Tenía como 24 años cuando terminé la licenciatura en humanidades. Ya andaba en el mundo laboral, trabajando en el gobierno. Fue cuando comencé a escribir como autor anónimo. Informes, reportes, correspondencia, lo normal, pero también ensayos y trabajos para ciertos jefes. Me pedían el favor por ser ágil con la escritura. Lo tomaba como parte del trabajo, pero luego pensé que debería de cobrar por esas colaboraciones. Así lo comencé a hacer, porque les decía que eso era muy aparte de las labores cotidianas. Un par de jefes aceptaron, así es que me pagaban las cuartillas escritas. Eran de sus colaboraciones para revistas y un periódico, así es que yo las escribía. Así por un par de años. La paga era poca pero servía para mis gastos.
La talacha de la escritura anónima se acrecentó en un organismo donde trabajaba, en especial informes que firmaban unos jefes como suyos. El pago era menor, con tal de ser discretos y guardar la secrecía. De allí me enlacé con un alto funcionario que escribía sobre economía. Me contrataba para hacer mínima investigación y escribir borradores, en realidad los publicada intactos. Para no levantar sospechas me citaba en su casa, me hizo perjurar que no revelaría nunca el hecho de que yo era el verdadero autor de sus escritos. Publicaba un librito al año en una editorial popular, que además le pagaba derechos de autor. A mi me tocaba una paga mensual en el proceso de hechura de esos libros. Tenía mucho éxito y recibía regalías, pero a mi me pagaba una cantidad menor.
De ahí me enganché con varios personajes que no tenían tiempo ni formación para la investigación y la escritura. Uno de ellos era un político de renombre, que quiso que le hiciera su autobiografía y una investigación de historia de México. Trabajé arduamente durante un par de años. La paga era buena. Él si que me hizo firmar un contrato de secrecía entre ambos. Otro era un funcionario federal con ínfulas de intelectual, que me pidió más bien investigar y hacer notas sobre temas de política nacional, en especial de la posrevolución y el periodo contemporáneo. Era pichicato con los resultados, pero finalmente con una breve amenaza pagó por los escritos. Publicó con su nombre varios libros y artículos, dándose muchas ínfulas por sus “sabias” investigaciones y productividad. Tenía falta de ética y honestidad.
Luego me pidieron redactar unos informes y unos escritos sobre planeación regional, por parte de unos funcionarios federales que aplicarían sus “sabios datos” para incidir en determinadas políticas públicas federales. Era un arduo trabajo vaciar los datos en redacciones frías y puntuales. Obvio, revisaban con cuidado mis redacciones para que no se fueran datos o consideraciones que no iban de acuerdo con lo que se mencionaba en los temas de planeación urbano-regional. Las redacciones se modificaban bastante y salieron publicadas, obvio, sin mi nombre en ningún sitio. Eso sí, me pagaban un sueldo muy bueno por ser autor anónimo. Un secretario de Estado fue beneficiario de dichos planes e informes. Pero yo me reía porque finalmente yo estaba detrás. Ellos se vanagloriaban de las publicaciones que sacaban con sus investigaciones, en realidad no hacían nada, excepto leer.
Luego una editorial oficial hizo una colección acerca de la historia de los caminos de México, para exaltar las políticas públicas en materia de comunicaciones y transportes. Era una casi enciclopedia. Fue un trabajo pesado porque se tuvo que hacer investigación de archivo y en bibliotecas, incluyendo mapotecas y fondos fotográficos. El trabajo duró como dos años, siempre con la advertencia firmada del anonimato. A pesar de ser una editorial, los autores que figuraban eran funcionarios públicos que no se involucraron en nada de la investigación o la escritura. Obvio, yo cobraba cada mes los avances, que eran entregables sin firma ni identificación. Al final quedó una colección de libros bastante aceptable, con profusión de imágenes sobre la historia caminera de México en el periodo moderno y contemporáneo. Luego el coordinador del trabajo figuró como director general en un área de Comunicaciones y Transportes, fue el pago por su gran “aportación intelectual” con el susodicho libro.
Otra ocasión, un partido político me contrató para escribir todo el tema programático en torno a una política pública que se implementaría. Fue un proyecto de investigación, pero también de escritura de todos los documentos relacionados con esa ideología que campeaba en todas partes. Eso implicó mucho trabajo, con oficina especial, equipo de trabajo y mucha redacción de documentos, que recibían autorización semanal de un cuerpo de encargados de los avances. Durante dos años fue un intenso trabajo. Buena paga. Pero, eso sí, como autor anónimo, con contrato especial y todo. No podía revelar absolutamente nada de esas ideas o intenciones partidistas, enlazadas, por supuesto, al gobierno en turno. Se publicaron luego infinidad de documentos sobre el tema, circularon en la militancia con profusión, igual dentro de los funcionarios gubernamentales en todo el país.
Luego vino la escritura de libros conmemorativos de ciertas instituciones universitarias, museos, centros de investigación, editoriales o algunas empresas, cuyos encargados o funcionarios y coordinadores quisieron figurar como autores legítimos por su posición al frente. Yo, mientras me pagaran, pues tenía que trabajar los textos y callar para siempre. En esas épocas, también, se me acercaron unos académicos y algunos tesistas, para que les investigara y escribiera sobre distintos temas de la historia nacional o regional de México. No tenían tiempo para hacer sus artículos o libros o tesis, por lo que me contrataron para hacerlo, obvio, con la promesa casi escrita de no revelar nunca nada al respecto. Los temas eran conexos a lo que yo trabajaba en investigación, así es que me venía bien. Dos académicos y tres tesistas fueron a los que atendí. Algunos tesistas eran pichicatos, pero les urgía, otros más no me contrataron porque cobraba caro para hacer tesis de licenciatura o maestría. Hubo un par de escritores que recurrieron para que les realizara varios contextos históricos de sus escritos de ficción, que hilvanaron perfectamente. Sus ocupaciones les impedían atender su productividad o avanzar para poder titularse en licenciatura o posgrado.
Ser autor anónimo reporta beneficios en el trabajo, pero también económicamente. La farsa la cometen los que recurren a esos servicios de investigación y escritura, porque fingen que son autores sin serlo. Se supone que las propuestas de los textos son supervisadas por quien contrata, pero muchos no hacen eso, sino que, confiando, pasan como suyos los resultados de investigación o los escritos finales. Mucho tiempo trabajé como autor anónimo. Colaboré también en varias enciclopedias y revistas, cuyos coordinadores o editores no deseaban dar crédito a los autores de los textos, eso sí, pagaban muy bien por esos textos de autores anónimos.
En algunas ocasiones, en un suplemento de un periódico famoso me pedían reseñas de libros cada semana, eran firmadas por el editor, mediante un pago semanal. Este trabajo lo hice durante un par de años, ni siquiera por el pago sino por la práctica de hacer reseñas de libros cada semana. Fue buena experiencia y hasta aprendí mucho. El editor era un escritor que luego fue muy famoso. Le encantaban mis reseñas que publicaba intactas.
Los requisitos fundamentales para ser autor anónimo es saber investigar sobre los temas específicos en un mínimo tiempo; escribir con cierta narrativa impersonal (aunque hay ciertos personajes que prefieren en sentido personal, por ejemplo, en autobiografías o artículos, quizás en informes); no hablar de los mismos temas desde lo personal o profesional aunque coincidan alguna vez; rapidez y buena escritura hecha para no crear sospechas o filtraciones; y, obvio, saber guardar el secreto de la autoría o mencionar siquiera al que contrata en ningún medio. Hay escritos que se hacen anónimamente porque son parte del trabajo. Los jefes luego solicitan lucirse con los escritos de un subordinado, casi siempre pasa en las instituciones o en empresas o, ahora, en la política o en el mundo digital, o en las revistas en papel o electrónicas. Hay equipos que cuentan con escritores anónimos que, mediante una paga, tienen que borrar todo crédito porque así conviene a los intereses.
Infinidad de políticos recurren a los autores anónimos para hacer artículos, informes y libros. Muchos tienen el poder para hacer esta práctica. Unos lucen una productividad impresionante, porque además de atender los asuntos públicos como funcionarios o líderes, publican libros y libros, artículos y artículos, informes e informes. No hay capacidad humana, en muchos de ellos, que puedan combinar sus funciones públicas y privadas con, además, atender la hechura de investigación y escritura y cuidado de ediciones. Es una verdad contundente. Se requieren los servicios de los autores anónimos que, mediante una paga económica o simbólica o de poder, cumplan esa función para personajes encumbrados. También hay académicos e intelectuales que realizan esta práctica por la necesidad de una alta productividad. Muchos de estos requieren de los servicios de investigación y escritura para hilvanar la ficción y ser más rápidos en los resultados. Conozco varios casos en los que yo mismo he colaborado aportando ideas, enfoques, y, obvio, escritos. Trabajé para un académico y funcionario encumbrado que cotidianamente había que hacerle artículos especializados o de divulgación, además de sus talachas académicas como conferencias o dictámenes. Pagaba mediante el sueldo que no salía de su bolsa. Era una relación de conveniencia muy desigual, pero era trabajo. Coincidíamos en temas y actividades, era fácil hacerlo pero muy pesado.
En recientes fechas, un grupo de profesionales ocuparon de mis servicios anónimos para escribir un libro conmemorativo. En cada capítulo debía aparecer como autor uno de ellos. Se tuvo que hacer una investigación partiendo de cero, vaciando los resultados en una forma narrativa y personal. Cada texto tuvo que ser evaluado por cada uno. Una gran mayoría lo aprobó sin el menor interés, por más que aparecería su nombre como autor. La falta de ética pervive en muchos profesionales, incluso en el gremio de los historiadores y cientistas sociales, ya ni se diga en los políticos y funcionarios.
En México, es muy extendida la práctica de la utilización de los servicios de los autores anónimos. En mi trayectoria de casi cuarenta años como historiador y analista he contado con la experiencia continua de ser autor anónimo. Los políticos y funcionarios son los más demandantes de la utilización de estos servicios, siempre con un velo de secrecía infinita. Les siguen los intelectuales y académicos, cuya trayectoria no debe ser manchada por este tipo de servicios personales digamos, pero que lo necesitan porque no tienen tiempo suficiente para enfocarse en la investigación o en la escritura de temas que no son de su interés principal. No tienen tiempo para ir al archivo o a la biblioteca, mucho menos para escribir con unidad lógica y coherencia. Luego continúan aquellas personas que no tienen la habilidad de la investigación o la escritura, y que recurren a los autores anónimos para publicar artículos, autobiografías, biografías, historia de empresas, historia familiar o experiencias personales o sociales. Artistas, empresarios, profesionistas, líderes sociales, periodistas de investigación, casi siempre son los más afectos a que otros hagan sus textos sin crédito, mediante un pago.
Hay dos tipos de autores anónimos, el primero, el que lo hace por obligación por el trabajo o la dependencia de un jefe o grupo que le pide hacer esta práctica desde la investigación hasta la escritura; el segundo, el que lo hace como un servicio y un contrato escrito o ético mediante un pago justo (o posición de poder en una organización) por la investigación o la escritura. La habilidad y la ética se imponen como parte fundamental de un autor anónimo. Es como una prostitución me decía un colega, por la secrecía y el anonimato. Puede ser verdad. Es una práctica común. Ya ven que en las altas esferas se acostumbra ahora, hasta los “autores” reciben grandes regalías por derechos de autor, sin ser los autores.
Cierto, muy interesante su biografía anónima. Ahora debe ser mayor la demanda por la facilidad de las nuevas tecnologías de la información.
ResponderBorrarAhora plagian con las tecnologías sin duda...
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