marzo 27, 2022

Las batallas de Celaya, 107 años, testimonio

 

Las batallas de Celaya fueron muy significativas para la historia de la revolución mexicana. El enfrentamiento entre las fuerzas constitucionalistas y las villistas fue una característica en 1915. El escenario del Bajío fue el propicio para el enfrentamiento armado entre los ejércitos, uno comandado por Francisco Villa, y, otro, por parte de Álvaro Obregón. Las fechas fueron del 6 al 17 de abril, y del 13 al 15 de ese mismo mes.

Los partes de guerra fueron escritos por Álvaro Obregón, con infinidad de detalles armados, dirigidos al Primer Jefe Venustiano Carranza, que se encontraba en el puerto de Veracruz. Los partes fueron publicados también en la fuente que se cita al final de este texto.

Lo mejor de los informes de Álvaro Obregón, sin embargo, fue la Ampliación a esos partes de guerra, con mayores reflexiones y consideraciones sobre los hechos de las batallas, que realmente muestran los movimientos armados y lo que significaron en retrocesos y avances, con datos interesantes sobre el armamento, los hombres de guerra y los muertos, prisioneros, heridos y dispersos. Esta Ampliación es la que se publica aquí.

Creo que ningún historiador posterior, profesional, divulgador o no, ha podido mostrar con tal detalle los sucesos de las batallas, su significado y  trascendencia, como lo hizo el llamado “rayo de la guerra”, el general Álvaro Obregón, por lo que se ha querido mostrar el texto completo, para que los lectores tengan una visión casi exacta de los acontecimientos, y no lo que muestran ciertos historiadores y propagandistas de la difusión, o, más aún, de aquellos positivistas agoreros de las batallas, siempre con una versión engreída y parca de la historia de esos hechos que marcaron  a Celaya y al Bajío durante la revolución.

Últimamente, la versión villista perdedora de las batallas se ha divulgado muchísimo, reivindicando a Francisco Villa en varios aspectos con su División del Norte. Muy loable. Sin embargo, los aspectos negativos de Villa y el villismo han surgido a la luz y no son justificables para reivindicarlo en estos tiempos de polarización, violencia e inestabilidad política y social, como hacen muchos historiadores o no. En este tema, es mejor mostrar una visión más equilibrada y basada en los hechos vistos por un protagonista sin igual como lo fue Álvaro Obregón. Hay escritores e historiadores que prefieren enaltecer a Villa en estos tiempos convulsos, para utilizarlo como pieza de propaganda, más que de una interpretación histórica equilibrada y centrada. Lo utilizan con rabia, en vez de cómo figura histórica. No debería ser el caso. Es mejor la otra visión, la del vencedor, que ahora muestro sobre el tema.

AMPLIACIÓN A LOS PARTES OFICIALES DE LAS BATALLAS DE CELAYA

“Como los partes oficiales que rendí de Celaya, a raíz de las victorias obtenidas en los combates librados contra el Ejército de la reacción, encabezado por Villa, durante los días 6 y 7, y 13 14 y 15 del mes de abril de 1915, debieran ser del dominio público, y del conocimiento del enemigo, podía, sin embargo, considerársele destruido, era inconveniente consignar en ellos algunos detalles que pudieran orientar al enemigo, en sus operaciones subsecuentes, preferí omitir los datos que convenía permanecieran ignorados, antes que adulterar la verdad.

Entre esos datos, lo que menos convenía que llegaran al conocimiento del enemigo, eran: el efectivo del ejército con que libré esas batallas, y las fases poco favorables que tuvimos durante los combates.

Ahora que la reacción ha sido por completo aniquilada en los campos de batalla, considero oportuno y necesario hacer del público dominio esos datos, omitidos por las circunstancia que dejo indicadas.

El total de las fuerzas con que hice mi avance al centro de la República, a contar desde mi salida de Querétaro, era de once mil hombres de las tres armas, como sigue: artillería, 13 cañones de grueso calibre y 86 ametralladoras; caballería 6, 000 jinetes, e infantería, 5, 000 hombres, incluyendo personal de la artillería, en sirvientes y sostén.

Los datos obtenidos por nuestro servicio de espionaje me hicieron suponer que no libraríamos combate antes de llegar a Irapuato, donde Villa estaba haciendo su reconcentración de fuerzas, dizque con objeto de avanzar sobre Jalisco y batir al general Diéguez, primero, y volver después sobre mí; cuyos datos coincidían, de una manera absoluta, con las declaraciones del propio Villa, contenidas en el mensaje que éste dirigió a la prensa de Estados Unidos…

Juzgué por lo tanto, que podía disponer de tiempo suficiente para dividir las fuerzas en tres columnas; la primera, al mando del general Alejo. González, que avanzaría sobre Acámbaro, a cortar la vía del ferrocarril entre Celaya y Morelia, capital del estado de Michoacán, para evitar que las fuerzas reaccionarias que se encontraban en esta última plaza, al mando del general federal, Prieto, pudieran hacer un movimiento rápido por ferrocarril hasta Celaya, donde conecta dicha vía con la del Central, y hostilizar nuestra retaguardia, cuando nos encontráramos frente a Irapuato, la segunda columna, al mando del general Porfirio G González, para que se movilizara, a marchas forzadas, hasta la plaza de Dolores Hidalgo, y destruyera allí la vía principal que sigue hasta la estación Mariscala, donde entronca con la vía del Central, que va a Querétaro; para evitar que las fuerzas al mando e Urbina, que se encontraban en San Luis Potosí, pudieran movilizarse también con facilidad hasta Celaya o Querétaro, en combinación con Prieto, y dejarnos, con esto, aislados al Norte, en difíciles condiciones, cortados y completamente de nuestra base, que estaba en Veracruz; y la tercera columna, que la constituían las infanterías, la artillería, y el resto de las caballerías o sean las brigadas al mando de los generales Maycotte y Triana, y los regimientos al mando de los coroneles Vidal Silva, Juan Torres y Cirilo Elizalde, avanzaría hasta ocupar Celaya, bajo mis órdenes directas.

El día 5 quedamos acampados en Celaya, y la brigada de caballería del general Maycotte avanzó hasta estación Guaje, donde quedó como puesto avanzado, estableciendo, desde luego, una oficina telegráfica, para comunicarse con mi Cuartel General.

El general Maycotte recibió órdenes mías, por conducto del jefe de la División de Caballería, general Cesáreo Castro, para que estableciera una vigilancia estricta sobre el enemigo, y no intentara presentar combate, si avanzaba sobre él alguna columna fuerte, en cuyo caso debería replegarse hasta Celaya, dando aviso oportuno a Cuartel General.

El día, las fuerzas al mando de los generales Alejo G. González y Alfredo Elizondo, se encontraban en Acámbaro, y las de los generales Porfirio G. González y Jesús S. Novoa, avanzaban sobre Dolores Hidalgo; quedando en Celaya y El Guaje solamente 7, 000 hombres de las tres armas.

Ese mismo día, el general Maycotte se trasladó a Celaya en automóvil, a primeras horas de la mañana, para tratar algunos asuntos del servicio; y estando allí, recibió el primer parte procedente de su campamento en Guaje, informándole haberse empeñado un combate reñido entre sus fuerzas y el enemigo, que avanzaba dividido en tres columnas, de las tres armas y en número que era difícil precisar, pero que pasaba de diez mil hombres.

Maycotte salió inmediatamente a su campamento, y por mi parte, ordené al general Hill que mandara alistar un tren con 1, 500 hombres de infantería, para que salieran al mando del general Laveaga, en auxilio de Maycotte; ordenando, al mismo tiempo, al general Triana, que con la caballería de su mando, incorporándosele los regimientos de los coroneles Torres, Silva y Elizalde, saliera también en auxilio de Maycotte.

Había transcurrido una hora de la salida de Maycotte, cuando recibí un parte de éste, en que comunicaba que el enemigo le estaba cerrando sitio, y que en unos cuantos momento más, le cerraría probablemente la comunicación, siendo ya, para entonces, muy comprometida su situación.

El tren con la infantería estaba ya listo, y en vista de los informes rendidos por el general Maycotte, consideré que se hacía necesario salir yo personalmente con el mando del contingente de infantería, para obrar conforme a mi propio criterio, en vista de las variantes que la situación de Maycotte presentara; forma en que no podría obrar ningún jefe subalterno, quien tendría que sujetarse, en todo caso, a órdenes que recibiera.

Con tal motivo, salí yo en el tren militar de auxilio.

Al empezar el combate en El Guaje, comuniqué al Primer Jefe, por la vía telegráfica, las condiciones poco favorables en que dicho combate se había iniciado, describiéndolas así: Nuestra vanguardia, al mando del general Maycotte, en su empeño de hacer resistencia al enemigo, había sido envuelta completamente por las columnas de éste, que tenían un efectivo total, cuando menos, cinco veces mayor que el de nuestras fuerzas en estación Guaje; era necesario salvar de aquella situación a nuestra vanguardia, y para ello, movilizar fuerzas suficientes en su auxilio, y aceptar un combate formal y quizás decisivo, en un terreno cuyas ventajas habrían sido ya, seguramente, aprovechadas por el enemigo. La movilización de todo nuestro contingente no podía hacerse con la violencia que el caso requería, porque en Celaya no teníamos lo trenes necesarios, y sólo por fracciones hubiera sido posible el movimiento, presentando esto el grave peligro de que el enemigo fuera batiendo, en detalle, a cada una de las fracciones movilizadas y aniquilarlas con facilidad.

De ahí que, como lo dejo expresado, decidí salir al frente de los 1, 500 hombres para obrar como, a mi juicio, lo indicaran las circunstancias en que se desarrollara el combate sostenido por nuestra vanguardia. En el parte oficial relativo se consigna el resultado de este movimiento.

Cuando me hube reconcentrado al campamento de Celaya, y el combate se generalizaba ya en las cercanías de dicha plaza; como a las 5.30 de la tarde, dirigí al C. Primer Jefe, el siguiente mensaje:

Celaya, Gto., 6 de abril de 1915. Hónrome comunicar a usted que, como lo anuncié en mensaje anterior, combate se inició muy desfavorable para nosotros, habiendo llegado auxilio a Maycotte, ya tarde, sirviendo sólo para salvarle a él, que logró salir, replegándonos en seguida a esta plaza, donde continúa combate, que sostengo con infantería, mientras se rehace caballería para que entre en acción. Generales González y Elizondo tomaron Acámbaro y se incorporarán mañana con dos mil hombres, y generales Porfirio G. González y Jesús S. Novoa, que con 1, 500 hombres salieron a destruir vía del ferrocarril que va a San Luis, se incorporarán mañana también. Estimo en quinientas bajas las que hemos tenido hasta ahora, entre ellas coronel Alfredo Murillo, muerto, y coroneles Martínez y Paz Faz, heridos, primero gravemente. Ánimo de tropa es muy bueno. Respetuosamente, General en Jefe. Álvaro Obregón.

Antes de oscurecer, y como se notara un movimiento de flanco, que venía haciendo el enemigo, ordené la salida de algunas fuerzas de caballería, entre ellas, la escolta del general Cesáreo Castro, sumando aproximadamente 600 hombres, al mando del teniente coronel Berlanga.

Al mismo tiempo que daba la orden para la salida de dicha fuerza, dirigí al Primer Jefe el siguiente mensaje:

Celaya, Gto., 6 de abril de 1915. Hónrome comunicar a usted, que combate continúa reñido. Han sido derrotadas parte columna general Triana y la del general Novoa, y a mí me hirieron el caballo. Estoy reconcentrando restos de caballería dentro de la plaza para reorganizarlas. Por movimientos enemigo, creo que amaneceremos sitiados. Tenga usted la seguridad de que sabremos cumplir con nuestro deber. Ánimo de gente es bueno. Respetuosamente. General en Jefe. Álvaro Obregón.

Una hora más tarde, se incorporaban al campamento solamente 100 de los 600 hombres destacados al mando del teniente coronel Berlanga, después de haber sido dispersados.

El general Maycotte, en el combate del Guaje y retirada a Celaya, tuvo alrededor de 800 bajas, entre nuestros, prisioneros, heridos y dispersos, y como la fuerza de caballería destacada al oscurecer, incluyendo la escolta del general Castro, había sido casi totalmente dispersada, faltando 500 hombres, en tanto que habíamos perdido alrededor de 200, entre muertos y heridos, de los demás cuerpos, nuestras bajas hacían un total de cerca de mil quinientas, diez horas después de empezar el combate.

Como a las ocho de la noche, cuando el combate en las afueras de Celaya se había generalizado, y se notaba que frente a nuestra línea, a una distancia menor de cinco kilómetros, empezaban a llegar trenes del enemigo con tropas de infantería y cañones para reforzar las ya numerosas y superiores que, desde a las cuatro de la tarde, nos atacaban con toda energía, algunos de nuestros jefes se presentaron en mi Cuartel General, y me insinuaron la conveniencia de replegarnos a Querétaro, donde, según opinión de ellos, quedaríamos en mejores condiciones para resistir el empuje de aquellas masas, tan considerablemente superiores en número al de nuestras fuerzas. Aquellas insinuaciones, aunque razonables, fueron rechazadas por mí, haciendo ver a los jefes que una retirada de nuestra parte nos traería como consecuencia un seguro fracaso, pues que, aparte de la depresión moral que con ello sufrirían nuestras tropas, sería fácil al enemigo con sus magníficas caballerías, hacer un rápido movimiento para colocarse a nuestra retaguardia, al sur de Celaya, y atacar sobre la marcha a nuestra columna, en condiciones en que no tendríamos ni una mínima probabilidad de éxito; mientras que ya colocados en nuestros atrincheramientos de Celaya, como lo estábamos, y quedando probablemente sitiados por el enemigo, tendríamos que resistir a todo trance, pues aún cuando el valor nos llegara a faltar, lo supliríamos, acaso ventajosamente, con el instinto de conservación.

A las once de la noche, considerando que el enemigo cerraría el sitio antes de amanecer, y que quedaría cortada toda comunicación, en Veracruz, y ya cuando el combate se hacía más desesperado, dirigí al C. Primer Jefe el siguiente mensaje:

Celaya, Gto., 6 de abril de 1915. Hónrome comunicar a usted combate continúa. Las caballerías han sido derrotadas. A esta hora, 11 p.m., habremos tenido dos mil bajas. Asaltos de enemigo son rudísimos. Esté usted seguro de que, mientras me quede un soldado y cartucho, sabré cumplir con mi deber y consideraré como una ventura que la muerte me sorprenda abofeteando al crimen. Respetuosamente. Álvaro Obregón.

Al amanecer del día 7, se incorporaron a Celaya los generales Alejo G. González y Alfredo Elizondo, con la columna con que ocuparon Acámbaro, y que era de cerca de dos mil hombres.

El C. Primer Jefe, desde que tuvo conocimiento de nuestra situación, al iniciarse el combate con las fuerzas de nuestra vanguardia, dio órdenes, con toda diligencia, para que las fuerzas de la Primera División de Oriente, que tenía a sus órdenes directas el general Agustín Millán sobre la línea de Pachuca a Esperanza, se movilizaran para reforzar a Celaya, llevando, además, algunas reservas de parque para nuestras fuerzas.

A la 1.10 pm, dirigí al Primer Jefe el siguiente mensaje:

Celaya, Gto., abril 7 de 1915. En estos momentos acabo de incorporarme de línea de fuego. Combate sigue desesperado, siendo los esfuerzos del enemigo iguales a los de nuestras fuerzas, no habiendo cesado el fuego un solo instante. Han dado villistas, de las cinco de la mañana a la una y diez p.m., más de treinta cargas de caballería, habiendo sido rechazados en todas ellas. En estos momentos, empiezo a tomar ofensiva. Creo que s usted ordena que salgan inmediatamente refuerzos y parque que me indica en su mensaje de esta mañana, llegarán oportunamente, debiendo reconcentrarse en Querétaro, donde esperarán mis órdenes. Si fuera posible que esta noche saliera parque, sería preferible. Respetuosamente. General en Jefe. Álvaro Obregón.

A las 2.30 p.m., dirigí al C. Primer Jefe, un nuevo mensaje, en los siguientes términos:

Celaya, Gto., abril 7 de 1915. Como comuniqué a usted en mensaje de esta mañana, después de treinta horas de desesperado combate, a la 1 p.m. tomamos ofensiva con buen éxito. Hasta esta hora, 2.300 p.m. han logrado avanzar nuestras fuerzas sobre el enemigo, que retrocede batiéndose desesperadamente. Hanse recogido 300 armas, y más de 300, entre muertos y prisioneros. En estos momentos, preparo un tren para avanzar sobre el centro, apoyando son este movimiento las cargas de caballería que, por amos flancos, van dando los generales Maycotte, Novoa, Elizondo y Alejo G. González, de la División de caballería del general Castro. Villa, personalmente, dirige combate, afortunadamente. Muy respetuosamente. General en Jefe. Álvaro Obregón.

A las 3.30 p.m., informé nuevamente al C. Primer Jefe de la situación, con el siguiente mensaje:

Celaya, Gto., abril 7 de 1915. A esta hora, 3.30 p.m., el enemigo hace replegado varios kilómetros, dejando el campo regado de cadáveres. En la parte reconocida, hanse encontrado más de mil muertos y un número considerable de heridos. El combate continúa a unos cinco kilómetros de nuestras posiciones. Los prisioneros pasan de cuatrocientos. Respetuosamente. General en Jefe. Álvaro Obregón.

Cuando el enemigo se batía en retirada, el general Maycotte, haciendo movimiento atrevido, con unos cuantos hombres, atacó la artillería villista, logrando capturar seis cañones, los que en seguida se vio obligado a abandonar, debido a que fue atacado por las infanterías enemigas, que hacían su retirada delante de la estación Crespo.

A las siete de la noche me incorporé al campamento, y rendí al Primer Jefe el siguiente PARTE TELEGRÁFICO:

 Celaya, Gto., 7 de abril de 1915. Satisfáceme comunicar a usted que, en estos momentos, 7.30 p.m., regreso a este campamento, así como las fuerzas de caballería que batieron en su retirada al enemigo. A grandes rasgos, y a reserva de rendirle el parte oficial detallado, me permito darle en este mensaje algunos detalles del combate. A las 10 a.m. de ayer, una columna de las tres armas, al mando de Doroteo Arango (alias Francisco Villa), atacó nuestra vanguardia que estaba mandada por el general Fortunato Maycotte. A las doce del día salí personalmente en un tren con 1, 500 hombres a proteger al general Maycotte, quedando en el campamento los generales Hill y Castro, Comandantes de las Divisiones de Infantería y Caballería, respectivamente, alistando todas las demás unidades de este Cuerpo de Ejército de Operaciones. Había avanzado mi tren 14 kilómetros, cuando encontré a las caballerías del general Maycotte, en marcha para este campamento, a reconcentrarse, después de batirse dos horas con una columna seis veces mayor. Ordené retirada inmediata de mi tren, y al incorporarme de nuevo a ésta, encontré al general Hill preparándose a resistir el combate, con los generales Manzo y Laveaga y coroneles Kloss y Morales, jefes, respectivamente, de la artillería y del 20º Batallón. Inmediatamente que acabaron de incorporarse las fuerzas del general Maycotte, el enemigo se nos echó encima, en una línea de 6 kilómetros aproximadamente. El combate se generalizó desde luego, y el general Castro empezó a movilizar sus fuerzas de caballería, para proteger los flancos de nuestras posiciones. Los asaltos del enemigo se sucedían constantemente, y en cada vez demostraban mayores bríos y mayor desesperación, para arrebatar sus posiciones a nuestros soldados, que burlaban con heroicidad las decantadas cargas de caballería con que Arango vencía a los que hoy son sus aliados. Así se prolongó el combate por espacio de 27 horas; y al cumplirse la una de la tarde hoy, ordené se tomara la ofensiva, y desde luego el general Castro empezó a destacar sus columnas por los francos a medida que nuestras infanterías rechazaban al enemigo por el frente, comenzando a batirse en retirada y dejando el campo sembrado de cadáveres; retirada que poco a poco se convirtió en fuga precipitada. Villa fue el primero en huir, según la confesión de algunos de sus “dorados”, que fueron cogidos prisioneros. Fueron perseguidos los villistas 20 kilómetros, recogiéndoseles armas, caballos y prisioneros. Las pérdidas del enemigo entre muertos, heridos, prisioneros y dispersos, pasan de tres mil. Las bajas nuestras son alrededor de 500, entre las cuales lamentamos la pérdida de los valientes coroneles Murillo y Estrada, que murieron en la línea de fuego, y que eran, respectivamente, jefes de batallones 17º y 8º de Sonora, y heridos los coroneles Paz Faz y Eugenio Martínez, y otros jefes y oficiales de que haré mención en parte detallado. Los jefes que tomaron parte en este hecho de armas, son: generales Castro y Hill, jefes de las divisiones de caballería e infantería, respectivamente; generales Laveaga y Manzo, jefes, respectivamente , de las brigadas 1ª y 2ª de Infantería de Sonora; generales Alejo G. González, Fortunato Maycotte, Jesús S. Novoa y Alfredo Elizondo, de la División de Caballería del General Cesáreo Castro; generales Martín Triana y Luis M. Hernández, quien aunque no tiene mando de fuerzas, estuvo siempre en mi compañía, juntamente con mi Estado Mayor. Los citados jefes, con sus subordinados, se portaron con la suficiente energía para verle la espalda a los traidores. Felicítolo por este triunfo. Respetuosamente. General Álvaro Obregón.

En la parte oficial que queda transcrito, figuran quinientas bajas por nuestra parte, número menor que el que figura en el telegrama al Primer Jefe el día 6, a las once de la noche, pudiendo explicarse  esto, debido a que después de terminado el combate, se incorporaron algunos grupos de las caballerías de Maycotte y la escolta del general Castro, que habían sido dispersados desde el día 6; pero tampoco esa cifra es exacta, pues en los momentos en que se rendía el parte telegráfico, no era posible conocer con absoluta precisión nuestras pérdidas, haciéndose sólo un cálculo aproximado. Como se ha visto por la relación de bajas que se inserta en el parte oficial relativo, ellas ascendieron a 922 en total.

EFECTIVOS CON QUE SE LIBRÓ LA SEGUNDA BATALLA, Y TELEGRAMAS REMITIDOS A LA PRIMERA JEFATURA

En el parte oficial de la segunda batalla de Celaya, se omitió solamente el efectivo de nuestras fuerzas, dato que ha permanecido ignorado hasta la fecha. Después de incorporarse a Celaya las fuerzas de la 1ª División de Oriente, que por orden del Primer Jefe se movilizaron del Sur a reforzar dicha plaza; las del general Gabriel Gavira, que habían permanecido en Tula; las del general Gonzalo Novoa, que cuidaban la línea de Querétaro, al Sur; los Batallones de Obreros, al mando del coronel Juan José Ríos, que habían sido organizados en Orizaba; las tropas de los generales Porfirio González y Jesús S. Novoa, que habían regresado del camino de Dolores Hidalgo, y las del general Joaquín Amaro, que se habían incorporado en Acámbaro, al general Alejo G. González, nuestro efectivo ascendía a 15, 000 hombres, siendo 7, 000 de infantería, inclusive el personal y sostén de la artillería y 8, 000 de caballería. De los infantes, serían alrededor de 4, 000 veteranos, y, el resto, reclutados recientemente, siendo una gran parte de ellos obreros.

Como ordené la salida de la División de Caballería del general Castro para ocultarse en los bosques que hay al sur de Apaseo, a nuestra retaguardia, y la que se componía de seis mil caballos, quedaban solamente siete mil infantes y dos mil caballos, de los generales Amaro, Elizondo y de la brigada “Antúnez”, a cuyos jefes ordené tirar pie a tierra sus soldados, para que de infantería tomaran parte en la defensa de la ciudad, y esos dos mil hombres, sumados a nuestras infanterías, hicieron el total de nueve mil, con los que sostuvo el combate treinta y ocho horas, obligando al enemigo a reforzar su ataque con todas sus reservas, y facilitando así el éxito de nuestras caballerías, que lograron permanecer ocultas, como se les ordenó,  y en completo descanso.

El día 12, se incorporó a nuestro campamento el general Norzagaray, procedente de Veracruz, quien a marchas forzadas, y por orden de la Primera Jefatura, conducía para el Cuartel General dos furgones de cartuchos, con los que quedamos ya en condiciones de empezar nuevo combate contra Villa, que había logrado reconcentrar todos los elementos de que podía disponer en el Norte, para vengar, con ellos, el primer fracaso.

A mediodía del 15, y cuando el combate estaba más reñido, empezaron a llegar a nuestro campamento pequeños grupos dispersos de nuestras caballerías, dando partes alarmantes, y asegurando que nuestras fuerzas empezaban a retroceder; ordené entonces el avance de todas nuestras infanterías, apoyando el movimiento de la columna de caballería y dirigió al C. Primer Jefe un telegrama, en que le decía:

Celaya, Gto., 15 de abril de 1915. En estos momentos, timo la ofensiva con todas las unidades de combate de este Cuerpo de Ejército, y, para en la tarde habré destrozado al enemigo o quedamos derrotados los dos. Respetuosamente. General en Jefe. Álvaro Obregón.

PARTE OFICIAL TELEGRÁFICO DE LA SEGUNDA BATALLA Y CONTESTACIÓN DE LA PRIMERA JEFATURA

Celaya, Gto., 15 de abril de 1915. Satisfáceme comunicar a usted que, en una extensión de más de 200 kilómetros cuadrados, que ocupó el campo donde se libró la batalla, y que están tintos en sangre de traidores, el Ejército de Operaciones que me honro en comandar acaba de izar el estandarte de la Legalidad. Doroteo Arango (alias Francisco Villa), con 42 de sus llamados generales y con más de 30, 000 hombres de las tres armas, tuvo a audacia de atacar esta plaza, defendida por nosotros, abriendo su fuego a las 6 p.m. del día 13. Al iniciarse el ataque, ordené que una columna de 6, 000 caballos, que comanda el C. General Cesáreo Castro, saliera de esta ciudad, y se colocara en un punto conveniente a nuestra retaguardia, para movilizarla en el momento oportuno; en tanto que, con las infanterías de la División, al mando del C.. general de brigada Benjamín G. Hill, el resto de las caballerías, y la artillería al mando del C. Coronel Maximiliano Kloss, formara el círculo de defensa, dejándome sitiar. El enemigo generalizó, desde luego, su ataque, extendiéndose en círculo de fuego, en una línea de 20 kilómetros. Los asaltos eran continuos y desesperados, entrando en actividad todas las unidades que traía a su mando Doroteo Arango, prolongándose así el combate por espacio de 38 horas, al cabo de las cuales ordené que la columna de caballería de reserva, al mando de los generales Fortunato Maycotte, Alejo G. González, Porfirio G. González, Martín Triana y Jesús Novoa, efectuaran un movimiento sobre el flanco izquierdo del enemigo, cargando con todo su efectivo contra él; disponiendo, a la vez, que los generales Amaro, López, Espinosa, Norzagaray, Gavira y Jaimes, que se encontraban en el círculo de defensa, hicieran un movimiento envolvente sobre el flanco derecho del enemigo, a la vez ordené a los generales Ríos y Manzo que, con las infanterías que cubrían nuestra ala derecha, forzaran el flanco izquierdo de la infantería enemiga e hicieran el avance por el frente de la cadena de tiradores que se había batido durante todo el combate. Mientras tanto, el general Laveaga, con la 1ª Brigada de Infantería de Sonora, cubría la mitad de nuestro frente y parte de nuestra ala izquierda. Dicho movimiento, desde que se inició, empezó a desorientar al enemigo por completo: las cargas de caballería que dábamos sobre su franco, y el avance de la infantería, por su franco y frente, comenzó a determinar su derrota, emprendiendo la fuga a la 1.15 p.m., cuando ya nuestros soldados estaban sobre sus trincheras, cagando sobre ellos, hasta causarles el más completo destrozo. Hanse recogido ya del campo más de 30 cañones, en perfecto estado, con sus respectivas dotaciones de parque y ganado para los mismos, alrededor de cinco mil máuseres, como ocho mil prisioneros, gran número de caballos, monturas y demás pertrechos. Nuestras columnas de caballería persiguen aún a los restos de la columna enemiga, y tengo esperanzas de que capturen los trenes y demás elementos que pudo llevarse el enemigo en su huida. Hasta estos momentos, estimo que las bajas del enemigo pasan de catorce mil, entre muertos, heridos, prisioneros y dispersos. Las bajas nuestras no llegan a doscientas, entre muertos, heridos, prisioneros y dispersos, contándose, entre estos últimos, un coronel y un oficial de mi Estado Mayor. No hago especial mención de ninguna de las tres armas de nuestro Ejército porque todas ellas estuvieron, por igual, a la altura de las circunstancias. En nombre de este Ejército de Operaciones, felicito a usted por este nuevo triunfo. Respetuosamente, General en Jefe. Álvaro Obregón.

En la orden del día 16 del Cuerpo de Ejército de Operaciones, se daba a conocer la contestación del C. Primer Jefe al parte oficial telegráfico que había yo rendido el día anterior, sobre la victoria alcanzada contra las fuerzas de la reacción, cuyo texto se copia a continuación:

Faros, Veracruz, 15 de abril de 1915. General en Jefe Álvaro Obregón. Acabo de recibir el mensaje de usted, en queme comunica el brillante triunfo alcanzado hoy en las inmediaciones de esa ciudad, sobre las fuerzas de la reacción, capitaneadas por Francisco Villa. Felicito a usted y Ejército bajo su mando; el primero que encuéntrase en lucha por la libertad, venciendo en una batalla al ejército más numeroso y de mayores elementos que se ha puesto frente a los Ejércitos del Pueblo, que han luchado por sus derechos y por su libertad. Con la victoria de hoy, queda vencida la reacción, y espero que muy pronto terminará esta guerra, que tantos sacrificios y tanta sangre de buenos hijos ha costado a la Nación. Con pena me he impuesto de las pérdidas que hemos tenido. Salúdolo afectuosamente. V. Carranza.

CELAYA

Es una antigua ciudad, con población aproximada de 35, 000 habitantes, situada en el extremo sur del Bajío de Guanajuato, sobre el terreno perfectamente plano, circundada por extensas labores en que se cultiva preferentemente trigo, y a través de las cuales corren, en distintas direcciones, acequias o pequeños canales, para el regadío de las tierras. La importancia estratégica de Celaya consiste en que allí hacen conjunción las vías Ferrocarrileras del Nacional, en un ramal que parte de Empalme González, del Central y la que va por Acámbaro y Morelia a Toluca. Es asimismo, un importante centro de producción agrícola, donde pueden encontrar abastecimiento grandes ejércitos.”

 

Fuente: Álvaro Obregón, Ocho mil kilómetros en campaña, Estudios preliminares de Francisco L. Urquizo y Francisco J. Grajales, apéndice de Manuel González Ramírez, México, 3ª reimpresión, FCE, 1973, p. 319- 330.

 

 

 

 

 

 

 

marzo 20, 2022

Documentos de tres momentos de la historia nacional

 

En todos los casos la función de la historia es la de dotar

identidad a la diversidad de seres humanos que formaban

la tribu, el pueblo, la patria o la nación. La recuperación

del pasado tenía por fin que crear valores compartidos,

infundir la idea de que el grupo o la nación tuvieron un

origen común, inculcar la convicción de que la similitud

de orígenes le otorgaba cohesión a los diversos miembros

del conjunto social para enfrentar las dificultades del

presente y confianza para sumir los retos

del porvenir.

Enrique Florescano

“La función social del

Historiador”,

Revista Vuelta, enero de 1995

p. 15.

 

Hace algunos años me invitaron a dar una conferencia magistral sobre historia de México. Querían que hablara de los tres grandes momentos de la historia nacional. Era para un público abundante, conformado por maestros de primaria, secundaria y preparatoria, también alumnos y público en general. Los organizadores deseaban que un historiador hiciera una revisión sobre los acontecimientos y personajes de la historia de la independencia, la reforma y la revolución, para contar con una visión de conjunto en una hora y media. El evento era para un poco más de mil personas, así es que tenía que ser ameno y sintético, hasta divertido. Llevaba un guión basado, fundamentalmente, en documentos fundamentales de cada periodo y una brevísima lista cronológica de acontecimientos. Sin embargo, dejé el guión y empecé a caminar entre el público preguntando a algunos asistentes qué pensaban sobre la historia de México y sobre los documentos principales de cada periodo. El pasmo. Nadie de los interrogados brevemente conocía ningún documento o recordaba mal, o, lo que es peor, se acordaban endeblemente de los grandes personajes. Fue entretenido, al mismo tiempo, comenzar así con la conferencia. Pues bien, decidí hablarles de cada periodo haciendo énfasis en los documentos definitorios de cada uno, en líneas generales por supuesto. Fue sorprendente el interés y la atención de tanto público. La conferencia se prolongó en tiempo y fue muy estimulante, nada aburrida. El hecho de conocer las líneas generales y la importancia de cada documento causó atención y aprendizaje.

Para la independencia, los documentos fundamentales reseñados fueron: Proyecto de Plan de independencia de México que redactó Fray Melchor de Talamantes en agosto de 1808; la Primera Proclama formal de Miguel Hidalgo en la que se definieron los postulados principales de la independencia, de octubre de 1810; el primer bando de Miguel Hidalgo que abolió la esclavitud, publicado en la ciudad de Valladolid el 19 de octubre de 1810; el Plan del Gobierno Americano, entregado por Miguel Hidalgo a José María Morelos y que se publicó el 16 de noviembre de 1810; la Proclama a la Nación Americana que emitió Miguel Hidalgo en Guadalajara el 21 de noviembre de 1810; el Acta de instalación de la Suprema Junta Nacional en Zitácuaro, del 21 de agosto de 1811; Primer proyecto Constitucional para el México independiente, denominado como Elementos de la Constitución y que escribió Ignacio López Rayón, firmado el 10 de abril de 1812; Primera Convocatoria de José María Morelos para la instalación del Congreso de Chilpancingo del 28 de junio de 1813; Los Sentimientos de la Nación, que se dieron a conocer en Chilpancingo el 14 de septiembre de 1813; Abolición de la Esclavitud por José María Morelos en Chilpancingo, el 5 de octubre de 1813; La Declaración de Independencia de México de Chilpancingo, del 6 de noviembre de 1813; Exposición de motivos del Decreto Constitucional de Apatzingán, que se emitió por el Congreso Insurgente, el 23 de octubre de 1814; el Manifiesto de Puruarán en que se razonó y justificó el derecho a la soberanía del pueblo mexicano, emitido el 28 de junio de 1815; Decretos del Congreso Insurgente, creando la Bandera y el Escudo Nacionales, del 14 de Julio de 1815; Primera proclama de Vicente Guerrero en que declaró su acatamiento a la Constitución de Apatzingán, el 30 de septiembre de 1815; El Plan de Independencia de la América Septentrional, expedido en Iguala el 24 de febrero de 1821; el Juramento del Plan de Iguala del 2 de marzo de 1821; los Tratados de Córdoba del 24 de agosto de 1821; el Acta de la declaración de independencia del Imperio mexicano del 28 de septiembre de 1821; y una breve mención del Acta Constitutiva de la Federación Mexicana, del 21 de enero de 1824. La narración de los acontecimientos y personajes, hilvanada con la explicación o breves párrafos de cada documento, resultó de gran interés. Las personas se mostraron atentas y sorprendidas.

Para la etapa de la reforma, el imperio y la república restaurada se revisaron los siguientes documentos fundamentales: el Plan de Ayutla de marzo de 1854; la Ley de Desamortización de los Bienes de la Iglesia y de las Corporaciones del 25 de junio de 1856; la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos del 5 de febrero de 1857; La Ley de Nacionalización de los Bienes Eclesiásticos del 12 de Julio de 1859; la Ley sobre Libertad de Cultos, del 4 de diciembre de 1860; la Proclama de Benito Juárez al regresar a la ciudad de México el 10 de enero de 1861; el Decreto del Gobierno sobre la Libertad de Imprenta, del 2 de febrero de 1861; El Estatuto Provisional del Imperio Mexicano, del 10 de abril de 1865; el Manifiesto del Presidente de la República al ocupar la capital de México en Julio de 1867; el Plan de la Noria de noviembre de 1871; y el Plan de Tuxtepec de noviembre de 1876. Igualmente, para este periodo, el público siguió interesado en conocer acerca de estos documentos históricos.

En el caso de la revolución, los documentos principales que se analizaron, a vuelo de pájaro, fueron: La entrevista de James Creelman a Porfirio Díaz, aparecida en El Imparcial del 4 de marzo de 1908; el Programa del Partido Liberal de San Luis Missouri del 1 de Julio de 1906; esbozo del libro de Francisco I. Madero, La sucesión presidencial, de 1908; el Plan de San Luis Potosí del 5 de octubre de 1910; el Plan de Ayala fechado entre el 25 y el 28 de noviembre de 1911; el Plan de Guadalupe del 26 de marzo de 1913, expedido en la Hacienda de Guadalupe en Coahuila; las adiciones al Plan de Guadalupe del 12 de diciembre de 1914, que se expidieron en Veracruz; La Ley del 6 de enero de 1915; la Ley Agraria del general Francisco Villa del 24 de mayo de 1915, expedida en León, Guanajuato; El Diario de Debates del Congreso Constituyente de Querétaro entre diciembre de 1916 y febrero de 1917; y la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, expedida el 5 de febrero de 1917. Los documentos fueron reveladores de lo que significó la revolución para el México contemporáneo.

Los tres grandes momentos de la historia de México no pueden ser abordados sin el estudio y análisis de los documentos que los constituyen y conforman. Los documentos hablan por sí solos de los rasgos definitorios de cada periodo y de los personajes representativos que los hicieron y signaron. Para la independencia, los documentos seleccionados establecen la fundación de la nación a partir de la necesaria configuración jurídica-administrativa, pero también relacionada con la identidad nacional que se deseaba establecer en el territorio y con sus pobladores. La lucha por la autonomía y el logro de la soberanía fueron un objetivo común para emprender la conformación de la nación. Para el caso de la reforma, el imperio y la república restaurada, la documentación favoreció la consolidación del proyecto de nación desde un ámbito jurídico y político que dio cimentación al país moderno y unido que se quiso forjar para el futuro. La legalidad fue el cariz desde donde se consolidaría al Estado liberal que dio cauce a una nación reformada y con bases constitutivas. El porfiriato, entre 1876 y 1910, pudo establecer el “orden y el progreso” gracias a los fundamentos fundacionales y de consolidación del siglo XIX. Sin embargo, vino la revolución como una palestra histórica que llevaría al país a una etapa que conduciría al México contemporáneo, donde la democracia sería el proyecto principal para el despegue de la república, contando como base documentos tan trascendentales como la Constitución de 1917 que aún rige los destinos nacionales. Las facciones revolucionarias confluyeron en proyectos y objetivos dentro de la Carta Magna, lo que representó una confluencia de proyectos, que aglutinaron los grandes vencedores revolucionarios, que luego reconstruirían al país llevándolo a la modernidad política de la estabilidad para permitir el desarrollo económico.

Los documentos fundamentales de la nación mexicana reflejan, igualmente, las grandes intenciones de cada momento, fue una selección apretada pero útil que muestra los principales valores y principios que animaron cada periodo: para la Independencia, la libertad, la igualdad, la felicidad, la soberanía; para la reforma, la consolidación del Estado, el nacionalismo, la igualdad, la legalidad y la modernidad; y para la revolución, la justicia, la libertad, la igualdad y la democracia. Estos tres grandes momentos fueron los que marcaron, a través de los documentos, los acontecimientos y los personajes, la identidad nacional mexicana. Una historia nacional marcada por una gran evolución política, social, económica y cultural, que quedó marcada mediante documentos históricos de gran valía para entender y comprender el pasado común, la memoria colectiva que nos da certeza identitaria, sin determinismos ni condicionamientos, sin legitimaciones o dislates o ficciones. Los documentos ahí están, son parte de los grandes momentos que marcaron la historia nacional.

 

 

marzo 13, 2022

Bondades y virtudes de la historiografía mexicana

 

A Edgar, por amigo

 

La historiografía mexicana tiene sus bondades y virtudes. En el siglo XIX fue muy historicista y positivista. Exaltar a los héroes y ponderar la descripción de hechos, personajes, fechas y batallas dieron sentido a la idea de nación, a un pasado común y memorioso, casi épico. Luego a inicios del siglo XX, el positivismo exaltador y oficialista permitió el desborde de lo testimonial o el oficialismo de los vencedores, con su drama épico de batallas y conflictos, héroes de epopeya y sujetos de bronce. La historiografía era una amalgama de acontecimientos que causaban gran interés por parte de los vencedores y vencidos de las gestas históricas del país, fundamentalmente, del tema de la revolución mexicana, gran epopeya social y política. El nacionalismo, el patrioterismo y la construcción de una identidad dieron coherencia a la historiografía oficialista. No se había profesionalizado la historia y, con ello, había grandes carencias en la cuestión de la investigación, la docencia o la difusión. La historiografía estuvo un tanto cuanto atrapada en el positivismo, casi hasta la actualidad. Eso si, hubo siempre grandes historiadores que recrearon los grandes momentos históricos de la nación, y dejaron una historiografía bastante aceptable para el futuro. Punto de partida muy bueno para continuar adelante en el avance historiográfico que se conectó a la identidad nacional, a la memoria colectiva que le dio sustento.

La historiografía experimentó un salto sin precedentes en el decenio de los cuarenta del siglo XX. Fue cuando se profesionalizó de la mano de importantes instituciones como la UNAM, el INAH, El Colegio de México, entre otras. Se introdujeron nuevos planes de estudio y programas docentes y de investigación. Hubo un intercambio con las tendencias académicas europeas y estadounidenses, que se introdujeron en México, favoreciendo la inclusión de nuevas teorías y metodologías, que permitieron la exploración de novedosos y originales temas de investigación que encontraron eco en las fuentes primarias y secundarias, testimoniales y patrimoniales.

La enseñanza de la historia se renovó también con nuevos programas docentes, permitiendo la formación, especialización y profesionalización de la ciencia histórica, lo que fue rindiendo frutos a mitad del siglo pasado con importantes producciones historiográficas abocadas a varios periodos de la historia mexicana, como el periodo prehispánico, la época colonial, la independencia, el periodo de enfrentamiento entre liberales y conservadores, la reforma liberal, el imperio francés, la república restaurada, el porfiriato, la revolución y posrevolución. Se dio un rompimiento con el historicismo y el positivismo, surgiendo la posibilidad de una esfera académica con otra propuesta historiográfica, que era necesaria para hacer frente al oficialismo historiográfico que sostenía el positivismo sobre todo. En esto influyó sobremanera la historiografía sobre México que llevaron a cabo historiadores estadounidenses y europeos, que abordaron temas novedosos y que tuvieron impacto nacional.

Los cincuentas y los sesentas del siglo XX representaron un cambio historiográfico importante, un antes y un después en la historiografía mexicana. Se realizaron grandes propuestas teóricas, metodológicas y técnicas para la investigación y docencia en historia. Los historiadores se acercaron a las escuelas historiográficas de otros países, de hecho, fueron a estudiar posgrados y emprendieron tesis con novedosos temas y otros enfoques. A esto hay que agregar que los archivos históricos y las bibliotecas se fueron profesionalizando igualmente, abriendo la posibilidad de ofrecer documentación antes no consultada. Las fuentes se enriquecieron con la incorporación de la tradición oral, la historia oral, los patrimonios inmuebles, la hemerografía, la fotografía, la iconografía, el cine y la televisión o hasta la radio. La ampliación de fuentes fue aprovechada por los historiadores profesionales, que comenzaron a incorporarse a las instituciones como profesores-investigadores, llevando a cabo actividades importantes en seminarios, cursos, reuniones académicas, etc. El intercambio con el extranjero fue beneficioso también. Hubo extranjeros que aportaron novedades a la historiografía sobre varios periodos, personajes o temas.

En los setentas floreció la historiografía académica como nunca antes. Se agregó la historia local-regional como un enfoque con amplias posibilidades. La historia política comenzó a ser un objeto de estudio importante. La historia económica y social ampliaron horizontes. La historia cultural comenzó a ser materia destacada. La biografía histórica se perfiló hacia un auge. La renovación historiográfica abrió un panorama bastante grande. Se trabajaron con ahínco periodos fundamentales desde distintos enfoques, como el espectro decimonónico, el porfiriato, la revolución y posrevolución. Las monografías abundaron en el marco del regionalismo y el localismo, pero por sobre todo en la cuestión de la dinámica política y social, además de la historia de los problemas económicos y el despegue del capitalismo, ya no se diga en el tema biográfico o en las relaciones centro-región. El mundo intelectual del pasado mexicano fue también materia de investigación.

Para los ochentas se amplió más la historiografía mexicana, gracias a tres hechos destacados: 1.- La descentralización institucional de la vida académica, favorecida por el gobierno hacia un horizonte educativo federal en el campo superior de licenciaturas y posgrados o proyectos de estudio; 2.- La investigación y la docencia en el ámbito de las regiones y localidades, junto con un sistema de archivos y bibliotecas, pero también de centros de estudio y centros culturales o museos; 3.- El impulso de la divulgación histórica, con la utilización de los medios electrónicos de prensa, TV, radio y publicaciones de gran alcance. Esto conllevó a emprender estudios de síntesis histórica o de historias generales o totales de distintos niveles, sobre todo, de los estados de la república o microhistorias de comunidades y municipios, desde la perspectiva de la multidisciplinariedad de las ciencias sociales y las humanidades. La didáctica de la historia fue mejorada en los años de formación y en la educación media superior y superior o en los posgrados. La historiografía académica vivió sus años de gloria, los estudios regionales lo hicieron posible y la divulgación se amplió considerablemente. Los últimos años del siglo XX fueron los años dorados de la historiografía. La divulgación ayudó a utilizar la prensa, la TV, la radio, la fotografía y el cine, la incipiente por entonces internet, como medios de difundir al gran público el pasado de acontecimientos, periodos, personajes y espacios de México, desde el periodo prehispánico hasta el contemporáneo. Hasta la historia oficial se vio influenciada y marcada por esos avances, apartándola del positivismo.

La divulgación histórica, mediante novelas históricas, documentales, reportajes, difusión oral, telenovelas, radionovelas y el ámbito electrónico de aquel momento, favoreció un auge importante sobre el conocimiento de pasado. Tanto así que la historiografía académica fue quedando rezagada y casi restringida a las esferas universitarias o de centros de estudio. Esta competitividad llevó a una crisis de fragmentación del conocimiento del pasado, pero igual a un avance, como nunca antes, de la difusión de tema histórico.

Los primeros años del siglo XXI, la historiografía mexicana es abundante y se encuentra insertada en el mundo digital con amplitud. La difusión mayoritaria ha impuesto la necesidad de que la historia académica y la difusión de la historia se unan para brindar contenidos profesionales de gran calado, en prácticamente todos los campos de la ciencia histórica, en la economía, la sociedad, la política, la cultura, el territorio, el medio ambiente, la vida cotidiana, las mentalidades, la educación, la biografía y un largo etcétera. Los historiadores ahora deben ser multidisciplinarios, críticos y expertos en las interrelaciones y vinculaciones en sus interpretaciones históricas. La ficción y la narrativa siguen siendo materia para los divulgadores históricos, concentrados en el marketing y la publicidad y, aún así, tienen el deber ético de basar sus aportaciones en fuentes e interpretaciones de los historiadores académicos. La novela histórica también tiene la obligatoriedad de la seriedad. El diálogo debe establecerse sin duda. Los calendarios cívicos o las efemérides de cada año son un buen pretexto para esa fusión, como se demostró en las conmemoraciones centenarias desde 2010 para adelante. Se lograron avances en el mundo digital principalmente. Rechazar participar en la historia maniquea es una virtud siempre agradable, aunque a un sector de historiadores les atrae maquillar la historia al antojo del poderoso.

Ambos enfoques de la historiografía mexicana, sin duda, combaten al positivismo todavía latente o a la historia oficial tan maniquea y maquillada que venden los gobiernos de todos los niveles. La gente consumidora de historia cada día más exige evidencias e interpretaciones divertidas, entretenidas y constatables. Las personas ya no digieren conceptos o teoricismos, tampoco ficciones poco sustentadas, más bien se buscan conocimientos digeribles y accesibles, necesariamente relatos que entusiasmen o estimulen  para acercarse a la lectura o al conocimiento del pasado. La sangre, el sudor y la lágrima se imponen en la novela histórica, mientras que el tema subyace en la historiografía académica con comprobaciones documentales o de imágenes.

Las bondades o virtudes de la historiografía mexicana están latentes en las formas narrativas y visuales. Los historiadores o escritores deben emprender esta dinámica con humildad. Pero igualmente, ser sensibles a los deseos de una historia que funcione para todos y sea popular siempre. A esto deben sumarse los libros de texto de todos los niveles educativos, atrapados en el esquema pedagógico que es cuadrado y poco útil con la realidad y su aprendizaje o aprovechamiento. Hay que estimular el interés por la historia, el entretenimiento sin payasadas, dejar atrás el aburrimiento. Las nuevas generaciones de historiadores tienen un gran reto para el futuro.

El mundo digital así lo está imponiendo, igual en la brecha pendiente de la enseñanza de la historia o la divulgación a gran escala. La historia implica un combate duro y fuerte para que el común de las personas se nutran del conocimiento del pasado. Estimular la memoria colectiva es lo que se impone para los historiadores. Tienen la virtud de su formación profesional, la especialización y profesionalización, y deben adecuarse entonces a la narrativa divulgadora que emprenden los escritores de ficciones. Se impone un nuevo manifiesto por la historia, un llamado para su reivindicación ante el pasado y el presente.

 

marzo 06, 2022

Historiadores locales o cronistas en México

 

Estos personajes abundan en pueblos, ciudades y estados de la república. Se hacen llamar “cronistas” o “historiadores locales”. No tienen formación profesional como historiadores, no son académicos ni tampoco cuentan con un andamiaje metodológico o teórico en la disciplina historiográfica. La mayoría son autodidactas, “apasionados” de la historia dicen, apegados al “terruño” o a la llamada de la “matria”. Algunos cuentan con alguna profesión, estudiaron para docentes o para abogados, o se dedican al periodismo o la escritura. Una gran mayoría de ellos se dedican con ahínco a recabar datos y datos sobre acontecimientos y personajes, para brindar descripciones históricas o geográficas o literarias. Son polifacéticos  en sus actividades, porque transitan de su oficio o alguna profesión, a la compilación y descripción de datos, pero también se dedican a escribir y exploran en la poesía, la novela, la crónica o la crítica literaria o artística, hasta iconógrafos resultan. Algunos son burócratas, contratados como cronistas locales o asesores municipales o estatales o servidores públicos educativos, culturales o notarios y contadores públicos.

Los llamados historiadores locales son expertos en recopilar y describir, son creadores de leyendas y mitos, exaltan al poder y los poderosos, les fascina resaltar la acción de familias y oligarcas o líderes populares o sindicales. Les gusta relucir o legitimar a los gobernantes y los gobiernos o a instituciones educativas o culturales. Descargan bilis por doquier, porque se creen poseedores de la verdad acerca de las causas y consecuencias de los acontecimientos o los patrimonios históricos. Son expertos para la historia oficial. Manejan bien el positivismo porque privilegian el dato y el dato. Su narrativa es aburridísima, sin explicación o interpretación, hacen historias huecas. Gran mayoría escriben muy mal, enredados como ellos solos. Muy pocos tienen coherencia o aportan conocimientos novedosos. Casi todo su discurso se refuerza copiando o anexando documentos históricos. Son grandes plagiadores de documentos que, por regla general, no son citados adecuadamente o no poseen la localización concreta de dónde salieron. Amasan documentación en sus casas u oficinas que nunca muestran. Persiguen a familiares o descendientes de los poderosos y personajes populares, para sustraerles informaciones que nadie sabe, o fotografías históricas, o documentación privada. Les encanta la cultura popular o las tradiciones y leyendas. Algunos se inventan los documentos para “comprobar” sus hallazgos. Pocos son serios en sus publicaciones. Mal hechos como ellos solos, publican en imprentas y sin estilo editorial normalmente.

A los historiadores locales o cronistas les fascina el estudio descriptivo y machacón del patrimonio inmueble y mueble de la localidad, el pueblo o la ciudad o el estado. El mobiliario o las construcciones urbanas les enloquece y describen su construcción o conformación y los personajes involucrados en su hechura y destino. Las iglesias, los templos, los monumentos, las capillas, las esculturas, los cementerios, los edificios públicos, las escuelas y universidades, los parques y jardines, los puentes y caminos, los túneles, las pirámides, las haciendas y las fachadas y retablos, forman parte de infinidad, abundante hasta el exceso, de publicaciones, libros, revistas, folletos, periódicos y páginas web. La descripción a detalle representa una obsesión que aburre y nadie lee a profundidad. Nunca de los nunca hay un análisis de contextos o interpretación de los procesos históricos involucrados.

Algunos, muy pocos, cronistas o historiadores locales estudiaron una licenciatura en historia o algún diplomado o curso. Los que lo hicieron se contaminaron de la improvisación y la descripción positivista u oficialista; la elucubración y culto documental, las piedritas o las construcciones y los cementerios; la obsesión por el patrimonio artístico, cultural o educativo; o el burocratismo oficialista exaltador cívico, gubernamental o conmemorativo. Son adoradores de la cultura popular y sus orígenes. Pocos de ellos han destacado en aportaciones interesantes, casos muy puntuales que brindan instrumentos historiográficos interesantes para el conocimiento del pasado de localidades y regiones. Escasos por supuesto, porque la gran mayoría rayan en la mediocridad e ignorancia biliosas y obsesivas, siempre cuestionando a los profesionales o los críticos.

Los llamados historiadores locales resaltan en su comunidad como “intelectuales” destacados. Poseen organizaciones de “estudiosos locales” o pertenecen a partidos políticos gobernantes y organizaciones de todo tipo. Son impulsores del poder y los poderosos en la sociedad y la política, porque son actores significativos en el mundo educativo y cultural. Poseen ciertos lazos de relación con el mundo externo. Siempre resaltan la mediación del centro en las localidades y estados de la república, o la influencia de ciertos acontecimientos o personajes en su paso por su demarcación jurídico-administrativa. Son buenos para describir batallas militares y visitas de los personajes políticos en determinados momentos de la historia.

A los cronistas e historiadores locales no les agradan los historiadores profesionales o los críticos. Detestan las elucubraciones teórico-metodológicas o las interpretaciones historiográficas que cuestionen sus “hallazgos” puntuales o sus datos. Igualmente, no les agrada que se cuestionen sus documentos, o que se les pida compartirlos. Dicen casi siempre que tienen los documentos que avalan sus supuestos hallazgos sobre determinado acontecimiento, hecho o personaje. Es por esto que las obras profesionales, con infinidad de documentos provenientes de los archivos y repositorios documentales, no les agradan y cuestionan datos o interpretaciones. En algunos estados de la república existe conflicto entre historiadores locales e historiadores profesionales. Los enfrentamientos y cuestionamientos son casi siempre inútiles y se dan en la prensa, la radio y la TV, las conferencias y presentaciones públicas o en publicaciones. Son “correctores” de datos, fechas, nombres y leyendas que se encuentran en los estudios profesionales que se dan a conocer.

En algunas ciudades o pueblos de varios estados de la república se ha acusado a los historiadores locales de ser plagiarios de documentos históricos o de obras de otros historiadores del pasado y del presente. Además, muchos han sido acusados permanentemente de sustraer y robar documentos provenientes de archivos municipales o estatales o de organizaciones e instituciones. En pocas entidades se han comprobado con certeza estas acusaciones. Lo cierto es que en la consulta de los archivos se ha notado, a simple vista, que han sido sustraídos documentos valiosos sobre determinados periodos o acontecimientos de la historia local y estatal, o acerca de ciertos personajes históricos. El robo de documentación es parte inherente de este tipo de historiadores. No aprovechan la documentación o la plagian por completo para sus publicaciones, casi todas ellas financiadas por los gobiernos locales o estatales. Hay archivos muy lastimados por estas prácticas en todos los tiempos.

Hoy encontramos que los llamados historiadores locales se encuentran encumbrados en los gobiernos, en áreas educativas y culturales principalmente. Se mezclan con divulgadores históricos. Son coleccionistas de objetos de cultura popular o fotografías o mapas, igualmente. Reproducen errores y errores de las historias locales. Plagian y plagian. Hacen historia oficial. Son obsesivos en mezclar la historia descriptiva con el conocimiento del patrimonio cultural de cada localidad. Exaltan al documento histórico, ahora obsesionados por la fotografía y la imagen. No renuevan ni crean mayor conocimiento del pasado, creen difundir pero lo hacen mal, sin impacto amplio en la sociedad. Lo peor del caso es que este tipo de historiadores han contaminado a los museos, a los archivos y a las publicaciones. Han creado asociaciones para obtener recursos oficiales y hacer actividades, normalmente le rinden honores a los gobernadores o presidentes municipales para hacer ciertas publicaciones o actos públicos. Son oficialistas por regla general. Le hacen fuchi a la historia crítica, al análisis del pasado y a las nuevas tendencias historiográficas concentradas en la narrativa y la divulgación.