abril 24, 2022

La ingratitud con nuestra historia

 

 

Somos ingratos con nuestro pasado. En México mucho más. Los mexicanos somos muy históricos. Nuestra educación nacionalista o patriotera nos inmiscuye con la historia de acontecimientos y personajes. La bandera, el himno, las efemérides cívicas se entremezclan en nuestra identidad. Seguimos el guión desde chicos, aburrida o no, rechazada o no, es una historia abundante, a la que recurrimos día a día. A unos les gusta que sea una historia apasionante, a otros que sea sangrienta, a algunos que sea seria y formal, a unos más que sea de estatuas y monumentos, a otros más que provenga del oficialismo gubernamental, a muchos más que sea de efemérides exactas y estáticas, a varios les fascina la historia y objetos que se muestran en los museos, otros prefieren saber de las víctimas y de los sin historia, muchos quieren ver las imágenes vívidas, a otros les encantan los difuntos y los panteones, algunos quieren que sea bien contada y simpática, unos prefieren la solemnidad discursiva o a otros que sea científica o basada en hechos reales y documentados, aunque un sector opta por la ficción histórica para emocionarse leyendo sobre sangre y lágrimas (asesinatos y misterios), igual a los astros, además de aquellos que seleccionan la historia manipulada o con maquillaje de acuerdo con los intereses de los gobernantes o dirigentes, y hay aquellos que refieren su interés a partir de logros comunes en instituciones públicas y organizaciones privadas. Las grandes personajes no se escapan. Hay una pluralidad de intereses. Sombríos y morbosos, serios y enredados, corruptos o misteriosos. Somos ingratos, porque es afín a nuestro real saber o entender que nos interesamos por nuestro pasado. Recurrimos a la memoria y al sesgo de nuestros objetivos subjetivos o profesionales o de conocimiento.

La historia mexicana es parte de nuestro presente. Vemos héroes o villanos, malos y buenos, bondades y virtudes, errores y fracasos, asesinos y víctimas, cadáveres y misterios, avances o retrocesos, logros y estancamientos, malas acciones o buenos procederes. Juzgamos, manipulamos, evaluamos, interpretamos, precisamos, puntualizamos, establecemos y analizamos al pasado nacional todo el tiempo. Alguien dijo por ahí que la historia cuenta mentiras consensuadas de los muertos, lo que es una ingratitud con el valor o las visiones del pasado. Autodidactas, docentes, divulgadores, investigadores, periodistas, escritores, políticos, empresarios, educadores, líderes, burócratas, editores, columnistas, articulistas, son los actores principales del interés o rechazo por la historia o la recurrencia a lo que se ha dado en llamar “Memoria Histórica”, sustento de la identidad de pertenencia y de recuerdo colectivo, remembranzas y registros. Hay un interés infinito por el pasado, el público es variado y plural, multi heterogéneo. Público interesado o autodidacta, que supera al especializado o intelectual. Hay hasta legos que solamente aplauden y salen en la foto.

El mexicanismo lo expresamos a partir del periodo prehispánico que dio origen al territorio, a la etnicidad, a lo que sería la nación. Todo era limpio y bueno, un ideal, aunque había sangre y violencia o conquistas y guerras, con la guía de Huitzilopochtli, Quetzalcóatl, Tezcatlipoca, Tlaloc, en la conjunción del sol, la lluvia, el viento, la tierra. Luego pasamos a los lamentos y tristezas de lo que significaron trescientos años de la colonia española. Nueva España fue el origen de nuestras desgracias: sojuzgamiento, violencia, humillación, muerte, sangre, enfermedades, religión embrutecedora. El mestizaje fue un proceso histórico lamentable, aunque los mexicanos sean mestizos en su gran mayoría. La evangelización y la religión marcaron al mexicano y su futuro, la virgen de Guadalupe u otras patronas vírgenes y madres del destino espiritual y terrenal, incluidas. Después vino la necesidad de la independencia, la necesaria autonomía, que significó un parto doloroso para la creación de una nueva nación, con sentido de pertenencia y unidad territorial con la palestra de la patria. Desde entonces el nacionalismo se apoderó de las conciencias y en la construcción del Estado nacional, que llevó décadas mediante el conflicto entre insurgentes y realistas, monarquistas y republicanos, liberales y conservadores. Fue hasta el periodo del porfiriato cuando la unidad nacional dio coherencia a la necesaria estabilidad política y social, para luego entonces contar con el desarrollo económico que permitiera una evolución mayor del país.

La conjunción entre mexicanismo, nacionalismo y patriotismo ha brindado la posibilidad de una identidad nacional característica por parte de México como país. La evolución histórica de México ha estado marcada a partir del ideal de la unidad, la estabilidad y el desarrollo, como una triada exigente que se ha confrontado con la existencia de conflictos, guerras, enfrentamientos y acontecimientos o personajes negativos. En cada momento, se ha juzgado a la historia con el sello tremendista de lo que pudo haber sido y no fue, tanto para el periodo prehispánico, como para la Colonia, el siglo XIX y la centuria del XX. El pasado mexicano ha sido marcado a partir de la carencia de libertades, la desigualdad, la pobreza, la injusticia, la violencia, el enfrentamiento. En cada periodo, estos elementos han sido distintivos de esos rasgos, marcados por el destino sufrido y negativo de la evolución nacional, hay unos que hasta se atreven a decir que es por los astros o los ciclos lunares o el encuadramiento de planetas.

Si la independencia fue un parto difícil y sangriento entre 1808 y 1821, el proceso de construcción nacional entre 1821 y 1876 fue tremendamente inestable y violento, mientras que la época porfiriana fue autoritaria y fuerte para imponer “orden y progreso” a una nación que necesitaba estabilidad para despegar hacia el capitalismo. La revolución implicó un periodo violento y sangriento que cambió el pasado para llegar a la modernidad, aportando un sendero hacia el desarrollo nacional y la estabilidad política y social, como se pregonó en los veinte años de posrevolución. Después de 1940, México despegó dentro del desarrollo del capitalismo con nuevos sufrimientos y desgracias, con una lucha cruenta en torno a la democracia y la modernidad, proceso que concluyó, prácticamente, en 1968, dando paso a un proceso de transición contra el autoritarismo y el desequilibro democrático. Pura ingratitud en nuestra historia nacional. Nunca nada ha sido estable, nunca nada se ha expresado pacíficamente y sin conflicto. Sin sangre y lágrimas nada ha sido fácil para los mexicanos. Esta interpretación ha sido muy explotada por los políticos y dirigentes en el uso del poder en distintos momentos de nuestra historia.

La ingratitud con la historia nacional se ha extendido mucho más durante el siglo XX y en los últimos veinte años del siglo XXI mucho peor. A más acceso a la información y la comunicación, mayor el nivel de discusión y polémica en torno a la historia. La historiografía mexicana está plagada de discusiones, dislates, querellas, polémicas y posturas en lo relacionado con personajes y acontecimientos, sobre todo, de lo que se llama la historia patria, que prácticamente arrancó con el proceso de la independencia, aunque estrictamente partió desde 1821 con la consumación. Los poderosos han manipulado la historia en todo momento, la han utilizado para legitimarse o para justificar sus acciones que, además, han marcado la evaluación de la importancia o no de acontecimientos y personajes, situaciones o acciones que son destacables o no para el conocimiento de la sociedad o los ciudadanos. La historia oficial ha ayudado sobre manera para establecer interpretaciones adecuadas para el poderoso en turno. La historia llamada local o de cronistas ha cubierto esta dosis en espacios micro, donde la bilis, como decía el gran historiador Luis González y González, ha sido materia indiscutible de la interpretación. Luego han estado los estudiosos o académicos, que con documentos en mano han dado interpretaciones más precisas y sin tanta inquina a alguno que otro acontecimiento o personaje, a pesar de los dislates y plagios que se cometen en tesis de licenciatura y posgrado (es otra forma de ingratitud). Los más ingratos han sido los divulgadores que, con la dosis de la ficción, han distorsionado las interpretaciones históricas a su antojo, o, como ahora, al gusto de la mercadotecnia y la publicidad o los medios electrónicos y digitales. Se repiten a diario dislates y errores historiográficos graves, sin que nadie diga nada, una ingratitud fuerte y poco respetuosa con nuestro pasado.

La ingratitud historiográfica es multi variada. Juzgar, manipular, maquillar, entre otros epítetos, han sido parte de buena cantidad de historiografía sobre el pasado nacional. Unos se han concentrado en los documentos y testimonios, otros en elucubraciones inventadas o de ficción, con tal de narrar o describir acciones relacionadas con el interés del público, casi todas ellas vinculadas a hechos de sangre, traiciones, espionajes, asesinatos, muerte, lealtades o guerras fratricidas. A mucha gente interesada en la historia, esta historiografía les llama la atención, la consumen, aunque buena parte de ciudadanos más bien se interesan por esa historiografía oficialista que legitima y ensalza al poder, mediante exaltación de acontecimientos o personajes indiscutibles del panteón mexicano. La celebración de efemérides es un asunto adecuado para este tipo de historia ingrata, ya que se manipula o se maquilla, se aborda a la ligera y con descuido, se minimiza o se adecua a necedades. Un funcionario dice que la conmemoración de la fundación de México Tenochtitlán, que debe ser en 1325, se conmemorará en sus 700 años en 2021 por el ciclo lunar de 1321, como ejemplo.

Discursos, palabras, tesis, libros, artículos, conferencias, guiones, documentales, telenovelas, reconocimientos, piezas cívicas, conmemoraciones o festejos, en un alto porcentaje, han sido ingratos con acontecimientos y personajes. Las fuentes documentales o testimoniales han sido tergiversadas en varias ocasiones. La objetividad y la interpretación se han visto afectadas. Se modifica o se mal cuenta la historia, lo peor es cuando se manipula por afanes legitimadores o justificadores de nuestro presente. Las posturas ideológicas, teóricas, filosóficas o tendencias, o incluso los testimonios o recuerdos o memorias, han servido también para la ingratitud con el pasado, con la finalidad de conectarlo y asimilarlo al presente y vislumbrar el sendero del futuro.

La ingratitud afecta en mucho la narrativa histórica que busca la verdad, con objetividad contundente y con sustento. Los historiadores profesionales cuentan con esa misión, que en varias oportunidades se ha visto coartada por el plagio o la manipulación de las fuentes o testimonios. En muchas ocasiones se cae en el tormento de la subjetividad o la ficción para recuperar o para utilizar la historia en la legitimación de los poderosos. Las coyunturas son las apreciadas para esta circunstancia. Por ello, muchos historiadores profesionales han caído en la necesidad de la fragmentación, narrando acontecimientos de un mini universo que no se vincula o se interrelaciona del todo con los contextos o las coyunturas. Otros se han sumado a los que se arrastran a la historia oficial. Ya ni se diga los divulgadores que exaltan la ficción para vender. De ahí la crisis que la historiografía presenta en la actualidad. Es una ingratitud grande con respecto al conocimiento histórico que, sin duda, llevará a un nuevo combate paradigmático para el futuro.

 

 

 

2 comentarios:

  1. Recuerdo el nombre de un libro de los años cuando visitaba bibliotecas para leer: ¿Para qué la Historia? creo que el autor se apellidaba Ravel. En el centro del conocimiento está la historia, la novedad entonces fue llevar tres semestres de Historia de la Ciencia, cuatro semestre de historia de las ideas, luego vino resolver la pregunta de ¿Quién es el sujeto histórico? Después reflexionar sobre el Fin de la Historia y el fin del sujeto histórico. Hasta llegar a la idea de que la única historia válida como verdadera es la historia personal, una versión postmoderna. Muy interesante el inventario de las múltiples formas de manipular la Historia. Aunque aún seguimos con el debate de si es una ciencia o una ideología. Tengo la hipótesis del motivo de su interés por ser un historiador profesional, creo que es una causa postmoderna, debe ser un interés por su pasado de genealogía personal. Es interesante saber la novela de los otros, saludos.

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