abril 24, 2022

La ingratitud con nuestra historia

 

 

Somos ingratos con nuestro pasado. En México mucho más. Los mexicanos somos muy históricos. Nuestra educación nacionalista o patriotera nos inmiscuye con la historia de acontecimientos y personajes. La bandera, el himno, las efemérides cívicas se entremezclan en nuestra identidad. Seguimos el guión desde chicos, aburrida o no, rechazada o no, es una historia abundante, a la que recurrimos día a día. A unos les gusta que sea una historia apasionante, a otros que sea sangrienta, a algunos que sea seria y formal, a unos más que sea de estatuas y monumentos, a otros más que provenga del oficialismo gubernamental, a muchos más que sea de efemérides exactas y estáticas, a varios les fascina la historia y objetos que se muestran en los museos, otros prefieren saber de las víctimas y de los sin historia, muchos quieren ver las imágenes vívidas, a otros les encantan los difuntos y los panteones, algunos quieren que sea bien contada y simpática, unos prefieren la solemnidad discursiva o a otros que sea científica o basada en hechos reales y documentados, aunque un sector opta por la ficción histórica para emocionarse leyendo sobre sangre y lágrimas (asesinatos y misterios), igual a los astros, además de aquellos que seleccionan la historia manipulada o con maquillaje de acuerdo con los intereses de los gobernantes o dirigentes, y hay aquellos que refieren su interés a partir de logros comunes en instituciones públicas y organizaciones privadas. Las grandes personajes no se escapan. Hay una pluralidad de intereses. Sombríos y morbosos, serios y enredados, corruptos o misteriosos. Somos ingratos, porque es afín a nuestro real saber o entender que nos interesamos por nuestro pasado. Recurrimos a la memoria y al sesgo de nuestros objetivos subjetivos o profesionales o de conocimiento.

La historia mexicana es parte de nuestro presente. Vemos héroes o villanos, malos y buenos, bondades y virtudes, errores y fracasos, asesinos y víctimas, cadáveres y misterios, avances o retrocesos, logros y estancamientos, malas acciones o buenos procederes. Juzgamos, manipulamos, evaluamos, interpretamos, precisamos, puntualizamos, establecemos y analizamos al pasado nacional todo el tiempo. Alguien dijo por ahí que la historia cuenta mentiras consensuadas de los muertos, lo que es una ingratitud con el valor o las visiones del pasado. Autodidactas, docentes, divulgadores, investigadores, periodistas, escritores, políticos, empresarios, educadores, líderes, burócratas, editores, columnistas, articulistas, son los actores principales del interés o rechazo por la historia o la recurrencia a lo que se ha dado en llamar “Memoria Histórica”, sustento de la identidad de pertenencia y de recuerdo colectivo, remembranzas y registros. Hay un interés infinito por el pasado, el público es variado y plural, multi heterogéneo. Público interesado o autodidacta, que supera al especializado o intelectual. Hay hasta legos que solamente aplauden y salen en la foto.

El mexicanismo lo expresamos a partir del periodo prehispánico que dio origen al territorio, a la etnicidad, a lo que sería la nación. Todo era limpio y bueno, un ideal, aunque había sangre y violencia o conquistas y guerras, con la guía de Huitzilopochtli, Quetzalcóatl, Tezcatlipoca, Tlaloc, en la conjunción del sol, la lluvia, el viento, la tierra. Luego pasamos a los lamentos y tristezas de lo que significaron trescientos años de la colonia española. Nueva España fue el origen de nuestras desgracias: sojuzgamiento, violencia, humillación, muerte, sangre, enfermedades, religión embrutecedora. El mestizaje fue un proceso histórico lamentable, aunque los mexicanos sean mestizos en su gran mayoría. La evangelización y la religión marcaron al mexicano y su futuro, la virgen de Guadalupe u otras patronas vírgenes y madres del destino espiritual y terrenal, incluidas. Después vino la necesidad de la independencia, la necesaria autonomía, que significó un parto doloroso para la creación de una nueva nación, con sentido de pertenencia y unidad territorial con la palestra de la patria. Desde entonces el nacionalismo se apoderó de las conciencias y en la construcción del Estado nacional, que llevó décadas mediante el conflicto entre insurgentes y realistas, monarquistas y republicanos, liberales y conservadores. Fue hasta el periodo del porfiriato cuando la unidad nacional dio coherencia a la necesaria estabilidad política y social, para luego entonces contar con el desarrollo económico que permitiera una evolución mayor del país.

La conjunción entre mexicanismo, nacionalismo y patriotismo ha brindado la posibilidad de una identidad nacional característica por parte de México como país. La evolución histórica de México ha estado marcada a partir del ideal de la unidad, la estabilidad y el desarrollo, como una triada exigente que se ha confrontado con la existencia de conflictos, guerras, enfrentamientos y acontecimientos o personajes negativos. En cada momento, se ha juzgado a la historia con el sello tremendista de lo que pudo haber sido y no fue, tanto para el periodo prehispánico, como para la Colonia, el siglo XIX y la centuria del XX. El pasado mexicano ha sido marcado a partir de la carencia de libertades, la desigualdad, la pobreza, la injusticia, la violencia, el enfrentamiento. En cada periodo, estos elementos han sido distintivos de esos rasgos, marcados por el destino sufrido y negativo de la evolución nacional, hay unos que hasta se atreven a decir que es por los astros o los ciclos lunares o el encuadramiento de planetas.

Si la independencia fue un parto difícil y sangriento entre 1808 y 1821, el proceso de construcción nacional entre 1821 y 1876 fue tremendamente inestable y violento, mientras que la época porfiriana fue autoritaria y fuerte para imponer “orden y progreso” a una nación que necesitaba estabilidad para despegar hacia el capitalismo. La revolución implicó un periodo violento y sangriento que cambió el pasado para llegar a la modernidad, aportando un sendero hacia el desarrollo nacional y la estabilidad política y social, como se pregonó en los veinte años de posrevolución. Después de 1940, México despegó dentro del desarrollo del capitalismo con nuevos sufrimientos y desgracias, con una lucha cruenta en torno a la democracia y la modernidad, proceso que concluyó, prácticamente, en 1968, dando paso a un proceso de transición contra el autoritarismo y el desequilibro democrático. Pura ingratitud en nuestra historia nacional. Nunca nada ha sido estable, nunca nada se ha expresado pacíficamente y sin conflicto. Sin sangre y lágrimas nada ha sido fácil para los mexicanos. Esta interpretación ha sido muy explotada por los políticos y dirigentes en el uso del poder en distintos momentos de nuestra historia.

La ingratitud con la historia nacional se ha extendido mucho más durante el siglo XX y en los últimos veinte años del siglo XXI mucho peor. A más acceso a la información y la comunicación, mayor el nivel de discusión y polémica en torno a la historia. La historiografía mexicana está plagada de discusiones, dislates, querellas, polémicas y posturas en lo relacionado con personajes y acontecimientos, sobre todo, de lo que se llama la historia patria, que prácticamente arrancó con el proceso de la independencia, aunque estrictamente partió desde 1821 con la consumación. Los poderosos han manipulado la historia en todo momento, la han utilizado para legitimarse o para justificar sus acciones que, además, han marcado la evaluación de la importancia o no de acontecimientos y personajes, situaciones o acciones que son destacables o no para el conocimiento de la sociedad o los ciudadanos. La historia oficial ha ayudado sobre manera para establecer interpretaciones adecuadas para el poderoso en turno. La historia llamada local o de cronistas ha cubierto esta dosis en espacios micro, donde la bilis, como decía el gran historiador Luis González y González, ha sido materia indiscutible de la interpretación. Luego han estado los estudiosos o académicos, que con documentos en mano han dado interpretaciones más precisas y sin tanta inquina a alguno que otro acontecimiento o personaje, a pesar de los dislates y plagios que se cometen en tesis de licenciatura y posgrado (es otra forma de ingratitud). Los más ingratos han sido los divulgadores que, con la dosis de la ficción, han distorsionado las interpretaciones históricas a su antojo, o, como ahora, al gusto de la mercadotecnia y la publicidad o los medios electrónicos y digitales. Se repiten a diario dislates y errores historiográficos graves, sin que nadie diga nada, una ingratitud fuerte y poco respetuosa con nuestro pasado.

La ingratitud historiográfica es multi variada. Juzgar, manipular, maquillar, entre otros epítetos, han sido parte de buena cantidad de historiografía sobre el pasado nacional. Unos se han concentrado en los documentos y testimonios, otros en elucubraciones inventadas o de ficción, con tal de narrar o describir acciones relacionadas con el interés del público, casi todas ellas vinculadas a hechos de sangre, traiciones, espionajes, asesinatos, muerte, lealtades o guerras fratricidas. A mucha gente interesada en la historia, esta historiografía les llama la atención, la consumen, aunque buena parte de ciudadanos más bien se interesan por esa historiografía oficialista que legitima y ensalza al poder, mediante exaltación de acontecimientos o personajes indiscutibles del panteón mexicano. La celebración de efemérides es un asunto adecuado para este tipo de historia ingrata, ya que se manipula o se maquilla, se aborda a la ligera y con descuido, se minimiza o se adecua a necedades. Un funcionario dice que la conmemoración de la fundación de México Tenochtitlán, que debe ser en 1325, se conmemorará en sus 700 años en 2021 por el ciclo lunar de 1321, como ejemplo.

Discursos, palabras, tesis, libros, artículos, conferencias, guiones, documentales, telenovelas, reconocimientos, piezas cívicas, conmemoraciones o festejos, en un alto porcentaje, han sido ingratos con acontecimientos y personajes. Las fuentes documentales o testimoniales han sido tergiversadas en varias ocasiones. La objetividad y la interpretación se han visto afectadas. Se modifica o se mal cuenta la historia, lo peor es cuando se manipula por afanes legitimadores o justificadores de nuestro presente. Las posturas ideológicas, teóricas, filosóficas o tendencias, o incluso los testimonios o recuerdos o memorias, han servido también para la ingratitud con el pasado, con la finalidad de conectarlo y asimilarlo al presente y vislumbrar el sendero del futuro.

La ingratitud afecta en mucho la narrativa histórica que busca la verdad, con objetividad contundente y con sustento. Los historiadores profesionales cuentan con esa misión, que en varias oportunidades se ha visto coartada por el plagio o la manipulación de las fuentes o testimonios. En muchas ocasiones se cae en el tormento de la subjetividad o la ficción para recuperar o para utilizar la historia en la legitimación de los poderosos. Las coyunturas son las apreciadas para esta circunstancia. Por ello, muchos historiadores profesionales han caído en la necesidad de la fragmentación, narrando acontecimientos de un mini universo que no se vincula o se interrelaciona del todo con los contextos o las coyunturas. Otros se han sumado a los que se arrastran a la historia oficial. Ya ni se diga los divulgadores que exaltan la ficción para vender. De ahí la crisis que la historiografía presenta en la actualidad. Es una ingratitud grande con respecto al conocimiento histórico que, sin duda, llevará a un nuevo combate paradigmático para el futuro.

 

 

 

abril 17, 2022

Miguel Alessio Robles, revolucionario e intelectual coahuilense

 

Miguel Alessio Robles fue un coahuilense distinguido, eminente. Abogado, político, intelectual, diplomático, periodista, historiador, lector acucioso, narrador histórico, pero también analista y crítico de su contemporaneidad. Perteneció a una generación que actuó al lado de la revolución mexicana desde sus tiempos juveniles y estudiantiles, no solamente como testigo y protagonista, sino como actor histórico de su contexto. Fue todo un personaje histórico desde su formación profesional, pero también un actor de los episodios más destacados de la historia de México en las primeras cuatro décadas del siglo XX.

Alessio Robles se vio inmerso en el vaivén de la historia revolucionaria, primero como estudiante, luego como testigo del maderismo, después como actor del carrancismo y el constitucionalismo, al mismo tiempo como diplomático, y luego como funcionario público del obregonismo. Esta experiencia permitió que se convirtiera en periodista, escritor, historiador, y que su intensa labor intelectual diera aportaciones indiscutibles a la narración y el análisis de la historia contemporánea que le toco vivir.

Alessio fue un escritor erudito, un conferencista informado y serio, un narrador histórico acucioso, objetivo en sus juicios y tenaz. Su experiencia de vida fue, indiscutiblemente, el germen de sus análisis políticos e intelectuales, con una visión muy clara y contundente de los episodios y personajes más significativos de la historia mexicana revolucionaria, con los que tuvo relaciones políticas, diplomáticas, intelectuales, periodísticas y culturales.

La producción intelectual de Miguel Alessio Robles fue muy vasta. Escribió una buena cantidad de libros, artículos y aportaciones periodísticas, que estuvieron siempre relacionadas con su circunstancia histórica, desde su natal Saltillo, hasta la ciudad de México y algo más, sobre España y sus ciudades, en particular, y Europa en general, recorrió principalmente Italia, Francia e Inglaterra. Era un ensayista nato, un narrador histórico profundamente informado, un investigador acucioso y sagaz, pero también un contador de historias lejanas de las desviaciones de la intriga o el invento calumniador, sobre todo en lo que se refería a los personajes y los acontecimientos. Tomaba sanas distancias, lo que implicaba que sus narraciones eran lo más objetivas posibles, imparciales en el análisis y en las consideraciones que como autor tenía sobre distintos tópicos. En su escritura no se vio reflejada la ortodoxia ideológica ni la inquina de los vencidos revolucionarios, tampoco la posición negativa en torno a los acontecimientos de los que fue testigo y protagonista. Su valía narrativa era indiscutible, lo que se estuvo reflejando en sus memorias personales.

A Miguel Alessio Robles no lo atrapaba la ideología recalcitrante, porque su vocación estaba centrada en narrar un conjunto de episodios y acciones de personajes con los que había tenido una relación personal u oficial, un conocimiento, una consideración constatable. Fue un humanista preocupado por el bien común, razón fundamental de la revolución mexicana, de las batallas del pueblo y de la historia patria, según sus constantes y claras apreciaciones. Creía en Dios, como lo manifestó claramente en un prólogo de sus memorias, pero también en los valores y principios del hispanismo que dio sentido a la identidad mestiza de los mexicanos y que fue fundamental en el pasado nacional.

En el prólogo a la Historia política de la Revolución mexicana, en su primera edición publicada por la Editorial Botas en 1938, Miguel Alessio Robles dejó reflejada su visión de la historia, cuyo estilo rankeano y a lo Thomas Carlyle destaca:

 

La Historia es una selección de acciones trascendentales y de hechos grandiosos, que constituyen una enseñanza luminosa para todas las generaciones. Ellas bendicen a los hombres por sus actos gloriosos y heroicos, y arrojan a los malvados a las lívidas llamas de la execración y del odio universales. Vibran y se conmueven ante la actitud magnánima o generosa de un héroe, y condenan a los viles que no los guió otro afán que lucrar y satisfacer sus bajas ambiciones personales.

Los hechos heroicos, los actos excelsos, las ideas de redención y de justicia, los impulsos nobles, las actitudes patrióticas y desinteresadas, los ideales brillantes, los principios fascinadores de todos aquellos que soñaron en hacer de México un pueblo digno y fuerte, los recojo en estas páginas con un amor muy grande y una profunda devoción.

 

Bajo esta visión de la historia, Alessio Robles asumió su posición como protagonista, sobre todo al condenar a los “malvados”, a Díaz, a Huerta, a Calles, a los traidores de la Revolución, con el poder omnímodo del juicio de la historia, de las primeras historias que los protagonistas revolucionarios, como él mismo, realizaban para el conocimiento y análisis de ese proceso histórico que cambió y transformó a la nación mexicana, porque, como Alessio anotó en esa primera edición: “¡Que la juventud de nuestra Patria recoja en su espíritu esas altas enseñanzas de la Historia¡ El Poder es efímero como una tormenta. Las acciones grandes e inmortales se transmiten de generación en generación, muchas veces adornadas con el ropaje de la poesía y la leyenda, para que resplandezca a través de ellas la verdad”. Esta misma visión fue retomada en las memorias personales que escribió años después.

La participación de Alessio Robles en el vaivén revolucionario no impidió que expresara esas consideraciones sobre su pensamiento, que reguló gran parte de su actuar público y privado con posterioridad. Su estancia en España fue fundamental para reforzar este pensamiento, como lo plasmó continuamente en sus memorias. Su relación con el medio intelectual español y la visita de muchas ciudades hispanas, favoreció que reforzara esa línea en torno a sus ideas. De hecho, sus conferencias en España tuvieron una recepción amplia y absorbente, resaltando la raíz y razón de la revolución mexicana, pero también del hispanismo característico de la nación.

En España, Alessio Robles entabló importantes relaciones culturales con el medio intelectual, Amado Nervo, Juan Ramón Jiménez, Ramón María de Valle Inclán, Miguel de Unamuno, Azorín, Melchor de Almagro, los hermanos Machado, José Ortega y Gasset, Ramiro de Maetzu, Enrique Díez Cañedo. Estrechó lazos de amistad con varios mexicanos destacados que residían en Madrid, Artemio de Valle Arizpe, Carlos Pereyra, Luis Urbina, Martín Luis Guzmán, Alfonso Reyes, Juan Francisco Urquidi, Raúl Carrancá, Luis Enrique Erro. Se entrevistó con José Yves Limantour en París. Se impresionó con las atenciones recibidas del Rey Alfonso XIII, a quien entregó sus cartas credenciales en persona en el Palacio Real de Madrid.

Dos grandes personajes de la revolución mexicana marcaron la vida pública de Miguel Alessio Robles, Venustiano Carranza, con quien participó en la revolución carrancista y constitucionalista contra el usurpador Victoriano Huerta –entre 1913 y 1915-, y con quien compartió discursos, redacción de reformas legales, actos públicos y reuniones, y momentos políticos intensos; y con Álvaro Obregón, amigo personal con quien compartió la necesidad de que en Europa se conocieran y difundieran los logros de la Revolución desde el punto de vista de los grandes vencedores, pero también la experiencia de la función pública en un gobierno que intentó reconstruir al país pese a la desavenencia y la confrontación posrevolucionarias, relación de amistad que se estrechó desde 1913 y que se reforzó aún más entre 1919 y 1923.

Para Miguel Alessio Robles, la revolución significaba un gran movimiento social, una epopeya transformadora, que era realizada por los pueblos para “cambiar de gobiernos, de procedimientos y de sistemas”. En esto coincidía con Francisco I. Madero. Las causas fundamentales de toda revolución se centraban en lo siguiente: “Cuando no se escuchan los dictados de la opinión pública, cuando no se gobierna de acuerdo con la ley y la justicia, cuando se vulneran los principios fundamentales de la libertad humana, vemos rodar por tierra hasta las más viejas y linajudas dinastías, hasta los más viejos y linajudos poderes”. México no había escapado de estas causas en sus revoluciones, desde la independencia, la revolución de Ayutla y, por supuesto, la revolución de 1910, que derribó los sistemas y el contexto de injusticia, escasas libertades, falta de honradez y despotismo de los asuntos públicos. El pueblo se cansó y lanzó el camino de la transformación, bajo el liderazgo de importantes personajes que supieron conducir los destinos del cambio político.

La interpretación de Miguel Alessio Robles sobre la Revolución era, necesariamente, ligada a los personajes que, mediante su acción, definieron el curso de los acontecimientos que se acumularon para el logro de la transformación histórica, es decir, la revolución era un ente dinámico que logró modificar a la nación y encauzarla al sendero de la modernidad. El conflicto político fue una constante del poder y los poderosos, proceso que marcó, indiscutiblemente, la trayectoria revolucionaria que Alessio Robles plasmó con agilidad y buen tino en el hilo conductor de una novedosa interpretación de la Revolución mexicana. Sin duda, esta interpretación brindó grandes satisfacciones a su autor que lo estimuló después a escribir sus memorias personales, ya con una experiencia narrativa más personal y menos comprometida con la historia mexicana o el contexto político.

La experiencia como diplomático y funcionario público representó para Alessio Robles un periodo justo para llevar a la práctica sus conocimientos humanistas y su ideología hispanista, cuestión que lo confrontó con otros personajes como Plutarco Elías Calles, con quien no compartió muchas cuestiones relacionadas con las políticas públicas o la aplicación de la Constitución de 1917. De hecho, Alessio se alejó del gobierno y de la participación política desde 1923, por esa circunstancia.

Alessio Robles se dedicó al ejercicio de su profesión de abogado con ahínco, fue una prioridad en la vida futura. La estabilidad permitió que Alessio incrementara su producción intelectual considerablemente mediante el ejercicio del periodismo, la narrativa histórica, la literatura y la filosofía. La preocupación por la historia de la revolución mexicana fue una constante, a través de obras fundamentales como la Historia política de la Revolución Mexicana, uno de sus libros clásicos en la historiografía nacional; o sus estudios relacionados con el personaje y el gobierno de Álvaro Obregón, del cual fue partícipe activo como ministro diplomático y secretario de Industria y Comercio, además, por su intensa amistad personal.

La Historia política de la Revolución fue, originalmente, un encargo que le hizo a Alessio Robles la Universidad Nacional, como estableció en el prólogo, y donde el autor definía con claridad las intenciones que buscaba en esta obra, desligándose de su papel de protagonista:

 

La Universidad Autónoma de México me invitó para que escribiera la Historia de la Revolución. Con gusto acepté esa honrosa invitación. Por las páginas de este libro desfilan los principales personajes del drama que ha conmovido a nuestro país. He procurado analizar los episodios y a los actores con toda serenidad. Podrá haber pasión, podrá haber errores, pero nunca dolo o mala fe. No le hago cargo injusto a nadie, ni a mis mayores enemigos, ni aun aquellos que llenaron a mi Patria de luto, de sangre y de ignominia.

 

Era lógica esta aclaración ante uno de los primeros balances de la Revolución, ya que la mayoría de los protagonistas aún vivían en el momento en que se publicó esta obra, que era un recuento entre los orígenes revolucionarios a finales del porfiriato y el maximato callista y, brindando además, una interpretación distinta a la plasmada por otras plumas destacadas como las de José Vasconcelos y Martín Luis Guzmán, entre muchos otros, que habían publicado acerca de la gesta revolucionaria mexicana. Don Miguel fue cauto en su historia política, que en lo fundamental se centró en los actores principales y en los acontecimientos que marcaron el proceso histórico revolucionario, y que representaron una importancia inusitada en la visión del autor, pero que también, bajo su juicio y su protagonismo consideró indispensables para la narración.

El alejamiento de la política permitió que Alessio Robles produjera una obra vasta y consistente sobre distintos temas, personajes, acontecimientos políticos, regiones, ciudades y obras culturales. Su narración como viajero fue enriquecedora. En sus escritos aparecía también una amplia referencia a la vida cultural, desde las corridas de toros hasta las obras de teatro y los espectáculos, sin descartar su cotidiana visita a librerías y conferencias, a los que era asiduo asistente, sin descartar las aportaciones de la dramaturgia intelectual. En el último lustro de su vida fue cuando escribió sus memorias, que son de gran valía para el conocimiento de su trayectoria pública, pero también privada y familiar. Son unas memorias narrativas, de gran valor histórico, no solamente por su trayectoria como personaje, sino como historiador de la política, la diplomacia y la cultura de México en las primeras cuatro décadas del siglo XX.

Las memorias de Miguel Alessio Robles son una aportación al conocimiento no solamente de su vida y trayectoria, sino de personajes, acontecimientos y hechos históricos de finales del porfiriato, la revolución maderista, la lucha carrancista contra el huertismo, el constitucionalismo, el obregonismo, el callismo, el periodo del maximato y finales del decenio de los treintas del siglo XX. A esto hay que sumar el rescate de personajes y obras culturales tanto de México como de España. Su mirada acerca de la historia política, diplomática y cultural representa una visión original del momento histórico que le tocó vivir.

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Hacia 1910, Miguel Alessio Robles contaba con 28 años, había nacido en Saltillo en 1882, aunque algunas fuentes establecen que su nacimiento ocurrió dos años más tarde, en 1884, otras dicen que un año después, en 1885; se coincide, sin embargo, en que fue un 5 de diciembre. Sea lo que fuere, ante el advenimiento de la Revolución, Miguel Alessio Robles ya tenía una formación profesional y una experiencia cimentadas; sus primeros estudios los realizó en el Colegio de San Juan Nepomuceno, luego, los secundarios y preparatorianos los emprendió en el Ateneo Fuente, en Saltillo, Coahuila, para después ingresar a la carrera de abogado, a partir de 1904, en la Escuela Nacional de Jurisprudencia en la Ciudad de México. De hecho, recibió su título de abogado en 1909, justo en el momento de mayor efervescencia nacional por la expresión del maderismo antirreeleccionista, del que se hizo adepto incondicional y con el que coincidía entonces en la necesidad de lograr un cambio político del país.

De hecho, su relación con Francisco I. Madero se estableció mediante la lectura de La sucesión presidencial de 1910…, que leyó y analizó a profundidad. Su entusiasmo por el libro de Madero hizo que le enviara una carta felicitándolo por las consideraciones políticas que había plasmado en el libro, sobre todo por su visión del cambio político a través del reemplazo de los funcionarios públicos, mediante la organización y la participación en los procesos electorales. Luego conoció personalmente a Madero.

Desde 1909, Miguel Alessio Robles tuvo estrechas relaciones intelectuales con algunos miembros de la afamada Sociedad de Conferencias y Conciertos, cimiento del Ateneo de la Juventud, donde participaban destacadas personalidades del mundo intelectual, como Alberto Vázquez del Mercado, Antonio Castro Leal, Vicente Lombardo Toledano, Alfonso Caso, Teófilo Olea y Leyva, Manuel Gómez Morin, Narciso Bassols, Luis Enrique Erro, Daniel Cosío Villegas, José Vasconcelos, entre otros, que después destacarían también en los ámbitos culturales y políticos de México en buena parte del siglo XX. Con quien más estableció relación fue con Manuel Gómez Morín, amistad que perduró por muchos años. Rodolfo Reyes fue otro personaje con quien entabló una intensa amistad estudiantil y con quien compartía la lectura y el interés por la política. Con Martín Luis Guzmán compartió actividades políticas en el constitucionalismo, primero, luego en el campo intelectual tanto en la ciudad de México como en Madrid. La inquietud intelectual de Alessio Robles fue una prioridad, por lo que se acercó con ahínco al periodismo, la literatura, la filosofía, la historia y la cultura, que reforzaron su sabiduría y, por ende, su erudición.

A diferencia de sus hermanos, José y Vito, ambos con formación y experiencia militar, el primero nacido en 1886, y el segundo en 1879, Miguel tuvo una formación eminentemente humanista e intelectual, con inquietudes políticas muy claras que lo fueron acercando a la participación política, sobre todo en la efervescencia del maderismo revolucionario durante y después de 1909. Su participación revolucionaria, sin embargo, no surgiría sino hasta 1913, luego de la Decena Trágica y en oposición y guerra contra el usurpador Victoriano Huerta, como tantos otros personajes de la revolución mexicana, no solamente por su identidad coahuilense, sino por el involucramiento con la efervescencia revolucionaria, sobre todo con los carrancistas.

Tras una estancia breve en el extranjero, en La Habana y Nuevo Orleans, Miguel Alessio Robles se incorporó a las filas del carrancismo en 1913, comandado por Venustiano Carranza, de quien se definió como un gran admirador por su liderazgo en el avance revolucionario y en la guerra contra el huertismo usurpador. Su participación en las filas del carrancismo, llevaron entonces a Alessio Robles a establecer relaciones estrechas con destacados revolucionarios, principalmente con Adolfo de la Huerta y Álvaro Obregón. Tales actividades en el seno del constitucionalismo en ciernes lo condujeron a ocupar la cartera de Justicia durante el gobierno de Eulalio Gutiérrez, otro coahuilense distinguido, en 1915, y luego a cumplir una misión cultural en España, como enviado del Primer Jefe Carranza, a partir de 1916, que le permitió visitar varios países europeos en labores confidenciales. Por esta estancia se convirtió en un admirador de la cultura española, especialmente de la ideología hispanista. En esta misión brindó conferencias, estableció contactos y fortaleció la divulgación de la revolución mexicana, principalmente en España. Sus labores confidenciales se restringieron a establecer la disposición del gobierno mexicano por resarcir a los intereses españoles afectados por la revolución mexicana.

A su vuelta de Europa, Miguel Alessio Robles se estableció en la Ciudad de México, para conducir su despacho de abogado, sin apartarse del todo de la actividad política y las relaciones públicas; admiró así la obra de la Revolución, la aplicación de la Carta Magna de 1917 y el liderazgo presidencial que ahora tenía Venustiano Carranza en calidad de presidente de la república. Pudo entonces dedicarse también a la lectura sobre diversos y variados temas de historia, literatura y política.

La efervescencia política producida por la sucesión presidencial de 1920, prácticamente desatada desde el año anterior, ocasionó el enfrentamiento entre los sonorenses vencedores militares de la Revolución y el presidente Carranza, lo que nuevamente mantuvo en vilo la estabilidad política anhelada por los mexicanos para cimentar y dar cauce al Estado surgido de la gesta revolucionaria.

Aunque Miguel Alessio Robles admiraba al presidente Carranza, no dejó de considerar que su intervención en la sucesión presidencial en contra de la candidatura de Álvaro Obregón era descabellada y una traición a la revolución vencedora. Los lazos de amistad de Alessio Robles con los sonorenses, adicionalmente, ocasionaron que éste apoyara a Obregón frente a Carranza, figurando en el Centro Director Obregonista, como coordinador de Prensa, afiliado al Partido Liberal Constitucionalista desde inicios de 1920; luego, en abril del mismo año, ayudó a Obregón a escapar de la cárcel de la Ciudad de México para lanzarse a la lucha en contra del presidente. El movimiento de Agua Prieta ocasionó la huida y muerte del presidente Carranza en mayo de 1920.

Miguel Alessio Robles figuró entonces como secretario particular del presidente interino, Adolfo de la Huerta, por lo que su actividad política fue destacada y útil. Tuvo que ver con los actores y fuerzas políticas del momento, y colaborar en el esfuerzo de la pacificación revolucionaria. Durante la presidencia de Obregón, Alessio Robles fue enviado a España, en calidad de Ministro plenipotenciario, encargado de divulgar al movimiento aguaprietista y de difundir el proyecto obregonista para la presidencia de México. Antes de su partida se casó con Doña Josefina Fernández en el templo de Santa Brígida, siendo apadrinado el matrimonio por el mismísimo presidente de la república. En Madrid se involucró con el medio intelectual español y viajó por varios países, además estrechó lazos de destacada importancia con el medio intelectual hispano.

A partir de 1922, Alessio Robles se convirtió en secretario de Industria, Comercio y Trabajo. Fue entonces cuando estrechó aún más una intensa amistad con el presidente de la república, a quien admiraba y respetaba, y con quien convivía cotidianamente, cargo al que renunció tan luego se definió la candidatura presidencial de Plutarco Elías Calles, con quien no compartía la menor simpatía, pues no lo admiraba ni lo consideraba un líder político de altas miras y visión, a diferencia de su admiración por los liderazgos de Madero, Carranza y Obregón. Don Miguel consideró que el callismo implicaba un retroceso de la Revolución, considerando, sobre todo, el autoritarismo que reflejaba Plutarco Elías Calles desde que fue gobernador de Sonora, luego secretario de Gobernación, y por su carencia de visión del servicio público, tan necesaria de emprender en el país por los gobernantes y los funcionarios. Cuenta don Miguel que a pesar de que se llevaba muy bien con Calles, se hablaban de tu, no compartía su estilo autoritario y su dureza de carácter.

Desde finales de 1923, Miguel Alessio Robles se retiró de la vida política para dedicarse al despacho jurídico, pero también a la lectura, el análisis y la escritura, que pronto le dieron amplias satisfacciones en el periodismo, la publicación de libros y la impartición de conferencias. Su trayectoria revolucionaria pronto se reflejó en su producción intelectual que como protagonista se inclinó por la historia que le tocó vivir.

La obra escrita de Miguel Alessio Robles fue realizada con intensidad durante esos años, con interés especial en el análisis de las ideas hispanistas, en la literatura, en el relato de viajes, en la historia de ciudades y provincias, en referencia a la acción y características del obregonismo, y en muchos otros asuntos puntuales de su interés, educación, filantropía, el comportamiento de los funcionarios públicos, la dramaturgia, la vida artística y cultural.

Durante el decenio de los cuarentas, Alessio Robles cultivó el periodismo, el ensayo, la crítica literaria, el análisis histórico y el ejercicio de su profesión, incluso participando con viejos amigos y conocidos, como Manuel Gómez Morín, en actividades políticas partidarias. Fue miembro del Consejo de Fundadores del Partido Acción Nacional desde diciembre de 1939, director de la Revista Todo y Nuevo Mundo, y amante de la lectura y la escritura.

Miguel Alessio Robles falleció el 10 de noviembre de 1951, en la Ciudad de México, luego de complicaciones por una fractura de un fémur. Sus restos fueron cremados y conservados por su familia durante algún tiempo, hasta que fueron depositados en una cripta de la Iglesia de Santa Cruz del Pedregal. Alessio dejó un gran legado intelectual, que sigue latente y vivo dentro de la historiografía mexicana contemporánea, y del cual hay que aprender y estudiar, rememorar y valorar.

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 Entre 1928 y 1946, Miguel Alessio Robles produjo importantes publicaciones: Las dos razas (1928); México y España, junto con José Vasconcelos (1929); Voces de combate (1929); Dos asuntos hispánicos (1929); Senderos (1930); Ídolos caídos (1931); La ciudad de Saltillo (1932); La ciudad de México (1932); El estado de Michoacán (1932); Perfiles de Saltillo (1933); Estudios literarios sobre José García de Letona, con Artemio de Valle Arizpe (1934); Ideales de la Revolución (1935); Obregón como militar (1935); Ramos Arizpe (1937); La responsabilidad de los altos funcionarios (1937); Historia política de la Revolución (1938); La cena de las burlas (1939); En defensa de la civilización (1940); Winston Churchill (1944); La filantropía en México (1944); La Escuela Normal de Coahuila (1945), Antología selecta (1946); Alemán y la libertad de prensa (1950).

A partir de 1946, Miguel Alessio Robles se dedicó a escribir sus memorias, a instancias de su hijo Miguel, que con 17 años había participado en la conformación y publicación de Antología selecta durante ese año.

Las memorias fueron escritas entre 1946 y 1951. El primero y el segundo tomos se publicaron en 1949, el primero con el título de Mi generación y mi época, y el segundo con el título de A medio camino, por la Editorial Stylo, con 2, 000 ejemplares cada uno, que fueron acogidos con entusiasmo por los lectores.

La dedicatoria al primer tomo fue para su hijo Miguel:

 

Le mostré al joven recopilador esos proyectos, y no aceptó ninguno. “Cuando escribas tus memorias, entonces me las dedicas”, expresó rotundamente. Y púseme a escribirlas desde ese momento para corresponder a los nobles deseos de mi hijo, que se había afanado ahincadamente en seleccionar y clasificar esa obra. Por eso hoy le dedico este libro, con todo fervor y cariño, y como un merecido homenaje a su generoso empeño de obligarme a escribir estas memorias donde narro los principales episodios de mi vida.

 

El primer tomo se refirió a los años de 1904 a 1917, época en la que Alessio Robles residió en la ciudad de México como estudiante, y desde donde fue testigo de la época más dramática de la efervescencia revolucionaria:

 

La primera parte de estas memorias comprenden desde que llegué a la Ciudad de México, el cinco de enero de 1904, a estudiar en la Facultad de Jurisprudencia, hasta el año de 1917. Recuerdos de juventud y de estudiante. Acontecimientos nacionales y extranjeros que conmovieron mi espíritu. Los escritores, los poetas, los artistas, los pintores, los hombres de ciencia y los personajes notables que he tratado en mi vida, todos ellos recordados en estas páginas dedicadas a mi hijo a quien lego el limpio ejemplo de dignidad y de decoro que he sabido guardar en las luchas tormentosas de mi México inquieto y batallador, para que él lo siga en la brega perenne por la existencia, y así tendrá siempre, como la he tenido, la infinita misericordia de Dios.

 

En esta primera parte, Alessio Robles recuerda su vida como estudiante preparatoriano en el Ateneo Fuente de Saltillo, Coahuila, a sus amigos y condiscípulos, a los maestros y a las autoridades, así como su llegada a la ciudad de México para estudiar en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, junto con otros jóvenes condiscípulos. Su vida estudiantil fue intensa y divertida, asistía con frecuencia a corridas de toros y espectáculos artísticos, pero también a actos académicos e intelectuales que abundaban en la ciudad. Formó parte de un grupo estudiantil llamado “La Horda”, al que pertenecían Hipólito Olea, Nemesio García Naranjo, José María Lozano, Artemio de Valle Arizpe, Rodolfo Reyes, Diódoro Batalla, Rubén Valenti, Miguel Lanz Duret, Alfonso Rosenweig, Alfonso Teja Zabre, entre otros más, que fueron entrañables amigos en el futuro.

A inicios de 1909 tuvo un primer acercamiento personal con Francisco I. Madero, luego de haberse carteado con él. Asistió a una reunión nocturna en la calle de Atenas núm. 61, que era la casa de Fernando Iglesias Calderón, a donde fue invitado por Madero. En esa reunión estaban Emilio Vázquez Gómez, Toribio Esquivel Obregón, Filomeno Mata, Manuel María Alegre, Carlos Trejo y Lerdo de Tejada. La reunión tuvo por objeto solicitarle a Iglesias Calderón la organización del Partido Liberal. Fue su primer contacto con la revolución maderista.

El 5 de junio de 1909, Alessio Robles obtuvo el título de abogado, para después ser testigo de la “tormenta de la política” que inundó al país. Se dedicó al bufete jurídico que logró establecer en la calle de Medinas. La tormenta maderista inundó la vida del país. Siempre estuvo atento a los acontecimientos. Su posición de testigo se mantuvo: “Nuestra generación contempló la caída del viejo régimen y el advenimiento del nuevo”. En abril de 1913 fue detenido y conducido, junto con José Vasconcelos, a la Penitenciaría de Lecumberri, por conspirar contra el gobierno del usurpador, pero el mismísimo Victoriano Huerta los mandó llamar a Palacio Nacional para amenazarlos de que si seguían conspirando, entonces serían desaparecidos, considerando que eran unos “jóvenes brillantes”. Este hecho marcaría la vida futura de Alessio Robles. Viajó a La Habana, luego a Nueva Orleans y después a Piedras Negras, Coahuila. Fue en ese momento cuando se presentó con Venustiano Carranza, para participar en el movimiento contra el usurpador. Se vio inmerso en la vorágine revolucionaria y no se apartaría sino diez años después.

La experiencia constitucionalista en Sonora, Sinaloa y Chihuahua permitió que Alessio Robles se involucrara con los principales líderes del movimiento contra Huerta. Fue cuando empezó una amistad estrecha con Álvaro Obregón, al igual que con otros generales. No se apartó de Carranza, a quien siguió hasta la toma de la ciudad de México luego de la renuncia de Huerta. A inicios de 1916 inició su experiencia diplomática en España, que concluyó en Costa Rica en los primeros meses de 1917.

En cuanto al segundo tomo, Alessio Robles lo dedicó a su esposa, Josefina Fernández. El libro recorría una etapa fundamental en su vida, comprendiendo de finales de 1917 hasta el otoño de 1921, que definió como una etapa muy agitada. Es un volumen enriquecedor, porque abordó su vinculación con el grupo de los “Siete Sabios”; los problemas entre el presidente Carranza y los sonorenses; su participación como secretario particular del presidente interino Adolfo de la Huerta; y su misión como ministro y embajador en España, donde reconoció el advenimiento de su hispanismo, con estas palabras:

 

Recuerdo, también, la brillante labor realizada por los secretarios y los cónsules mexicanos, y la meritísima tarea que llevaron a cabo los doctores José Tomás Rojas, Juan Luis Torroella y los estudiantes universitarios que me hicieron la distinción de acompañarme. A estos jóvenes estudiantes les debo, principalmente, el honor inestimable de haber hablado en las ceremonias celebradas en la casa del Cardenal Cisneros y en la Universidad de Madrid. Desde esas tribunas ilustres le rendí a la gloriosa España un fervoroso homenaje de admiración y de gratitud por todo lo excelso que sus hombres preclaros realizaron en mi Patria, y por las proezas insignes consumadas en el mundo para lograr que no desparecieran las egregias conquistas de la civilización universal.

 

Para Alessio Robles, los “Siete Sabios”, Manuel Gómez Morín, Alberto Vázquez del Mercado, Teófilo Olea y Leyva, Vicente Lombardo Toledano, Alfonso Caso, Antonio Castro Leal y Jesús Moreno Baca, que conoció en su época de estudiante en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, habían influido sobre manera en su formación intelectual. Su interés por la filosofía, la literatura y la historia en mucho debía a esas personalidades, sin descartar a todos aquellos con quienes compartió amplios conocimientos.

Además, en este segundo volumen de sus memorias, Alessio relató su estrecha relación con Álvaro Obregón, su participación en el proceso de la sucesión presidencial de 1920. Fue doloroso el enfrentamiento entre Obregón y Carranza, pues a ambos los admiraba sobre manera. Pasado el trago amargo de la muerte de Carranza, Alessio participó en el gobierno interino de Adolfo de la Huerta, otro entrañable amigo, con quien compartió, desde la secretaría particular de la presidencia, muchas experiencias relacionadas con la pacificación del país. Después narra el inicio del gobierno obregonista y las razones por las cuales el caudillo presidente lo nombró embajador en España. Su misión diplomática consistió en estrechar lazos, pero también convencer a los españoles de las intenciones gubernamentales del nuevo gobierno en relación con los intereses hispanos dañados como efecto de la revolución. Divulgar la obra revolucionaria fue un encargo especial. Gran parte del segundo tomo estuvo dedicado a su experiencia española como diplomático. Su misión fue cumplida con creces, fue una experiencia estimulante y activa, tanto en el campo de las relaciones internacionales, como en el ámbito intelectual.

El tercer tomo de las memorias de Miguel Alessio Robles se publicó en 1950, dedicado a su hija María de Lourdes, que comprendió la etapa del otoño de 1921 hasta el invierno de 1923, que narra sus actividades en Europa y su desempeño como Ministro de Industria y Comercio en el gobierno de Álvaro Obregón. El cierre del tomo 3, sin embargo, concluyó con un análisis del gobierno de Plutarco Elías Calles, hasta el asesinato del caudillo Obregón en julio de 1928.

En el otoño de 1921, Alessio Robles volvió de su misión en España, luego de visitar Italia, Francia e Inglaterra. Su intención era dedicarse a su bufete jurídico. Sin embargo, su amistad con el presidente Obregón, quien lo recibió en la estación Colonia de ferrocarriles procedente de Nueva York, hizo que fuera designado Secretario de Industria y Comercio, luego de la renuncia de Rafael Zubarán Capmany por un escándalo de tráfico de influencias del que el presidente y la opinión pública se habían enterado. Alessio Robles no pudo resistirse a participar ahora como funcionario público. Obregón le tenía mucha confianza y no quiso que Alessio regresara a Europa en misión diplomática, mucho menos, que se dedicara a atender su bufete jurídico en la ciudad de México. Alessio Robles se convirtió, además, en asesor y confidente del presidente.

El nuevo ministro se rodeó de importantes funcionarios, dos de ellos miembros del grupo llamado de los “Siete Sabios”, como Alberto Vázquez del Mercado y Alfonso Caso. Su desempeño como ministro de Industria fue fructífero, tratando asuntos relacionados con el petróleo, la reforma agraria, el establecimiento de industrias, el fortalecimiento del mercado nacional, el control de los obreros, etcétera. Luego se vio inmerso en el conflicto político por la sucesión presidencial, era amigo personal del presidente Obregón y de Adolfo de la Huerta, por lo que en repetidas ocasiones tuvo que mediar entre ambos, sobre todo cuando se desató el problema de la sucesión en la opinión pública. El conflicto entre Obregón, Calles y De la Huerta por la sucesión orilló que Alessio Robles renunciara al ministerio de Industria y Comercio en octubre de 1923. Obregón aceptó la renuncia, considerando a Alessio Robles como un leal amigo, del que había recibido sabios y objetivos consejos, entendió que la desavenencia con De la Huerta había sido una razón de peso para la renuncia, además por la desavenencia que Alessio tenía con Calles. Alessio no quería verse inmiscuido en el tema de la rebelión delahuertista que, desde inicios de diciembre de ese año, fue un hecho. El triunvirato, como le llamó, se enfrentó con severas consecuencias políticas para la nación.

El tercer tomo de las memorias termina con un capítulo dedicado al callismo, al que se refiere como un periodo histórico que ocasionó el retroceso de la revolución mexicana que habían enarbolado los presidentes Carranza y Obregón, aunque la obra pública de Calles era de destacarse. Calles no era del agrado de Alessio y, de hecho, fue una de las razones de peso para que se apartara del gobierno obregonista, para dedicarse a su vida profesional, cerrando un ciclo grande de su participación pública en la vida mexicana revolucionaria.

Durante buena parte de 1951, Miguel Alessio Robles continuó escribiendo sus memorias en un cuarto tomo, que no alcanzó a entregar a la editorial Stylo para su publicación. Quedó inédito y se tituló La luz en el sendero. Establecía de entrada que abarcaba desde el invierno de 1924 hasta el verano de 1939, y que su posición de narrador nato no ofendía o calumniaba a nadie, a ningún personaje, porque su vocación era resaltar los hechos y las virtudes. Alessio Robles se despedía de su escritura, señalando:

 

En estas narraciones podré cometer un error. No lo niego. No puedo negarlo. Es una ley humana. Pero, en todo caso, lo hago sin malevolencia alguna. El escritor, para que lo respeten, debe respetarse a sí mismo, no vulnerando los fueros de la verdad, no trasponiendo los umbrales de todo aquello que hay de más noble y más elevado para el hombre. No le tengo odio ni rencor a nadie. Desdén, sí, a los ruines, que no han realizado ningún acto grande y generoso. Mejor dicho, me dan compasión; pero estos sentimientos no logran mover mi espíritu para que les dedique un solo renglón de enojo. Ellos de antemano están condenados.

El escritor debe levantarse sobre todas las miserias y las pequeñeces de la vida. Su misión es alta, nobilísima. Su pluma está consagrada a defender las causas grandes, el imperio de la ley, los amplios dominios de la justicia y de la libertad. Desventurado del hombre que jamás ha levantado su voz para reprobar un crimen o una tiranía; con mayoría de razón el escritor, al que Dios le ha puesto una pluma en su mano para que condene la infamia y la arbitrariedad y encomie las acciones magnánimas, los actos nobles y caritativos, los episodios heroicos y trascendentales que han llenado de resplandores los horizontes del mundo.

 

Además recordaba que su escritura estaba vinculada con la libertad, y que su participación pública, sobre todo en la revolución constitucionalista al lado de Venustiano Carranza, había marcado su carácter, su honestidad intelectual y su vocación de narrador histórico. Alessio Robles emprendió un recorrido por la historia mexicana entre 1924 y 1939, ya sin estar vinculado a la política oficial, resaltando a personajes como Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio, Abelardo L. Rodríguez, Aarón Sáenz, Manuel Gómez Morín, que dominaron la escena política del país, pero también acontecimientos relacionados con la historia española, materia de especial interés para el autor.

El volumen narra sus apreciaciones en torno a la rebelión delahuertista; al conflicto religioso entre la Iglesia y el Estado; sobre su amistad con el torero español más famoso del momento, Rodolfo Gaona; los atentados que sufrió el caudillo Obregón y que llevaron a su asesinato en julio de 1928; los rasgos más significativos de la presidencia de Plutarco Elías Calles; los acontecimientos relacionados con el llamado “Maximato”, entre 1928 y 1934; los problemas religiosos en el primer lustro de los treintas; su participación en el Consejo de la Cruz Roja; su amistad con Manuel Gómez Morín; y sus apreciaciones sobre la república española y la guerra en España, asuntos a los que dedica varios capítulos. El volumen es más distante en torno a los acontecimientos que narra, sobre todo en lo que se refiere a la dinámica política mexicana, menos intensos en comparación con los demás.

Se intuye que el tiempo no alcanzó a Miguel Alessio Robles, para relatar sus memorias relacionadas con el periodo de 1939 a 1951. Suponemos que tenía planeado un quinto tomo. La muerte impidió que Alessio relatara sus apreciaciones sobre este periodo, donde participó en las actividades del Partido Acción Nacional.

abril 10, 2022

Los historiadores en México hoy

 

Hoy los historiadores mexicanos confluimos en la formación profesional, en la especialización metodológica, en el enfoque multidisciplinario, en la enseñanza de la historia y en la meta frecuente de difundir el conocimiento del pasado. La confluencia ha favorecido que, en las últimas tres décadas, los historiadores profesionales tengamos un andamiaje fortalecido y perdurable para la investigación del pasado en las distintas ramas que la disciplina ha trabajado mediante estudios de gran valía: La economía, la sociedad, la política, la cultura, el medio ambiente, el territorio, las relaciones internacionales, la biografía histórica, la historia local y regional, el mundo urbano, la vida cotidiana, la mentalidad. Los periodos mayormente trabajados por la investigación histórica durante los últimos tiempos han sido el mundo prehispánico, el siglo XVIII, la primera mitad del siglo XIX, la etapa de  la reforma liberal y la guerra, el porfiriato, la revolución, la posrevolución y algunos avances en la historia contemporánea.

Las líneas de investigación histórica se han dado en instituciones nacionales y de los estados de la república, con algunos vínculos con el extranjero. El estudio de los archivos y repositorios documentales ha sido de gran importancia para el conocimiento, sumado a becas, estímulos y programas de apoyo a la investigación. El acceso a la información del pasado ha representado un cimiento grande para la historiografía, igual en el tema de la difusión del conocimiento mediante la utilización de la prensa, la radio, la televisión, el internet, las redes sociales y en general los medios digitales. Desde el decenio de los noventas del siglo XX, la historiografía mexicana experimentó un boom sin precedentes con publicaciones, conferencias y reuniones, programas docentes, posgrados y especializaciones, así como en proyectos colectivos interinstitucionales.

Este auge ha fragmentado el conocimiento de la historia de México, pero también ha creado una gran crisis historiográfica que concierne al tema de la divulgación y el acceso al público. La fragmentación temática ha dado por consecuencia una diversidad y pluralidad, que ha sido difícil de sortear para lograr un nuevo paradigma historiográfico que favorezca nuevas interpretaciones y enfoques sobre el pasado mexicano. Esta crisis ha conllevado también a la formación de corrientes historiográficas, grupos de historiadores y mafias o camarillas. Los historiadores mexicanos de los últimos treinta años se han dividido en varios grupos, conformando un gremio plural y difuso, muy variable de acuerdo con el poder político o el poder académico y el tema de la divulgación o incluso de la burocracia.

Historiadores poderosos vinculados al poder político que han conformado una “Nomenklatura”,  han tenido una influyente posición desde el decenio de los setentas en el manejo y conducción de instituciones gubernamentales y universitarias; investigaciones colectivas o por encargo; publicaciones institucionales o privadas, incluyendo empresas editoriales; archivos y repositorios documentales y bibliográficos; la conducción e influencia en premios y reconocimientos o comisiones conmemorativas de efemérides; museos y proyectos culturales relacionados con la historia mexicana; asesoría y vinculación con gobiernos de todos los niveles (municipales, estatales y gobierno federal); influyentes en las organizaciones corporativas que aglutinan a los historiadores o intelectuales; y en proyectos temáticos de gran envergadura y para todos los periodos de la historia (prehispánico, colonial, siglo XIX, porfiriato, revolución, posrevolución y contemporáneo). Los miembros de este grupo poderoso han tenido la formación como historiadores, pero nunca han pisado o se han ensuciado las manos en los archivos, su capacidad de coordinación ha favorecido la formación de equipos de trabajo con buena cantidad de becarios e investigadores que les hacen el trabajo para que publiquen y publiquen, y, obvio, conduzcan y coordinen.

Historiadores poderosos en la academia han abundado durante más de treinta años. Su actuación se ha dado en universidades y centros de estudio del país. Poseen atributos de administradores, vinculados a rectores, secretarios de estado, directores generales o juntas de gobierno. Coordinan y conducen, dirigen a grupos de investigadores. Poseen una trayectoria académica y han hecho investigación, pero su labor se ha concentrado en dirigir. Aprovechan la infraestructura y la gente a su servicio (becarios, servicio social, estudiantes, investigadores nóveles o estudiosos diversos) para hacer sus propias investigaciones y publicar y publicar (tienen el poder de contratar personas para incorporar las notas al pie de sus publicaciones), estar presente en el mundo académico con influencia (conferencias, reuniones académicas, editoriales, comisiones de conmemoraciones, consejos evaluadores, labores docentes). Presiden lo que se llama “cuerpos académicos”, “sociedades académicas”, “redes de investigación”, “intercambio académico”, “programas académicos”, y tienen el poder de encabezar comisiones o colegios académicos para influir en reconocimientos y estímulos a la investigación. Son piezas clave en el Sistema Nacional de Investigadores y en Sistemas de Estímulos de universidades y centros de estudio. Esta élite se conecta con los miembros de la “nomenklatura”, por lo que son poderosos por dos vías.

Los historiadores académicos engrosan, quizás, la mayor parte de la historiografía que se realiza proveniente de las universidades y centros de estudio del país. Estos historiadores viven encerrados en sus cubículos o en sus casas, realizan sus estudios en los archivos y bibliotecas, imparten clases de licenciatura y posgrado, emprenden intercambio académico intenso (les fascinan los autores extranjeros), participan en seminarios y reuniones académicas de manera continua, luego emprenden turismo académico con facha de “intercambio”, publican artículos especializados “indexados” y libros voluminosos que, obvio, casi nadie lee. Normalmente, este tipo de historiadores tienen un discurso plagado de conceptos y teoría, o, en su defecto, son descriptivos por centrarse en las fuentes con apego y obsesión. Tienen proyectos de temas fragmentarios, diminutos y sin trascendencia más allá del pueblo o la circunstancia coyuntural o de interés para otros académicos de su mismo claustro. Son poseedores de un discurso aburrido, que no atrapa a los estudiantes o al público. Se atreven, muy poco, a hacer divulgación en medios digitales o electrónicos, se asustan ante la televisión o el radio, o ven con cierta reticencia la participación en redes sociales. Confunden la publicación y la lectura en voz alta con divulgación. Se regodean con los estudiantes de que “difunden” el pasado y el fruto de sus hallazgos con datos muy puntuales y descriptivos o conceptuales.

Hay un grupo de historiadores académicos que producen poco en investigación, pero sobresalen por emprender “sesudos análisis” o críticas teórico-metodológicas a la producción historiográfica en todos los niveles. Son rabiosos por regla general, con una formación endeble y con una experiencia escasa en visitar archivos o bibliotecas. Algunos de ellos no leen, dependen de sus “ayudantes” o de los estudiantes, y son adeptos al escritorio y las redes sociales o la publicación de artículos en la prensa. Tienen aptitudes para la docencia y la divulgación, ambicionan el poder y son furibundos en sus discursos. Les encanta aparecer en consejos evaluadores y cuestionar los avances de los otros. Prefieren trabajar personajes, movimientos sociales, ideologías y metodologías. Son malinchistas del conocimiento casi siempre, citan y citan a autores extranjeros, se obsesionan con los conceptos, porque son incapaces de producir sus propios marcos de análisis o interpretación. Algunos de ellos abundan en la burocracia educativa o cultural, curiosamente.

Los historiadores híbridos entre la academia y la divulgación existen desde hace veinte años. Son académicos que han creído que hacer divulgación es emprender la organización de conferencias y reuniones académicas, o coordinar y coordinar libros y libros, o participar en entrevistas y documentales, o realizar proyectos relacionados con los museos y exposiciones sobre historia. Nunca visitan los archivos o bibliotecas, algunos de ellos nunca leen ni lo que firman en las publicaciones que emprenden. Poseen plazas académicas e imparten clases, pero se encuentran inmersos en labores de divulgación en instituciones y proyectos externos. Les fascina el poder y se vinculan con las élites de los historiadores poderosos. Muchos de ellos abundan en la burocracia universitaria o gubernamental en varios niveles. El protagonismo les encanta, el poder también.

Hay historiadores profesionales que les va mal, sobre todo en las universidades y centros de estudio en los estados de la república, o adscritos a la investigación en áreas burocráticas de educación o cultura. Son profesores de asignatura o aceptan participar en estudios que coordinan otros. Visitan los archivos y bibliotecas con gran esfuerzo. Se contratan para dar clases en secundarias o preparatorias. Muchos de ellos provienen de la formación de docentes. Mal pagados y luego sin acceso a reconocimientos o estímulos. Les cuesta muchísimo cumplir con la formación y especialización académicas, luego se dedican a la enseñanza de la historia o la divulgación para sobrevivir y poder dar a conocer sus temas de estudio.

Por último, los historiadores líderes momentáneos de opinión, que en los últimos años se han multiplicado por internet, las redes sociales y los medios digitales en general. Todos se han hecho “famosos” por la publicación de algún libro con tema de interés general, por su participación en radio, televisión, prensa. El éxito momentáneo los ha convertido hasta en celebridades, pero sin sustancia, huecos y oportunistas. Sus aportaciones son endebles y se pierden en la banalidad y son transitorios. Abundan en los estados de la república, en las ciudades con cierta actividad cultural, pero también en el nivel nacional, provienen de la academia, a veces, o de ciertas instituciones docentes. Se ligan con los divulgadores casi siempre.

Los historiadores en México son una élite intelectual diversa, plural y heterogénea. La historiografía mexicana se encuentra en crisis de identidad teórica, metodológica y de enfoque paradigmático. Hay una fragmentación grande, un sesgo tremendo por el uso y el abuso de la historia por parte del poder político y del poder que maneja la academia, ahora la divulgación representa una bestia de mil caras que pronto tragará a la historiografía académica tal y como la conocíamos a finales del siglo XX.

abril 03, 2022

Ser autor anónimo

 

Tenía como 24 años cuando terminé la licenciatura en humanidades. Ya andaba en el mundo laboral, trabajando en el gobierno. Fue cuando comencé a escribir como autor anónimo. Informes, reportes, correspondencia, lo normal, pero también ensayos y trabajos para ciertos jefes. Me pedían el favor por ser ágil con la escritura. Lo tomaba como parte del trabajo, pero luego pensé que debería de cobrar por esas colaboraciones. Así lo comencé a hacer, porque les decía que eso era muy aparte de las labores cotidianas. Un par de jefes aceptaron, así es que me pagaban las cuartillas escritas. Eran de sus colaboraciones para revistas y un periódico, así es que yo las escribía. Así por un par de años. La paga era poca pero servía para mis gastos.

La talacha de la escritura anónima se acrecentó en un organismo donde trabajaba, en especial informes que firmaban unos jefes como suyos. El pago era menor, con tal de ser discretos y guardar la secrecía. De allí me enlacé con un alto funcionario que escribía sobre economía. Me contrataba para hacer mínima investigación y escribir borradores, en realidad los publicada intactos. Para no levantar sospechas me citaba en su casa, me hizo perjurar que no revelaría nunca el hecho de que yo era el verdadero autor de sus escritos. Publicaba un librito al año en una editorial popular, que además le pagaba derechos de autor. A mi me tocaba una paga mensual en el proceso de hechura de esos libros. Tenía mucho éxito y recibía regalías, pero a mi me pagaba una cantidad menor.

De ahí me enganché con varios personajes que no tenían tiempo ni formación para la investigación y la escritura. Uno de ellos era un político de renombre, que quiso que le hiciera su autobiografía y una investigación de historia de México. Trabajé arduamente durante un par de años. La paga era buena. Él si que me hizo firmar un contrato de secrecía entre ambos. Otro era un funcionario federal con ínfulas de intelectual, que me pidió más bien investigar y hacer notas sobre temas de política nacional, en especial de la posrevolución y el periodo contemporáneo. Era pichicato con los resultados, pero finalmente con una breve amenaza pagó por los escritos. Publicó con su nombre varios libros y artículos, dándose muchas ínfulas por sus “sabias” investigaciones y productividad.  Tenía falta de ética y honestidad.

Luego me pidieron redactar unos informes y unos escritos sobre planeación regional, por parte de unos funcionarios federales que aplicarían sus “sabios datos” para incidir en determinadas políticas públicas federales. Era un arduo trabajo vaciar los datos en redacciones frías y puntuales. Obvio, revisaban con cuidado mis redacciones para que no se fueran datos o consideraciones que no iban de acuerdo con lo que se mencionaba en los temas de planeación urbano-regional. Las redacciones se modificaban bastante y salieron publicadas, obvio, sin mi nombre en ningún sitio. Eso sí, me pagaban un sueldo muy bueno por ser autor anónimo. Un secretario de Estado fue beneficiario de dichos planes e informes. Pero yo me reía porque finalmente yo estaba detrás. Ellos se vanagloriaban de las publicaciones que sacaban con sus investigaciones, en realidad no hacían nada, excepto leer.

Luego una editorial oficial hizo una colección acerca de la historia de los caminos de México, para exaltar las políticas públicas en materia de comunicaciones y transportes. Era una casi enciclopedia. Fue un trabajo pesado porque se tuvo que hacer investigación de archivo y en bibliotecas, incluyendo mapotecas y fondos fotográficos. El trabajo duró como dos años, siempre con la advertencia firmada del anonimato. A pesar de ser una editorial, los autores que figuraban eran funcionarios públicos que no se involucraron en nada de la investigación o la escritura. Obvio, yo cobraba cada mes los avances, que eran entregables sin firma ni identificación. Al final quedó una colección de libros bastante aceptable, con profusión de imágenes sobre la historia caminera de México en el periodo moderno y contemporáneo. Luego el coordinador del trabajo figuró como director general en un área de Comunicaciones y Transportes, fue el pago por su gran “aportación intelectual” con el susodicho libro.

Otra ocasión, un partido político me contrató para escribir todo el tema programático en torno a una política pública que se implementaría. Fue un proyecto de investigación, pero también de escritura de todos los documentos relacionados con esa ideología que campeaba en todas partes. Eso implicó mucho trabajo, con oficina especial, equipo de trabajo y mucha redacción de documentos, que recibían autorización semanal de un cuerpo de encargados de los avances. Durante dos años fue un intenso trabajo. Buena paga. Pero, eso sí, como autor anónimo, con contrato especial y todo. No podía revelar absolutamente nada de esas ideas o intenciones partidistas, enlazadas, por supuesto, al gobierno en turno. Se publicaron luego infinidad de documentos sobre el tema, circularon en la militancia con profusión, igual dentro de los funcionarios gubernamentales en todo el país.

Luego vino la escritura de libros conmemorativos de ciertas instituciones universitarias, museos, centros de investigación, editoriales o algunas empresas, cuyos encargados o funcionarios y coordinadores quisieron figurar como autores legítimos por su posición al frente. Yo, mientras me pagaran, pues tenía que trabajar los textos y callar para siempre. En esas épocas, también, se me acercaron unos académicos y algunos tesistas, para que les investigara y escribiera sobre distintos temas de la historia nacional o regional de México. No tenían tiempo para hacer sus artículos o libros o tesis, por lo que me contrataron para hacerlo, obvio, con la promesa casi escrita de no revelar nunca nada al respecto. Los temas eran conexos a lo que yo trabajaba en investigación, así es que me venía bien. Dos académicos y tres tesistas fueron a los que atendí. Algunos tesistas eran  pichicatos, pero les urgía, otros más no me contrataron porque cobraba caro para hacer tesis de licenciatura o maestría. Hubo un par de escritores que recurrieron para que les realizara varios contextos históricos de sus escritos de ficción, que hilvanaron perfectamente. Sus ocupaciones les impedían atender su productividad o avanzar para poder titularse en licenciatura o posgrado.

Ser autor anónimo reporta beneficios en el trabajo, pero también económicamente. La farsa la cometen los que recurren a esos servicios de investigación y escritura, porque fingen que son autores sin serlo. Se supone que las propuestas de los textos son supervisadas por quien contrata, pero muchos no hacen eso, sino que, confiando, pasan como suyos los resultados de investigación o los escritos finales. Mucho tiempo trabajé como autor anónimo. Colaboré también en varias enciclopedias y revistas, cuyos coordinadores o editores no deseaban dar crédito a los autores de los textos, eso sí, pagaban muy bien por esos textos de autores anónimos.

En algunas ocasiones, en un suplemento de un periódico famoso me pedían reseñas de libros cada semana, eran firmadas por el editor, mediante un pago semanal. Este trabajo lo hice durante un par de años, ni siquiera por el pago sino por la práctica de hacer reseñas de libros cada semana. Fue buena experiencia y hasta aprendí mucho. El editor era un escritor que luego fue muy famoso. Le encantaban mis reseñas que publicaba intactas.

Los requisitos fundamentales para ser autor anónimo es saber investigar sobre los temas específicos en un mínimo tiempo; escribir con cierta narrativa impersonal (aunque hay ciertos personajes que prefieren en sentido personal, por ejemplo, en autobiografías o artículos, quizás en informes); no hablar de los mismos temas desde lo personal o profesional aunque coincidan alguna vez; rapidez y buena escritura hecha para no crear sospechas o filtraciones; y, obvio, saber guardar el secreto de la autoría o mencionar siquiera al que contrata en ningún medio. Hay escritos que se hacen anónimamente porque son parte del trabajo. Los jefes luego solicitan lucirse con los escritos de un subordinado, casi siempre pasa en las instituciones o en empresas o, ahora, en la política o en el mundo digital, o en las revistas en papel o electrónicas. Hay equipos que cuentan con escritores anónimos que, mediante una paga, tienen que borrar todo crédito porque así conviene a los intereses.

Infinidad de políticos recurren a los autores anónimos para hacer artículos, informes y libros. Muchos tienen el poder para hacer esta práctica. Unos lucen una productividad impresionante, porque además de atender los asuntos públicos como funcionarios o líderes, publican libros y libros, artículos y artículos, informes e informes. No hay capacidad humana, en muchos de ellos, que puedan combinar sus funciones públicas y privadas con, además, atender la hechura de investigación y escritura y cuidado de ediciones. Es una verdad contundente. Se requieren los servicios de los autores anónimos que, mediante una paga económica o simbólica o de poder, cumplan esa función para personajes encumbrados. También hay académicos e intelectuales que realizan esta práctica por la necesidad de una alta productividad. Muchos de estos requieren de los servicios de investigación y escritura para hilvanar la ficción y ser más rápidos en los resultados. Conozco varios casos en los que yo mismo he colaborado aportando ideas, enfoques, y, obvio, escritos. Trabajé para un académico y funcionario encumbrado que cotidianamente había que hacerle artículos especializados o de divulgación, además de sus talachas académicas como conferencias o dictámenes. Pagaba mediante el sueldo que no salía de su bolsa. Era una relación de conveniencia muy desigual, pero era trabajo. Coincidíamos en temas y actividades, era fácil hacerlo pero muy pesado.

En recientes fechas, un grupo de profesionales ocuparon de mis servicios anónimos para escribir un libro conmemorativo. En cada capítulo debía aparecer como autor uno de ellos. Se tuvo que hacer una investigación partiendo de cero, vaciando los resultados en una forma narrativa y personal. Cada texto tuvo que ser evaluado por cada uno. Una gran mayoría lo aprobó sin el menor interés, por más que aparecería su nombre como autor. La falta de ética pervive en muchos profesionales, incluso en el gremio de los historiadores y cientistas sociales, ya ni se diga en los políticos y funcionarios.

En México, es muy extendida la práctica de la utilización de los servicios de los autores anónimos. En mi trayectoria de casi cuarenta años como historiador y analista he contado con la experiencia continua de ser autor anónimo. Los políticos y funcionarios son los más demandantes de la utilización de estos servicios, siempre con un velo de secrecía infinita. Les siguen los intelectuales y académicos, cuya trayectoria no debe ser manchada por este tipo de servicios personales digamos, pero que lo necesitan porque no tienen tiempo suficiente para enfocarse en la investigación o en la escritura de temas que no son de su interés principal. No tienen tiempo para ir al archivo o a la biblioteca, mucho menos para escribir con unidad lógica y coherencia. Luego continúan aquellas personas que no tienen la habilidad de la investigación o la escritura, y que recurren a los autores anónimos para publicar artículos, autobiografías, biografías, historia de empresas, historia familiar o experiencias personales o sociales. Artistas, empresarios, profesionistas, líderes sociales, periodistas de investigación, casi siempre son los más afectos a que otros hagan sus textos sin crédito, mediante un pago.

Hay dos tipos de autores anónimos, el primero, el que lo hace por obligación por el trabajo o la dependencia de un jefe o grupo que le pide hacer esta práctica desde la investigación hasta la escritura; el segundo, el que lo hace como un servicio y un contrato escrito o ético mediante un pago justo (o posición de poder en una organización) por la investigación o la escritura. La habilidad y la ética se imponen como parte fundamental de un autor anónimo. Es como una prostitución me decía un colega, por la secrecía y el anonimato. Puede ser verdad. Es una práctica común. Ya ven que en las altas esferas se acostumbra ahora, hasta los “autores” reciben grandes regalías por derechos de autor, sin ser los autores.