A mitad del siglo XX el escritor Luis Velasco Mendoza definió muy bien el estado de la cultura en la ciudad de Celaya, dijo: “en lo espiritual, la simiente cultural depositada en el alma de los celayenses, brotaba ahora vigorosa al cálido amor a su ciudad, y manifestaba su lozanía con los chispazos rutilantes de sus ingenios, plasmados en la producción de obras musicales y literarias que, ejecutadas con armonía, con ritmo y con belleza daban a conocer las excepcionales aptitudes de los autores en la música, la elocuencia, la prosa, la poesía”, (Historia de la ciudad de Celaya, México, Imprenta Manuel León Sánchez S.C.L, 1949, tomo IV, p. 278, también citado por José Antonio Martínez Álvarez, Antología, la Casa de la Cultura de Celaya, Gto., Celaya, Instituto de Arte y Cultura de Celaya, 2021, p. 44 y s.s.)
Celaya comenzó a contar con una perspectiva más moderna en torno a las actividades culturales, gracias a un proceso de institucionalización muy pertinente e histórico, por no decir indispensable. La cultura celayense se había caracterizado por el apego a la religión católica y a las tradiciones de antaño de orden pueblerino y casi casi familiar. Las autoridades del estado o del Ayuntamiento fomentaron durante mucho tiempo estas tendencias, muy ligadas siempre al esquema de la estructura eclesiástica católica, las devociones obsesivas machaconas y las celebraciones o conmemoraciones provenientes desde el periodo colonial demasiado obsesivas y cotidianas. Era difícil lograr un cambio o transformación de las actividades culturales, sobre todo luego de la revolución, que empezó a insistir en un proceso de institucionalización nacionalista y progresista que dinamizara y dignificara a la cultura con otros rasgos más nacionales y universales, aún fuera del civismo oficialista.
La música, el teatro, la literatura, las artes plásticas habían contado con serios intentos de expresión en una sociedad ahogada por la religión y la tradición. Ya a finales del siglo XIX hubo manifestaciones de ópera y música. Hasta Ángela Peralta cantó en un pequeño espacio que se llamaba Casa de las Diligencias, con gran éxito. Se construyó un espacio teatral llamado Cortazar en 1890, con el apoyo de la siempre benefactora Emeteria Valencia, donde se presentaron comedias y operetas que atrajeron la atención del público local, aunque era selectivo por supuesto en cuanto a la asistencia del público. También llegó el cine mudo, que fue muy popular en tres espacios llamados Pathé, Olimpia o Cinelandia, así como también hubo expresiones literarias de varios intelectuales que presentaron sus piezas al público con gran beneplácito popular, reflejando otros aspectos relacionados con el espíritu fuera de la esfera religiosa o tradicional. El modernismo y el romanticismo se vislumbraron en la producción literaria de entonces. Se modernizó bastante la cultura a inicios del siglo XX, aunque con la revolución hubo un abandono de actividades y espacios. La cultura continuó dependiendo de las expresiones religiosas o concentradas en la tradición pueblerina que se resistió al olvido con el peso de los siglos. El tradicionalismo local era muy fuerte, por lo que la cultura estaba encapsulada y no dejaba expresar otras manifestaciones.
Avanzada la posrevolución mexicana luego de 1917, el panorama cultural de Celaya comenzó a cambiar, gracias a la creación de instituciones y la conducción de importantes personajes formados fuera de la ciudad, que trajeron aires frescos para estimular el ambiente en torno a la cultura. La creación de infraestructura, el establecimiento de escuelas y programas y la expansión de actividades de difusión fueron una prioridad desde el decenio de los treinta. El proceso de institucionalización vino en serio, pero también la entrada de vientos renovados hacia la modernidad cultural tan indispensable. En la educación los restos del positivismo se diluían, aunque permanecían las expresiones relacionadas con el modernismo y el romanticismo del siglo anterior. Era otra época, otra sociedad se suponía.
Un importante personaje, nacido en Querétaro en 1899, formado en la Academia de San Carlos en pintura, modelado y dibujo, fue forjador de una Escuela de Artes Plásticas de Celaya. El Mtro. Salvador Zúñiga creó programas especializados en pintura, escultura y artesanía. Era un nuevo modelo de temas y enseñanzas. La Escuela tuvo varias instalaciones, en la calle Emeteria Valencia, en la calle Luis Cortazar y en la calle Colón en el centro de la ciudad celayense. Luego de un tiempo se acercó a Democracia 103 en el Convento de San Agustín, donde permanecería hasta ahora. De hecho, el maestro Zúñiga había querido fundar la Universidad Popular en 1937, pero optó por seguir trabajando en la consolidación de la Escuela de Artes Plásticas, que brindaba mayores satisfacciones en la presencia del público, que con su esfuerzo había conformado en las actividades que eran atractivas para ciertos sectores de la población que acudían gustosos. La semilla pronto daría importantes frutos.
Las labores ejecutivas de Zúñiga permitieron que la cultura en Celaya empezara a cambiar hacia otros derroteros, vinculados al nacionalismo pero también al llamado progreso o modernidad. Fue por aquel entonces que se trasladó la Biblioteca Pública Manuel Acuña a otro espacio, acrecentando su acervo, pero también cuando se creó el Ateneo Celayense, compuesto por literatos locales, y se impulsó al Jardín de la Raza en el barrio El Zapote. Estos últimos tuvieron poca existencia, pero dejaron importante huella en un cambio de visión y alcances.
En 1938 se creó el Club Bohemio, como un grupo cultural multifacético, a iniciativa del músico Isaías Barrón y el tipógrafo Manuel García. Su intención era fomentar la literatura, la música y las artes plásticas, con actividades como conciertos, tertulias y veladas. Las actividades se ampliaron en el Teatro Cortazar, donde también se llevaban a cabo zarzuelas, obras de teatro, recitales de poesía, exposiciones de pintura y se presentaban publicaciones. Este grupo impulsó igualmente la publicación de la revista Cultura, que se confeccionaba en la imprenta Minerva. También, en ese contexto surgió la Banda Municipal y la Orquesta Típica Tierrablanca. Los grupos culturales se comenzaron a relacionar ampliamente con las instituciones que se estaban estructurando. En 1942 se realizó la Primera Feria Popular del Cartón, en mucho fomentada por Zúñiga, que era fanático del arte de la cartonería como medio de expresión local de un grupo de artesanos que antes se encontraban dispersos y aislados. En el Jardín Principal o Plaza de Armas se realizaron actividades como el Jardín del Arte, donde multitud de artistas de la Escuela exponían gustosos sus producciones y creaciones. En 1944 se dio la Primera Exposición de Artes Gráficas. Para el siguiente año se estrenó el Cine Colonial.
Los intelectuales foráneos y nativos tuvieron amplias posibilidades de expresión y difusión de sus obras. Compositores, filarmónicos, poetas, pintores, impresores, como por ejemplo José María Velázquez, Eutimio Pérez, Plácido Medina, Francisco J. Navarro, Agustín Arroyo Ch., Luis Cabrera, Manuel García, Gonzalo Irigoyen, José Nieto y Aguilar, Silverio Orozco, Alejandro Ramos, Alfonso Rivera Pérez, Salvador Rosiles, Alfonso y Arturo Sierra, Juan Vélez, Alfonso Sierra Madrigal, entre otros, resaltaban y eran conocidos por el público. Se imprimió el periódico Redención, hecho por Agustín Arroyo Ch., pero también revistas como Alma y Preludios, que alcanzaron fama y presencia a mediados del siglo. Poco público pero de calidad. Hubo escaso financiamiento oficial, pero aún lo que se organizó resaltó. Llegaron vientos renovadores.
Los grupos culturales fueron creciendo en la ciudad de Celaya, algunos de ellos con carácter de independientes, pero otros dependientes del beneplácito institucional que se iba estableciendo, algunos del favor del sector eclesiástico. En 1954 se creó el Grupo Artístico Alfa a cargo del compositor y arreglista Moisés Jiménez Tavera, que tuvo muchas actuaciones en el espacio del templo de San Francisco, donde hasta se organizaron exposiciones pictóricas, actos teatrales y cantos en un salón creado ex profeso por las autoridades eclesiásticas, y que fue muy popular. Había bastante público, dicen las crónicas. La Iglesia local se fue abriendo a otros ritmos de la expresión cultural por aquel entonces.
En 1959, la entrada en operación de las instalaciones de la Escuela Preparatoria y Profesional, con auditorio incluido, vino a ampliar la infraestructura para las actividades culturales provenientes de la institución que fomentaba la cultura, mediante conferencias, conciertos, recitales. Era importante, tanto para los estudiantes de educación media, como para el público interesado, que se brindaran este tipo de actividades que resaltaran la creación de elementos culturales fuera de las arenas religiosas o tradicionales. El conocimiento artístico era otra parte de la formación media superior sin duda. Su fomento empezó a ser indispensable para expandir las actividades y la creatividad con originalidad y novedad. Niños, jóvenes y adultos tuvieron acceso a la educación artística plural y actualizada.
En 1960 la entonces cárcel de Celaya fue trasladada a un nuevo espacio más moderno al sur de la ciudad. El Convento de San Agustín quedó vacío, por lo que la Secretaría de Educación Pública (SEP) decidió entregarlo al mando del Mtro. Zúñiga, luego de multitud de gestiones, para que se creara el Centro Cultural Francisco Eduardo Tresguerras. Este espacio fue el continuador de la Escuela de Artes Plásticas. Mientras que se habilitó ese edificio, la Casa del Diezmo, dependiente del gobierno del estado de Guanajuato, hizo las veces de centro cultural alterno. Ya para entonces había más de cien alumnos inscritos, lo que fue destacado para ampliar la oferta y diversidad de actividades que tenían que ver con la cultura.
Los años sesenta fueron el cénit de la expansión cultural de Celaya, porque la institucionalización dio frutos bajo la conducción del INBA. Se creó la Biblioteca Pública de Fulgencio Vargas, importante historiador originario de Jaral con una presencia en el medio intelectual de Guanajuato. Se dio la exposición de cartonería celayense en la ciudad de Nueva York. Además se emprendieron talleres y exposiciones y semanas culturales, donde se mostraban los esfuerzos del Centro Cultural, en materia de música, pintura, danza, teatro, literatura. La febril actividad cultural continuó en ritmo ascendente, desligándose en muchas ocasiones de ciertas tradiciones y expresiones religiosas o cívicas que formaban parte también del panorama cultural que conservada costumbres de antaño.
A partir de la muerte del Mtro. Zúñiga en junio de 1971, se experimentaría un cambio radical en la cultura institucional celayense. El INBA creó la Casa de la Cultura, siendo director el profesor Rogelio Zarzoza y Alarcón, que impulsó y reforzó los talleres de artes plásticas, la danza, la música y el teatro. La Casa del Diezmo fue un apéndice de la Casa principal, ya que estaba a cargo del gobierno estatal pero con, prácticamente, las mismas funciones y sin el impulso centralista y modernizador del INBA. Esta Casa llegó a contar con una Hemeroteca y una biblioteca, que complementaron sus actividades hacia la investigación histórica o periodística. Se creó el Taller Literario a cargo del escritor Ignacio Betancourt, que tuvo mucho éxito dentro del medio de los escritores locales, con grandes avances en poesía, cuento, narrativa, ensayo. Igualmente, el Ballet Folklórico y el Ballet Folklórico Infantil fueron reimpulsados considerablemente. En 1973 se realizó el Festival Anual Semanas Musicales, sugerido por el violinista Hermilo Novelo. Se hicieron los conciertos de violín, cello y piano del INBA. Durante los setentas, la cultura en Celaya se enfocó a exaltar el nacionalismo populista que caracterizaba al gobierno nacional, sin dejar lo andado en el periodo anterior. Casi no se exaltaron las tradiciones locales o la religiosidad, sino otros elementos nacionalistas fuera del ámbito de lo oficial y cívico, aunque no dejó de fomentarse en combinación con las autoridades locales.
En el año de 1976, la Casa de la Cultura se restauró y amplió en su totalidad, contando desde entonces con áreas como sala de exposiciones Zúñiga, biblioteca Nieto y Aguilar, galería Jorge Alberto Manrique, salones de clases, oficinas de eventos y difusión, diseño, medios, administración, dirección, relaciones públicas, staff, culturas populares y formación artística, galerías y más espacios para exposiciones. Contó con 25 aulas, 3 foros cerrados, un foro al aire libre y 4 galerías. Talleres de artes escénicas, artes sonoras, artes visuales, artes aplicadas, idiomas, escritura creativa. Las instalaciones tuvieron entonces una infraestructura apegada al crecimiento de actividades. Mucho de lo que se hizo entonces perdura al día de hoy, es una buena infraestructura, que se ha reformado muy poco.
Desde 1979 el coordinador de cultura fue José Luis Torres Lemus, que reimpulsó las actividades a través de las unidades de Iniciación Artística y los Talleres de Exploración de las Artes. Se llevaron a cabo los Jueves Culturales con conciertos, recitales, conferencias. Se inició con la Trova, la Banda Mixta Infantil, el Coro Mixto y la Rondalla Femenina. Se organizaron grupos de teatro. Desde 1983, la difusión amplia de las actividades fue una prioridad, por lo que se comenzó a transmitir un programa dedicado a la cultura en XEITC de Radio Tecnológico, que tuvo una audiencia considerable; igualmente el periódico El Sol del Bajío publicaba semana a semana una columna, llamada Claustro, que anunciaba las actividades o las reseñaba. La febril actividad tuvo canales de difusión importantes para la ciudad.
A partir de 1986, la institucionalización de la cultura celayense se estrechó, con la creación en 1986 del Patronato y, dos años después, se estableció el Consejo Municipal de Cultura. La experiencia llevó a que uno de sus componentes, que se convirtió en Diputado local, propusiera la conformación de la Ley de Fomento a la Cultura para el estado de Guanajuato. En algo había servido la experiencia en la ciudad de Celaya. Por esas fechas se creó el Sistema Municipal de Arte y Cultura, que luego dio paso a la creación, ya en 2018, del Instituto de Arte y Cultura actual. Otro cambio de importancia fue el siguiente, como lo escribió José Luis Torres Lemus: “En 1994, siendo presidente municipal el contador Carlos Aranda Portal, la Casa de la Cultura fue municipalizada: El INBA entregó a la presidencia todas las instituciones con su activo fijo, permaneciendo el edificio propiedad de la Federación. Desgraciadamente desde entonces la institución fue vista por muchos como botín político. Fui ratificado como director por el presidente municipal, continuando mi trabajo”. (“Veinticinco años de arte y cultura”, Sol del Bajío, Celaya, Gto., 1 de enero de 1997, núm. 18, 020). Siempre se ha mantenido en secreto la membresía de esas agrupaciones, quizás porque sus componentes son muy pocos miembros de la misma área cultural, más bien son funcionarios locales o estatales, alguno que otro sabiondo vinculado al sector oficial.
Se operó este cambio pero aún así se destacaron varias actividades de importancia como la grabación de un disco por la Rondalla Barroca. La abundancia de actividades, como exposiciones, conciertos, recitales, videos, presentación de grupos de danza, de teatro, proyección de películas y programas de radio o artículos de prensa se enlazaron con un programa ambicioso como llevar la cultura a las comunidades de los alrededores de Celaya, mediante la enseñanza artística, en cinco elementos, como el dibujo y la pintura, la danza, la guitarra, el teatro y el rescate de las tradiciones orales por medio de la literatura. Destacaron en breve tiempo cinco comunidades, como Rincón de Tamayo, San Miguel Octopan, San Juan de la Vega, Tenería del Santuario y La Luz, con acciones en cinco días de cada semana. Desde entonces se contaron programas relativos a las comunidades, que sirvieran para incentivar la cultura en esos espacios. Esa atención no es una novedad al día de hoy. Ahora les denominan “caravanas culturales” como si fueran acciones conquista o circo, más que la incidencia en el desarrollo cultural en estos espacios.
El 28 de octubre de 1994 se inauguró el Auditorio Municipal Francisco Eduardo Tresguerras, con la ayuda en financiamiento del gobierno del estado, encabezado por Rafael Corrales Ayala. Importante obra que daría un espacio indiscutible para las actividades culturales de Celaya, como nunca antes, con capacidad de más de mil personas, aunque luego decantó en centro de espectáculos con la finalidad de obtener recursos para su mantenimiento, que le vinieron bien a las autoridades municipales. Los contenidos variaron pero fueron centrándose en espectáculos de baja calidad, con artistas traídos de fuera y con gran escasez de conciertos o recitales de alto nivel cultural, que aprovecharan la capacidad local o estatal. La vulgarización se ha impuesto en ese espacio casi siempre.
El 15 de septiembre de 1995, Torres Lemus renunció a su cargo, fue reemplazado por el Lic. Sergio Tovar Alvarado. Algo importante que logró la dirección de este funcionario fue el rescate de los terrenos anexos al convento de San Agustín, que pasaron a ampliar los espacios que necesitaba la llamada Casa de la Cultura, sobre todo para los salones de los talleres y espacios públicos para otras actividades como un auditorio o salón, fuera del edificio del ex convento. Lo malo de este rescate es que al lado ha funcionado un mercado, con tianguis en el exterior, y ha sido estación de los autobuses que circulan por la ciudad, lo que ha desmerecido la actividad cultural considerablemente durante el día y la tarde.
Desde 1995, la cultura se institucionalizó aún más al establecerse que el Instituto era un organismo descentralizado de la administración pública municipal, cuya finalidad es investigar, generar, promover, difundir, gestionar y preservar el patrimonio cultural, artístico e histórico, ahora denominado como tangible e intangible, del municipio, para intervenir en el desarrollo integral y bienestar de la comunidad celayense. Desde entonces, la institucionalización fue dando frutos en torno a la infraestructura. A la Casa de la Cultura y la Casa del Diezmo, se irían sumando otros espacios. Con el paso del tiempo, pocas funciones legales u objetivos se cumplen cabalmente, porque cada funcionario le trata de imprimir intenciones políticas o personales o incluso comerciales, no para hacer énfasis realmente en la evolución cultural vinculando a Celaya a la actualidad y al mundo. Más de 25 años en lo mismo.
La investigación e intercambio externo y la producción editorial son las más descuidadas en la cultura local, por no decir inexistentes. Los argumentos provienen de la austeridad financiera. Más bien es falta de trabajo, voluntad y conocimiento. Desde entonces, estos argumentos han paralizado la expresión y manifestación cultural con ideas nuevas y creatividad. Pareciera que todo el movimiento renovador viene de instrucciones trianuales de cada presidencia municipal, si es que las hubiera. Les gusta más la fiesta, la pachanga, el ruido, la comida y la bebida, el dulce y el bailongo, que la expresión cultural innovadora e influyente en la educación de la sociedad. La educación artística es parca y poco actualizada. Como dicen los funcionarios, Celaya es un “rancho”, más en la esfera cultural. Ni qué hablar de los presupuestos siempre limitados por norma.
Un espacio importantísimo que fue creado en el año 2001 fue el Conservatorio de Música y Artes de Celaya, Schola Cantorum, aunque desligado institucionalmente de la estructura oficial de la cultura. Se rescató el templo del Corazón de María y se adaptó como sala de conciertos. Se ampliaron instalaciones para residencias de alumnos y maestros, sala de ensayos, cubículos para maestros, biblioteca, cafetería, talleres de lavandería. El dinero fue aportado por el Consejo de Desarrollo Regional de la Zona Laja-Bajío, pero también por parte de la Iglesia católica y benefactores particulares. El padre Montes Ávalos estuvo a cargo. Conciertos, recitales, grabación de discos y presentaciones fuera de Celaya, han sido parte de una intensa actividad cultural, casi sin nada que ver con el Instituto de Cultura, ya que guarda una sana distancia, pero sus actividades trajeron aire fresco a la expresión musical, así como para elevar el nivel de los conciertos y recitales con obras de la cultura universal y mexicana. Sus actividades siguen siendo atractivas pero limitadas.
El Museo Celaya, Historia Regional en el año 2010, con varias salas, una dedicada al periodo prehispánico, otra más a algunos elementos de la fundación de la localidad, otra más enfocada al periodo colonial (demasiado general), una cuarta sala sobre la distribución de la población, una más sobre la independencia y el siglo XIX (muy general también), y luego se agregó algo sobre el tema de la participación de Celaya en la revolución mexicana (con el énfasis en las batallas de Celaya con las grandes figuras de Álvaro Obregón y Francisco Villa). Cuenta con un guión museográfico parco y demasiado general, que no se ha renovado a pesar de los avances historiográficos que se han tenido en los últimos años en torno, justamente, de la historia local. Es un Museo estrecho, más enfocado a actividades de cultura popular o de talleres y festivalitos para niños, que un Museo en forma con objetos y guiones que efectivamente den cuenta de la historia local que dice contener, la colección de objetos es general y dispersa, se han agregado objetos de enfoque religioso católico lo que desmerece al resto de la colección, ya no se diga objetos de cultura popular muy abundantes. A la actualidad es un espacio atrasado en su propuesta, con una dependencia de otras áreas de la cultura, sin una renovación cotidiana del guión, los objetos y la difusión. La exposición permanente es aburrida y las temporales siempre invadidas de aspectos tradicionales de la cultura popular. El área de apoyo educativo que le llaman narran una historia sin unidad lógica y mal contada o hilvanada. Tiene una revoltura entre historia religiosa, cultura popular, con pretensiones de difundir la historia local y regional. Siempre de los siempres es un espacio en la pobreza, no hay casi actividades de historia, publicaciones de divulgación o grandes exposiciones temporales que se vean en el mundo de la calle o digitalmente. No organiza talleres o diplomados de historia de Celaya, lo que desmerece en sus objetivos. Ausente se encuentra la investigación histórica en forma. Alguna que otra conferencia tiene una marca temática poco amplia y de aprendizaje, se encierra en especialidades que no vienen al caso y que no tienen interés dentro del público. El pasado celayense se diluye por el peso que se da a la cultura popular y a las festividades, en algunas ocasiones hasta en la política se han metido con personajes de fuera. A cuenta gotas existe con sus actividades de difusión y muy poca presencia nacional o estatal. Eso sí, los créditos de los funcionarios culturales que intervinieron en su hechura, todos de fuera y no estudiosos de Celaya, aparece desde la entrada, poco relevante. Quien coordina es mil usos y el único avalado para hablar cuestiones de historia celayense. La exclusión académica es parte de las formas en que el Museo actúa. Es un museo personalista y no institucional. Mucho menos es moderno.
En el transcurso de los años, las actividades culturales se quisieron descentralizar en Celaya. Se fueron creando 19 espacios comunitarios para brindar educación artística y ciertas actividades de interés para la población. Tales fueron los casos de Ojo Seco, Rincón de Tamayo, San Miguel Octopan, El Sauz, San Lorenzo, Santa María del Refugio, Jofre, San José el Nuevo, La Aurora, Santa Teresita, La Luz, Santa Anita, así como en las colonias Latinoamericana, Bosques y Girasoles, o en Barrios como San Miguel y Tierras Negras o al interior del Tecnológico de Celaya. Se fueron expandiendo las bibliotecas públicas en Celaya, hasta contar con 18, con dos principales, una en Casa de la Cultura y otra llamada Efraín Huerta en una de las avenidas principales de la ciudad. Desgraciadamente, las bibliotecas se encuentran anquilosadas, abandonadas, sin presencia digital, con acervos atrasados, polvosos y espacios poco adecuados para la lectura o consulta, comandadas por una burocracia poco actualizada que les de presencia y actividades de cierto nivel. Con la pandemia, desde el 2020, se ha dificultado mucho más, pero las bibliotecas públicas deben renovarse y modernizarse, salir de la zona de confort al mundo digital y en exposiciones de fomento a la investigación y la docencia. Pareciera ser que estas bibliotecas nadie las consulta, siempre están solas cubriendo un horario burocrático que los encargados cumplen. Los acervos no se renuevan, no hay presentaciones de libros o labores propias de la bibliotecología y la difusión de la lectura. Son espacios muertos y sin un sentido de nada.
En abril de 2018 se fundó el Museo de Arte de Celaya dedicado al pintor Octavio Ocampo, gran partícipe de la historia cultural celayense. Un sitio de primera para exposiciones permanentes y temporales, con salas dedicadas a Francisco Eduardo Tresguerras y a Octavio Ocampo como los pilares del arte local. Varias salas para exposiciones temporales, donde se fomenta y estimula el arte celayense se dice. Las actividades del Museo, sin embargo, se han concentrado en brindar educación muy especializada sobre diversas cuestiones artísticas, o en llevar a cabo actividades fuera de lugar en un museo artístico como este. Permanece en la oscuridad el órgano colegiado que decide temas y exposiciones y actividades. Talleres para niños, festivalitos de primaria, conciertos, parecen actividades de casa de la cultura, que no de un Museo de Arte con las características que este espacio cuenta y amerita. Un gran desperdicio para la expansión del Arte en la ciudad, sin intercambio nacional o internacional, con una difusión parca y endeble. No se fomenta ni se promociona a los artistas locales o del estado, curiosamente, aunque hay exposiciones que nadie visita más que el día de la inauguración. No se organizan diplomados o cursos de temas de interés artístico, por ejemplo. Tiene espacios vacíos que no se ocupan hasta en tanto el pintor Ocampo las llene con su producción, según dicen. No hay librería, ni biblioteca, ni charlas sobre historia del arte, no es atractivo aunque el sitio es espléndido, se encuentra enfrente del famoso Templo del Carmen y del Monumento a Francisco Eduardo Tresguerras. Las obras artísticas deben mostrarse con una gran dinámica, salir de su encierro a la calle o al mundo digital, pero las autoridades que encabezan este sitio no parecen comprender sus dimensiones y alcances, no existe creatividad o disposición. El medio de los artistas en Celaya se encuentra disperso y no logra ser parte principal de este recinto en muchas actividades. No se mueven ni las moscas.
A la infraestructura cultural existente, en el año del 2018, las autoridades municipales inauguraron el Centro Interactivo Ximhae, con la intención de divulgar la ciencia y el conocimiento, pero también la tecnología, con diez salas y otras actividades, conteniendo alberca (que no se ha hecho), salas de conferencias, talleres, proyecciones de cine y presentaciones artísticas, dentro de un Parque que se llama Xochipilli, que también vive en el abandono y el desperdicio, poco agradable. El proyecto era bien intencionado, agregado al Instituto de Arte y Cultura. El espacio decantó en otra casa de la cultura, en otra zona de la ciudad, que ha olvidado sus orígenes y se ha centrado más en espectáculos y festivalitos infantiles, que en los objetivos principales relacionados con la ciencia. Es un espacio para la fiesta, más que para la educación científica que tanto hace falta a niños, jóvenes y adultos en la ciudad de Celaya. Pusieron un espacio para biblioteca científica y hemeroteca que incluso se encuentra abandonado. Las actividades de la difusión científica carecen de modernidad y dinamismo, en mucho por la coordinación de este sitio que no cuenta con el sustento profesional y la experiencia para ello, sin saber utilizar incluso las labores de la Universidad de Guanajuato o del Tecnológico Nacional de Celaya, que están establecidas en la ciudad para la investigación y la docencia científicas y tecnológicas tan importantes. Dentro de las actividades de Ximhae se creó un Auto Cinema, que, aunque tiene cierto éxito, brinda películas de refrito que se pueden conseguir en Internet. Por supuesto que la divulgación científica en forma no se ha dado, de repente organizan talleres de micro temas para niños y jóvenes sin ninguna atracción. No cumple sus funciones cabalmente, por lo que es un desperdicio.
En Celaya, no hay una sola librería de calidad. Se han organizado Ferias sin ningún éxito. El fomento a la lectura, a las bibliotecas, es nulo. Además, no existe un programa de publicaciones interesante, alguna vez existió un Programa Editorial del Bajío, pero se abandonó por falta de recursos oficiales y carencia de conocimiento y voluntad, existiendo obra importantísimas que debería publicarse nuevamente con un formato interesante para la lectura de la población o para el turismo. Las presentaciones de libros son para autores locales casi siempre, por lo que no hay una interacción con la esfera editorial de fuera de la ciudad, por más de que en la ciudad de Guanajuato hay actividades casi siempre, o con la cercana ciudad de Querétaro o San Miguel de Allende. La falta de lectura de la población de Celaya es más que evidente, además por la falta de fomento institucional y porque no se estimula de ninguna manera. Hay una exposición de libros permanente en la entrada del ex Convento de San Agustín, con libros pirata o de temas fuera de lugar. Por una extraña causa burocrática, los Museos no cuentan con librerías que den cuenta de la producción local o estatal. Mientras que en las ciudades de Salamanca o Irapuato y por supuesto en Guanajuato, hay una oferta de librerías oficiales mediante EDUCAL, en Celaya no existen. La mejor librería de la ciudad es la de la tienda Sanborns, hay otra particular (Libelli) que es insufriblemente mala, cara y enfocada a libros de texto o colecciones piratas.
La creación de infraestructura cultural fue una preocupación constante de las autoridades municipales, con el beneplácito y ayuda de las autoridades estatales. Durante el trienio 2019 al 2021 se construyó un teatro y varias instalaciones para convenciones y espectáculos en los terrenos que albergaron durante muchos años a la Feria Anual de Celaya. Se inauguraron pero no pudieron funcionar inmediatamente por la pandemia de covid19.
Los festejos del 450 aniversario de la fundación de Celaya contaban con un plan interesante de actos oficiales y actividades culturales, que incluían obras de teatro, recitales de música, publicaciones, exposiciones y conciertos, que se vio empañado por el encierro y la crisis que impuso la pandemia. Fue la ocasión especial para que las actividades del Instituto de Arte y Cultura se desplegaran para beneficio de la población y el turismo. Los festejos no pasaron de unas inauguraciones, una que otra publicación, la puesta de la cápsula del tiempo y la difusión en las redes sociales sobre el cumpleaños celayense. Solamente lo disfrutaron los funcionarios y los burócratas del aparato municipal, porque todo estuvo cerrado al público. La organización dependió del área de la Crónica Municipal, no del Instituto de Arte y Cultura, lo que fue más que lamentable.
Hay más espacios que podrían ser emblemáticos para la ciudad, como el edificio de la fábrica del Buen Tono, donde se les ha ocurrido construir un Centro de Innovación, con ayuda privada y estatal, en vez de enfocarlo a un Museo en forma sobre Historia Regional o de Culturas Populares, que tanta falta hacen, igual para dinamizar a otra zona de la ciudad. Otro espacio es la fábrica de Lucas Alamán de inicios del siglo XIX, de la que se conserva solamente la fachada y cuyo terreno se ocupa como estacionamiento. Hay otros edificios muy buenos para ampliar la oferta cultural para la población y el turismo. Se creó un espacio cultural en el puente Tresguerras, que se restauró recientemente, y que se encuentra desaprovechado y casi abandonado, monumento histórico de gran valía que data de 1806. Igual sucede con la llamada Alameda, un espacio espléndido donde la actividad cultural es inexistente, a pesar de contar con un quiosco espléndido (allí se colocan exposiciones de arte que no se divulgan por ejemplo).
Otro lamentable error de las autoridades locales es haber separado el Archivo Histórico Municipal y la Crónica Municipal de la estructura burocrática del área de Cultura, ya que se encuentran dependiendo de una Oficialía Mayor, que no tiene idea de la historia o la crónica del pasado, además de que traslapan funciones con el Instituto de Arte y Cultura. El cronista de la ciudad está atrapado en el positivismo oficialista más rancio, sin miras a brindar ampliamente una oferta de conocimientos históricos renovados o un programa intenso de actividades o publicaciones. Dicen que se encargan de la historia cívica, pero todos sus actos son positivistas, atrapados en los datos y efemérides sin órganos de difusión adecuados y muy mal hechos, como los festejos de la independencia o de la fundación de la ciudad. El Archivo Histórico funciona de milagro, trabajan pocas horas y la atención es pésima, no hay un orden eficiente en la consulta de la documentación y mucho menos una modernidad que permita la consulta y trabajo de los documentos que contiene. El encargado, “flamante historiador”, sin embargo, promueve que todo en la historia de Celaya es trillado, sin difundir realmente la valía de su archivo para la historia urbana de 450 años. No se favorece un clima de investigación agradable, sus instalaciones se encuentran en parte del edificio del ex Convento de San Agustín, con vecindad en el Mercado Morelos y el bullicio del Bulevar Adolfo López Mateos. Es una cueva oscura y maloliente que no promueve ni fomenta nada.
Existe un área de Culturas Populares con una pequeña Galería en el edificio del ex Convento Agustino, sin embargo, sus funciones se encuentran siempre invadiendo todos los espacios de Cultura con exposiciones o talleres o actividades públicas, como si la cultura solamente se compusiera de cartonería, artesanía, música y bailables referidos a la fuente popular o tradiciones y “valores”. Las ferias de semana santa, muertos o navidades y reyes, son parte de esta área, que acumula y acumula actividades sin una infraestructura adecuada o una visión ordenada y creativa. Las autoridades actuales se aventaron la puntada de nombrar un director para las actividades de fin de año, dado que la estructura de la cultura popular no puede con tanto. Es necesario contar con un espacio grande y adecuado como Museo de Culturas Populares, para concentrar actividades que sean especialmente dedicadas a su materia.
La historia de los monumentos históricos o del panteón municipal celayense son, de repente, espacios para realizar actos culturales. Entre Culturas Populares y el Museo de Historia Regional organizan uno que otro evento, o promueven las restauraciones. Se llevan las palmas el mismo Panteón, el Monumento a la Independencia o el famoso monumento al Arquitecto Francisco Eduardo Tresguerras. Recientemente, el monumento de las batallas de Celaya, con Villa y Obregón de bronce, lucen en una glorieta famosa y muy transitada en sus alrededores en la ciudad. Cada abril, o cada noviembre, se realizan allí actos oficiales. En otro aspecto, los honores a la independencia, la reforma o la revolución, pero sobre todo a la semana santa o el día de muertos, lo hacen un grupo de actores en un organismo llamado Centro de Interpretación de las Batallas de Celaya, adscrito a la Casa del Diezmo. Mal caracterizados siempre, mal actuados, aparecen en esos actos como “aportación cultural”, reflejan descuido, mala formación y gran mediocridad en un proyecto que funcionó en algunos festejos, sus apariciones parecen de carnaval honestamente, nada profesional.
La presencia difusora de la cultura en Celaya depende de las redes sociales en internet, poco en la radio y casi nula en la televisión o los carteles e invitaciones impresas. La difusión de las actividades es siempre escasa o hasta selectiva. A los grandes actos se restringen las entradas para servir a funcionarios o invitados especiales, como pasa cada año en ciertas actividades que emprende el Festival Cervantino en la ciudad, o en aquellas organizadas por el sector privado con la renta de espacios culturales. La cultura celayense está segregada casi siempre, dividida socialmente. El sentido pueblerino de la cultura es considerar que los monumentos son símbolos del pasado, como la famosa Bola del Agua, que es un monumento o instalación que aún revive el tema problemático del agua en Celaya a finales del siglo XIX. Otros monumentos de la ciudad resaltan el civismo celayense de la independencia, el liberalismo, la revolución o la modernidad, pero también la religiosidad católica de la localidad, como el monumento a la Virgen de la Purísima Concepción, patrona indiscutible, hecha en la entrada de la ciudad en la carretera que llega de Querétaro. Los templos y los barrios son escenarios de actividades religiosas y fiestas con feria, convivio, fritanga y pachanga. Eso es influyente aún en la actualidad, sin un contrapeso que resalte otros valores y desarrollos culturales con la intención de insertarse en la modernidad y desarrollo de la ciudad, muy industriosa siempre, pero con comportamiento pueblerino. El tema de la comida es muy arraigado, a pesar de las campañas oficiales contra la obesidad y la diabetes. No hay feria, festival o actividad que no tenga este elemento, o la vendimia de artesanías, fomentado por las mismas autoridades. La diputada federal por uno de los Distritos de Celaya, propuso en la Cámara de Diputados celebrar el día del dulce, como fomento a los empresarios del tema, pero con clara alusión a Celaya, por la cajeta. En este tipo de mentalidad está la promoción y fomento de la cultura celayense.
Desde que se municipalizó la cultura celayense, otro problema ha sido la improvisación de los funcionarios que se han hecho cargo de la institución cultural principal. Esto, además, ha permitido el crecimiento de una burocracia enraizada que tiene falta de creatividad, preparación, capacitación y voluntad original, sin relaciones externas que permitan renovar con nuevos aires el esquema. Los directores de cultura son los que fungen como organizadores de todo, unos han tenido la visión de organizar actividades callejeras con gran impacto (las famosas luminarias de noviembre, la semana santa, las fiestas de los barrios, los conciertos septembrinos o de ocasión ferial), luego hubo otro que le dio énfasis a la pachanga con espectáculos todos los días (cantantes, bailables, mariachis, trovas, cinito), el modelo perdura, contrastes que la gente evalúa pertinentemente. Elevar el nivel cultural de la población no es una prioridad institucional, es un desastre sin duda, un monumento a la ocurrencia y a lo establecido sin moverse.
A la fecha, el aparato de cultura cuenta con 250 empleados aproximadamente. Abundan los funcionarios de bajo nivel, a cargo de sitios que deberían modernizarse paulatinamente. Los “cacicazgos” culturales han permanecido a cargo de las instituciones por más de diez años, por lo que su falta de creatividad ha afectado a los espacios y sus medios especiales de expresión. Igual está el otro extremo, se han designado funcionarios muy jóvenes y sin experiencia y preparación a cargo de ciertas áreas, lo que ha afectado la altura de miras, el profesionalismo y el desarrollo cultural en Celaya, sin mencionar la imagen que debe darse y que es tan importante como una visión permanente y de largo plazo. Los funcionarios están enraizados en un sistema profesional de carrera, pero también se cuelan los recomendados de cierta fama local. Ese servicio es de cuestionarse en el área cultural.
Espectáculos de menor visión; festivales más concentrados en el calendario religioso católico; ferias temáticas identificadas con actividades que no son culturales (yoga, bailables, grupos artísticos, cine de televisión, comida, ferias de vendimia, artesanos que no son sino pymes, etc.); festivales de bajo nivel con una especialización sorprendente, desde la dedicada a la cajeta o la gordita hasta aquella enfocada a cuestiones religiosas o los aniversarios locales o el cine de televisión con creadores que nadie conoce o incluso ferias del libro mal diseñadas donde se venden libros piratas; talleres dedicados a la infancia que salen de las enseñanzas que se deben brindar en los museos o centros culturales, muy mal enfocados, que resaltan la técnica más que el conocimiento; los temas de los talleres artísticos van desde el dibujo, pintura, arte floral y migajón, fotografía, ballet, danzas árabes, dibujo de anime, cómic, cartonería, folklore, piano, guitarra, batería, canto, violín, actuación, pintura digital, algo que se llama “expresarte” para niños, idiomas, de acuerdo con la oferta que pueden ofrecer los profesores desde hace años, aunque hay talleres especializados de ocurrencia por parte de los museos, los talleres más bien son de manualidades y trabajos comunes, pocos oficios culturales, con el gasto y el desgaste que conlleva; confusión entre las actividades de una Casa de la Cultura y las que deben procurarse y hacerse en Museos y Bibliotecas en lo educativo y cultural; organización de cursos o capacitaciones con temas puntuales que no causan el interés mínimo de las personas, tanto locales como de fuera; difusión endeble en las calles o espacios amplios, o en el mundo digital, la televisión o el radio; poca oferta en publicaciones y productos culturales en conferencias, reuniones y actos públicos, sobre todo de los avances en investigaciones o estudios o creaciones que tengan que ver con Celaya y su región o estado, no se da una visión corporativa que ocasione innovaciones de calidad hacia el futuro; el intercambio con el mundo externo en materia de investigación, en lo académico y de difusión para la renovación de temas o experiencias, como el caso de las universidades públicas y privadas, locales, estatales y de otras latitudes; talleres de educación artística que no logran impactar en el medio cultural ni a corto, mediano o largo plazo; confusión entre cultura popular y tradiciones pueblerinas en las funciones y objetivos temáticos de otros espacios como el arte, la historia, la divulgación de la ciencia; hay una repetición de funciones en varios espacios, que generan confusión y desgaste o gastos, con tal de contar con más público en vez de mejorar la calidad y el conocimiento y ampliar la difusión; no se ha logrado la descentralización cultural para la vinculación con las comunidades, colonias, fraccionamientos, barrios y el turismo o el intercambio intermunicipal o con el estado; no se aprovechan las ventajas y beneficios de traer actividades culturales de la ciudad de México, ciudades cercanas u otros estados del país o del extranjero; no existe un sistema de becas o apoyos financieros para los creadores e intelectuales locales, que sirva de estímulo para el desarrollo cultural; énfasis en el impulso de la artesanía o el tema de lo intangible, sin una conexión que nutra su existencia e importancia actuales; fomento a comercios y pequeñas empresas en ferias culturales; falta de actividades formativas o especializadas como cursos y diplomados; lo que menos existen son los criterios profesionales que estimulen aportaciones culturales de altura; entre otras falacias y desvíos de la esencia del desarrollo cultural en una ciudad industriosa como lo es Celaya.
El trabajo cultural de las instituciones existentes se ha diluido considerablemente, en mucho debido a la carencia de recursos abundantes, pero sobre todo a los vicios de la burocracia, la improvisación, falta de experiencia y creatividad y la mala coordinación de los esfuerzos. Las últimas direcciones de la cultura han brillado en mediocridad, improvisación e ignorancia, ya ni se diga en burocracia. La visión cultural es parca e insuficiente para la población o el turismo o la educación. Poco impacto se recibe de tantas actividades como festivales, ferias, ciclos o exposiciones. Las actividades suelen ser efímeras y sin un sentido de comunidad y sociedad. No hay un proyecto homogéneo y de calidad, sino ocurrencias y cuestiones estáticas o establecidas. No hay una evolución en la extensión y desarrollo de actividades culturales serias en las comunidades, porque en realidad no hay una descentralización sino una concentración institucional con poca visión en la penetración cultural de cierta altura.
Algo positivo de la historia cultural de Celaya ha sido el rescate del pasado cívico y religioso (patrimonial sobre todo), el proceso de institucionalización (con áreas o enfoques definidos) y la creación paulatina de una infraestructura más o menos decente (en espacios patrimoniales que se han adecuado). Recursos han existido en diversos momentos, sobre todo de orden material, las ayudas del exterior han sido muy buenas, con recursos provenientes de la federación y del gobierno del estado de Guanajuato. Ha fallado la conducción y la visión con misiones concretas que favorezcan el desarrollo cultural que merecen los celayenses, una sociedad en expansión y en crecimiento paulatino. Las bondades del crecimiento demográfico y del turismo, siguen a la espera de aprovechamiento de la cultura, tanto en patrimonio como en actividades. Las actuales autoridades culturales padecen los mismos males, nula experiencia, preparación y visión, ya ni se diga la creatividad que se favorece con la investigación y la divulgación. Los espacios parecen cotos privados de personas que coordinan. No favorecen el cambio, sino el estancamiento y la tradición, mantener la línea de confort como dicen. No hay proyecto ni sendero animoso para la cultura.
La historia cultural celayense se ha compuesto de cuatro grandes aristas: la religión católica, la tradición costumbrista, el nacionalismo centralizado, y la vulgarización pueblerina. El desarrollo cultural se ha dado en cada etapa histórica desde los siglos coloniales. El conservadurismo ha campeado el ambiente del avance cultural, sobre todo aquel compuesto de elementos religiosos católicos tan enraizados en la población. Luego el nacionalismo, marcado por la necesidad del progreso, movió el campo de las instituciones y amplió el espectro para brindar diversidad en las acciones e intenciones. El sustento de la institucionalidad dio un camino muy bueno para el desarrollo cultural de la región celayense durante muy buena parte del siglo XX y parte del siglo XXI. El desplome ha venido en las últimas décadas en cuanto a las visiones culturales que deben desarrollarse con una modernidad que permita expresar el alma y el espíritu de las personas, sin caer en la vulgarización y el mundo efímero del espectáculo y lo efímero sin trascendencia alguna.
La cultura debe ser parte de la educación, el conocimiento, la creatividad, la evolución, el impacto social, el desarrollo institucional, no de la ignorancia, el atraso, la tradición oscura o el espectáculo parco y mediocre. El hacer por hacer está fuera de lugar en la actualidad. La modernización y desarrollo de Celaya deben contemplar siempre el aspecto de la cultura y la educación como prioridades de su historia, de lo contrario el futuro se vislumbra oscuro, enfrascado en la mediocridad y el atraso.