abril 10, 2022

Los historiadores en México hoy

 

Hoy los historiadores mexicanos confluimos en la formación profesional, en la especialización metodológica, en el enfoque multidisciplinario, en la enseñanza de la historia y en la meta frecuente de difundir el conocimiento del pasado. La confluencia ha favorecido que, en las últimas tres décadas, los historiadores profesionales tengamos un andamiaje fortalecido y perdurable para la investigación del pasado en las distintas ramas que la disciplina ha trabajado mediante estudios de gran valía: La economía, la sociedad, la política, la cultura, el medio ambiente, el territorio, las relaciones internacionales, la biografía histórica, la historia local y regional, el mundo urbano, la vida cotidiana, la mentalidad. Los periodos mayormente trabajados por la investigación histórica durante los últimos tiempos han sido el mundo prehispánico, el siglo XVIII, la primera mitad del siglo XIX, la etapa de  la reforma liberal y la guerra, el porfiriato, la revolución, la posrevolución y algunos avances en la historia contemporánea.

Las líneas de investigación histórica se han dado en instituciones nacionales y de los estados de la república, con algunos vínculos con el extranjero. El estudio de los archivos y repositorios documentales ha sido de gran importancia para el conocimiento, sumado a becas, estímulos y programas de apoyo a la investigación. El acceso a la información del pasado ha representado un cimiento grande para la historiografía, igual en el tema de la difusión del conocimiento mediante la utilización de la prensa, la radio, la televisión, el internet, las redes sociales y en general los medios digitales. Desde el decenio de los noventas del siglo XX, la historiografía mexicana experimentó un boom sin precedentes con publicaciones, conferencias y reuniones, programas docentes, posgrados y especializaciones, así como en proyectos colectivos interinstitucionales.

Este auge ha fragmentado el conocimiento de la historia de México, pero también ha creado una gran crisis historiográfica que concierne al tema de la divulgación y el acceso al público. La fragmentación temática ha dado por consecuencia una diversidad y pluralidad, que ha sido difícil de sortear para lograr un nuevo paradigma historiográfico que favorezca nuevas interpretaciones y enfoques sobre el pasado mexicano. Esta crisis ha conllevado también a la formación de corrientes historiográficas, grupos de historiadores y mafias o camarillas. Los historiadores mexicanos de los últimos treinta años se han dividido en varios grupos, conformando un gremio plural y difuso, muy variable de acuerdo con el poder político o el poder académico y el tema de la divulgación o incluso de la burocracia.

Historiadores poderosos vinculados al poder político que han conformado una “Nomenklatura”,  han tenido una influyente posición desde el decenio de los setentas en el manejo y conducción de instituciones gubernamentales y universitarias; investigaciones colectivas o por encargo; publicaciones institucionales o privadas, incluyendo empresas editoriales; archivos y repositorios documentales y bibliográficos; la conducción e influencia en premios y reconocimientos o comisiones conmemorativas de efemérides; museos y proyectos culturales relacionados con la historia mexicana; asesoría y vinculación con gobiernos de todos los niveles (municipales, estatales y gobierno federal); influyentes en las organizaciones corporativas que aglutinan a los historiadores o intelectuales; y en proyectos temáticos de gran envergadura y para todos los periodos de la historia (prehispánico, colonial, siglo XIX, porfiriato, revolución, posrevolución y contemporáneo). Los miembros de este grupo poderoso han tenido la formación como historiadores, pero nunca han pisado o se han ensuciado las manos en los archivos, su capacidad de coordinación ha favorecido la formación de equipos de trabajo con buena cantidad de becarios e investigadores que les hacen el trabajo para que publiquen y publiquen, y, obvio, conduzcan y coordinen.

Historiadores poderosos en la academia han abundado durante más de treinta años. Su actuación se ha dado en universidades y centros de estudio del país. Poseen atributos de administradores, vinculados a rectores, secretarios de estado, directores generales o juntas de gobierno. Coordinan y conducen, dirigen a grupos de investigadores. Poseen una trayectoria académica y han hecho investigación, pero su labor se ha concentrado en dirigir. Aprovechan la infraestructura y la gente a su servicio (becarios, servicio social, estudiantes, investigadores nóveles o estudiosos diversos) para hacer sus propias investigaciones y publicar y publicar (tienen el poder de contratar personas para incorporar las notas al pie de sus publicaciones), estar presente en el mundo académico con influencia (conferencias, reuniones académicas, editoriales, comisiones de conmemoraciones, consejos evaluadores, labores docentes). Presiden lo que se llama “cuerpos académicos”, “sociedades académicas”, “redes de investigación”, “intercambio académico”, “programas académicos”, y tienen el poder de encabezar comisiones o colegios académicos para influir en reconocimientos y estímulos a la investigación. Son piezas clave en el Sistema Nacional de Investigadores y en Sistemas de Estímulos de universidades y centros de estudio. Esta élite se conecta con los miembros de la “nomenklatura”, por lo que son poderosos por dos vías.

Los historiadores académicos engrosan, quizás, la mayor parte de la historiografía que se realiza proveniente de las universidades y centros de estudio del país. Estos historiadores viven encerrados en sus cubículos o en sus casas, realizan sus estudios en los archivos y bibliotecas, imparten clases de licenciatura y posgrado, emprenden intercambio académico intenso (les fascinan los autores extranjeros), participan en seminarios y reuniones académicas de manera continua, luego emprenden turismo académico con facha de “intercambio”, publican artículos especializados “indexados” y libros voluminosos que, obvio, casi nadie lee. Normalmente, este tipo de historiadores tienen un discurso plagado de conceptos y teoría, o, en su defecto, son descriptivos por centrarse en las fuentes con apego y obsesión. Tienen proyectos de temas fragmentarios, diminutos y sin trascendencia más allá del pueblo o la circunstancia coyuntural o de interés para otros académicos de su mismo claustro. Son poseedores de un discurso aburrido, que no atrapa a los estudiantes o al público. Se atreven, muy poco, a hacer divulgación en medios digitales o electrónicos, se asustan ante la televisión o el radio, o ven con cierta reticencia la participación en redes sociales. Confunden la publicación y la lectura en voz alta con divulgación. Se regodean con los estudiantes de que “difunden” el pasado y el fruto de sus hallazgos con datos muy puntuales y descriptivos o conceptuales.

Hay un grupo de historiadores académicos que producen poco en investigación, pero sobresalen por emprender “sesudos análisis” o críticas teórico-metodológicas a la producción historiográfica en todos los niveles. Son rabiosos por regla general, con una formación endeble y con una experiencia escasa en visitar archivos o bibliotecas. Algunos de ellos no leen, dependen de sus “ayudantes” o de los estudiantes, y son adeptos al escritorio y las redes sociales o la publicación de artículos en la prensa. Tienen aptitudes para la docencia y la divulgación, ambicionan el poder y son furibundos en sus discursos. Les encanta aparecer en consejos evaluadores y cuestionar los avances de los otros. Prefieren trabajar personajes, movimientos sociales, ideologías y metodologías. Son malinchistas del conocimiento casi siempre, citan y citan a autores extranjeros, se obsesionan con los conceptos, porque son incapaces de producir sus propios marcos de análisis o interpretación. Algunos de ellos abundan en la burocracia educativa o cultural, curiosamente.

Los historiadores híbridos entre la academia y la divulgación existen desde hace veinte años. Son académicos que han creído que hacer divulgación es emprender la organización de conferencias y reuniones académicas, o coordinar y coordinar libros y libros, o participar en entrevistas y documentales, o realizar proyectos relacionados con los museos y exposiciones sobre historia. Nunca visitan los archivos o bibliotecas, algunos de ellos nunca leen ni lo que firman en las publicaciones que emprenden. Poseen plazas académicas e imparten clases, pero se encuentran inmersos en labores de divulgación en instituciones y proyectos externos. Les fascina el poder y se vinculan con las élites de los historiadores poderosos. Muchos de ellos abundan en la burocracia universitaria o gubernamental en varios niveles. El protagonismo les encanta, el poder también.

Hay historiadores profesionales que les va mal, sobre todo en las universidades y centros de estudio en los estados de la república, o adscritos a la investigación en áreas burocráticas de educación o cultura. Son profesores de asignatura o aceptan participar en estudios que coordinan otros. Visitan los archivos y bibliotecas con gran esfuerzo. Se contratan para dar clases en secundarias o preparatorias. Muchos de ellos provienen de la formación de docentes. Mal pagados y luego sin acceso a reconocimientos o estímulos. Les cuesta muchísimo cumplir con la formación y especialización académicas, luego se dedican a la enseñanza de la historia o la divulgación para sobrevivir y poder dar a conocer sus temas de estudio.

Por último, los historiadores líderes momentáneos de opinión, que en los últimos años se han multiplicado por internet, las redes sociales y los medios digitales en general. Todos se han hecho “famosos” por la publicación de algún libro con tema de interés general, por su participación en radio, televisión, prensa. El éxito momentáneo los ha convertido hasta en celebridades, pero sin sustancia, huecos y oportunistas. Sus aportaciones son endebles y se pierden en la banalidad y son transitorios. Abundan en los estados de la república, en las ciudades con cierta actividad cultural, pero también en el nivel nacional, provienen de la academia, a veces, o de ciertas instituciones docentes. Se ligan con los divulgadores casi siempre.

Los historiadores en México son una élite intelectual diversa, plural y heterogénea. La historiografía mexicana se encuentra en crisis de identidad teórica, metodológica y de enfoque paradigmático. Hay una fragmentación grande, un sesgo tremendo por el uso y el abuso de la historia por parte del poder político y del poder que maneja la academia, ahora la divulgación representa una bestia de mil caras que pronto tragará a la historiografía académica tal y como la conocíamos a finales del siglo XX.

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