noviembre 28, 2021

Historia del sinarquismo mexicano

 

Una tarde del 23 de mayo de 1937 se fundó la Unión Nacional Sinarquista en la ciudad de León, Guanajuato, por parte de un grupo de estudiantes católicos que se oponían a las políticas cardenistas. Sinarquismo significaba “con orden, con autoridad”, contrario a anarquía y a revolución. La Doctrina Social de la Iglesia Católica en México fue adoptada como parte de la ideología social de la nueva organización, adicionada al guadalupanismo, el hispanismo y el nacionalismo de la patria. Los sinarquistas se definieron desde entonces como contrarios a la revolución hecha gobierno, al totalitarismo, al comunismo y al socialismo, al capitalismo yanqui, al judaísmo y al liberalismo. La organización surgía en contraposición al gobierno del presidente Lázaro Cárdenas, a las políticas revolucionarias en materia agraria, religiosa, educativa, laboral, pero también para combatir el desorden y la anarquía que prevalecían en la sociedad mexicana, principalmente, en cuanto a los campesinos, los obreros y las clases medias.

            El 12 de junio de 1937, el Comité Organizador de la UNS, encabezado por José Trueba Olivares, dio a conocer el Manifiesto de creación y los objetivos de la organización. La ideología sinarquista se condensó en ese documento que sirvió para la propaganda, la difusión y el reclutamiento a lo largo de los años:

 

Ante los angustiosos problemas que agitan a toda la Nación, es absolutamente necesario que exista una organización compuesta de verdaderos patriotas, una organización que trabaje por la restauración de los derechos fundamentales de cada ciudadano, que tenga como su más alta finalidad la salvación de la patria.

Frente a los utópicos que sueñan en una sociedad sin gobernantes y sin leyes, el “sinarquismo” quiere una sociedad regida por una autoridad legítima, emanada de la libre actividad democrática del pueblo, que verdaderamente garantice el orden social dentro del cual encuentren todos su felicidad; pero no de un modo egoísta, sino procurando que todos alcancen el bien que cada uno desea para sí.

Frente a cada dolor humano, frente a cada mal social, el “sinarquismo” se propone estudiar la forma de suprimirlo y trabajar hasta conseguir este fin.

Ninguna cosa que tenga trascendencia social le será indiferente: el bien común habrá de ser su ocupación constante y su tarea de siempre será trabajar para alcanzarle.

El “Sinarquismo” es un modo de ser y de vivir, un modo de sentir y de obrar frente a los problemas que afectan al interés general. Es una actitud espiritual, generosa, es el ánimo y la voluntad siempre dispuestos a servir a los demás.

El sinarquista no pide nada para sí, debe estar siempre dispuesto a entregarse a toda obra que redunde en beneficio colectivo; a prestar el concurso de sus fuerzas físicas, de su dinero o de su talento para poner remedio inmediato y eficaz a todo aquello que constituya un mal social.

El bien de todos, la felicidad pública, la salvación moral y económica de la Patria, exigen un precio: el sacrificio y el esfuerzo con que debe contribuir cada uno, según sus posibilidades.

El “sinarquismo” es un movimiento positivo, que unifica, construye y engrandece, y por lo tanto, diametralmente opuesto a las doctrinas que sustentan postulados de odio y devastación. El “sinarquismo” proclama el amor a la Patria y se opondrá con todas sus fuerzas a los sistemas que pretenden borrar las fronteras de los pueblos, para convertir al mundo en un inmenso feudo en donde fácilmente imperen los malvados perversos propagandistas inventores de esas teorías. El “sinarquismo” será el más ardiente defensor de la justicia y por consiguiente perseguirá a los que trafican con la miseria humana. El “Sinarquismo” no puede concebir que exista felicidad y progreso en donde no exista libertad, estima que ésta es la más sagrada conquista de la humanidad y luchará incansablemente hasta conseguir que impere en nuestra Patria.

El Comité Organizador sinarquista lanza en este manifiesto un llamado a todos los mexicanos que estén dispuestos a trabajar por el engrandecimiento de México, a todos los que despojándose del egoísmo quieran prestar su cooperación para organizar una nueva sociedad sobre bases de mayor justicia.

Los males que afligen a nuestra Patria no se remediarán con lamentos sino con una actividad bien orientada. El movimiento “Sinarquista” ha puesto como norte en el camino que empieza a recorrer, tres palabras luminosas, que adopta como lema: “Patria, Justicia y Libertad”, León, Junio 12 de 1937. El Comité Organizador. (Documento existente en el Archivo del Comité Regional de la Unión Nacional Sinarquista, que se encuentra en León, Guanajuato).

 

El sinarquismo se convirtió muy pronto en un movimiento social de gran importancia en la región del Bajío mexicano –principalmente en los estados de Guanajuato, Querétaro, Michoacán y Jalisco-, traspasando esa delimitación para convertirse en el principal movimiento de la derecha radical católica contra el gobierno cardenista. La ideología y la vocación social pronto aglutinaron en su seno a más de 500 mil mexicanos que, mediante asambleas, mítines, reuniones públicas, protestas y demandas, pusieron en jaque la estabilidad política y social al término del gobierno de Lázaro Cárdenas, incluso en el sur de los Estados Unidos. La presencia pública de los sinarquistas fue constante y fuerte, tanto así, que los adversarios comunistas, socialistas, cardenistas y revolucionarios vieron en su expresión un peligro para las instituciones y el sistema político mexicano. Del lado de la derecha política, el sinarquismo se convirtió en bandera de demandas católicas, campesinas, obreras y provenientes de la clase media, frente a la injusticia, el desequilibrio, la miseria, la falta de libertades, el anticlericalismo, la educación y las expresiones populares que ocasionaba el actuar de los gobiernos posrevolucionarios.

Los líderes de la Unión Nacional Sinarquista eran un grupo de jóvenes estudiantes de derecho de la ciudad de Guanajuato, los más, a los que se sumaron, reclutados por la organización secreta (llamada La Base u OCA, conformada por miembros distinguidos de la jerarquía eclesiástica católica, así como por un grupo de laicos y jesuitas) que dirigía a la organización, personajes que se convertirían en destacados personajes dentro de la movilización sinarquista, como Salvador Abascal, de Morelia, Michoacán, quizás el más importante dirigente, más otros provenientes de Querétaro y Jalisco, quienes habían participado en organizaciones clandestinas que fueron el germen del sinarquismo, como Las Legiones (1931-1934) y La Base (1934).

En los primeros años de la existencia del sinarquismo, entre 1937 y 1939, el movimiento se expandió como río de pólvora en los estados del Bajío mexicano, mediante el reclutamiento, la expresión de demandas, la organización, las protestas, la prensa y los reclamos contra el orden revolucionario que implantaba el cardenismo, pero mucho más contra la concreción de la aplicación de la reforma agraria, las medidas obreras, el anticlericalismo gubernamental, la implantación de la educación socialista y el control y contención de la libertad de expresión y asociación. La oposición al gobierno federal, a los gobiernos locales y estatales, o a los personajes de la política nacional o de cada entidad, fueron la tónica que ocasionó reacciones de persecución, represión y hostigamiento por parte de las policías locales, los órganos de inteligencia federal y el ejército, que ocasionaron enfrentamientos violentos y sangrientos en varias ciudades y localidades del Bajío.

En vez de menguar la fuerza de crecimiento y presencia del sinarquismo, el movimiento acrecentó sus acciones y, mediante el martirologio, subió cada vez más en importancia y número de adeptos y miembros, sobre todo en los ámbitos campiranos y pueblerinos del Bajío, con presencia en otras latitudes estatales, como en Puebla, Guerrero, Tabasco, Yucatán, Veracruz, San Luis Potosí, Zacatecas, Aguascalientes. El movimiento pasó de ser de base regional a un ámbito nacional durante esos años, gracias a la acción de los líderes y a la presencia dentro de la opinión pública, que divulgaba las acciones persecutorias de que eran objeto los sinarquistas por parte de las autoridades, como represiones, persecuciones, encarcelamientos y muertos y heridos, por oponerse fuerte a las políticas gubernamentales y la ideología oficial revolucionaria, sobre todo, en lo que se refería al catolicismo y los problemas del campo y de las ciudades, que padecían los pobres y desheredados que no habían sido beneficiados por la revolución, la Constitución y los gobiernos posrevolucionarios, principalmente, el gobierno del general Cárdenas.

El movimiento sinarquista fue creciendo como espuma en los últimos años del gobierno de Lázaro Cárdenas, tanto así que se convirtió en una de las principales fuerzas sociopolíticas de la derecha católica que arremetía con una gran oposición al gobierno y lograba movilizar a grandes sectores de la sociedad mexicana, sobre todo, en los estados de la república.

El proceso electoral federal de 1940 evidenció que la fortaleza sinarquista era un peligro para el equilibrio y la correlación de fuerzas políticas y sociales. El candidato oficial del PRM, Manuel Ávila Camacho, junto con su coordinador de campaña, Miguel Alemán, tuvieron que pactar con los sinarquistas, para evitar que éstos votaran y apoyaran al candidato por excelencia de la oposición, Juan Andreu Almazán. Este hecho significativo evidenció la posición de fuerza que el sinarquismo tenía y su capacidad de convocatoria y oposición manifiesta para movilizar a la sociedad. El pacto consistió en que el gobierno de Ávila Camacho, ganando las elecciones, ofrecería una reforma agraria privada, una educación no socialista y libertades de asociación y expresión, en especial con los sinarquistas del Bajío, así como la promesa oficial de la no persecución o represión de las actividades del movimiento, claro, siempre y cuando no pusieran en entredicho la estabilidad y el slogan de la “unidad nacional”.

De 1940 a 1943, la Unión Nacional Sinarquista obtuvo triunfos importantes en su programa de acción, en materia agraria, en la esfera educativa, en la estructura laboral y en el logro de libertades de expresión y asociación, que representaron una presencia inusitada dentro de la política nacional y la sociedad mexicana. Líderes sinarquistas como Salvador Abascal, Manuel Zermeño, José y Alfonso Trueba Olivares, Manuel Torres Bueno, Gildardo González, entre muchos otros en todos los estados del país, se colocaron en la posición de líderes de oposición que negociaban y protestaban, con apoyo multitudinario, en torno a temas de la agenda nacional, de cariz antigubernamental. Los líderes nacionales, por ejemplo, a partir de finales de 1940 tenían audiencias presidenciales o estaban en constante comunicación con el secretario de Gobernación. La popularidad del sinarquismo, en pleno contexto de la guerra mundial, traspasó las fronteras mexicanas a Sudamérica, Centroamérica, el sur de Estados Unidos y España.

Los sinarquistas lograban movilizar a grandes multitudes en rancherías, comunidades, pueblos, ciudades medias y en las grandes capitales de México (D.F., Guadalajara, Morelia, León, Querétaro, Monterrey), demandando acciones gubernamentales pero denunciando atropellos o medidas que afectaban a las clases populares. Los ministros del gobierno, los diputados y senadores, los gobernadores y los presidentes municipales tuvieron que dialogar y negociar con los líderes sinarquistas muchas cuestiones. El mismo presidente de México o su secretario de Gobernación, con frecuencia, se reunían con los sinarquistas para ciertas acciones gubernamentales, educación, reforma agraria, reglas laborales, pero igual para evitar la extensión y fuerza de la expresión de protestas sectoriales y sociales o demandas extendidas ante medidas de política económica o social. La denuncia y la movilización dieron una fuerza social inusitada frente al gobierno.

Las marchas, las movilizaciones multitudinarias, la denuncia en los periódicos, los uniformes, el culto a la disciplina y a los jefes, y el orden en las manifestaciones públicas, ocasionaron que los adversarios sinarquistas definieran al movimiento como una expresión ligada al nazismo alemán, al fascismo italiano y al falangismo español, que ocasionaría que México fuera invadido por las expresiones totalitarias de Europa.

El líder Abascal, jefe nacional de la Unión Nacional Sinarquista desde mediados de 1940, era admirador de los totalitarismos, había impuesto al movimiento esas demostraciones públicas de orden, uniformes, culto a los jefes, rezos, exaltaciones nacionalistas y patrióticas, el culto hispanista y religioso, el martirologio, pero no había una alianza o relación directa o formal con las organizaciones europeas. Sin embargo, el Consejo de la Hispanidad, normado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de España, y mediante las consignas de la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (FET y JONS), que habían sido fundadas en España por José Antonio Primo de Rivera, Ramiro Ledesma y Julio Ruiz de Alba, y que representaban en México Antonio Sanz-Agero y Augusto Ibáñez Serrano, junto con la Asociación “Amigos de España”, donde figuraban intelectuales mexicanos ligados al sinarquismo, como Alfonso Junco, insistían en la identificación ideológica y social de los sinarquistas, invitando al líder Abascal a acercarse a esas organizaciones franquistas que actuaban en México.

El pensamiento conservador, nacionalista, católico, antiyanqui, hispanista, del sinarquismo, se identificaba plenamente con el estilo y la dirección de Salvador Abascal, sobre todo, entre 1940 y 1943, por lo que las organizaciones franquistas que actuaban en México, por mandatos e interés de las autoridades españolas, invitaban frecuentemente a los sinarquistas a sus actividades, informando a España sobre las razones, alianzas y modos de actuar de la organización, aunque siempre con generalidades y falacias en torno a la actuación, que no se relacionaban, prácticamente en nada, con las intenciones sinarquistas o su origen histórico.

Las inteligencias de Estados Unidos y México, sin embargo, involucraban al sinarquismo con el poderío fascista europeo y sus expresiones en América Latina. Sin embargo, el sinarquismo más bien era un movimiento católico, popular, tradicional, contestatario y conservador, que buscaba el cambio con retorno histórico, es decir, un regreso al siglo XVIII, cuyo orden religioso e hispano representaba el origen de la mexicanidad, el nacionalismo y la causa primigenia de la configuración de la patria. El origen y razón de ser del movimiento sinarquista se encontraba dentro del catolicismo mexicano, así como en la identificación con los pobres del campo y de las ciudades, con una fuerte identidad religiosa católica.

La fuerza sinarquista de esos años, sin embargo, se identificaba con la llamada “unidad nacional”, que el gobierno nacional propugnaba frente al exterior en guerra. Los sinarquistas sirvieron en el consenso social y la estabilidad política de México en ese momento, para contener la inestabilidad social en el campo, en las ciudades medias, en el mundo laboral y en las oposiciones de las clases medias de las ciudades, por medio de un entramado ideológico que se basaba en la religión católica guadalupana, en el hispanismo como origen de la patria y la nación, en el retorno a un pasado conservador y ordenado con la dirección del Estado y la Iglesia. La democracia cristiana fue defendida y sostenida por los sinarquistas, rescatando la vocación social, espiritual e intelectual de la sociedad mexicana tradicional, frente al modernismo desordenado y civilizatorio que propugnaba el gobierno mexicano.

Sin contar con los admiradores y adeptos, el sinarquismo llegó a contar con más de 600 mil militantes en 1943, cifra que creció en 100 mil durante tres años, desde 1940, repartidos la mayoría en los estados del Bajío mexicano, pero con ramificaciones en todos los estados del país. La propaganda, la manifestación pública, los mítines y las protestas pulularon en toda la nación, frente al gobierno, los gobernantes, los líderes oficiales y las autoridades. La popularidad sinarquista asustaba a los adversarios y ponía en alerta a las autoridades.

Fue así como el gobierno avilacamachista diseñó una estrategia para combatir el oposicionismo sinarquista y derribar la fuerza movilizadora. El secretario de Gobernación, Miguel Alemán, fue el actor por excelencia de la estrategia combativa, mediante la creación de conflictos en el seno de la organización sinarquista, el rompimiento entre la UNS y la jerarquía eclesiástica católica, el ahorcamiento de sus financiamientos, obstáculos oficiales para la publicación de los periódicos El Sinarquista y de Orden, y la persecución de sus líderes municipales, estatales y nacionales.

El líder más radical, Salvador Abascal, fue coartado en sus proyectos y expresiones, mediante una táctica concertada, casi un complot, que ahorcó la expansión sinarquista en Baja California y la realización de proyectos autonómicos que fortalecían a la organización y su fuerza en el ámbito de lo político.

Abascal, en el transcurso de 1941, realizó e implementó el proyecto de colonización sinarquista de una zona alejada 320 kilómetros de La Paz, llamada Santo Domingo, para fundar un pueblo que diera sentido al proyecto de orden y acción del sinarquismo, con el apoyo de La Base y del gobierno federal. 400 sinarquistas partieron a la colonización en diciembre de 1941, junto con Abascal, para la fundación de un pueblo con modelo sinarquista, en una zona no habitada y que daría sentido a la “unidad nacional” en un territorio carente de población, que por entonces gobernaba Francisco J. Múgica. La llamada expedición de María Auxiliadora, sin embargo, representó la partida de Abascal de la dirección de la UNS y la emergencia de los líderes moderados y negociadores del sinarquismo, como Manuel Torres Bueno, Gildardo González, José Ignacio Padilla, entre otros, que aprovecharon para marcar otras directrices para la organización, en una clara acción concertada con los miembros ocultos de La Base y con la mano bienhechora de las autoridades federales, que parecieron aliados en el combate al radicalismo que había caracterizado a la Unión Nacional Sinarquista, que no menguaba a pesar de los pactos y las negociaciones, sobre todo, con el secretario de Gobernación, Miguel Alemán.

El germen de los conflictos internos en la UNS se dio a partir de la experiencia sinarquista en Baja California, pues el fracaso de la colonización ocasionó severos problemas entre los líderes moderados y Abascal, entre éste y los miembros de La Base y entre él mismo y las autoridades federales y territoriales. La ausencia de Abascal, además, ocasionó severos problemas económicos e ideológicos que se manifestaron desde finales de 1943, cuando ya la UNS se tambaleaba en torno a sus postulados radicales o moderados y en sus relaciones con la Iglesia católica y el gobierno. Todo pareció ser una estrategia gubernamental para neutralizar el radicalismo oposicionista que Abascal le había impuesto al movimiento entre 1940 y 1942.

El movimiento sinarquista se definía a sí mismo como un movimiento social sin pretensiones del logro del poder o de la obtención de éste con la violencia o la participación electoral. Esta definición sirvió para atacar la estabilidad de la organización y su presencia pública. El sinarquismo era contradictorio en sus fines, quería el poder político pero lo negaba, había obtenido posiciones de poder en los municipios, pero lo ocultaba, buscaba la penetración en organismos, instituciones y espacios burocráticos, pero mentía. Bajo esta esfera, el aparato gubernamental actuó ante el peligro inminente de que el sinarquismo “contaminara” el espacio de la política nacional o regional.

Fue en ese momento, mediados de 1944, cuando los líderes sinarquistas se dividieron entre sí, unos se propugnaron por la lucha social y espiritual, razón de ser de la UNS desde su nacimiento, apoyados por un grupo de la jerarquía eclesiástica que imponía rumbos desde la organización llamada La Base u OCA, y que no querían que el sinarquismo se convirtiera en partido político y buscara puestos de representación o de autoridad gubernamental. Otros se radicalizaron, como los abascalistas, que eran a final de cuentas una minoría, en configurar y ampliar una organización central con filiales sectoriales, que siguiera luchando por mejorar las condiciones sociales del pueblo mexicano, mediante acciones que conllevaran a que el gobierno cumpliera con sus demandas en educación, salud, vivienda, reforma agraria y libertad de expresión, de asociación y religiosa. Otros más definieron y expresaron la necesidad de que el sinarquismo pasara a formarse como un partido político que, basado en la Doctrina Social de la Iglesia Católica y la democracia cristiana, combatiera desde la sociedad por el poder político y, así, transformar la vida nacional paulatinamente.

La opción política prevaleció enarbolada por líderes como Manuel Torres Bueno, y Gildardo González, que incluso crearon entonces al Partido Fuerza Popular, anexo a la UNS, para ligar a la sociedad con la política, respetando la ideología sinarquista. Ambos líderes, enfrentados con La Base y con Salvador Abascal, llevaron al sinarquismo al tránsito de la lucha política y, con apoyo de los militantes, hicieron que la UNS participara abiertamente en la política nacional, aunque con el menor apoyo de las fuerzas sinarquistas originales.

Cruzado el umbral de la lucha política el sinarquismo se convirtió en un movimiento mucho más peligroso para el status quo gubernamental, sobre todo, desde el proceso electoral federal de 1946, donde obtuvo, incluso, puestos de representación en el Congreso nacional y puestos clave en las representaciones estatales o en presidencias municipales.

La fuerza popular y pública de los sinarquistas, derribada entre 1943 y 1945, se recuperó en el transcurso de 1946. La UNS y el PFP fueron de la mano entonces, rescatando la movilización pública de protesta y la expresión de las demandas de campesinos, obreros y clases medias en todo el país, aunque ya sin el radicalismo que había caracterizado al movimiento histórico entre 1937 y 1943.

De todas formas, el gobierno del presidente Miguel Alemán, fiel conocedor de las debilidades sinarquistas, procedió a desarticular y perseguir al movimiento social y político. Las manifestaciones fueron reprimidas, los líderes fueron perseguidos, encarcelados unos, cooptados otros. El líder nacional de la UNS desde 1947, Luis Martínez Narezo, que fue impulsor y líder de la organización sinarquista en San Luis Potosí desde el periodo del liderazgo de Abascal, imprimió de nueva cuenta el radicalismo como estrategia de acción política y social, por lo que se convirtió en peligroso para el aparato gubernamental. De hecho, concilió con Abascal y Torres Bueno, para que se reincorporaran al movimiento. Los ataques al liberalismo, a la revolución, a los gobernantes, a las políticas públicas, evidenciaron que el sinarquismo vivía un segundo aire que iba en contra de la estabilidad política y social que enarbolaba el alemanismo en el poder, por lo que la respuesta oficial fue la cooptación, la persecución, la represión y el control.

La pérdida del registro del PFP y la desarticulación de la organización sinarquista, entre 1948 y 1952, representó la muerte del movimiento y la desbandada de líderes y militantes. Sin bases de apoyo y sin presencia pública el sinarquismo experimentaba los estertores de la muerte, pero la UNS continuaba funcionando, unas veces en la clandestinidad, otras rememorando los tiempos de auge, y otras más como una organización gestora de las demandas  sociales.

 

 

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