noviembre 14, 2021

Revolución mexicana y revisionismo histórico

 

Someter a revisión el pasado es una práctica del presente. Esta sentencia es válida para ciertas interpretaciones o prácticas, pero también para las doctrinas ideológicas o las corrientes historiográficas. Revisar con otra mirada, con otro enfoque, con otras fuentes, representa avanzar fuera de la ideología o de los testimonios de participantes o actores que dejaron huella de sus vivencias o experiencias. También la revisión implica balance y evaluación desde otro enfoque o perspectiva, que favorezca una interpretación novedosa y global y multidisciplinaria de la historia. El revisionismo historiográfico ha cumplido su papel de evaluación y de diagnóstico, pero ha ido más allá al interpretar y avanzar en el conocimiento de un hecho del pasado, cuya permanencia o continuidad ha marcado al proceso de la historia.

En México, el revisionismo historiográfico emergió en la década de los sesenta del siglo XX, de la mano del cincuentenario de la revolución mexicana y de la renovación de los estudios históricos y su carga metodológica y teórica. Los escritos testimoniales u oficialistas dieron de sí entonces, aunque se resistieron a morir, por lo que pasaron de moda y fueron superados por estudios y publicaciones provenientes de la academia, tanto de México como provenientes del extranjero.

Era indispensable mirar a la revolución mexicana desde otro enfoque de análisis, como un proceso multivariado, heterogéneo, diverso, plural, global al mismo tiempo, que marcó el destino del siglo XX. Las historias de los protagonistas y actores había quedado atrás con sus justificaciones y legitimaciones de los hechos y personajes. Fueron útiles en su momento para afianzar al Estado revolucionario desde el punto de vista ideológico y legitimador, pero su momento historiográfico pasó a finales de los sesenta.

La revolución mexicana y su diversidad fue mostrada entonces como un cúmulo de historias y pasados y escenarios y actores históricos. La historiografía revisionista dio paso a estudios monográficos abocados a movimientos sociales, ideologías, políticas gubernamentales, sistemas intelectuales, personajes indiscutibles, la mediación de las relaciones centro-región, la cultura y la educación, los procesos electorales, los actores campesinos, los actores obreros, las coyunturas económicas, el sistema de propiedad, el mundo de la religión católica, el anticlericalismo, los empresarios, los caudillos, los caciques, los líderes sindicales, la estructura agraria y su reforma, los partidos políticos, la Constitución, las relaciones internacionales. La reinterpretación global de las causas, desarrollo y consecuencias de la revolución mexicana también fue una parte indiscutible del revisionismo histórico. La síntesis de la totalidad representó un gran empuje de la historiografía entre finales de los sesenta y finales de los noventa del siglo anterior. El auge de la historiografía revolucionaria se concentró en las interpretaciones totales, pero también y fundamentalmente, en las interpretaciones regionalistas.

La revolución representó un objeto de estudio muy atractivo para estudiosos de México y el extranjero (principalmente de Inglaterra, Francia, Alemania, Holanda, Estados Unidos). Los muchos Méxicos de la revolución surgieron como un mosaico plural y heterogéneo de muchas revoluciones que emergieron y se expresaron en una diversidad local y regional, pero también temática en la sociedad, la economía, la política, la cultura, el territorio, el medio ambiente. La revolución no fue más un objeto de estudio concentrado en descripción de acontecimientos y batallas, hechos de guerra o personajes significativos (militares, políticos o héroes). Las coyunturas y las estructuras se enlazaron en el análisis de los acontecimientos revolucionarios, desde una perspectiva inclusiva de vinculaciones e interrelaciones que actuaron en temporalidades y espacios heterogéneos, guiados por actores históricos plurales y de condiciones distintas.

La historia regional de la revolución mexicana se vio fortalecida, indiscutiblemente, por la historiografía académica que se emprendió en los sesenta, setenta y ochenta, tres décadas. Gracias a los archivos, a la metodología, a los nuevos enfoques, varios autores destacaron en la interpretación de la pluralidad y diversidad de la revolución, tanto mexicanos como extranjeros. Las obras más importantes, sin duda, fueron las de John Womack (Morelos), Héctor Aguilar Camín (Sonora), Romana Falcón (Veracruz y San Luis Potosí), Carlos Martínez Assad (Tabasco), Thomas Benjamin (Chiapas), Mark Wasseman (Chihuahua), David LaFrance (Puebla), Raymond Buve (Tlaxcala), Heather Fowler Salamini (Veracruz y Tamaulipas), Francie R. Chassen, Francisco José Ruiz Cervantes, Paul Garner (Oaxaca), entre otros más. La revolución fue entonces una fragmentación de revoluciones. Una revolución popular en cada espacio y en cada tiempo, diversa como la sociedad misma.

Otro efecto de este auge historiográfico fue la interpretación de la revolución mexicana como un proceso que se expresó entre 1910 y 1940, con sus antecedentes en el porfiriato, pero también en el funcionamiento del Estado revolucionario después de 1940. La interpretación global de la diversidad revolucionaria fue producto de los varios estudios importantísimos, como las obras de Arnaldo Córdova, Adolfo Gilly, Jean Meyer, Lorenzo Meyer, Armando Bartra, James Cockroft, Friedrich Katz, Francois-Xavier Guerra, Alan Knight, Ramón Eduardo Ruiz, Enrique Krauze, John M. Hart, Hans Werner Tobler, que representaron un conocimiento amplio de gran visión sobre la revolución. Esto sin contar las visiones de historiadores rusos, con su maniqueísmo marxista, como Alperovich y Rudenko.

La historiografía de tema revolucionario derribó las viejas descripciones de los protagonistas y del oficialismo en todos los niveles. Los pseudo historiadores de los estados de la república quedaron rebasados, los divulgadores con facha de propagandistas mucho más, los contadores de historias burócratas igual. La ideología legitimadora de la revolución, que servía al poder político en los estados y en el nivel nacional quedó reemplazada en los conocimientos del pasado revolucionario. Sin embargo, las viejas visiones acerca del pasado revolucionario siguieron siendo influyentes en los libros de texto y en la enseñanza de la historia en los niveles básicos y medio básicos de la educación o, lamentablemente, en las fechas cívicas o efemérides oficiales o, en ciertos museos o instituciones culturales. Se ha dificultado que las nuevas interpretaciones acerca de la revolución mexicana modifiquen las visiones oficialistas que perduran aún en la actualidad.

El revisionismo histórico cambió totalmente el conocimiento y la interpretación acerca de la revolución mexicana. Sin embargo, esto ocasionó la fragmentación de temas y la recurrencia de incluirlos en otros actores o escenarios. El estudio de temas puntuales o aislados ha sido una consecuencia del revisionismo en los recientes veinte años del siglo XXI. No existe una reinterpretación de estos temas en su esencia y sustancia, sino en comparación con otros aspectos y escenarios locales o regionales. La multidiversidad y multipluralidad se ha trasminado igualmente a otros periodos de la historia mexicana, la independencia, el siglo XIX, el porfiriato, la misma revolución o el periodo contemporáneo. Tesis, libros, artículos, compilaciones reflejan una gran fragmentación, poco significativa para la reinterpretación general o total de los fenómenos históricos.

La historiografía revisionista rompió un paradigma del conocimiento de la revolución mexicana en treinta años. El efecto fragmentador, sin embargo, ha representado un problema en los últimos tiempos, porque contamos con una historiografía difusa, estancada en la descripción y que resalta hechos o personajes, sin un análisis global que permita la explicación de los procesos históricos en los periodos que caracterizan a la historia de México. La crisis historiográfica actual requiere una transformación que favorezca la divulgación histórica desde un punto de vista más popular y que influya en la enseñanza de la historia y la publicación de nuevos libros de texto. El historiador debe influir en el logro de nuevas interpretaciones históricas que la gente conozca acerca de nuestro pasado común y colectivo.

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