agosto 01, 2021

Las librerías en la historia de la ciudad de México

 


A mi amigo estimado 

Enrique Fuentes Castilla+

Dueño y señor, alma librera,

de la Librería Antigua Madero

Que en paz descanse


Un día de otoño del año pasado anduve por la Librería Antigua Madero de Isabel la Católica y San Jerónimo. Me recibió afable y cariñoso, con un gran abrazo, Enrique Fuentes Castilla. No lo veía desde hacía mucho. Habían pasado algunos meses de la alarma pandémica y la librería estaba abierta. Se imponía un café en Jekemir, muy cercano a la librería en la calle Regina. Normalmente Enrique lo encargaba, pero en esta ocasión mejor decidimos ir a bebernos un rico café. Así lo hicimos. Para mi era un privilegio grande platicar con Enrique, de historia y de libros. Nos sentamos gustosos en esa cafetería. Hablamos de la pandemia, de lo difícil de la situación económica, de las dolencias de cada quien. Le platiqué del BLOG donde semana a semana publicaba un texto de historia o de historiografía, con temas inéditos o editados, para divulgar digitalmente historias que sé contar y que a la gente le gustaba. Enrique complacido. Oye, me dijo, habías de trabajar la historia de las librerías. Conocía varios libros, unos muy sesudos o elaborados y otros no tanto, sobre esa gran historia de estos sitios tan indispensables para la lectura, la investigación y la cultura. Le contesté que me interesaba y que quizás abordaría esa historia, aunque implicaba mucho trabajo. Enrique me dijo, te daré unas pistas. Una de ellas fue la recomendación de un libro importante como el de Juana Zahar Vergara, publicado en el 2006,(1) entre unos más de prestigiados historiadores. No lo tenía pero lo podría conseguir, dijo. Volvimos a la librería y, allí, cerca de su mostrador emblemático, me despedí con un gran abrazo inmenso, restaurador y de adiós. Nunca pensé que sería la última ocasión en que platicáramos y nos despidiéramos. Pasé un par de horas muy agradables con su compañía y su sabiduría. Meses después, Enrique falleció. Una gran tristeza su partida. En su memoria, cuento esta historia mínima de la historia de las librerías en la ciudad de México en su honor, en homenaje, en reconocimiento, muy personal y respetuoso.(2) 

La historia de las librerías en la ciudad de México se remonta a 1525. Un tipógrafo establecido en Sevilla, Juan Cromberger, había obtenido en exclusiva el permiso para vender libros en la recién estrenada Nueva España. El permiso no lo llegó a cumplir del todo en lo inmediato, pero sin duda fue el primer intento escrito en un papel sobre la venta de libros.

Fray Juan de Zumárraga, primer obispo de México, y el primer Virrey, Antonio de Mendoza, fundaron la primera imprenta en 1536. Un empleado de Cromberger, Juan Pablos, se hizo cargo de la imprenta. Se estableció en las calles de Moneda y Santa Teresa. Fueron tipógrafos Esteban Martín y Juan Paoli. Tres años más tarde, en 1539, Juan Pablos creó la imprenta formalmente en la Casa de las Campanas (Guatemala y Donceles). Los libros impresos y los llegados de España tuvieron que ofrecerse en ese sitio, luego de comerciarse en los puertos y otros lugares en el trayecto hacia la ciudad de México.

Los impresos eran distribuidos entre los padres misioneros, los clérigos o funcionarios civiles. Hubo desde entonces libros prohibidos por la Santa Inquisición, como obras protestantes, novelas de caballería o hidalguía, relatos humanistas, obras filosóficas o tratados científicos o de astronomía. Los mercaderes de libros crecieron desde entonces. Hubo varios que comerciaban, como Alonso Losa, Juan Treviño, Pedro Balli, Diego Mexía, Pedro Calderón, Juan Fajardo. Varios de ellos mercadeaban libros con clérigos, como fue el caso de Fray Alonso de Veracruz, padre agustino, que conformaba una biblioteca en un par de conventos, que ya eran muy conocidos por ese hecho. Los colegios fueron espacios donde se adquirían bastantes libros, entre los más importantes fueron el Colegio de San José de los Naturales, el Imperial Colegio de Santa Cruz en Tlatelolco, el Colegio de San Pedro y San Pablo.(3)  Bibliotecas particulares como las de Sor Juana Inés de la Cruz o Carlos de Sigüenza y Góngora, también conformaban parte del mercado de libreros, ya en el siglo XVII. Varios conventos o colegios de la provincia adquirían buenas cantidades de libros para la conformación de bibliotecas de estudios.

Varios libreros se fueron estableciendo en el centro de la ciudad de México, como Andrés Martín, Bartolomé de Torres, Juan Fajardo, Alonso de Castilla. Ellos pusieron tiendas y locales de libros, sobre todo, alrededor de la Plaza Mayor y sus calles cercanas hacia Santo Domingo y el edificio de la Santa Inquisición, haciendo un mercado específico para las novedades traídas de España. Durante el siglo XVII hubo una expansión de librerías o de comercios de otros productos donde se vendían también libros. Ya en el siglo XVII hubo comercios prósperos como los de Pedro Arias, Diego de Ribera, Francisco Clarín, Pedro González, Diego Garrido, Francisco Salvago, Bernardo Calderón, Simón Toro, Francisco Robledo, entre otros.(4) Pareció que ser mercader de libros en el siglo XVII era un negocio redituable, sobre todo, si se tenían conexiones con España, en especial en los puertos. Muchos combinaban talleres de impresión con comercio de ultramar. Las calles de los negocios eran la Plaza Mayor, Tacuba, Santo Domingo, San Francisco, Empedradillo. Tiendas y talleres eran muy visitados.

Al iniciar el siglo XVIII, hubo un librero, José Bernardo de Hogal, que era impresor y mercader de libros. Tuvo negocios en la calle de la Acequia Real (Corregidora), Puente del Espíritu Santo (Bolívar), Calle Nueva de la Monterilla (5 de febrero) y Calle Capuchinas (Venustiano Carranza). Fue nombrado Impresor Mayor de la ciudad de México y Maestro Impresor Real y Apostólico del Tribunal de la Santa Cruzada. Otros que le siguieron en importancia fueron Miguel de Ribera Calderón, Francisco Rodríguez Lupercio. El primero de ellos imprimía la Gazeta de México, nada más y nada menos, que se distribuía en sus locales. Ya para entonces los establecimientos se comenzaron a denominar como librerías, como la Librería de Don Manuel Cueto o la Librería del Arquillo. La primera se encontraba en San Francisco (hoy Madero) y la segunda en la calle del Arquillo (5 de mayo).

En Nueva España se leía muchísimo. No solamente en la ciudad de México, también en las ciudades de provincias. Los mercaderes de libros fueron un gremio muy importante, al igual que los impresores. El negocio se combinaba bastante. Las librerías se hicieron muy importantes al finalizar el siglo de las luces. Clérigos, funcionarios civiles, pensadores y filósofos o maestros eran los que más leían o conformaban bibliotecas. Había viajeros que de la provincia que llegaban continuamente a la ciudad para la adquisición de libros para colegios, conventos y particulares. La enseñanza ilustrada intensificó más todavía la lectura y consulta de materiales. La supervisión del consumo de libros estuvo a cargo de la Santa Inquisición, que llevaba todo un control de lo que se imprimía o se consumía.(5) 

Las librerías más populares en el centro de la ciudad de México a finales del siglo XVIII fueron las de Joseph de Jáuregui en la calle de San Bernardo (hoy Venustiano Carranza), la Librería de don Antonio Espinosa en Monterilla (hoy 5 de febrero), la Librería de don Francisco Rico en Santo Domingo y la de don Pedro Bazares (hoy Brasil), de don Manuel del Valle en Tacuba, la librería de Agustín Dherbe en la calle Juan Manuel (hoy República del Salvador) y la Librería de la Gazeta en la calle del Espíritu (hoy Isabel la Católica). La venta de libros hechos en México o en Europa les caracterizaban. En total se tienen registros de 15 librerías establecidas en el centro de la ciudad. Había venta de libros en las entradas de los conventos, en algunas bibliotecas o hasta en las iglesias, que los comerciantes colocaban allí para la venta, sobre todo de obras impresas fuera de la Nueva España. (6)

Con la guerra de independencia hubo un detraimiento de la venta de libros, por lo que afectó a algunos puntos de venta y locales. Sin embargo, luego hubo una gran eclosión de sitios donde vendían libros. Puntos de venta fueron populares, como en la Biblioteca Turriana, el Parián (sobre lo que hoy es 20 de noviembre), en Correo Mayor, atrás de Palacio, el cajón de Salvador Torres en el Portal de los Mercaderes, el Santuario de La Piedad, en la Alameda de La Merced, en la Calle Zuleta (Venustiano Carranza), el Portal del Seminario de los Agustinos, en la calle Ortega (hoy Uruguay), el Archivo de la Novilísima Ciudad, la calle de La Cadena (Venustiano Carranza), el puesto del Diario de Los Mercaderes, el Convento Grande de San Agustín, calle del Factor y Allende, calle de Donceles en varios puntos, calle del Ángel, entre otros. La ciudad estaba llena de puntos de venta de libros. Los envíos de España no pararon aún con la independencia, porque los particulares, colegios, seminarios, conventos o interesados compraban en abundancia. Había coleccionistas que acudían a estos puntos para adquirir obras religiosas, filosofía, ideas, historia, manuales, informes, cartografías, medicina, botánica, física, química, astrología, biología, biografías, etcétera, no solamente en castellano, sino en francés e inglés. La oferta era abundante, pero también los consumidores eran muy especializados. Las novedades se anunciaban en el Diario de México desde el año 1805, que, incluso, publicaba sobre puntos de venta o locales donde se podían adquirir. 

Las librerías abundaron en buena parte del siglo: Las librerías eran de Don Juan Bautista Arizpe, de Don Francisco Rico, del Capitán Don Manuel del Valle, Don José Mariano de Zúñiga y Ontiveros, de Doña María Fernández de Jáuregui, de la calle del Ángel, de Illescas, de Ballano Pascual y Compañía, de Ignacio Cumplido, de Alejandro Valdés, de Andrade, de la Rosa, Antigua Librería de Murguía, de Nabor, de Juan Buxó, de Galván, de Simón Blanquel, de los Hermanos Abadiano, de Eugenio Maillefert, del señor Guillet, entre otras más. A su vez hubo varios portales, Mercaderes, Agustinos, Águila de Oro, Las Flores, donde se comercializaban todo tipo de libros. Una abundancia, porque los citadinos leían mucho. Igualmente, se cuenta que durante el siglo XIX, había mucho comercio de libros con la provincia. Muchos mercaderes se dedicaron al trafique de libros en las provincias, teniendo como centro la ciudad de México, ya no como era antes por medio del puerto de Veracruz. La Nueva Guía de México, publicada en 1882, consignó una buena parte de las librerías y portales mencionados, con la fecha de fundación a inicios del siglo XIX, lo que significa que muchos locales y negocios libreros permanecieron en mucho tiempo del siglo.(7)

En buena parte del siglo XX, varias librerías se fundaron, a pesar de la revolución y la posrevolución y los vaivenes de los inicios del México contemporáneo. Se crearon la Librería General de Enrique del Moral, en la avenida 16 de septiembre; la Librería Biblos, que se localizaba en la calle de Bolívar, fundada por Francisco Gamoneda y Joaquín Ramírez Cabañas, muy influyentes dentro de la Junta Directiva de la Sociedad de Bibliófilos Mexicanos; la Librería y Papelería Cvltvra, gran difusora de los escritores mexicanos; la Librería Porrúa Hermanos, fundada por tres hermanos que fueron llegando a México provenientes de España desde 1888; Librería de Manuel Porrúa, dedicada a los libros antiguos; Librería Granen Porrúa; Librería Robredo; Librería Botas; Librería Bouret; Librería Ortiz; Librería El Volador; Librería Navarro. Casi todas estas librerías fueron fundadas por inmigrantes españoles que, paulatinamente, fueron llegando con el interés puesto en el comercio y venta de libros, ahora provenientes de España, en particular, y de Europa y Estados Unidos en lo general. Muchos de ellos explotaron el mercado latinoamericano, por lo que ya se podían tener catálogos de otros países de América Latina y del Caribe.

Hubo otras librerías cerca de la Plaza Mayor de la ciudad de México que fueron desapareciendo por la competencia y abundancia de oferta, como la Librería de Angelina Lechuga, la Librería de Ángel Pola, la Librería de Demetrio García, la Librería del Maestro González Peña, la Librería de Mauricio Guillot, la Librería de Santiago Ballescá, la Librería Herrero, el punto de venta de la Plaza de El Volador, la Librería de César Cicerón, la Librería de Juan López, la Librería Patria. Muchas de estas librerías eran de libreros y editores y, al ser de carácter personal o familia, no subsistieron. Hubo otras que se transformaron, por ejemplo La Taberna Literaria se convirtió en Editorial Polis.(8)

Luego llegaron librerías de la modernidad o de especialidad o de origen geográfico, como American Book Store, la Librería Madero,(9)  Zaplana, Misrachi, Bellas Artes, Bonilla, Cristal, Del Prado, Sótano, Librería Francesa, Librería Británica, Selecta, López Casillas, Otelo, Librería Italiana, la Librería Gandhi, la Librería del Fondo de Cultura Económica, el Centro Cultural Arnaldo Orfila, Miguel Ángel Porrúa, EDUCAL, que se insertaron en la modernidad comercial e intelectual de México en la segunda mitad del siglo XX, incluso mediante un proceso descentralizador de la capital, ya que muchas de ellas se establecieron en otras zonas de la ciudad en expansión permanente, sobre todo en el sur con la gran demanda de Ciudad Universitaria, o en el poniente en la zona de Polanco. Ahora se instalaron librerías con servicio de cafetería. En este tiempo también fueron usuales los tianguis de libros usados para estudiantes y profesores en la Lagunilla, en la calle Donceles, en la Ciudadela, ya no se diga en Ciudad Universitaria o en el Politécnico o en Chapingo. Los centros comerciales empezaron a contar con librerías, además iniciaron las Ferias del Libro en el metro de la ciudad, en edificios icónicos como el Palacio de Minería o en ciudad universitaria o el Museo de Antropología e Historia, o en calles céntricas como Paseo de la Reforma.(10)

Las librerías han formado parte indiscutible de la cultura mexicana. Su historia dentro de la ciudad de México ha sido fundamental para la educación, la sociedad, la economía y la cultura. La experiencia de la ciudad capital luego se intensificó en muchos estados de la república, mediante un proceso de descentralización que se expresó desde el decenio de los ochentas del anterior siglo. La Feria Internacional del Libro de Guadalajara fue una muestra internacional de gran magnitud hasta la actualidad. De ahí siguieron dándose Ferias del Libro en prácticamente todos los estados del país, principalmente en las ciudades capitales, organizadas por las universidades o los gobiernos municipales o estatales, que se han insertado dentro de la dinámica de fomento a la lectura, como palestra del desarrollo cultural mexicano. En las ciudades como Guadalajara, Monterrey, Guanajuato, Querétaro, Morelia, Jalapa, Oaxaca, Mérida, etcétera, las librerías forman parte de la educación y la cultura. Muchas de ellas han seguido el ejemplo de la ciudad de México. Algunas también tuvieron librerías desde el periodo colonial, que hay que estudiar para evaluar su importancia en la historia local o regional o urbana. Mientras, la ciudad de México cuenta ya con una historiografía muy destacada sobre las librerías, como centros principales de la cultura.

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1.- Historia de las librerías de la ciudad de México: evocación y presencia, México, UNAM, Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas, 2006.

2.- Tengo muy presente lo que se dice en Antigua librería Madero: El arte de un oficio, México, La Caja de Cerillos Ediciones, 2012, donde escribieron el mismo Enrique Fuentes Castilla, Adolfo Castañón y Jorge F. Fernández, con las evocaciones de Hugh Thomas Vicente Leñero, Pedro Ángel Palou, Vicente Quirarte, Verónica Murguía y Myriam Moscona, y otros más, sobre esta librería y su dueño y señor. 

3.- Francisco Fernández del Castillo, Libros y libreros en el siglo XVI, México, FCE, 2017, libro publicado originalmente en 1914 en el Archivo General de la Nación, con prólogo de Luis González Obregón. 

 4.- Edmundo O´Gorman, "Bibliotecas y librerías coloniales, 1585-1694", en Boletín del Archivo General de la Nación, (Ciudad de México): T. 10, Número 4, 1939. 

 5.- Cristina Gómez, Navegar con libros, el comercio de libros entre España y Nueva España, 1750-1820, México, Trama Editorial, 2011.

 6.- Lista detallada la da Juana Zahar Vergara, en obra citada.

 7.- El estudio profundo y detallado de Juana Zahar Vergara, en obra citada, brinda la lista con detalles de cada librería.

 8.- Sin duda el estudio de Juana Zahar Vergara ofrece los detalles incluso de propietarios y calles donde estaban establecidas las librerías, incluso de lo que se vendía. 

 9.- Antigua librería Madero: El arte de un oficio, op. cit., p. 15 y s.s.

 10.- Juana Zahar Vergara brinda la historia del establecimiento de cada librería, su especialización, sus propietarios y sitios de localización en su obra citada. 


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