marzo 13, 2022

Bondades y virtudes de la historiografía mexicana

 

A Edgar, por amigo

 

La historiografía mexicana tiene sus bondades y virtudes. En el siglo XIX fue muy historicista y positivista. Exaltar a los héroes y ponderar la descripción de hechos, personajes, fechas y batallas dieron sentido a la idea de nación, a un pasado común y memorioso, casi épico. Luego a inicios del siglo XX, el positivismo exaltador y oficialista permitió el desborde de lo testimonial o el oficialismo de los vencedores, con su drama épico de batallas y conflictos, héroes de epopeya y sujetos de bronce. La historiografía era una amalgama de acontecimientos que causaban gran interés por parte de los vencedores y vencidos de las gestas históricas del país, fundamentalmente, del tema de la revolución mexicana, gran epopeya social y política. El nacionalismo, el patrioterismo y la construcción de una identidad dieron coherencia a la historiografía oficialista. No se había profesionalizado la historia y, con ello, había grandes carencias en la cuestión de la investigación, la docencia o la difusión. La historiografía estuvo un tanto cuanto atrapada en el positivismo, casi hasta la actualidad. Eso si, hubo siempre grandes historiadores que recrearon los grandes momentos históricos de la nación, y dejaron una historiografía bastante aceptable para el futuro. Punto de partida muy bueno para continuar adelante en el avance historiográfico que se conectó a la identidad nacional, a la memoria colectiva que le dio sustento.

La historiografía experimentó un salto sin precedentes en el decenio de los cuarenta del siglo XX. Fue cuando se profesionalizó de la mano de importantes instituciones como la UNAM, el INAH, El Colegio de México, entre otras. Se introdujeron nuevos planes de estudio y programas docentes y de investigación. Hubo un intercambio con las tendencias académicas europeas y estadounidenses, que se introdujeron en México, favoreciendo la inclusión de nuevas teorías y metodologías, que permitieron la exploración de novedosos y originales temas de investigación que encontraron eco en las fuentes primarias y secundarias, testimoniales y patrimoniales.

La enseñanza de la historia se renovó también con nuevos programas docentes, permitiendo la formación, especialización y profesionalización de la ciencia histórica, lo que fue rindiendo frutos a mitad del siglo pasado con importantes producciones historiográficas abocadas a varios periodos de la historia mexicana, como el periodo prehispánico, la época colonial, la independencia, el periodo de enfrentamiento entre liberales y conservadores, la reforma liberal, el imperio francés, la república restaurada, el porfiriato, la revolución y posrevolución. Se dio un rompimiento con el historicismo y el positivismo, surgiendo la posibilidad de una esfera académica con otra propuesta historiográfica, que era necesaria para hacer frente al oficialismo historiográfico que sostenía el positivismo sobre todo. En esto influyó sobremanera la historiografía sobre México que llevaron a cabo historiadores estadounidenses y europeos, que abordaron temas novedosos y que tuvieron impacto nacional.

Los cincuentas y los sesentas del siglo XX representaron un cambio historiográfico importante, un antes y un después en la historiografía mexicana. Se realizaron grandes propuestas teóricas, metodológicas y técnicas para la investigación y docencia en historia. Los historiadores se acercaron a las escuelas historiográficas de otros países, de hecho, fueron a estudiar posgrados y emprendieron tesis con novedosos temas y otros enfoques. A esto hay que agregar que los archivos históricos y las bibliotecas se fueron profesionalizando igualmente, abriendo la posibilidad de ofrecer documentación antes no consultada. Las fuentes se enriquecieron con la incorporación de la tradición oral, la historia oral, los patrimonios inmuebles, la hemerografía, la fotografía, la iconografía, el cine y la televisión o hasta la radio. La ampliación de fuentes fue aprovechada por los historiadores profesionales, que comenzaron a incorporarse a las instituciones como profesores-investigadores, llevando a cabo actividades importantes en seminarios, cursos, reuniones académicas, etc. El intercambio con el extranjero fue beneficioso también. Hubo extranjeros que aportaron novedades a la historiografía sobre varios periodos, personajes o temas.

En los setentas floreció la historiografía académica como nunca antes. Se agregó la historia local-regional como un enfoque con amplias posibilidades. La historia política comenzó a ser un objeto de estudio importante. La historia económica y social ampliaron horizontes. La historia cultural comenzó a ser materia destacada. La biografía histórica se perfiló hacia un auge. La renovación historiográfica abrió un panorama bastante grande. Se trabajaron con ahínco periodos fundamentales desde distintos enfoques, como el espectro decimonónico, el porfiriato, la revolución y posrevolución. Las monografías abundaron en el marco del regionalismo y el localismo, pero por sobre todo en la cuestión de la dinámica política y social, además de la historia de los problemas económicos y el despegue del capitalismo, ya no se diga en el tema biográfico o en las relaciones centro-región. El mundo intelectual del pasado mexicano fue también materia de investigación.

Para los ochentas se amplió más la historiografía mexicana, gracias a tres hechos destacados: 1.- La descentralización institucional de la vida académica, favorecida por el gobierno hacia un horizonte educativo federal en el campo superior de licenciaturas y posgrados o proyectos de estudio; 2.- La investigación y la docencia en el ámbito de las regiones y localidades, junto con un sistema de archivos y bibliotecas, pero también de centros de estudio y centros culturales o museos; 3.- El impulso de la divulgación histórica, con la utilización de los medios electrónicos de prensa, TV, radio y publicaciones de gran alcance. Esto conllevó a emprender estudios de síntesis histórica o de historias generales o totales de distintos niveles, sobre todo, de los estados de la república o microhistorias de comunidades y municipios, desde la perspectiva de la multidisciplinariedad de las ciencias sociales y las humanidades. La didáctica de la historia fue mejorada en los años de formación y en la educación media superior y superior o en los posgrados. La historiografía académica vivió sus años de gloria, los estudios regionales lo hicieron posible y la divulgación se amplió considerablemente. Los últimos años del siglo XX fueron los años dorados de la historiografía. La divulgación ayudó a utilizar la prensa, la TV, la radio, la fotografía y el cine, la incipiente por entonces internet, como medios de difundir al gran público el pasado de acontecimientos, periodos, personajes y espacios de México, desde el periodo prehispánico hasta el contemporáneo. Hasta la historia oficial se vio influenciada y marcada por esos avances, apartándola del positivismo.

La divulgación histórica, mediante novelas históricas, documentales, reportajes, difusión oral, telenovelas, radionovelas y el ámbito electrónico de aquel momento, favoreció un auge importante sobre el conocimiento de pasado. Tanto así que la historiografía académica fue quedando rezagada y casi restringida a las esferas universitarias o de centros de estudio. Esta competitividad llevó a una crisis de fragmentación del conocimiento del pasado, pero igual a un avance, como nunca antes, de la difusión de tema histórico.

Los primeros años del siglo XXI, la historiografía mexicana es abundante y se encuentra insertada en el mundo digital con amplitud. La difusión mayoritaria ha impuesto la necesidad de que la historia académica y la difusión de la historia se unan para brindar contenidos profesionales de gran calado, en prácticamente todos los campos de la ciencia histórica, en la economía, la sociedad, la política, la cultura, el territorio, el medio ambiente, la vida cotidiana, las mentalidades, la educación, la biografía y un largo etcétera. Los historiadores ahora deben ser multidisciplinarios, críticos y expertos en las interrelaciones y vinculaciones en sus interpretaciones históricas. La ficción y la narrativa siguen siendo materia para los divulgadores históricos, concentrados en el marketing y la publicidad y, aún así, tienen el deber ético de basar sus aportaciones en fuentes e interpretaciones de los historiadores académicos. La novela histórica también tiene la obligatoriedad de la seriedad. El diálogo debe establecerse sin duda. Los calendarios cívicos o las efemérides de cada año son un buen pretexto para esa fusión, como se demostró en las conmemoraciones centenarias desde 2010 para adelante. Se lograron avances en el mundo digital principalmente. Rechazar participar en la historia maniquea es una virtud siempre agradable, aunque a un sector de historiadores les atrae maquillar la historia al antojo del poderoso.

Ambos enfoques de la historiografía mexicana, sin duda, combaten al positivismo todavía latente o a la historia oficial tan maniquea y maquillada que venden los gobiernos de todos los niveles. La gente consumidora de historia cada día más exige evidencias e interpretaciones divertidas, entretenidas y constatables. Las personas ya no digieren conceptos o teoricismos, tampoco ficciones poco sustentadas, más bien se buscan conocimientos digeribles y accesibles, necesariamente relatos que entusiasmen o estimulen  para acercarse a la lectura o al conocimiento del pasado. La sangre, el sudor y la lágrima se imponen en la novela histórica, mientras que el tema subyace en la historiografía académica con comprobaciones documentales o de imágenes.

Las bondades o virtudes de la historiografía mexicana están latentes en las formas narrativas y visuales. Los historiadores o escritores deben emprender esta dinámica con humildad. Pero igualmente, ser sensibles a los deseos de una historia que funcione para todos y sea popular siempre. A esto deben sumarse los libros de texto de todos los niveles educativos, atrapados en el esquema pedagógico que es cuadrado y poco útil con la realidad y su aprendizaje o aprovechamiento. Hay que estimular el interés por la historia, el entretenimiento sin payasadas, dejar atrás el aburrimiento. Las nuevas generaciones de historiadores tienen un gran reto para el futuro.

El mundo digital así lo está imponiendo, igual en la brecha pendiente de la enseñanza de la historia o la divulgación a gran escala. La historia implica un combate duro y fuerte para que el común de las personas se nutran del conocimiento del pasado. Estimular la memoria colectiva es lo que se impone para los historiadores. Tienen la virtud de su formación profesional, la especialización y profesionalización, y deben adecuarse entonces a la narrativa divulgadora que emprenden los escritores de ficciones. Se impone un nuevo manifiesto por la historia, un llamado para su reivindicación ante el pasado y el presente.

 

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