agosto 08, 2021

La caída de México-Tenochtitlan, 500 años

 Para Alejandro Hernández Ríos

Gran amigo, gran persona


El sábado 13 de agosto de 1521, fue un día de sangre, muerte y desolación. Un mal día para la ciudad de México-Tenochtitlan. La gran ciudad del Imperio mexica cayó luego de ser sitiada y atacada por los conquistadores españoles. Ese día cayó Tlatelolco, el último reducto de defensa y, con ello, vino la rendición, la humillación, el sojuzgamiento y la opresión, la destrucción. Los españoles se apoderaron de la ciudad mexica. Cuauhtémoc, el heredero del poder de Moctezuma, asesinado el 29 de junio del año anterior, se rindió aterrado, fue apresado y luego torturado y ahorcado por varios años. La obsesión por el oro fue la causa, la intención primera de tanta violencia y destrucción. Cadena de poco entendimiento, eslabones de traiciones y mentiras, llevaron a esa caída. Era verano, había lluvias, el viento se llevaba el humo del fuego y el esplendor del poderío mexica. Todo ardía y los cadáveres abundaban en todas partes. Olor a muerte. Fue una lucha cruenta, que no se pudo contener. Hernán Cortés a la cabeza del abuso y la sangre, para la ofrenda de oro y poder al monarca Carlos V al que le rendía con devoción. La ciudad alicaída y triste, herida, sangrienta y muerta.

Hace quinientos años de ese episodio tan terrible, estremecedor, sangriento y trágico de la historia de México. Tuvo muchas causas, también muchas consecuencias. La sangre vertida, los muertos, dieron el sendero para la conquista española, el advenimiento de una nueva era que duraría 300 años. La conquista fue un encuentro desigual y violento, tan sangriento y fuerte que cimentó una etapa de dominación tan fuerte y arraigada que marcó la identidad mexicana para siempre, hasta hoy.

Cortés desembarcó en Veracruz el 22 de abril de 1519, luego de recorrer la costa del sureste en tierras mayas, desde que salió de la Española y Cuba. La expedición se encontró grandes expectativas y recursos, que permitieron conocer y avanzar. 300 a 400 hombres españoles, 1, 300 totonacas, 200 tamemes, taínos y mastines, 6 piezas de artillería, 15 a 16 grupos de caballería. Totonacas y tlaxcaltecas se fueron incorporando a su paso. Ya conocía de viva voz las características del Imperio mexica, de sus influencias y posibilidades en la costa del Golfo de México. En ese periplo conoció a Malintzin, mujer que fungiría como traductora con los indígenas. Hubo enviados mexicas, espías, que llevaron desde entonces noticias al centro del Imperio, sembrando el miedo y la expectativa sobre los que llegaron, dioses o demonios. Los mayas dieron hospitalidad a los españoles. Cortés aprovechó esa circunstancia. Fue un ensayo de lo que sucedería después en la zona de Veracruz. Los contactos se intensificarían para abonar a la empresa de conquista. Batallas hubo en Cempoala, Texcoco y Tlaxcala. Se dieron muchas otras.

Hernán Cortés y Moctezuma se encontraron el 8 de noviembre de 1519. El Palacio de Axáyacatl fue el escenario. Moctezuma fue sumiso, pero también endeble. La labia de los conquistadores lo llevaron a pensar en que eran dioses. La falta de entendimiento lo condujo hasta la veneración y creer y confiar, aunque con una desconfianza que no fue consciente del todo. Les dio oro y alimentos, hospitalidad. Cuitláhuac y Cuauhtémoc, guerreros y herederos, nunca tuvieron la aceptación de esas actitudes. Varios consejeros le advirtieron. Fue hecho prisionero en su propio Palacio. Moctezuma confió en Narváez, traicionó la voluntad de Cortés tratando con reserva con el rey mexica. Después de meses, la situación se tensó al máximo.

La prisión fue escenario de un hecho lamentable en mayo de 1520. Pedro de Alvarado, un ser despreciable por traicionero, déspota, violento y terco, atacó el templo mayor de los mexicas, de manera sangrienta y cruel, en ausencia de Cortés. La fiesta de tóxcatl, una tradición para los mexicas, se tornó en tragedia. Los rumores llevaron a Alvarado a atacar con fuerza. Murió mucha gente, la festividad se tornó ensangrentada. Murieron mujeres y niños, nobles y plebeyos. La hostilidad mexica se acrecentó por la rabia y el coraje contra los invasores, el odio y resentimiento hicieron lo suyo en los mexicas. Cortés ya no pudo con eso. Pidió a Moctezuma que apaciguara a la gente. El Tlatoani le pidió que se liberara a Cuitláhuac que había sido preso. Así se hizo, pero el guerrero se levantó y atacó. 

El 29 de junio de 1520 sobrevino otra tragedia. Moctezuma fue muerto. Unos dijeron que por una piedra lanzada por uno de los indios enojados, otros que porque fue asesinado por los españoles. Moctezuma e Itzcuauhtzin (señor de Tlatelolco) murieron y sus restos arrojados a la orilla de las aguas. De allí lo recogieron para los funerales, asistieron muy pocos, solo los más allegados que quedaban. La muerte de Moctezuma, señor de 53 años, que había gobernado por 18 años en Mesoamérica, representó un hecho fundamental para la caída de México-Tenochtitlan, para el golpe final del gran Imperio mexica. La noche del 30 de junio al 1 de julio de 1520 fue la noche más triste para los españoles que tuvieron que huir. El glorioso Cuitláhuac vengó a Moctezuma esa noche. Cuitláhuac y Cuauhtémoc fueron los que quedaron para tratar de defender a la ciudad de la invasión violenta de los enloquecidos españoles. Pasaron varios meses de sitio y desolación, pero el agravio fue difícil de desvanecer. Cuitláhuac murió víctima de la viruela, por lo que el heredero de Moctezuma fue Cuauhtémoc, que encabezó la defensa de la ciudad del asedio español y tlaxcalteca, hasta lo último. Los mexicas pagaron el “karma” del sojuzgamiento que por mucho tiempo ejercieron contra otros pueblos a los que cobraban tributos, mandaban sacrificaban. El desquite de muchos sobrevino con la utilización de los españoles.

Ya a inicios de 1521, la alianza con los tlaxcaltecas y otros pueblos sojuzgados por los mexicas, más las huestes que Cortés levantó con el ataque a Pánfilo de Nárvaez, enviado de Diego Velázquez para apresar o matar a Cortés, incrementaron la fuerza bruta del grupo español. El asedio a la ciudad, con un poco más de 300 mil habitantes, se consolidó con el corte del agua, la nula existencia del abasto alimenticio y la presencia de embarcaciones en el lago (bergantines hechos ex profeso) que impidieron la salida o el acceso o la presencia de las huestes armadas por todos sitios. Los accesos y salidas se bloquearon, Alvarado estuvo en la calzada de Tacuba, Olid en Coyoacán, Sandoval en Iztapalapa, la única parte que quedó abierta fue en Tepeyac, está última con la intención de que Cuauhtémoc y sus huestes la utilizaran. Hubo ochenta días de asedio, Cortés mencionó 75. Murieron 240 mil mexicas. Hubo hambre y hechos violentos tremendos. El mismo Cortés cifró las muertes en 67 mil por combate y 50 mil por hambre. Muertos por doquier. La otrora gran ciudad del Imperio olía a sangre, muerte y destrucción. Siempre hubo humo e incendios, e inanición. Los combates fueron feroces. El sitio representó una gran tragedia, un enfrentamiento constante donde solamente sobrevivieron jóvenes y niños, algunos indígenas de otras latitudes resguardados por las tropas de Cortés quedaron heridos o una inmensa mayoría huyeron despavoridos. Se dijo que el sitio y el último ataque de Cortés contra México-Tenochtitlán tuvo éxito por la inmensa cantidad de combatientes tlaxcaltecas y de otros sitios que le acompañaron, por arriba de 200 mil según las crónicas. Los tlaxcaltecas fueron los más furiosos para matar a los mexicas. Los españoles no eran tantos, por lo que el apoyo tlaxcalteca rindió frutos en el asedio y toma de la ciudad. 

El 13 de agosto de 1521, que correspondía al día 1 Coatl del año 3 Calli del mes para los mexicas, se tomó en definitiva la ciudad de México-Tenochtitlan. El último reducto, Tlatelolco, cayó con fuerza, destrucción y muerte. Era de mañana y había llovido. Cadáveres, heridos, humo, sangre, gritos y susto y miedo se apoderaron de la extensa ciudad y sus alrededores. La desolación fue silenciosa. Pocos pudieron escapar de esta vorágine de muerte y destrucción. Muchos mexicas se tiraron al lago para ahogarse junto a niños y mujeres ante la entrada furiosa de los españoles y los tlaxcaltecas y totonacas. El enfrentamiento durante varios meses quedó terminado, dando paso a una nueva era del encuentro violento de dos civilizaciones. Luego se dijo que los españoles perdieron a cien personas, y que los pobladores de la ciudad perecieron casi trescientos mil. Las cifras variaron, pero la muerte y la destrucción dejaron en silencio a la extensa ciudad.  Con todo, al siguiente día los españoles festejaron en Coyoacán con un banquete con mucha comida y bebida. Así inició la conquista de México. Así comenzó la Colonia española. Así dio inicio la era de la Nueva España.

Se han dado varias interpretaciones históricas sobre este episodio histórico, gracias a la existencia de fuentes hispanas como indígenas, que han sido trabajadas por muchos historiadores a lo largo del tiempo. Las fuentes hispánicas tienen nombre y apellido: Hernán Cortés, Andrés de Tapia, Bernardino Vázquez de Tapia, Francisco de Aguilar, Bernal Díaz del Castillo, Francisco López de Gómara, principalmente. Las versiones indígenas fueron recogidas a partir de las visiones tlaxcaltecas (el Lienzo de Tlaxcala) o tlatelolcas (Anales de Tlatelolco) o las contadas por Fray Bernardino de Sahagún y las recuperadas por Miguel León-Portilla en su Visión de los vencidos, entre otras más. Para el siglo XIX, el libro clásico sobre la historia de la conquista de México fue el del historiador estadounidense William H. Prescott, publicado en 1843 en español. Otro libro clásico fue el de Ramón Iglesia, sobre cronistas e historiadores de la conquista, publicado por El Colegio de México en 1942. Hay una larga y extensa historiografía sobre el tema. Historiadores contemporáneos han hecho importantes investigaciones que se han convertido en indispensables para el conocimiento y análisis de la conquista de México, a partir de los antecedentes, desarrollo y consecuentes de la caída de la ciudad mexicana, como las emprendidas por el historiador inglés Hugh Thomas, insuperable y ya clásico, también las obras de Eduardo Matos Moctezuma, o el del profesor mexicano Jaime Montell García, éste con fuentes eminentemente nacionales. Existen obras de divulgación pero de poca monta. 


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