Agustín de Iturbide y Aramburu nació criollo, noble, rico. El 27 de septiembre de 1783 fue su alumbramiento en Valladolid. María Josefa Aramburu y Carrillo de Figueroa fue su madre. Su padre lo fue José Joaquín de Iturbide y Arregui de origen navarro. Fue el mayor de cinco hijos. Fue bautizado en el templo y convento de San Agustín cuatro días después de nacer. Sus nombres Agustín, Cosme Damián. Tuvo una infancia muy segura, con el futuro garantizado. Su formación académica fue en el Seminario Conciliar de San Pedro. No tuvo vocación sacerdotal, no se le dio la ciencia y tampoco la literatura, aunque destacó en los cursos de gramática latina. Lo suyo fue ser jinete y las labores del campo. Los caballos eran su pasión desde muy chico. Le llegaron a poner el mote de Dragón de fierro. Descubrió también la pasión por las armas. Fue adepto a la disciplina y la obediencia. A los 14 años fue nombrado segundo alférez. En poco tiempo contó con una hoja de servicios envidiable para otros en la carrera militar. En 1800 ya formó parte del Regimiento de Infantería Provincial de Valladolid, vinculado al Conde de Casa Rul. Cinco años después se casó con Ana María Huarte. Tenía 22 años. Con ella tuvo diez hijos. Miembro de las milicias vivió en Jalapa, donde conoció al virrey José de Iturrigaray. Fue ascendido a primer alférez. Luego anduvo en la ciudad de México, centro neurálgico de la Nueva España, arreglando asuntos de propiedades, pero también mezclándose con el medio político de los criollos en pleno momento en que sucedieron los hechos por la autonomía en septiembre de 1808 y que derribaron del poder a Iturrigaray. Se publicó una lista de los que ofrecían sus servicios para el Virrey interino Pedro Garibay. La familia de Iturbide hizo aportaciones de recursos a la causa que apoyaba al rey Fernando VII desde la capital novohispana.
Agustín adquirió la hacienda de San José de Apeo, que se encontraba en la población de Maravatío, que costó 93 mil pesos de aquella época. Se dedicó a cuidar de esa propiedad. La producción y comercialización de sus productos agrícolas, se complementó con el cuidado de los caballos y el ganado. Agustín estuvo involucrado con la Conspiración de Valladolid de finales de 1809. Se dice que le habían hecho ofertas, pero que no estuvo de acuerdo, por lo que se alejó de los conspiradores, de hecho, participó en delatar y que se arrestara a varios. Iturbide era un miembro activo de la élite de criollos de la intendencia.
Ya desde entonces, Agustín era impetuoso y bastante pretencioso, tenía un carácter ambicioso y se quería comer el mundo. Prepotente y mandón, manejaba sus propiedades y comercios, igual contaba con una postura fuerte en el entorno de la familia. Los vínculos con personajes importantes de los españoles y criollos en Valladolid y en la ciudad de México, comenzaron a ser muy importantes. Fuerte y engreído, el futuro era un sendero abierto y prometedor. Las fuentes así lo constatan, igual sus escritos. Tenía claridad de pensamiento porque se refleja en sus escritos y correspondencia. La enseñanza de la gramática y la lectura dieron bases fuertes en su expresión escrita. Ya desde entonces se notaba la claridad de ideas, su religiosidad y su disciplina militar.
En octubre de 1810, Valladolid fue presa de los insurgentes comandados por Miguel Hidalgo. La insurrección fue violenta. Varios personajes y propiedades de españoles y criollos fueron amenazados y atacados, militares fueron apresados, autoridades tuvieron que huir. La familia Iturbide tuvo que escapar ante las acciones y las amenazas. Agustín catalogó entonces a los insurgentes como indios y mestizos que solamente saqueaban, herían y mataban. En San Felipe del Obraje, Agustín se acercó a las cabezas de la rebelión. Miguel Hidalgo le hizo proposiciones para que cambiara de bando. El mismo Agustín escribió que jamás podría apoyar a la insurgencia, porque estaba del lado de su familia y la lealtad al Rey era imposible de modificar. El futuro inmediato lo constataría.
El Virrey Venegas recompuso al ejército realista ante la insurgencia. Ordenó a Iturbide unirse al destacamento de Torcuato Trujillo para atacar a los insurgentes que buscaron atacar la ciudad de México. Parece que Iturbide sabía de las intenciones de Hidalgo, por lo que hizo enterar a Trujillo de ciertos movimientos que buscaban el ataque al centro de Nueva España. Iturbide se unió en Toluca a las fuerzas realistas que habían recibido instrucciones para contener a los insurgentes que se acercaban. El escenario del Monte de las Cruces fue el sitio de la batalla el 30 de octubre. Los realistas tuvieron que retirarse ante la fuerza numérica de los insurgentes, pero bloquearon el camino a la ciudad. Iturbide se desempeñó muy bien en el combate, por lo que Trujillo lo recomendó para ser capitán en el regimiento de Tula que actuaba en la zona de Taxco en el sur. Además, Iturbide tuvo negocios con el ejército realista mediante surtimiento de animales y enseres provenientes de la propiedad de su padre o de él mismo. Hizo reclamos al Virrey a inicios de 1811 al respecto, que le fueron respondidos con agradecimiento por estar en la causa de combate contra los insurrectos. Las batallas se recrudecieron en el sur al frente de José María Morelos. Los realistas tuvieron que sortear varios combates. Iturbide anduvo por ahí.
La insurgencia se vio incrementada en el Bajío luego de que se estableció la Junta Gubernativa comandada por Ignacio López Rayón. Iturbide fue trasladado al mando de Diego García Conde, comandante en la intendencia de Guanajuato. Allí tuvo relación con José María Calleja y Pedro Celestino Negrete, con quienes estrechó lazos de amistad. El combate a la insurgencia fue una prioridad en la región. Primero los realistas reorganizaron a las milicias en la ciudad de Celaya, centro neurálgico de las acciones militares contra los insurgentes y guerrilleros de la zona. Luego instrumentaron acciones de campaña persecutoria y de represión en haciendas, comunidades y poblados. Iturbide fue nombrado al cargo del Regimiento de Celaya. Las persecuciones contra los insurrectos fueron intensivas, utilizando estrategias y tácticas militares con el uso de la fuerza bruta. Iturbide se caracterizó por incorporar la crueldad y la sangría en las persecuciones y aprehensiones de insurgentes y adeptos, incluidas las mujeres y los niños. La gloria vino con la aprehensión y asesinato de Albino García, un líder guerrillero, contrabandista y criminal que logró asolar al Bajío entre 1810 y 1812. Iturbide lo apresó en Valle de Santiago y lo trasladó a Celaya para fusilarlo, junto con unos cabecillas que lo secundaban. El cuerpo del guerrillero fue desmembrado, su cabeza se expuso en Celaya, una mano se envió a Irapuato pero se quedó en Salamanca, y la otra mano se envió a Guanajuato. Las órdenes provinieron de Iturbide, que continuó persiguiendo guerrilleros insurgentes, como a Liceaga en Valle de Santiago. Estaba al mando de más de 400 militares, por lo que sus acciones se recrudecieron por la escapatoria de varios cabecillas. En Celaya, Iturbide era admirado por sus acciones que mantuvieron a esta ciudad libre de ataques de los insurrectos.
De los informes que Iturbide presentaba a la superioridad militar realista o al Virrey, se contabilizaron por esas fechas más de 40 encuentros militares persecutorios. Iturbide despreciaba profundamente a los insurrectos y guerrilleros del Bajío, denominándolos criminales, asesinos, miserables, que merecían el castigo por ser ignorantes. Calleja nombró a Iturbide como coronel encargado del Regimiento de Infantería de Celaya, que en poco tiempo creció y congregó a más de 1, 200 hombres organizados en ocho compañías. Su acción cubrió de Querétaro a Guanajuato. Calleja se convirtió en Virrey a principios de 1813, por lo que Iturbide tuvo cercanía directa con la máxima autoridad de Nueva España. La seguridad se reforzó en el Bajío para ese entonces. Hubo quejas de varios pobladores españoles y criollos, además de clérigos, en contra de Iturbide, que expresaron su crueldad y ciertos negocios sucios con tierras, propiedades y negocios, que llegaron a la vista del Virrey. De hecho, Calleja mandó a investigar al respecto. A pesar de esto, el Virrey nombró comandante en Guanajuato a Iturbide y a García Conde en Valladolid. Ambos mandos se compartirían acciones para perseguir y combatir a la insurgencia. Iturbide también combatió a las huestes de José María Morelos en Valladolid al mando de Ciriaco de Llano, hacia finales de 1813. Se volvió a cubrir de gloria al expresar que Morelos no era invencible, lo había derrotado.
Iturbide pidió al Virrey Calleja que fuera elegido miembro de la Orden Nacional de San Fernando en 1814, creada por las Cortes en España, para que a su vez se hiciera la solicitud a la Regencia. Sus argumentos y justificaciones reflejaron entonces su arrogancia y necesidad de reconocimiento, y que eran la captura y fusilamiento de Albino García en Celaya, la derrota de los insurgentes en Calpulalpan, la reducción del fuerte en el paraje de Liceaga en Yuriria, la captura del fuerte de Zacapu, la batalla en el puente de Salvatierra y el descalabro a los rebeldes de Morelos en Valladolid. Decía que esas acciones se habían dado por la vinculación de Dios y los ejércitos, y que sus servicios habían sido un instrumento que merecía ser reconocido. La distinción no le fue concedida.[1]Se refugió en su cuartel de Irapuato a finales de aquel año, hizo que se manifestaran conmemoraciones por la restauración del Rey español Fernando VII, con repiques de campanas y saludos de artillería en varios pueblos y ciudades de Guanajuato en octubre, como una muestra de su fidelidad al monarca. Por esas fechas, además, anunció medidas para diseminar a la insurgencia y la insurrección, entre ellas, el apresamiento de personas ligadas a los jefes y líderes, mujeres y niños incluidos. Si ya lo hacía en sus acciones, ahora lo puso en el papel. Esto generó protestas y quejas ante las autoridades virreinales, en concreto de un sacerdote de apellido Lebarrieta de la zona de León, que levantó ámpula y dio la ocasión de que varias personas del Bajío hicieran testimonios sobre la crueldad de Iturbide al mando de la milicia realista. A pesar de lo anterior el 25 septiembre de 1815 Iturbide fue nombrado comandante del Ejército del Norte y de las intendencias de Guanajuato y Valladolid, y siguió al mando del Regimiento de Celaya igualmente. Iturbide tuvo el mando de 4 mil hombres y, según sus informes, cuando estuvo al cargo de las fuerzas en la intendencia de Guanajuato había recorrido 5 mil leguas en persecución de insurrectos y guerrilleros. La crueldad de Iturbide continuó siendo una característica en sus acciones contra los rebeldes.
En abril de 1816, Agustín fue requerido por el Virrey Calleja en la ciudad de México. Tuvo que rendir cuentas sobre las quejas que en su contra se habían formulado por multitud de personas. Lo acusaron de todo. Corrupción, crueldad, malos manejos, robo, asesinato, crímenes. Se dijo que poseía propiedades en Querétaro, Guanajuato y, obvio, en Valladolid, que poseía dinero en efectivo que conservaba en algún lugar, más de 300 mil pesos. Iturbide se defendió postulando a la religión, al rey y el logro de la patria. Las tres palestras que defendería en esos años fueron declaradas en sus informes y contestaciones ante tanta acusación que parecían creer las autoridades militares y el mismo Virrey. Calleja solicitó informes adicionales en Guanajuato. Lo incriminaron más. Se decía que Iturbide había destruido a la industria, al comercio, a la producción agrícola y las comunicaciones en su andar por el Bajío. Amplios sectores se quejaron de sus acciones que afectaron al aparato productivo y a multitud de personas. Renunció a su doble cargo y permaneció como comandante del Regimiento de Celaya. Emprendió una justificación muy larga, donde se defendió de los cargos sobre su crueldad con mujeres y niños o con los prisioneros o apresados. Igualmente, defendió su religión y sus deberes como emprendedor de labores productivas adicionales a sus labores como militar. Sus actividades mercantiles fueron justificadas vinculándolas a sus labores mercantiles y agrícolas familiares. Calleja fue reemplazado por Juan Ruiz de Apodaca a finales del tercer trimestre de 1816. En el mes de septiembre se emprendió el cambio de autoridad. El nuevo virrey fue enterado sobre las acusaciones de arbitrariedad, corrupción y crueldad de Iturbide. El Virrey saliente informó a las autoridades españolas sobre las acusaciones contra Iturbide, casi exculpándolo y resaltando su labor como uno de los militares más destacados en la lucha contra la insurgencia. De hecho, las acusaciones continuaron llegando al palacio del Virrey con todo y las justificaciones y defensas. Las autoridades dijeron que las acusaciones eran injustificadas. Apodaca nombró como Comandante del Ejército del Norte a Francisco Orrantia, y en el caso de la Comandancia de Guanajuato fue designado Cristóbal Ordóñez, reemplazando a Iturbide a finales del mes de octubre de 1816.
La arrogancia de Iturbide se expresó en una larga carta que envió al Virrey Apodaca, manifestando que tenía noticias de que la insurgencia había vuelto a expresarse en Guanajuato y Valladolid. Como insinuando que los cambios de comandantes habían ocasionado la falta de control contra la insurgencia de la región, sobre todo en Guanajuato. Justificó que las quejas recibidas habían sido concebidas para impedir que volviera y ante la colusión de sus enemigos. Los rebeldes se estaban apoderando del Bajío, lo que le preocupaba. Expresó su devoción religiosa y el apoyo irrestricto a Fernando VII. De todas formas, quedó separado del servicio. En enero de 1817, su esposa y varios de sus hijos se fueron a residir a la ciudad de México, lo que indicó que Iturbide se quedaría en la capital de Nueva España. Se dedicó a trabajar en sus haciendas y negocios, incluso pidiendo préstamos a ciertos personajes criollos, como Diego Fernández. Quedó desprestigiado militar y políticamente, pero con los contactos y alianzas suficientes para resurgir en algún momento. Consiguió una hacienda cerca de Chalco, para vivir con su familia, donde estuvo hasta 1820 con ciertos problemas financieros. Los problemas en el Bajío afectaron el ánimo de Agustín, que quedó muy afectado emocionalmente por la traición y deslealtad de muchos personajes de varios lugares del Bajío, donde tuvo vínculos muy estrechos y fue muy popular, tanto en el gremio militar como en el religioso.
La estancia en la ciudad de México permitió que Agustín de Iturbide se enamorara de una mujer llamada María Rodríguez y Velasco, que tenía el mote de la Güera Rodríguez. Anduvo de corrillos, fiestas y actividades con ella. Derrochó dinero y prestigio dentro del medio de los criollos. Se expuso públicamente a los chismes de ocasión de la gente famosa de la ciudad. Acusó a su esposa de infidelidad incluso. De todas formas seguía figurando como uno de los militares realistas más prestigiados y reconocidos. Fue cuando se convirtió de “realista sanguinario a ardiente patriota”.[2]Las reuniones de La Profesa a principios de 1820 lo incluyeron para que fuera el que liderara una conspiración para independizar al país. El líder fue Matías Monteagudo, Rector de la Universidad de México, junto con otros clérigos. Pidieron ayuda a Iturbide, dado su desencanto con las autoridades virreinales. Se dice que ese Plan contuvo las ideas que luego vertería el personaje en Iguala, un año después. Muchos dijeron que el Plan de Iguala emergió de las manos del clérigo Antonio Joaquín Pérez, que había sido diputado en las Cortes de 1812. Con todo, hubo variantes importantes en los planteamientos. El Plan fue redactado por Iturbide en Teloloapan, ya que el texto fue dictado a Antonio de Mier.
El 9 de noviembre de 1820, Agustín de Iturbide fue designado por el Virrey como Comandante del Distrito Militar del Sur, que se extendía desde Taxco hasta Acapulco. La intención era combatir a Vicente Guerrero, que se había mantenido en pie de lucha por una década, sin que los realistas hubieran podido con él. La conciliación con Guerrero en torno a la paz, la unión y la religión no fructificó por nada. Iturbide era el indicado para enfrentar a Guerrero. La vuelta a la vida militar reactivó a Iturbide. Solicitó dinero para que su familia se mantuviera en su ausencia. A pesar de que el clima caluroso no era del agrado de Agustín, el reto de enfrentar a Guerrero era una afrenta importante para resurgir, luego de los descalabros del Bajío. Consideraba que la puesta en práctica de la Constitución de 1812 impondría cambios destacados para avanzar en la independencia y la autonomía que se buscaba por años. Iturbide había cambiado de ideales y obraba en consecuencia, ya que estaba disgustado con las autoridades virreinales que no lo exculparon del todo, públicamente, de las acusaciones en su contra en el pasado inmediato. Combatir a Guerrero implicaba participar en la pacificación del sur, como lo hizo en Valladolid y en el Bajío, ahora con 1, 800 hombres a su mando, incluso contando con 500 miembros del Regimiento de Celaya. Sin embargo, las acciones fueron endebles o el bando realista perdió en varias acciones. Además, no contaba con suficientes recursos para mantener al ejército. A inicios de 1821, Iturbide se encontraba enfermo, sin recursos y claramente decepcionado.
Desde diciembre de 1820, Iturbide comenzó a concebir un plan de pacificación, que compartió con varios amigos, entre ellos Pedro Celestino Negrete, Gómez de Navarrete, Manuel Gómez Pedraza, Juan José Espinosa de los Monteros, Domingo Luaces, Anastasio Bustamante, el obispo Cabañas, Pedro José de Fonte, Miguel Bataller. Había escrito papeles que compartió con más personas, esbozando su plan de independencia y el logro de la pacificación tan anhelada. El 18 de febrero escribió al Virrey anunciándole que las fuerzas de Vicente Guerrero habían caído con un número de 1, 200 hombres. Decía que estaba en negociaciones para hablar con el líder insurgente del sur. Se trataba de poner a sus órdenes, decía, a más de 3, 500 personas seguidores de Guerrero. El líder insurgente había contestado a Iturbide el 20 de enero que no perdonaría al gobierno español y que su postura se centraba en “independencia o muerte”. Se dice que hubo una entrevista cara a cara entre Guerrero e Iturbide, ocurrida en Acatempan, pero más bien las negociaciones sobre el Plan de Iturbide empezaron antes por escrito y por medio de emisarios.
El 23 de febrero, en una misiva enviada al Ayuntamiento de Acapulco, Agustín de Iturbide estableció claramente el planteamiento fundamental del Plan de Iguala:
Todas las medidas necesarias han sido tomadas; han sido calculados todos los recursos y los peligros; los intereses de los europeos y mexicanos han sido integrados; opiniones y rivalidades han sido reconciliadas; grandes peligros han sido evitados o proscritos por el plan presentado al Jefe del Reino y al ejército protector denominado de Las Tres Garantías, esto es, la conservación de la Religión Católica Apostólica Romana, sin la tolerancia de ninguna otra fe; la independencia absoluta de México, y la íntima unión de europeos y mexicanos. Este plan está terminado, Dios, la razón y la moral, tanto como la fuerza física están de nuestra parte. Para ustedes sólo queda la tarea de rectificar la opinión pública y controlar cualquier movimiento, por ligero que sea, que individuos sediciosos pudieran incitar. Un extracto del plan acompaña esta carta.[3]
Iturbide devino en un gran conciliador y negociador. Era malvado, pero humilde en concebir un plan que finalmente llevaría a la unidad de las fuerzas que por más de una década buscaban la emancipación. Lo importante era pacificar con unidad de miras. Iturbide fue una personalidad indiscutible del momento. El 24 de febrero de 1821, Iturbide firmó el Plan de Iguala con 23 artículos. Iturbide se desligó de la conspiración de La Profesa y de la opinión de varios personajes, estableciendo con firmeza que él concibió, entendió, publicó y ejecutó dicho Plan, nadie más. Él se convirtió en el gran protagonista de la obra de la independencia. Las ideas de Iturbide eran indudables: “El fin de mi plan es asegurar la subsistencia de la religión santa, que profesamos y hemos jurado conservar; hacer independiente de otra potencia al Imperio de México, conservándolo para el Sr. D. Fernando VII, si se digna establecer su trono en su capital bajo las reglas que especifico y hacer desaparecer la odiosa y funesta rivalidad del provincialismo y hacer, por una sana igualdad, unir los intereses de todos los habitantes de dicho Imperio”.[4]El Virrey montó en cólera, a pesar de que algunos dijeron que había favorecido el Plan. Iturbide quedó como un glorioso libertador desde entonces. Por necesidades militares, Iturbide y sus fuerzas detuvieron un cargamento de plata que se conducía al puerto de Acapulco, era necesario financiar al Plan y su instrumentación costaría dinero. El Virrey reemplazó a Iturbide del mando del Distrito Militar del Sur. Fue acusado entonces de sedicioso. Luego fue ordenado que se intervinieran sus propiedades.
Agustín de Iturbide tenía una personalidad fuerte. Era engreído y constante, necio. Estaba entusiasmado con el Plan de Iguala. Se dedicó a divulgarlo, escribió a mucha gente de la Nueva España y de España. No solamente políticos que abundaban, sino gente rica y de la nobleza. Españoles peninsulares incluidos. Sus argumentos eran muy claros. El Plan daba certeza a la nueva nación, luego de más de una década de lucha. Él era el instrumento, el actor por excelencia, el autor del documento. Todos sus escritos, informes y correspondencia, coincidieron en los principios que enarbolaba el Plan. La propaganda fue amplia en todos los rincones novohispanos y en el extranjero. Justificó su retirada de la causa española. Infinidad de realistas se convirtieron a la causa iturbidista. El ejército de las tres garantías creció de inmediato con insurgentes de distintos lugares. Iturbide pronto se erigió en el Comandante del Ejército Trigarante. Hasta Guadalupe Victoria sugirió que en vez de príncipe español debería elegirse a un monarca novohispano, tendiendo la idea de que Iturbide lo fuera. Los soldados fueron acuartelados, los clérigos se convirtieron en divulgadores de los postulados del Plan. Para agosto de 1821, Iturbide hacía apariciones públicas en la ciudad de México, para arengar a las personas en torno a las bondades indiscutibles de la independencia. Consumó su posición como el gran libertador de México. La persona que había logrado la independencia nacional mediante la conciliación y la unidad.
En junio se dio la noticia en Madrid del viaje del nuevo Capitán General de la Nueva España, Juan O´Donojú. Viajaba con ciertas instrucciones relacionadas con la independencia, que fueron de carácter secreto. Fue instruido al respecto, sobre la postura que debía asumir en torno a la liberación novohispana. En el mes de Julio ya se encontraba en San Juan de Ulúa. Al mes hizo declaraciones sobre el liberalismo y el fin del despotismo. Iturbide envió a dos emisarios para tratar con O´Donojú. Para el 31 de agosto era evidente que la Nueva España se había perdido por la fuerza del Plan de Iguala y por la acción negociadora del libertador Iturbide.
La habilidad de negociación de Iturbide pronto dio frutos. Dio órdenes para que se dieran las facilidades cordiales para que O´Donojú se trasladara a la ciudad de Córdoba, donde se entrevistarían ambos. La cordialidad brilló en el ambiente. La buena fe se dio entre ambos personajes. La intención era desatar entuertos y facilitar varias cuestiones relacionadas con los intereses de la Vieja España y la Nueva España. El 24 de agosto, luego del intercambio de pareceres, se firmaron los Tratados de Córdoba. Se reconoció la independencia, además de un gobierno de monarquía constitucional. Se estableció la invitación a Fernando VII para que aceptara la corona o, en su caso, de los príncipes Carlos, Francisco de Paula o Carlos Luis. Si no hubiera aceptación, entonces el Congreso de México designaría a una persona, que establecería su Corte en la ciudad de México. Se definieron las bases para el gobierno ejecutivo para la conformación de una Junta. El Tratado aprobó el Plan de Iguala, con ciertos cambios, pero enalteciendo la abolición de las distinciones de castas y la preservación de los privilegios clericales. O´Donojú fue incluido dentro de la Junta creada. El Tratado estableció también que se protegería la vida, la libertad y la propiedad de los europeos.
El informe de O´Donojú fue contundente, luego de la celebración de los Tratados de Córdoba:
Todas las provincias de Nueva España habían proclamado su Independencia. Ya sea por la fuerza o en virtud de capitulaciones, todas las fortificaciones habían abierto sus fuerzas a los campeones de la Libertad. Ellos tenían una fuerza de 30 mil soldados de todas las armas, organizada y disciplinada, una ciudadanía armada entre la que las ideas liberales habían sido efectivamente diseminadas, soldados que recordaban las debilidades (a las que ellos le daban otro nombre) de sus antiguos gobiernos. Éste ejército estaba dirigido por hombres de talento y carácter. A la cabeza de éstas fuerzas estaba un comandante que sabía cómo darles inspiración y cómo obtener su favor y su amor. Este comandante siempre las había conducido a la victoria. Tenía de su lado todo ese prestigio que se otorga a los héroes.[5]
Para Iturbide, con el Tratado se había puesto un fin definitivo a la colonia. El comandante Iturbide escribió al Obispo de Puebla con gran claridad:
Participad del gozo que me embarga porque acabamos de dar el toque final al enorme trabajo que emprendí para el bienestar y la felicidad de mi país. Su excelencia, el Señor O´Donojú, un hombre de cultura, con una franca disposición y maneras delicadas, animado por ideas de libertad y amor por sus semejantes, ha estado de acuerdo conmigo en que la guerra y sus males deben terminar completamente. En general, él ha adoptado el plan que proclamé y que juré respaldar en Iguala. Se están enviado órdenes al Señor Novella al efecto de que arregle la capitulación de la Ciudad de México de una manera similar a aquélla en la cual se han rendido otras ciudades. Esta capitulación dejaría, como en otros casos, a todo mundo en completa libertad de moverse a donde guste permanecer entre un pueblo que se ha liberado de una manera que no tiene precedentes en la historia de las naciones… Felicitémonos por tan buena fortuna y confesemos, a pesar de lo mal que pudiera parecer a los filósofos e incrédulos, que ni la suerte ni el curso regular de los acontecimientos, sino la mano de la Providencia cuyos designios no pueden obstruirse sin malicia o confundirse sin erros, nos ha conducido hacia este punto.[6]
Iturbide se cubrió de gloria. Tomó las riendas del gobierno. Como Comandante del Ejército Trigarante dio instrucciones para su entrada triunfal a la ciudad de México. Anunció que se instalaría una Junta Legislativa y la Regencia. Organizó al clero de la ciudad de México para la ocasión, igualmente a las milicias a su mando. El 27 de septiembre fue significativo para el nuevo país y para su libertador. Era el cumpleaños número 38 de Iturbide. 15 mil soldados hicieron su entrada a la ciudad, comandadas por el cumpleañero. O´Donojú esperó en el Palacio de los Virreyes la llegada de Iturbide, que pasó revista a los miembros del gran ejército. Luego Iturbide fue a la Catedral al Te-Deum, para luego volver al banquete en Palacio. El Cabildo de la ciudad asistió, uno de los regidores exclamó: “!Vivan por don celestial clemencia, la Religión, la Unión, la Independencia!”.[7]
Un testigo presencial de la entrada del ejército trigarante en la ciudad de México escribió:
- Hacía un sol muy hermoso, era un día claro, brillante, limpio; parecía que los cielos y la tierra estaban tan alegres como nuestros corazones. Y era natural, todos teníamos fe en Iturbide y en el porvenir. No había todavía desengaños, ni tristezas, ni odios; ¡Ah! ¡Qué hermoso, qué hermoso día 27!...[8]
El 28 de septiembre en Palacio se firmó el Acta de la Independencia:
La Nación Mexicana que, por trescientos años, ni ha tenido voluntad propia, ni libre el uso de la voz, sale hoy de la opresión en que ha vivido.
Los heroicos esfuerzos de sus hijos han sido coronados, y está consumada la empresa, eternamente memorable, que un genio superior a toda admiración y elogio, amor y gloria de su Patria, principió en Iguala, prosiguió y llevó al cabo, arrollando obstáculos casi insuperables.
Restituida, pues, esta parte del Septentrión al ejercicio de cuantos derechos le concedió el Autor de la Naturaleza, y reconocen por inenagenables y sagrados las naciones cultas de la tierra; en libertad de constituirse del modo que más convenga a su felicidad; y con representantes que puedan manifestar su voluntad y sus designios; comienza a hacer uso de tan preciosos dones, y declara solemnemente, por medio de la Junta Suprema del Imperio, que es Nación Soberana, e independiente de la antigua España, con quien, en lo sucesivo, no mantendrá otra unión que la de una amistad estrecha, en los términos que prescribieren los tratados: que entablará relaciones amistosas con las demás potencias ejecutando, respecto de ellas, cuantos actos pueden y están en posesión de ejecutar las otras naciones soberanas: que va a constituirse, con arreglo a las bases que en el Plan de Iguala y tratado de Córdoba estableció, sabiamente, el primer Jefe del Ejército Imperial de las Tres Garantías; y en fin que sostendrá, a todo trance, y con el sacrificio de los haberes y vidas de sus individuos, (si fuere necesario) esta solemne declaración, hecha en la capital del Imperio a veinte y ocho de setiembre del año de mil ochocientos veinte y uno, primero de la Independencia Mexicana.
Agustín de Iturbide.– Antonio, obispo de la Puebla.– Juan O’Donojú.– Manuel de la Bárcena.– Matías Monteagudo.– José Yáñez.– Lic. Juan Francisco de Azcarate.– Juan José Espinosa de los Monteros.– José María Fagoaga.– José Miguel Guridi Alcocer.– El marqués de Salvatierra.– El conde de Casa de Heras Soto.– Juan Bautista Lobo.– Francisco Manuel Sánchez de Tagle.– Antonio de Gama y Córdoba.– José Manuel Sartorio.– Manuel Velázquez de León.– Manuel Montes Argüelles.– Manuel de la Sota Riva.– El marqués de San Juan de Rayas.– José Ignacio García Illueca.– José María de Bustamante.– José María Cervantes y Velasco.– Juan Cervantes y Padilla.– José Manuel Velázquez de la Cadena.– Juan de Horbegoso.– Nicolás Campero.– El conde de Jala y de Regla.– José María de Echevers y Valdivielso.– Manuel Martínez Mansilla.– Juan Bautista Raz y Guzmán.– José María de Jáuregui.– José Rafael Suárez Pereda.– Anastasio Bustamante.– Isidro Ignacio de Icaza.– Juan José Espinosa de los Monteros, vocal secretario.
La independencia se había logrado, con el protagonismo de Iturbide. Se integró la Junta con 38 hombres decididos por el libertador, todos notables, todos poderosos. Esta Junta decidiría las cuestiones ejecutivas del nuevo gobierno, pero se integró la Regencia, con cinco miembros, cuya labor ejecutiva era importante con la conducción del mismo Iturbide. La integraron Manuel de la Bárcena, Isidro Yáñez, Manuel Velásquez de León, el mismo Iturbide y el obispo de Puebla como suplente. Iturbide fue nombrado Comandante en Jefe Militar y Naval de México. El nuevo jefe del Estado informó a O´Donojú que sus funciones en México habían cesado. O´Donojú estaba enfermo y falleció unos días después, se enterró el día 10 de octubre en la Catedral de México, con los homenajes del caso. El liderazgo de Iturbide fue indiscutible. Pronto ordenó que los habitantes debían jurar la independencia en todo el territorio.[9]
Iturbide firmó un manifiesto, donde exaltó su figura en primera persona. Dijo que se había logrado la libertad sin derramamiento de sangre, sin campos talados, sin viudas ni huérfanos. Clara alusión a tiempos pasados donde se le acusaba de esto. Una frase importante fue: “Ya sabéis el modo de ser libres; á vosotros toca señalar el de ser felices… Yo os exhorto á que olvidéis las palabras alarmantes y de exterminio, y sólo pronunciéis unión y amistad íntima… y si mis trabajos, tan debidos a la Patria, los suponéis dignos de recompensa, concededme sólo vuestra sumisión á las leyes, dejad que vuelva al seno de mi amada familia, y de tiempo en tiempo haced una memoria de vuestro amigo Iturbide”.[10]En realidad necesitaba reconocimiento y aclamación, los hechos inmediatos lo constatarían.
Iturbide influyó en la conformación del Congreso, así como en las disposiciones territoriales y en la estructura gubernamental. Promovió que se le diera el título de “alteza”. Reformó y reestructuró al ejército. Estableció lazos con otros países y libertadores, además dispuso medidas con el tema de Centroamérica. Hizo que el Congreso dispusiera medidas para reconocer la labor que había realizado hasta entonces, no solamente con recursos financieros sino con propiedades, terrenos y haciendas. Ante el rechazo en España del Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba, Iturbide buscó entonces considerar la designación de un monarca mexicano.
El Congreso se había instalado en Palacio el 24 de febrero de 1822 con cien miembros provenientes de las provincias. Juraron ante la Junta y la Regencia, pero principalmente ante Iturbide para mantener la independencia. Iturbide les dijo que SU plan de independencia consideraba la defensa de la religión, la unidad por sobre todas las cosas y la creación de las bases legales para defender y mantener la independencia frente a las fuerzas extranjeras. Justicia y razón de la libertad había que cuidarlas en la creación de las leyes y disposiciones. Los diputados juraron fidelidad al gran líder. Ya desde allí había diferencias de opinión. El Congreso estableció como días oficiales de conmemoración el 24 de febrero, el 2 de marzo, el 16 de septiembre y el 27 de septiembre, que serían las fiestas oficiales del nuevo país.
En mayo de 1822, unos miembros del Regimiento de Celaya proclamaron a Iturbide como Agustín I en las calles de la ciudad de México. La aclamación pública, obviamente preparada, justo cuando se discutía en el Congreso el retiro del libertador a la vida privada, fue otra estrategia más de la habilidad del personaje. Hubo una carta de los regimientos de caballería e infantería donde prácticamente pedían que fuera el emperador de México. Esto sucedió el 18 de mayo. Al día siguiente, un manifiesto fue leído en el Congreso. Se reunieron los diputados, que en número de 67 aprobaron que Iturbide fuera proclamado como Emperador, luego de que al medio día él mismo se reuniera con ellos. El quórum no se cumplió, de 102 diputados asistieron 87, de los que aprobaron fueron 67. Pero con todo, la habilidad y las malas mañas políticas permitieron que Iturbide fuera declarado Emperador de México. El día 21 de mayo, Iturbide presentó juramento de la designación, el colmo del descaro sin duda. Dos días después el Congreso determinó que el nuevo Emperador fuera designado como “Agustín, por la Divina Providencia y por el Congreso de la Nación, Primer Emperador Constitucional de México”, y firmaría en adelante como “Agustín”. Se aprobaron una serie de gastos del presupuesto para toda la parafernalia del naciente Imperio de Iturbide, igual para la ceremonia de Coronación.
El 21 de julio de 1822, Agustín de Iturbide fue entronizado en una ceremonia celebrada en la Catedral de México como el primer Emperador de México. El arzobispo Fonte no pudo celebrar el acto porque no fue autorizado por el Vaticano. El obispo Cabañas y el presidente del Congreso, Rafael Mangino, fueron los encargados de coronar al Emperador que, a su vez, colocó la tiara a su esposa. El nuevo monarca a la mexicana declaró “Conservaré la religión, la independencia y la unión de los mexicanos, y fiel a mis juramentos, preservaré también la libertad pública y marcharé firmemente a través del camino señalado en la Constitución”.[11]Varias crónicas resaltaron que Iturbide era gallardo, con buena figura, actitud ágil y firme. Su cabello castaño rodeaba una cara ovalada, que resaltaba su actitud reinante y aristocrática. Sus modales eran finos y firmes. Otros destacaron que tenía una personalidad astuta, cautelosa y reservada, pero también grosera y altanera. Decían que además era promiscuo en lo privado. Con todo, era un Emperador joven y con liderazgo a toda prueba. Tenía bien aprendido su discurso e imponía sus ideas. Unos decían que era malvado, otros brillante, unos más preparado y fuerte. Mandó a reacondicionar el Palacio de los Virreyes, mientras, vivió en una mansión que se denominó como el Palacio de la Moncada. La hacienda pública se vio debilitada por los gastos de la experiencia imperial, al punto que se tuvieron que solicitar préstamos por distintas vías. El mareo de gloria, esplendor y poder costó muy caro en el nacimiento de la nación.[12]
El ecuatoriano Vicente Rocafuerte, escritor y diplomático, publicó un ensayo en Estados Unidos en 1822, donde habló muy mal del nuevo emperador mexicano: “Sanguinario, ambicioso, hipócrita, soberbio, orgulloso, falso, ejecutor de sus hermanos, perjuro, traidor a todos los partidos, acostumbrado a la intriga, a la prostitución, al robo, a la iniquidad, nunca ha experimentado un sentimiento generoso. Ignorante y fanático no sabe ni siquiera lo que significa Patria o la religión…!Oh, mexicanos! ¿Qué no hay un curso secreto de ira en el cielo, una flecha de ira que con implacable furia destruya al mal hombre que erige su propia fortuna sobre las ruinas de su País?”.[13]Otro personaje que habló muy mal de Iturbide fue el estadounidense Joel R. Poinsett, que lo calificó como oportunista y usurpador, arbitrario y tirano, además de prepotente y antipático.[14]
Los problemas del Emperador con el Congreso representaron un conflicto que fue creciendo y creciendo. Las conspiraciones contra el Imperio fueron incrementándose. Prácticamente desde el comienzo del reinado de Iturbide, la efervescencia y la oposición fueron acumulándose desde el ámbito del Congreso, las provincias y entes extranjeros o provenientes de intereses económicos fuertes. Hubo hasta encarcelaciones de algunos diputados prominentes. Los liberales y republicanos fueron creando una atmósfera opositora en los corrillos de la vida política contra el Emperador y su Imperio. Las críticas estuvieron a peso, sin que Iturbide pudiera contenerlas. El 31 de octubre, el monarca disolvió al Congreso, dando instrucciones inmediatas para la designación de otra legislatura donde los miembros serían designados por el Emperador directamente. Se estableció una Junta Instituyente para eso. Hubo otros problemas como el rechazo de las Cortes españolas al Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba. Con esto, un grupo de españoles intentaría retener México desde San Juan de Ulúa y Veracruz desde finales de 1822. El Emperador estuvo al tanto dando instrucciones a Antonio López de Santa Anna, que no pudo mantener el control de la zona con los españoles en Ulúa. Varios focos se encendieron en el país, en el sur y el oriente había movimientos de rebelión. Vicente Guerrero renunció al Imperio, junto con otros prominentes ex insurgentes. Varios planes y proclamas se expresaron. Hasta febrero de 1823, Iturbide se dio cuenta de la gravedad de la situación contraria a su liderazgo imperial.
Para el mes de marzo, se comenzó a negociar la abdicación de Agustín I al trono mexicano. Las negociaciones con el nuevo Congreso así lo constataron. Iturbide había admitido que su presencia como líder de México había ocasionado la discordia y el enfrentamiento. Meses después escribió:
Resigné mi autoridad porque ya estaba libre de obligaciones que me forzaron a aceptar de mala gana la corona. México no necesitaba mis servicios contra enemigos extranjeros, pues entonces no tenía ninguno. Respecto de los enemigos internos, mi presencia en vez de ser ayuda hubiera dañado a la nación, porque podría ser empleada como pretexto para acusar que la guerra había sido movida por causa de mi ambición… Yo no abandoné el poder por miedo a mis enemigos: los conocía a todos y qué podían hacer: Tampoco actué porque hubiera disminuido la estima que el pueblo me tenía y mi popularidad, o porque me hubiera perdido el afecto de los soldados. Bien sabía que a mi llamado la mayoría de las tropas reunirían a los hombres valientes que todavía estaban conmigo y que los pocos que no lo hicieran, seguirían el ejemplo de aquellos en la primera batalla o serían derrotados.[15]
El 22 de marzo se despidió de los diputados del Congreso. El 30 de marzo partió de Tacubaya hacia Tulancingo, cercado por las tropas de Nicolás Bravo. Éste último, junto con Guadalupe Victoria y Pedro Negrete se harían cargo del poder ejecutivo, de acuerdo con el Congreso. Una comisión del Congreso elaboró el Acta de Abdicación con varios decretos, uno de los cuales recomendó la salida del país del libertador de manera inmediata. Con un séquito de 30 o 35 personas, Iturbide zarpó de México el 11 de mayo de 1823, con destino a Liorna en Italia. Tuvo que hacer cuarentena dado que provenía del puerto de Veracruz, azotado por la fiebre amarilla. En su correspondencia se lamentó de haber sido tratado como prisionero, así como las condiciones lamentables en que había dejado familia en México y mucho más el destino de sus descendientes fuera el país. Las penalidades se cubrieron con sus relaciones con personas vinculadas a ciertas monarquías o a intereses financieros. Para diciembre de 1823 ya se encontraba en Inglaterra. Iturbide buscó protección, financiamiento y elaboró un plan para terminar con su destierro y reconquistar México. Su dignidad y orgullo se mantuvieron como el libertador de la nación mexicana.
El 11 de mayo emprendió su retorno a México desde Southampton en el barco Spring. Miembros de su familia y otros lo acompañaron. Había obtenido financiamiento para el retorno. Negocios mercantiles con plata y las joyas de la familia favorecieron el regreso. México no era el mismo. Los resabios del Imperio se habían borrado con el establecimiento que instruía el Acta Constitutiva de la Federación Mexicana que se dio el 31 de enero de 1824. Había un rechazo generalizado a la presencia de Iturbide en el país. Solamente los monárquicos, el clero y algunos miembros del ejército lo consideraban positivamente. Iturbide se entercó en luchar por el mantenimiento de la libertad y la independencia de México. Se oponía a la anarquía y el desorden, pero por sobre todo a retornar al derramamiento de sangre que había caracterizado al periodo anterior a 1821. El 8 de junio de ese año manifestó: “Vengo no como el emperador sino sólo como un soldado y un mexicano… Vengo como la persona más interesada en la preservación de vuestra independencia y libertad. Vengo impelido por el respeto que debo a la nación en general, sin ningún recuerdo de las calumnias atroces con las que mis enemigos o los enemigos de mi patria desearon ennegrecer mi nombre. Mi único objeto es contribuir con mi voz y mi espada a apoyar la libertad y la independencia de México”.[16]
Iturbide fue considerado traidor a la patria. El 28 de abril se había dado un decreto del Congreso que estableció que por ningún pretexto debía pisar suelo mexicano, porque de lo contrario sería condenado a muerte, así como a los que le ayudaren o apoyaran serían traidores y tratados en consecuencia. Iturbide desembarcó de regreso el 17 de julio en Soto la Marina. Fue informado de que había sido proscrito y por ende apresado y llevado ante la legislatura de Tamaulipas que sesionaba en Padilla. El 18 de julio se decidió condenar a muerte al detenido, acusado de traidor a la patria y se ordenó ejecutar la sentencia de inmediato. No valieron explicaciones o argumentaciones que el mismo Iturbide escribió. El 19 de julio de 1824, a los 41 años, Agustín de Iturbide fue ejecutado. Al día siguiente fue amortajado y sepultado en el cementerio de la parroquia de Padilla. El libertador, el héroe o el villano de la historia de la consumación de la independencia mexicana había muerto fusilado y condenado. Su familia fue considerada para recibir pensión y otros bienes como recompensa culpable de los poderosos que quedaron a cargo del gobierno o del Congreso. Hasta 1838 sus restos fueron trasladados a la Catedral de la ciudad de México. Los liberales se encargaron de que su sepulcro fuera una perpetuidad en la historia de la patria mexicana. El libertador malvado y patriota ha permanecido marginado y ninguneado en la historia nacional hasta el presente. Era hora de reconocerlo y revalorarlo, pero el juicio y la sentencia han sido perpetuos.
14 años después del fusilamiento Agustín de Iturbide, sus restos fueron colocados en la Capilla de San Felipe de Jesús en la Catedral de la ciudad de México. Quedó esta inscripción:
AGUSTIN ITURBIDE
Autor de la Independencia Mexicana.
COMPATRIOTA, LLORALO
Pasajero, Admíralo.
Este Monumento guarda las cenizas de un héroe.
SU ALMA DESCANSA EN EL SENO DE DIOS.
***
Para concluir repetiremos las palabras que el autor de un pequeño libro de Historia Patria, termina el doloroso relato de la muerte de Iturbide:
“UNA GENERACIÓN MAGNANIMA DECLARARA QUE ESE DÍA ES DE LUTO NACIONAL, COMO REPARACIÓN DE UN CRIMEN.”
Este relato fiel del acto de justicia llevado en aquél entonces á la práctica, por el Gobierno Nacional, lo hemos tomado en parte de una descripción hecha por don Carlos María de Bustamante, testigo presencial de los hechos. De él es también la inscripción que tiene la caja de los restos, y que hemos copiado textualmente, leyéndola cada año que nos reunimos allí varios amigos para oír las Misas celebradas por su alma. ¡Quiera Dios que la hora de la verdadera justicia suene, y don Agustín de Iturbide ocupe el lugar que le corresponde como al “AUTOR DE LA INDEPENDENCIA MEXICANA”.[17]
Ni después de dos siglos, se ha logrado el reconocimiento al libertador mexicano. Los prejuicios y la parcialidad de la historia maniquea y oficial, manipuladora y maquillada, ha impedido ser imparciales en reconocer la trayectoria y la vida de Agustín de Iturbide, un patriota mexicano de destacadas luces que sí merece ser reconocido como un gran protagonista de la historia nacional, con matices por supuesto, con equilibrio de interpretación, pero con justicia histórica.
[1]La correspondencia de Iturbide en informes, cartas y peticiones está bien trabajada en la biografía que emprendió William Spence Robertson, Iturbide de México, México, FCE, 2012, p. 69, 70. Esta biografía fue elaborada originalmente en 1952 publicada en Duke University Press. Sobre algunos pasajes de Iturbide hasta el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba ver Guadalupe Jiménez Codinach, México su tiempo de nacer, 1750-1821, México, Fomento Cultural Banamex, 1997, p. 228 y s.s. Una biografía general y sintética del personaje fue realizada por Jaime del Arenal Fenochio, Agustín de Iturbide, México, Planeta DeAgostoni, 2002, (Grandes protagonistas de la historia mexicana).
[2]Ibidem, p. 95.
[3]Documento citado por Ibidem, p. 120, 121.
[4]Ibidem, p. 123.
[5]Ibidem, p. 174.
[6]Ibidem, p. 185, 186.
[7]Ibidem, p. 200. Ese día fue una jornada destacadísima para México y para la ciudad capital. El acontecimiento fue narrado por Domingo Revilla en 1843, con magistral narrativa. “El 27 de septiembre de 1821”, en Episodios históricos de la guerra de independencia, relatados por Lucas Alamán, J.M. Lafragua, Manuel Payno, Guillermo Prieto y otros…, México, Imprenta de “El Tiempo” de Victoriano Agüeros, 1910, tomo II, p. 108.
[8]Juan de Dios Peza, “Entrada del ejército trigarante a México”, en Episodios históricos…, ibídem, p. 302.
[9]El historiador Jaime Olveda ha compilado los sermones, discursos y artículos de prensa aparecidos durante el siglo XIX sobre la consumación de la independencia, destacando el tomo III sobre Agustín de Iturbide. Esta obra magistral da cuenta de la historia y las interpretaciones de la consumación y su personaje central. Jaime Olveda, La consumación de la independencia, 3 tomos, México, El Colegio de Jalisco, Siglo XXI editores, 2021. Tomo I, sermones y discursos patrióticos; Tomo II, los significados del 27 de septiembre de 1821; tomo III, Iturbide, el libertador de México.
[10]William Spencer Robertson, op. cit., p. 200, 201.
[11]Ibidem, p. 268.
[12]Sobre el Imperio de Iturbide ver Timothy E. Anna, El imperio de Iturbide, México, Alianza Editorial, CONACULTA, 1991, (Colección los Noventa, 70).
[13]Citado en William Spencer Robertson, op. cit., p. 275.
[14]Imágenes de Iturbide se reproducen en Guadalupe Jiménez Codinach, op. cit., p. 231 y s.s.
[15]William Spence Robertson, op. cit., p. 344.
[16]Ibidem, p. 400.
[17]Esta inscripción se encuentra reproducida en Episodios históricos…, op. cit., p. 299.