octubre 24, 2021

Las Bibliotecas Públicas en su día Internacional, parte de nuestra cultura

Existe un gran vacío historiográfico sobre la historia de los libros, las librerías y las bibliotecas en México. Se han dado algunos avances por parte de la academia y algunos interesados autodidactas. Poco énfasis se ha brindado en las bibliotecas personales o especializadas de los estados de la república, o, en las múltiples existentes en la ciudad de México. Hay periodos descuidados en el conocimiento de la evolución bibliotecaria o en los libros y las librerías. Las bibliotecas públicas han sido materia de algunas historias, a pesar de su riqueza y su importancia en torno a la lectura y los libros. Las bibliotecas mexicanas han sido espacios de aprendizaje, estudio y cultura. En casi todas, la historiografía se encuentra presente para dar cuenta de la evolución histórica mexicana, desde el periodo prehispánico hasta el reciente.

Se sabe que en el periodo prehispánico existían espacios para el resguardo de manuscritos y códices pictográficos, que se llamaban Amoxcalli, aunque para algunos se denominaban Teocalli, como recintos que resguardaban ciertos documentos particulares. Los primeros conquistadores los relataron, incluso mezclando archivo con biblioteca. Lo importante es que se contaban con ellos para resguardar códices y manuscritos. Varios pueblos indígenas tuvieron estos repositorios, que daban cuenta de acontecimientos relacionados con la sociedad, la economía y la estructura política. Los tlacuillos eran los encargados del resguardo de la información civil y religiosa, igual eran los que escribían o dibujaban los códices. 

Desde finales del siglo XVI, llegaron los libros, los libreros y se expandió la idea de la conformación de repositorios para resguardarlos. Sacerdotes y religiosos de todas las órdenes fueron creando bibliotecas en sus espacios. Agustinos, jesuitas, franciscanos, dominicos y mercedarios contuvieron ciertos lugares para resguardar los libros que traían del viejo mundo. Algunos personajes del virreinato hicieron lo propio. Los libros religiosos fueron utilizados para la evangelización en muchos sitios, como sucedió en el Colegio de San José de los Naturales en el Convento de San Francisco, donde se contaba con una biblioteca más o menos amplia que utilizaban los religiosos. 

La primera biblioteca episcopal fue creada con cédula real el 21 de mayo de 1534. Adicionalmente, se encontraba la biblioteca personal del franciscano Fray Juan de Zumárraga, que era muy abundante, y que a su muerte se repartió entre el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, la Catedral de México y el Convento Franciscano de México, ya que no se integró a la Biblioteca Episcopal. Hacia finales del siglo XVI había ya una serie de bibliotecas particulares y de órdenes religiosas en varios sitios de la Nueva España. Se sabe que los colegios y seminarios contaban con al menos cien volúmenes en materias como teología, liturgia, predicación, filosofía, historia y literatura. El establecimiento de la primera imprenta de México en 1539 estimuló la producción de ciertos libros religiosos que se repartían en varias provincias. Desde 1571, el Tribunal del Santo Oficio regulaba las publicaciones y, obviamente, aquellas que llegaban a las bibliotecas.

Hasta el siglo XVII había bibliotecas importantes de varios personajes, como las de Bartolomé González, Francisco Alonso de Sossa, Alfonso Núñez, Melchor Pérez de Soto, Carlos de Sigüenza y Góngora y Sor Juana Inés de la Cruz. Otras fueron las de el Colegio de San Pablo, el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, del Real y más Antiguo Colegio de San Ildefonso, o del Colegio de San Gregorio, del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, del Convento de San Francisco de México y del Convento de San Gabriel de Cholula. Lo anterior según Robert Endean Gamboa, especialista en bibliotecología, retomando a Ignacio Osorio Romero, autor de un libro importante sobre la historia de las bibliotecas en Nueva España. 

Para el siglo XVIII, las bibliotecas particulares, religiosas, educativas eran de buen número. Ejemplo fue la del Real y Pontificio Seminario Tridentino de Puebla, que heredó la biblioteca personal del obispo Juan de Palafox y Mendoza desde un siglo antes y que contaba con más de 20 mil ejemplares. Otra biblioteca importante fue la del Colegio de San Nicolás en Valladolid, que atesoraba importantes libros traídos desde Europa, y por donde circularon los personajes que hicieron la independencia. La biblioteca contaba con miles de ejemplares según cuentan. La bibliografía mexicana fue creciendo paulatinamente. En 1755, Juan José Eguiara y Eguren conformó una bibliografía con los autores mexicanos, mostrando la riqueza intelectual de los criollos, que sin duda permitió enriquecer la lectura y a las bibliotecas de aquel entonces.

Luego de la independencia, se popularizó la idea de que las organizaciones, los ayuntamientos y personas se cooperaran para el establecimiento o mantenimiento de las bibliotecas en ciertos lugares, como sucedió en Michoacán o Yucatán. Fue hasta 1833 que se decretó la creación de una Biblioteca Pública Nacional, que ya contaba con fondos provenientes del Colegio de Santos, de la Real Universidad Pontificia y de la biblioteca personal comprada del intelectual y político Lorenzo de Zavala. Por primera vez se destinó presupuesto para la compra de ejemplares y se abrió para recibir donaciones oficiales y particulares. Por esas fechas se abrieron bibliotecas públicas en Oaxaca, Zacatecas y México. En otros estados se hicieron intentos contando con los fondos de conventos, seminarios y colegios, o gracias a la acción de los particulares interesados en contar con una biblioteca que sirviera para la educación y la ciudadanía. Las bibliotecas particulares fueron muy populares pasando el tiempo, estas fueron las de Mariano Galván Rivera, Joaquín García Icazbalceta, Manuel Orozco y Berra, Lucas Alamán, Juan N. Almonte, Manuel Payno, Guillermo Prieto, José Fernando Ramírez y José María Vigil, entre otros muchos más en las entidades de la república, según Rosa María Fernández de Zamora y el citado Robert Endean Gamboa. 

Hubo varios intentos para establecer la Biblioteca Nacional, uno en 1843 y otros en 1851 y 1856, pero la vida convulsa de México impidió realizar ese magno proyecto. Fue hasta 1867 cuando se retomó el proyecto de la Biblioteca Nacional y se expidió el decreto para que estuviera en la antigua Iglesia de San Agustín. La Biblioteca tuvo entonces la calidad del depósito legal del país, lo que enriquecería sus fondos obtenidos de seminarios, colegios y conventos. Una capilla anexa, de la Tercera Orden, se estableció como sala de consulta. La adecuación del edificio tardó quince años en concluirse, por lo que la Biblioteca Nacional se inauguró formalmente en pleno porfiriato, en el año de 1884, contando con más de cien mil ejemplares. Los libros provinieron de La Catedral y de la Universidad en su mayoría. Desde entonces se destinó un presupuesto anual para la adquisición y compra de libros para acrecentar el acervo. El ejemplo de la Biblioteca Nacional se fue impulsando en réplicas en varias capitales de los estados de la república, igual para el caso de institutos y colegios o sociedades científicas. La Universidad Nacional tuvo sus bibliotecas especializadas en Jurisprudencia o Altos Estudios también pasado el tiempo. 

El desarrollo bibliotecario del país recibió un gran impulso con la creación de la Secretaría de Educación Pública en octubre de 1921. José Vasconcelos impulsó la realización de publicaciones, la expansión de las bibliotecas y su vinculación con las escuelas. Fue un programa ambicioso y amplio que se pudo lograr en pocos años. En 1923 ese impulso logró sus frutos pues se tenían 929 bibliotecas públicas con cien mil libros. Un año después se reportó que las bibliotecas habían crecido a 2, 426, de carácter urbano, rural, obreras, generales, escolares, ambulantes y circulantes. La biblioteca pública contó con acceso nocturno, infantil, con revistas y periódicos y otros servicios bibliotecarios, además de otras actividades relacionadas con la cultura, conferencias y exposiciones. En casi todas las bibliotecas se pintaron murales con motivos nacionalistas, con temas cívicos y literarios. La biblioteca se conformó a partir de la idea de creación e impulso de la identidad mexicana, según nos cuenta Robert Endean Gamboa. La Asociación de Bibliotecarios Mexicanos fue impulsora de la especialización de los bibliotecarios desde 1925. Para 1929, la Biblioteca Nacional pasó a ser parte de la Universidad Nacional.

Impulso mayor se tuvo con la inauguración de la Biblioteca de México, que se inauguró el 27 de noviembre de 1946 por el presidente Manuel Ávila Camacho a estímulo del secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet, contando como primer director al ex secretario fundador de la secretaría, José Vasconcelos. Cuarenta mil volúmenes contó este importante acervo, que dio servicio a partir de un año después. Contó desde entonces con los acervos provenientes de las bibliotecas de importantes intelectuales, como Antonio Caso y Carlos Basave (importante colección de folletería de todo el país) y de la llamada colección Palafox de teología. El edificio de La Ciudadela se convirtió en el recinto de esta importante biblioteca y centro de cultura y de información bibliográfica desde la década de los ochenta. Desde el año 2011, esta biblioteca en particular se convirtió en la “ciudad de los libros”, con librería, salas de lectura, servicios digitales, espacios de exposiciones, áreas para las personas con discapacidad. Se compraron e instalaron las bibliotecas personales de destacados intelectuales mexicanos, como José Luis Martínez, Antonio Castro Leal, Jaime García Terrés, Alí Chumacero y Carlos Monsiváis. El esplendor de esta Biblioteca es indiscutible por la cantidad de usuarios que la visitan y los servicios que ofrece en un monumento histórico como lo es el edificio de La Ciudadela. 

Importantes bibliotecas descollaron en el país, con carácter público y cultural, como las de Guadalajara, Guanajuato, Monterrey, Morelia, Oaxaca, Mérida, y más ciudades. Otras bibliotecas destacadas para la educación, la cultura y la ciencia fueron, luego de la mitad del siglo XX, las de instituciones tan importantes como El Colegio de México (Daniel Cosío Villegas), el INAH (Biblioteca Nacional de Antropología e Historia en el Museo de Antropología de Chapultepec), UNAM (Nacional y Central y de varios Institutos de Investigación), Secretaría de Hacienda y Crédito Público (Lerdo de Tejada), entre otras más, sin destacar los acervos de la Iglesia Católica pertenecientes al Arzobispado de México o la Universidad Pontificia. Hay que mencionar a la Biblioteca Vasconcelos, que se construyó y comenzó a funcionar a inicios del siglo XXI, como un centro bibliográfico nacional que, por desgracia, decayó muy pronto. Las bibliotecas se convirtieron en la pieza clave de la información mexicana, con pie en la educación, la cultura y la ciencia. 

El crecimiento de las bibliotecas públicas también implicó un crecimiento de las bibliotecas educativas, privadas, sindicales y de orden cultural, gracias a la modernización económica y la expansión social y educativa del país. En el decenio de los ochentas se creó el Programa Nacional de Bibliotecas Públicas, que fue la base de la red de bibliotecas que cuenta a la actualidad con 7, 413 bibliotecas en el país en 2, 282 municipios, y que atiende a más de 30 millones de personas en promedio. 

Las bibliotecas públicas y especializadas y privadas han estado estrechamente vinculadas a la educación y la investigación y cultura de todos los niveles. Son la columna vertebral del conocimiento cultural y científico del país. Gran parte de estas bibliotecas se han tenido que modernizar tecnológicamente para insertarse en el mundo digital luego del cambio del siglo XX al XXI. El mundo digital ha ofrecido la alternativa para la microfilmación y la copia digital de los acervos. Gran cantidad de bibliotecas se pueden consultar en línea, no solamente en cuanto a los catálogos de contenido, sino también en la fotografía de los libros y revistas o hemerografía, de tal suerte que se pueden incluso leer y consultar en la web por los usuarios, sin necesidad de acudir físicamente a la consulta. Las bibliotecas se han tenido que modernizar en las tecnologías de información y comunicación para estar presentes en la web mundial. La Biblioteca Digital de México es un proyecto magnífico que ya cuenta con grandes avances y está presente como parte de la cultura digital del país.

 




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