noviembre 07, 2021

Historiografía sobre la Iglesia Católica en México

 A Marta Eugenia García Ugarte, benefactora, generosa y gran amiga

La historia de la institución religiosa católica en México ha sido centro de atención por parte de los historiadores eclesiásticos, autodidactas, académicos y divulgadores en todos los tiempos. La Iglesia ha sido un objeto de estudio continuo. Su funcionamiento y actividades han sido por lo regular polémicos o han estado presentes en contextos históricos de gran interés o curiosidad o hasta morbo para la sociedad. La historiografía ha sido abundante, polémica en muchos casos, materia de seriedad y profesionalismo por los historiadores académicos. Sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, esta historiografía ha dado cuenta puntual de la trayectoria histórica de esta institución añeja. Las congregaciones y sus miembros han dado cuenta de sus actuaciones en comunidades, pueblos, municipios, estados y en la nación o en el ámbito diplomático incluso. En todos los niveles, la actuación eclesiástica católica ha incidido en el comportamiento y la vida cotidiana de la sociedad mexicana, de allí su importancia como objeto de estudio.

En los siglos coloniales, las órdenes religiosas merecieron obras testimoniales y relatos sobre los distintos aspectos del quehacer de los clérigos, miembros de la jerarquía, la vida religiosa en los conventos e iglesias, la catequesis, las relaciones con los indígenas o los vínculos con los nobles. Los hechos eclesiásticos produjeron páginas y páginas de libros sobre la vida religiosa, el crecimiento patrimonial, la educación, el arte y la cultura sobre infinidad de pueblos, ciudades y provincias eclesiásticas donde actuaban las distintas órdenes religiosas, franciscanos, agustinos, jesuitas, dominicos, carmelitas, entre otras. La vida en seminarios o colegios, conventos y monasterios, leyendas y decires, fue plasmada muchos textos. A estos testimonios y crónicas se debe el conocimiento con respecto a los estamentos coloniales, compuestos por criollos, mestizos, indígenas o afrodescendientes o esclavos. Igualmente, la vida cotidiana y la mentalidad han formado parte de la actuación y manejo de la Iglesia en todos los niveles. Los pasajes y relatos, guardados en archivos o bibliotecas, han sido fuentes indiscutibles para la investigación.

Las crónicas también permitieron el conocimiento  de la institución eclesiástica en cuanto a composición y actuación. Iglesias y diócesis, escuelas, conventos y monasterios, archivos parroquiales o actividades cotidianas en distintas latitudes fueron conocidos gracias a esos escritos. Los personajes centrales, obispos y arzobispos, sacerdotes, priores y frailes, monjas y superioras, emergieron como parte de los actores históricos fundamentales de la historiografía novohispana. La vida cotidiana en los espacios eclesiales ha sido de particular interés en esas obras guardadas en el tiempo en las bibliotecas de distintas órdenes religiosas y archivos eclesiales.

Durante buena parte del siglo XIX la historiografía eclesiástica continuó produciendo crónicas y testimonios sobre las actividades de la Iglesia y de los personajes, sobre todo haciendo énfasis en la participación de los clérigos o intelectuales en la independencia de México. La Iglesia como institución siguió siendo parte de la vida mexicana aún después de 1821. Era parte de la política y de la economía, pero igualmente de la sociedad y la cultura. Estaba muy arraigada la religión católica en el país, casi toda la población la profesaba. La educación era plenamente religiosa y conventual, dependiente de los colegios y centros que controlaba la Iglesia. La historiografía estuvo imbuida de acontecimientos relacionados con la Iglesia, sobre todo cuando los liberales intervinieron para quitar su influencia en la construcción de la nación. Las leyes de reforma rompieron, prácticamente desde 1857 y con antecedentes desde 1833, el poderío eclesiástico en muchas congregaciones. La producción historiográfica de la segunda mitad del siglo XIX en mucho se vio influida por esta circunstancia, expresando las reacciones de los miembros de la institución con respecto a la legislación liberal que se fue aplicando poco a poco hasta bien entrado el decenio de los setentas. La vida de los santos, de los mártires, de los obispos y arzobispos o sobre la aplicación de encíclicas o disposiciones fueron temas recurrentes en la segunda mitad de esa centuria.

La conciliación Iglesia-Estado durante el porfiriato, entre 1876 y 1910, fue un proceso muy adecuado para la actuación de la Iglesia. No hubo confrontación, sino conciliación, lo que fue parte del status quo de la dictadura de Porfirio Díaz por más de treinta años. Los arzobispos y enviados apostólicos del Vaticano llevaron la fiesta en paz con el gobierno. Se habló de un concordato que fue difícil de establecer. Esto permitió que la Iglesia contara con estabilidad en cuanto al manejo de la educación, su economía agrícola y urbana, el poderío con las élites locales, la organización social de sindicatos u organizaciones de carácter campesino y obrero. La Encíclica Rerum Novarum de 1891, permitió que la Iglesia asentara sus reales en el campo social, ampliando su influencia espiritual y cultural. Hubo crónicas y testimonios sobre esta circunstancia, que enaltecieron siempre el orden de cosas existente.

En el siglo XX, la historiografía de la Iglesia católica en México ha tenido momentos de esplendor, tanto por parte de historiadores católicos, como de historiadores profesionales o académicos, también por parte de autodidactas y escritores divulgadores. Emblemáticas han sido las obras de historiadores católicos como José Bravo Ugarte, Mariano Cuevas, José Gutiérrez Casillas, Gerard Decorme, Alfonso Alcalá Alvarado, donde se resaltaron historias totales y de síntesis sobre la institución eclesiástica desde la Colonia hasta buena parte del siglo XX, y donde las distintas congregaciones y personajes emergieron como principal centro de atención. Lo más valioso han sido las obras de Bravo Ugarte, donde se emprendió una descripción general del despliegue territorial y temporal de las distintas Diócesis y obispos desde el establecimiento de la Iglesia en México. Esta obra ha tenido gran trascendencia en el estudio y análisis de la institución eclesiástica en México, lo que ha impactado el desarrollo historiográfico posterior.[1]

Los historiadores eclesiásticos abundaron resaltando los aspectos de la vida religiosa en el campo espiritual de la sociedad mexicana en pueblos y ciudades en distintos periodos. Muchos hicieron énfasis en el periodo de la revolución o en la posrevolución, donde la vida de la Iglesia experimentó una tormenta transformadora por las diferencias y enfrentamientos con el Estado. Hay crónicas y testimonios sobre las experiencias que los católicos, miembros de la Iglesia o no, vivieron frente a los revolucionarios anticlericales o frente a la legislación contraria a la vida religiosa que la Iglesia llevaba dentro de la sociedad mexicana. La expedición de la Constitución de 1917, que reguló desde entonces las actividades de la Iglesia católica en México, representó un cambio muy fuerte en las relaciones Iglesia-Estado y, por supuesto, en el papel que jugaría la Iglesia católica en la vida mexicana. El control del Estado por sobre la Iglesia fue una razón de la sublevación de los católicos contra la revolución hecha gobierno. Las experiencias con la revolución constitucionalista, el movimiento cristero, la persecución en los treinta, la “segunda” cristiada, el sinarquismo, y el proceso de confinamiento de la religión a la esfera espiritual fueron ampliamente descritas por historiadores católicos. Asociaciones y organizaciones católicas fueron las encargadas de defender lo que se llamaba como “derechos legítimos de la Iglesia”. Algunas representaron amplios movimientos sociales ligados a la Iglesia, con los historiadores que dieron cuenta de su expresión. Muchos de ellos emprendieron un martirologio muy particular, pero igual describieron el actuar de organizaciones católicas o de los enfrentamientos con el ejército y la policía revolucionarias, o , aún más, en el marco de la opinión pública de esos años.

Particularmente entre 1917 y 1950, la historiografía de tema católico fue abundante en cuanto a esos periodos cruentos de las relaciones Iglesia-Estado. Los historiadores eclesiásticos produjeron gran parte de la memoria de actuación de los religiosos y católicos en la historia de México, tanto para el caso colonial, como para el siglo XIX, el porfiriato, la revolución y la posrevolución, con algunas luces para la etapa contemporánea. La historiografía académica quiso mantenerse lejana de la investigación o interpretación de la Iglesia católica en México. Fue hasta bien entrada la década de los sesenta, que la academia fijó su atención al tema de manera profunda y muy amplia.

Moisés González Navarro, Alicia Olivera, Jean Meyer, fueron los pioneros del impulso que cobraría la historiografía sobre las cuestiones religiosas católicas en México, durante el decenio de los sesentas, haciendo historias basadas en documentación de primera mano y sin el sesgo eclesiástico que los otros historiadores habían dado a la producción historiográfica del tema. Fue el inicio de la historiografía académica acerca de la Iglesia católica y los católicos en México.

El estudio del porfiriato implicó el análisis de la actuación de la Iglesia católica en la segunda mitad del siglo XIX. Luego se impulsó el estudio del movimiento cristero en el periodo de 1926-1929, que implicó el estudio del tema de las conflictivas relaciones entre la Iglesia y el Estado durante la revolución y la posrevolución, 1910-1940. Luego vinieron los estudios generales sobre la historia de la Iglesia católica en México, realizados por Daniel Olmedo, Roberto Blancarte, Antonio Rubial, Clara García Aylardo, Elisa Luque Alcaide, Leonor Correa, Alfonso Alcalá Alvarado, María Alicia Puente Lutteroth, Manuel Ceballos Ramírez, Álvaro Matute, Evelia Trejo, Brian Connaughton, Ana Carolina Ibarra, Marta García Ugarte. Unos se enfocaron en la Colonia, otros en el siglo XIX y los más en el siglo XX. Esta historiografía implicó un conocimiento global y total del desempeño de la Iglesia y sus componentes. La mayoría de esta historiografía fue realizada en la última década del siglo XX y en la primera del siglo XXI.

Los estudios institucionales, sociales, educativos, biográficos, regionales y de los movimientos sociales, las relaciones entre el poder civil y el clero,  tuvieron un gran auge, gracias a las fuentes y a la apertura de archivos para la investigación. El acceso al Archivo Histórico del Arzobispado de México y el Archivo Histórico del Arzobispado de Guadalajara, o a archivos particulares provenientes de la Iglesia o de organizaciones católicas y personajes, favoreció una gran expansión de la historiografía. También la apertura de los archivos vaticanos tuvo su impacto en la investigación histórica. A esto debe sumarse la existencia de asociaciones de historiadores y la organización de infinidad de reuniones académicas, que estimularon grandemente a la historiografía por parte de historiadores académicos y católicos, a los que se sumaron autodidactas y uno que otro divulgador. Se impuso la historia global, pero también la historia local y regional, así como la realización de infinidad de monografías. Historiadores extranjeros se sumaron a este auge historiográfico como Eric Van Young, David Brading, William Taylor, entre otros.

Las reformas borbónicas, la ciencia y las humanidades, los personajes de los curas en la independencia, el papel ideológico de los obispos, las finanzas eclesiásticas, el fuero eclesiástico, las autoridades episcopales, las corporaciones eclesiásticas, los clérigos en la sociedad, los obispos en las rebeliones sociales, los grandes personajes y héroes en las regiones, las bibliotecas, la actuación del clero en varias ciudades y pueblos, la infraestructura de la educación, la ideología de la educación, los lazos entre el clero y los gobernantes, las relaciones diplomáticas con el Vaticano, el combate a la reforma liberal, la desamortización de bienes eclesiásticos, los arzobispos primados de México, las sociedades católicas, los sindicatos, las encíclicas y su aplicación, las devociones, las prácticas religiosas, las celebraciones católicas, los proyectos pastorales y eclesiales, las creencias, las tradiciones, los niños y jóvenes o las mujeres en la Iglesia, la teología, las familias, los libros y las obras, las manifestaciones religiosas populares, el patrimonio inmueble, entre otros, han sido los temas más trabajados por la historiografía sobre la Iglesia católica en México entre 1960 y la actualidad.

Las grandes líneas de investigación sobre la historia de la Iglesia en México, se concentran en trece tópicos: controversia indiana; orígenes del clero; Virgen de Guadalupe; obispos, cabildos y clero mexicano; formación clerical; concilios provinciales; reformas borbónicas y la transición de la monarquía a la República; Compañía de Jesús; las misiones; el siglo XIX en general; el catolicismo social; la intervención de la Iglesia en la Revolución; la situación de la Iglesia en la época contemporánea.[2] No sería posible mencionar obras y autores por la inmensidad de objetos de estudio vinculados a la historia de la Iglesia Católica en México. Marta García Ugarte y Sergio Rosas han hecho un intento muy loable, pero inacabable, ya que es un reto emprender un balance general y específico de la historiografía producida.

De las virtudes y bondades de la historiografía mexicana se encuentra, justamente, el tema de la historia de la Iglesia Católica en México. Sigue dando frutos por la abundancia de fuentes de archivo, testimonios y bibliotecas. Los estudios regionales también brindan una veta inacabada para la historiografía católica, en cuestiones de patrimonio, educación, actores, movimientos sociales y cultura.

Hay un ejército de historiadores que se encuentran estudiando los diversos aspectos del tema de la Iglesia, en tesis de licenciatura, posgrados e investigación académica. A esto se han sumado varios casos de escritores que han abordado distintas esferas sobre la Iglesia católica desde la década de los noventa, porque es un tema atrayente y que vende al gran público. Hay aportaciones también en el aspecto digital, tanto en lo que se refiere a personajes, como de acontecimientos puntuales para el caso de los siglos XIX y XX

 



[1] Buena síntesis de la historiografía católica mexicana se emprende por Marta Eugenia García Ugarte y Sergio Rosas, “La Iglesia católica en México desde sus historiadores, 1960-2010”, en Anuario de la historia de la Iglesia, Universidad de Navarra, España, (Pamplona, España): vol. 25, 2016, p. 91-161.

[2] Ibidem, p. 106 y s.s.

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