la calidad no la cantidad de la obra. Publican tomos de los tomos de la obra de los miembros, que solamente enriquece a bibliotecas o bodegas. La aportación intelectual se diluye usualmente. La homeneajitis es una lacra de la historiografía nacional.

Narrativitis. Desde finales del decenio de los sesentas del anterior siglo, el marco de la llamada narrativa ha influido en la producción historiográfica continuamente, con la premisa de que en la forma de relatar la historia hay un acercamiento con la gente común y corriente interesada por conocer su pasado. El enfoque de la narrativa fue bien logrado por algunos historiadores, académicos o divulgadores, una virtud que se enaltece. El relato histórico se vio impulsado con gran ímpetu en circuitos académicos y en el marco de la divulgación histórica. La historiografía local y regional se vio estimulada por este enfoque. Muchos intentaron insertarlo con malas maneras y formas. Unos cuantos lo aplicaron con eficiencia y éxito. Aún ahora es aplicado como forma “chistosita” de narrar la historia y, con ello, acercarse al público consumidor de historias y relatos. En realidad es un estilo, porque no se han dado aportaciones paradigmáticas que influyan en el conocimiento del pasado con gran envergadura. Es una forma de allegarse lectores, mal lograda en la mayoría de los casos. Muchos quisieron copiar a Luis González y González, gran impulsor del tema de la narrativa, sin lograrlo o siquiera alcanzarlo, entre ellos académicos o tesistas o divulgadores. En las regiones fueron legión. Igual en los guiones de los museos o en la prensa. Pulularon dentro de la cultura popular. Muchos han caído en el ridículo porque lo hacen bastante mal, no son narrativos.

Divulgacionitis. Los académicos se han obsesionado con el tema de la divulgación. Sus libros y artículos no han tenido gran impulso en el consumo del gran público. Normalmente, son publicaciones que solamente circulan en medios académicos. Unos cuantos colegas se leen entre ellos dependiendo del tema. Ante el éxito de la novela histórica o la producción de los escritores divulgadores, los historiadores académicos se obsesionaron con hacer “historias de divulgación”. Muchos de ellos creen que hacen divulgación en libros, artículos, exposiciones, publicando en la prensa y las revistas, o en la producción digital, guiones de museos o catálogos de exposiciones, o incorporando amplia iconografía o la utilización de la fotografía, el cine, la TV o el radio; sin lograr realmente aportar novedades originales sobre el conocimiento e interpretación de la historia. Como la ficción no se les da, pues fracasan al aplicar el estilo.

En cambio, los divulgadores históricos, normalmente apoyados por la publicidad o el marketing de las editoriales, como celebridades de la TV, el radio o las redes sociales; han tenido mucho mayor éxito en el consumo de productos de historia. Eso incluye también la participación como “asesores históricos” en telenovelas o filmes con tema histórico.

La obsesión por la divulgación se hizo presa de los historiadores académicos de todas las instituciones educativas o de investigación, museos, archivos, bibliotecas, enmarcados dentro del sistema cultural gubernamental o privado. La competencia ha sido impresionante, pero ha dañado a la historiografía con producciones parcas y con escaso interés, de una generalidad sorprendente. Muchos han querido emular a Enrique Krauze sin lograrlo, por lo que en vez de reconocer su trabajo de divulgación, lo han criticado o denostado porque hace negocio con la historia.

Plagio. La historiografía mexicana ha sido muy dañada por el tema del plagio, sobre todo en la elaboración de trabajos académicos de licenciatura y posgrado, pero también en la producción de investigación. El plagio textual, pero también el plagio de ideas o narrativas, ha sido muy común en los últimos años porque se tiene acceso vía digital a infinidad de libros, artículos, ponencias, conferencias y ensayos. Es más frecuente entre los estudiantes por descuido e impreparación, delicado en cambio en los académicos faltos de ética y seriedad. El plagio de ideas es grave porque se toman enfoques o perspectivas como referencia y con eso se elabora un marco de interpretación igual pero con distinto contenido. Los esquemas se copian sin dar la referencia de rigor. La falta de ética es común en los plagiarios copiones o que sustraen ideas ajenas.

En las últimas décadas, la historiografía mexicana se ha visto afectada por esta dinámica copiona inmoral. Muchos funcionarios académicos lo han practicado, pero también investigadores que no leen y que no van a los archivos, que hay muchos. Es usual en los tesistas de licenciatura y posgrado, cuyos “asesores” no les asesoran, valga la redundancia, ni leen, por irresponsabilidad.

Malinchismo académico. La preferencia por autores o producciones de afuera del país es muy común en México. Unos porque estudiaron en el extranjero, otros porque se sirven de la fama de un historiador externo, unos más porque reciclan ideas o aportaciones teórico-metodológicas que sí funcionan para realidades foráneas, otros porque se encuentran ligados con historiadores o grupos o redes del extranjero y forman parte de esas camarillas veneradoras.

El historiador académico, usual y en su mayoría, recurre a enfoques metodológicos provenientes del extranjero, sobre todo de Europa o Estados Unidos, para aplicarlos a las realidades mexicanas. En unos casos ha funcionado, en otros, es una vinculación forzosa y muy lamentable. Muchos tesistas de licenciatura o posgrado adoran y se hincan prácticamente a la producción historiográfica del exterior del país. Sus aplicaciones son lamentables en muchos casos, pero divulgan lo de afuera primero que nada.

El malinchismo académico también se expresa en reconocer, divulgar, homenajear obras y autores o incluso publicar hasta el cansancio, para ciertos temas y periodos por supuesto, a personajes historiadores que han escrito sobre la historia mexicana en algún momento. Hay casos muy lamentables, otros no tanto. No se trata de xenofobia sino de crítica historiográfica. Ha habido historiadores de excelencia que han dado aportaciones indiscutibles sobre ciertos temas y periodos, que han merecido reconocimiento y exaltación, pero hay una inmensa mayoría que no se ha dado el caso y sin embargo disfrutan las mieles de la adoración ciega e innecesaria, casi arrastrada por cierto. Infinidad de tesistas estadounidenses o europeos han producido historiografía sobre México, una gran parte de esos trabajos no valen la pena por su generalidad y carencia de entendimiento de la historia mexicana, pero ciertos historiadores mexicanos les rinden pleitesía.

Hay historiadores académicos que promueven recursos para exaltar a ciertas figuras, publican todo lo que escriben y homenajean frecuentemente. Ahora con las redes sociales, hay historiadores que impulsan y promueven la obra de historiadores externos, no de muy buena calidad que digamos, o con enfoques ya superados, cosa que no hacen con las aportaciones u obras de los mismos historiadores mexicanos. Este comportamiento es lamentable y poco ético.

Las universidades y centros de estudio en México contratan a profesores-investigadores extranjeros. Por alguna circunstancia los prefieren. Gran mayoría de ellos no cuenta con trayectoria académica suficiente o no poseen el grado de doctorado. Algunos son profesores de formación, cuentan con títulos equivalentes a profesorados, licenciaturas o maestrías. Argentinos, españoles y estadounidenses son los predilectos. Además se convierten en funcionarios académicos o coordinadores de carreras o equipos de investigación dentro de las instituciones. Pocos aportan a la historiografía mexicana con suficiencia, algunos trabajan temas foráneos sobre Europa, Estados Unidos o Sudamérica. En las últimas tres décadas del siglo XX, hubo una invasión de profesores-investigadores extranjeros en las instituciones académicas dedicadas a la historia en el país. Muy pocos estimularon a la historiografía mexicana como debería y se lo merece. Las instituciones de “prestigio” creen que contando en sus filas con historiadores extranjeros hacen grandes logros. Es imagen más que sustancia o avance. Más bien, diría yo, es malinchismo.

Turismo académico. La burocratización de los historiadores académicos ha sido impresionante en las últimas décadas. Las instituciones han burocratizado al más no poder a los académicos, investigadores y docentes. La necesidad de incrementar ingresos o financiar proyectos de investigación ha conllevado el intercambio académico con el mundo. La asistencia a congresos, estancias académicas, conferencias, reuniones, establecimiento de redes o labor docente en universidades y centros de estudio en el extranjero ha sido una dinámica constante desde la década de los noventas del siglo anterior. Sin embargo, se ha caído en un abuso permanente por parte de los académicos, el intercambio se ha confundido con la realización del turismo académico. No hay proyecto o institución que no lo avale. Gran parte de los presupuestos financieros institucionales o de proyectos de investigación, se elaboran con ciertas tajadas para el intercambio académico, confundido por la realización de turismo. Normalmente, un texto se presenta varias veces en reuniones académicas en diversas partes de México o el mundo. La exposición es de quince minutos, y, para eso, se gastan recursos de traslado, estancia, hospedaje, pago de la reunión, etc., por varios días, sino es que semanas. Algunos van a estancias académicas inservibles, ya que funcionan solamente para incrementar puntitos y el listado curricular, sin mayores aportaciones. Hay académicos que viajan prácticamente cada mes o por varios periodos de tiempo en cada año. Si son funcionarios académicos es peor. Algunos cargan con la pareja o la familia a costa del erario universitario u oficial. Si la reunión dura tres días normalmente, pues el académico se queda más días porque pasea al mismo tiempo. Esta práctica frecuente ha ocasionado que la producción se vea afectada. Hay textos que se reproducen hasta diez veces en publicaciones, como memorias o libros de las reuniones, discos compactos o páginas web. Hasta le cambian el título a los textos para no verse evidenciados. Sus aportaciones ni siquiera resaltan en las reuniones a las que acuden. Una somera evaluación de los estímulos o reconocimientos da por resultado esa circunstancia. No se aporta nada, no se evoluciona en nada, con textos reciclados de propia mano que, además, luego se convierten en artículos en revistas “especializadas”. La falta de ética y la corrupción imperantes en el medio académico da por resultado esta lacra del turismo académico. El intercambio se ha convertido en el pretexto ideal del turismo.

La ética. Hay historiadores que no leen, que no van a los archivos, que explotan a un ejército de asistentes y ayudantes, que no van a dar sus clases, que plagian con palabras bonitas trabajos de investigación de sus alumnos, que organizan pachangas y reuniones para ver a los cuates, que se convierten en funcionarios para gozar de las mieles del poder, que inventan fuentes o se las roban, que repiten y repiten publicaciones, que ni siquiera ponen notas al pie de sus escritos porque esa labor la hace un asistente, que viajan a reuniones o conferencias sin mayor aportación que su voz, que están incorporados a organizaciones o redes sin hacer prácticamente nada, que son dictaminadores y evaluadores para favorecer a sus camarillas, que influyen en lo que se publica y no, que reciclan artículos en varias revistas o publicaciones periódicas, que editan o coordinan los libros para autopublicarse y tener más puntitos, que plagian y autoplagian, que teorizan sin acercarse lo más mínimamente a la realidad que supuestamente investigan o analizan, que solicitan recursos de proyectos para beneficiarse con equipo tecnológico o de publicaciones, que intervienen en la dictaminación de plazas académicas sin el mayor pudor para favorecer a sus cercanos, que rinden pleitesías a los poderosos o funcionarios en turno, que se arrastran para participar en proyectos, seminarios, reuniones o fiestas con tal de publicar y beneficiarse en algo. La falta de ética es muy común dentro del medio de los historiadores y divulgadores mexicanos. No hay principios o valores que lo impidan, porque la competencia de los puntitos que favorecen los ingresos o la posición impera por sobre el avance paradigmático del conocimiento histórico. La convocatoria de las plazas para investigadores o docentes, usualmente y en general, se encuentran amañadas a favor de los cercanos, estudiantes o colegas. Prácticamente, en las universidades y centros de estudio, el tema de las plazas, tan restringido por las finanzas públicas, se encuentra intervenido por las camarillas o líderes o jefes. Entran los que rinden pleitesías o los que se identifican con los intereses de ciertos grupos. Infinidad de colegas historiadores se quedan fuera, siendo más valiosos que los que entran. Este manejo es poco ético y hasta inmoral.

Hay historiadores moralinos que critican a los divulgadores o a los historiadores que actúan en medios institucionales del gobierno. No se atreven con los académicos. Hay tres casos muy sonados. No tienen suficiencia en sus críticas porque finalmente actúan igual o peor a los que critican. Eso sí, han publicado libros enteros reflejando envidia o egoísmo en torno a figuras importantes que escriben sobre historia mexicana con frecuencia. Uno de los críticos que escribió un manual nunca ha hecho investigación en archivos o producido una historiografía solvente. Otro critica lo que se hace en la divulgación histórica, más bien con el hígado que con la suficiencia académica, lo hace tan mal que da pena. Uno más se ha atrevido a corregir datos de un eminente historiador que ha aportado a la divulgación histórica del país, como nadie lo ha podido hacer. La crítica historiográfica se ha diluido en desborde de personalismo barato.

Los males y tribulaciones de la historiografía mexicana impiden que la disciplina avance y descubra nuevas formas o vertientes del conocimiento del pasado. El historiador mexicano se encuentra atrapado en una dinámica de competencia, no por el conocimiento, sino por la mediocridad, el burocratismo, la arrogancia, la ignorancia y la mala ética. La competitividad del medio de historiadores es por las plazas, las publicaciones, la labor docente, los nombramientos, los reconocimientos, los estímulos, no por el estudio y avance de la historiografía, que sigue siendo positivista, atrasada, necia, oficial, mentirosa, contradictoria, incoherente y con falacias, poco profesional. Eso es en lo que termina la enseñanza de la historia, a veces tan cacareada innecesariamente como la palestra de la formación y especialización de los historiadores. Sus bondades se diluyen en la práctica. Se impone una transformación pronta que, sin duda, harán las nuevas generaciones de historiadores mexicanos, que contarán con otra misión y visión sobre el pasado, el presente y el futuro de la historia. Librarán un combate más.