julio 18, 2021

La enseñanza de la historia en México



Enseñar historia ha sido una gran hazaña en México. Por lo menos desde el siglo XIX, la enseñanza de la historia se ha conformado en una rama teórica, metodológica y técnica de la disciplina. En Europa fue materia de atención por parte de los historiadores dedicados a la filosofía de la historia o a la didáctica histórica. Varios países reflexionaron sobre los contenidos y las formas de enseñar el pasado. Alemania, Inglaterra, Francia, España, fueron los primeros países en emprender una reflexión sobre los porqués, para qués y cómos de la historia y su aprendizaje, tanto en los niveles primarios, secundarios, medios o superiores de los sistemas educativos. Luego Estados Unidos hizo lo propio. En Latinoamérica la preocupación fue hasta la tercera década del siglo XX.

Los enlaces entre historias nacionales y la historia universal representaron también materia de atención de las reflexiones de los historiadores, principalmente mediados en el tema de los nacionalismos, el patrioterismo, el civismo, el oficialismo y la función de la educación oficial formadora de los ciudadanos. Los gobiernos se comenzaron a ocupar del tema de la historia y su enseñanza bien entrada la centuria del XX. Los sistemas educativos intervinieron en la configuración de las formas en que se enseñaba la historia y en función de que los ciudadanos aprendieran la cronología justificadora del momento presente. Se continuó con la enseñanza de datos, personajes, batallas, lugares, bibliografías y objetos de estudio planos o estáticos. No había crítica o interpretación que dieran entusiasmo a los escolapios y mucho menos a los profesores, en su inmensa mayoría. Desde entonces, historia y pedagogía se unieron en las disposiciones o reformas educativas para enseñar con memorización y enfoques que exaltaron los acontecimientos por sobre todo. Se fue utilizando la historia manipulada a partir del momento histórico oficial. Para esto sirvieron los libros de texto y los manuales, que los profesores seguían con devoción, como una “biblia” de la cual no se podían apartar. Prácticamente en todos los países de América Latina era lo mismo, década a década. 

Ya en 1891, el gran historiador español Rafael Altamira y Crevea, exiliado en México entre 1946 y 1951, afirmaba:

 

El fin de la enseñanza no es más que la formación de conocimientos relativos á un cierto orden de realidad, con la mayor certeza posible: ya se procure esto de un modo actual en el alumno, ya en forma potencial, que diríamos, preparando y educando á éste en el sentido de aquélla, para que pueda por sí alcanzar el conocimiento científico en cualquier momento de la vida en que le sea preciso. La averiguación de si se obtiene (ó al menos se persigue con acierto) este fin en la manera actual de enseñar la historia, equivale al planteamiento del problema de su Metodología.[1]

 

La enseñanza de la historia implicaba desde entonces un problema de método, no de teorías o técnicas. La influencia de la llamada pedagogía se fue enlazando afectando las formas y sus intenciones. Historia y geografía padecían de los mismos males. La historia se concibió como poco dinámica, más bien estática. El historicismo o el positivismo atraparon al pasado en una cueva oscura y lineal, en mucho su enseñanza nubló cualquier posibilidad de creatividad o interpretación o crítica. 

El quehacer de la enseñanza histórica iba mucho más allá porque era una forma donde debían de confluir los profesores y los estudiantes, en un juego dialéctico y dinámico mucho más enriquecedor. Esto servía para la lectura, la investigación, la crítica, la interpretación, la divulgación. Era, desde entonces, una metodología, cuyo enlace favorecía siempre la mejor forma de aprender fuera de los datos, los nombres, las fechas, los sitios, las batallas y hazañas o las epopeyas desvinculadas de sus contextos. Esta metodología se basaba en la forma en que la enseñanza de la historia se emprendía en España a finales del siglo decimonónico, muy parecida a la que se llevaba en los países latinoamericanos, y se supone más avanzada por el contexto europeo. Su evaluación y crítica es muy vigente ahora:

 

El procedimiento que de ordinario se sigue es el de conferencias en que el profesor relata, durante la hora é hora y cuarto de clase, los hechos que juzga de interés en cada periodo ó asunto. Unas veces, la conferencia es mera repetición de un Manualque se designa como libro de texto; otras (las más, aunque no siempre por motivos científicos), se prescinde de él y se obliga á los alumnos á tomar notas durante toda la clase: lo cual supone un trabajo penoso, escasamente útil y que, por añadidura, será el único que pongas ellos en la obra de su educación historiográfica. Así nos han enseñado, y así se enseña aún en casi todos nuestros Institutos y Universidades.

En uno y otro caso, ya deba estudiarse el libro de texto ó las notas de clase, la resultante es una instrucción mecánica, en que se da todo el trabajo en forma de resultados, se obliga al alumno á que aprenda de memoria hechos cuya verdad descansa en la palabra del profesor ó del autor, y no se procura despertar en él la facultad crítica, ni el problema de los orígenes y modo de formación de aquellos conocimientos, ni intuición real del objeto.

Dada en esta forma, la enseñanza cae de lleno bajo el criterio de las censuras que ha merecido, en general, el método mecánico, memorista y de pura abstracción. No hemos de repetirlas, porque son bien sabidas de todos; pero sí conviene acentuar la gravedad de algunos de los peligros que encierra ese método, tocante á la enseñanza de la historia.[2]

 

A nivel global, parece que no se ha avanzado en el tema de la enseñanza de la historia, ya que esa crítica se formuló hace 130 años. Sigue vigente. A pesar de los avances y logros de la enseñanza de la historia, en realidad sigue pasando lo mismo. Su metodología en la realidad sigue estancada en el plano de la práctica en el aula. La historia y la pedagogía han ido, paralelamente, reflexionando o anotando la confluencia de la educación histórica en todos los niveles educativos. La metodología o la técnica de enseñanza han evolucionado para caer, permanentemente, en lo mismo, la falta de interés y entusiasmo por el pasado en el presente de cada nación. En el caso mexicano ha sido un pasmo el tema.

En las últimas décadas, varios historiadores se han dedicado con ahínco a evaluar el estado de la cuestión sobre el tema de la enseñanza de la historia en México, tanto en los niveles de la primaria y la secundaria, como en el bachillerato y en la escala superior. La evaluación es casi siempre lo mismo. La materia de historia se imparte a partir de datos, nombres, memorización, fechas, lugares, batallas, gobiernos, presidentes, gobernadores, héroes, nacionalismo, patrioterismo, la identidad y el civismo. Además, se enseña la historia con mentiras, elucubraciones, mitos, leyendas y maniqueísmos o maquillajes. La idea tergiversada de la historia viene desde el siglo XIX lamentablemente. Los gobiernos han impuesto este tipo de enseñanza, tanto en el periodo decimonónico, como en el porfiriato, la revolución, la posrevolución y en la etapa contemporánea. Las sucesivas reformas educativas oficiales han impuesto este criterio, aún en la actualidad. Se han dado debates en varios momentos en las últimas tres décadas, sin que se haya modificado un ápice la concepción de la historia nacional en la sociedad en general. El debate por la historia se ha involucrado con la política y la confrontación no ha permitido cambiar las formas y resultados de la enseñanza de la historia en todos los niveles educativos. 

La educación oficial y privada, por lo menos en México, contempla libros de texto, manuales pedagógicos, visita a museos, lecturas, viajes, recursos documentales, mapas, bibliotecas y un largo etcétera. Sin embargo, la historia se sigue centrando en libros de texto aburridos, que contienen narrativas accesibles, imágenes o mapas o didácticas de autoevaluación que no son atrayentes, mucho menos que inspiren creatividad, crítica o interpretación. No hay un sentido de la crítica o de pensar históricamente o de análisis de fuentes para la interpretación individual o grupal. Ni los maestros son capaces de hacer estos procedimientos, porque su formación crítica y problemática se los impide. Hay maestros que no leen y no investigan, mucho menos escriben, con lo cual la interacción con los estudiantes se restringe a un libro de texto. El aprendizaje memorístico sigue campeando en la enseñanza de la historia en todos los niveles. Si no te formas o especializas como historiador, lamentablemente no te interesa o entusiasma saber sobre tu pasado. Le pasa a una inmensidad de ciudadanos. Los autodidactas estudian por interés y atracción, los ciudadanos comunes no muestran ningún interés, por el contrario, manifiestan que la historia es muy aburrida y no les interesa, no saben ni quieren saber sobre su pasado. Mucha gente confunde personajes o periodos históricos, una gran parte no retiene ni los datos de la historia cívica o de efeméride, justamente, por la mala formación y la mala enseñanza o divulgación de la historia. 

En las últimas dos décadas hay mucha gente que prefiere aprender mediante la divulgación histórica, son consumidores de telenovelas, documentales, piezas digitales, programas de radio, imágenes o museos y el mundo virtual. Ha sido un techo de oportunidad pero no de crítica o interpretación desde las aulas de todos los niveles. Para trabajos de historia no se recurre a las fuentes o la crítica o la interpretación, sino a plagiar o ver historia desde la esfera digital. Las clases son aburridas, hasta en el nivel superior. La novela histórica o las películas de tema histórico son populares en un sector de la población, no para el ciudadano de a pie, sobre todo si hay sangre, muerte, sexo o sentimentalismo, no historia de verdad. Desde la primaria o la secundaria no recibieron la enseñanza en historia que les favorezca el interés o el entusiasmo. 

La enseñanza de la historia ha ido evolucionando en el tiempo con propuestas pedagógicas y formas de impartición en todos los niveles escolares. Un primer periodo fue entre 1821 y 1860, otro de 1860 a 1920, uno más de 1930 a 1960 y el último de 1960 a 2014. La enseñanza del pasado estuvo involucrada en los procesos de construcción, inserción, institucionalización y de polémica o debate. En cada periodo, la enseñanza de la historia ha ido de paso como obligatoria, institucional, curricular o de interés oficial. La forma en que se ha impartido en cada periodo dependió de cada momento, siempre justificando o legitimando, casi nunca profesionalizando o especializando por el bien de la disciplina o del conocimiento general de los ciudadanos. Sesudos intelectuales abundaron anotando reformas y virtudes a futuro, sin lograr en la realidad incidir en la enseñanza histórica.[3]

En ningún periodo, la enseñanza de la historia ha podido estar fuera del sentido de oficialidad que la ha convertido en un obstáculo para prestigiar a la historia frente a maestros o estudiantes. Ambos actores del proceso de enseñanza-aprendizaje se han encontrado atrapados en los libros de texto o en la cueva del acontecimiento y el dato por el dato, o en el civismo patriotero oficial. Prácticamente, en el nivel superior también ha sucedido la misma circunstancia, aunque de este lado se ha impuesto la formación académica necesaria que ha sacado adelante a la ciencia de la historia, vinculándola a nivel mundial. La profesionalización y especialización de la historia ha podido crear una disciplina fortalecida con alta producción historiográfica, pero lamentablemente esto no ha incidido en la enseñanza de la historia en los niveles de primaria, secundaria y preparatoria. La pedagogía ha tenido mucho que ver al respecto. Sus propuestas y métodos son rebuscados, muchos innecesarios, interfiere, como siempre, en los procesos de enseñanza-aprendizaje, fuera de una realidad o en la relación maestro-estudiante, que normalmente no es creativa sino estática.

Para los estudiantes, la historia de México o la historia universal son extremadamente aburridas, para nada entretenidas en su estudio. No se ha logrado interesar a los estudiantes en la crítica de las fuentes o en la interpretación vinculada a su pasado y su presente. Los profesores no han logrado imbuir en el aprendizaje que favorezca el mínimo interés por la historia.

Parece que durante todo el siglo XIX, todo el siglo XX y lo que va del siglo XXI, la enseñanza de la historia en México ha estado determinada por vocaciones oficialistas, fincadas en el positivismo puro y vil, con poco desenvolvimiento de la conciencia crítica o interpretativa de los estudiantes, al igual abstraídos por profesores y libros de texto acartonados y dizque pedagógicos o narrativos. El mundo digital ha empeorado el tema. El acceso a la información es digerido y fácil. Casi no hay interés en los contenidos o en las formas en que se construyen esos contenidos para ser utilizados en el aula y que produzcan concentración e interés. 

La actualidad de la enseñanza de la historia en México es deprimente:

 

Es evidente que faltan investigaciones que den cuenta de las interrogantes y retos que surgen no sólo de las sucesivas reformas educativas sino también sobre la enseñanza y el aprendizaje de la ¿Historia? con el propósito de dar propuestas que faciliten su aplicación. 

Sistemáticamente se ha apelado a que el docente debe poseer un conocimiento sólido tanto de la disciplina como de la didáctica. Se considera asimismo, que es necesario: promover el trabajo colegiado; diseñar programas de actualización docente que contemplen las necesidades y retos que enfrentan cotidianamente los profesores a fin de que su formación contribuya en el logro educativo de los estudiantes, sin embargo, poco se ha logrado. 

Finalmente, es importante comentar que hasta ahora no se ha encontrado la ruta que lleve a una educación de calidad. El principal problema al que como país nos enfrentamos es a la inexistencia de una política educativa de Estado ya que lo que ha existido es una política educativa sexenal que impide dar continuidad a las diferentes propuestas o bien a hacer una evaluación de su aplicación que permita rescatar los logros y afrontar los retos.[4]

 

 

La historiografía sobre la educación ha privilegiado los grandes momentos de las reformas educativas gubernamentales, más que las tendencias intelectuales donde se trasciende en el tema de la enseñanza de la historia. Esta enseñanza es de fundamental importancia por su sentido de totalidad.

La historia es una ciencia global y total, porque se encuentra presente en la economía, la sociedad, la política, la cultura, el medio ambiente, el territorio, la vida cotidiana, la mentalidad. Este cúmulo de estructuras se compone de elementos y procesos históricos que hay que hacer entender a los profesores y estudiantes. Forman parte del entendimiento e interpretación del pasado, lejos del oficialismo pedagógico, demasiado lejano del nacionalismo o el patriotismo. Estos elementos de la educación hay que llevarlos muy lejos de la enseñanza de la historia, para que esta rama del conocimiento histórico pueda incentivar y acrecentar el interés formativo y profesional de la historia. La historiografía se verá beneficiada grandemente en futuras generaciones si se rompe el cerco centenario que se padece en el ámbito de la historia y la concepción del pasado. 

 



[1]Rafael Altamira y Crevea, La enseñanza de la historia, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1895, con más de 500 páginas, con la precisión de “segunda edición, corregida y considerablemente aumentada”.

[2]Ibidem, p. 3, 4.

[3]Laura H. Lima Muñiz y Rebeca Reynoso Angulo, “La enseñanza y el aprendizaje de la historia en México. Datos de su trayectoria en la educación secundaria”, Clío y Asociados, Universidad Nacional de la Plata, (La Plata, Argentina): Vol. 18, 19, 2014, p. 41-62.

[4]Ibidem, p. 59.

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