febrero 13, 2022

Historiografía basura en México

 

Hace poco leí un texto de un historiador profesional, ahora metido a la política y empleado de gobierno, que se ha dedicado a defenestrar y cuestionar o descalificar a los escritores, historiadores o no, provenientes del conservadurismo, la derecha o la improvisación. Las consideraciones fueron tremendas, no solamente sobre los temas que han trabajado esos escritores, sino sobre sus personas e ideas. Según esto, toda la producción historiográfica proveniente de esa tendencia es basura. Es decir, no sirve para nada, sobre todo, de periodos históricos como el prehispánico, los siglos coloniales, el siglo XIX o la centuria del siglo XX. Esas historias, con temas puntuales, no tienen valor porque reivindican la postura ideológica del conservadurismo y la derecha, como una visión rota e inútil de la historia mexicana, tanto en procesos históricos, como en personajes o hechos puntuales del pasado, o incluso temas que podrían ser interesantes pero truncos en su aportación desde el esquema de la historiografía contemporánea.

Todo eso me pareció una visión parca e innecesaria de la historiografía a la que anota aquel historiador, muy rabioso en contra de todos aquellos que escriben sobre la historia de México desde una perspectiva no académica o de tendencia favorable al conservadurismo, algunos sin proponérselo siquiera. No todo se va a la basura, sino que sirve para el entendimiento o conocimiento desde un enfoque distinto a la historia oficial o académica o de, digamos, izquierda. Ese historiador es de izquierda y también peca de apreciaciones y consideraciones tendenciosas en su producción, junto con otros de su misma calaña que se identifican con emprender historiografías sobre temas “revolucionarios” que enaltecen cuestiones de supuesta valía en personajes y hechos, ahora identificados con una historia oficial maniquea y parca y machacona en rescatar “luchas sociales” y “logros revolucionarios del cambio”. Para el caso, esta tendencia historiográfica también peca de atrofiar hábilmente ciertas interpretaciones, sin sustento de investigación real, sino con sustento ideológico.

Ambas tendencias historiográficas, lamentablemente, han caído dentro del amplio espectro de la producción de la divulgación histórica, desde hace décadas. Ahora más exaltados en una lucha invisible por temas, personajes, acontecimientos, que tienen que ver mucho con una historia oficial que se quiere impulsar desde el gobierno mexicano, como una guía que invade la enseñanza de la historia y por supuesto la divulgación, espectros desde los cuales se ligan a editoriales institucionales o privadas.

Mientras, la historia académica se inserta en ciertos aspectos con una producción aburrida, encapsulada en el positivismo y sin difusión clara o popular. También es una historiografía basura, que se tira en las bodegas de las universidades o editoriales públicas, bien resguardada porque ni se puede vender o regalar al público. Primero vive el momento aclamado de presentaciones o difusión (ahora en redes sociales) y luego se tira al basurero de las bodegas. Ni los historiadores, ni los autores de esta producción pueden hacer nada, porque todos esos libros académicos duermen en las bibliotecas, algunas librerías o en las bodegas de libros, sin que se puoda hacer nada, porque no se pueden comercializar por el sistema hacendario que todas las instituciones padecen.

Lamentablemente, la historiografía basura es abundante. La producción, independientemente de la postura “ideológica” de los autores o historiadores, se ha incrementado durante las últimas décadas. Las editoriales privadas han publicado cerros de libros y colecciones relativas a la historia de México, una gran parte ligada a las efemérides oficiales otras para abarcar el mercado de consumidores de obras de historia, o el seguimiento de autores superestrellas que mercadean en radio, televisión y redes. El éxito es momentáneo en unos meses, pero su impacto en el conocimiento de la historia es endeble casi siempre. Igual pasa con la producción académica u oficial, que transita muy pronto las bodegas.

La divulgación de la historia es un objetivo de las publicaciones que se emprenden. Esta divulgación en México ha ampliado su espectro en las publicaciones pero igualmente en el mundo digital. Mucho más con el advenimiento de la pandemia por el covid19 en los últimos dos años. Las colecciones o los abundantes ejemplares que han hecho las editoriales privadas, mayores a 7 mil ejemplares por publicación, no han tenido mucho impacto en ventas en librerías. Autores antes muy populares, tanto de derecha como de izquierda o académicos, han visto menguada su popularidad y fama. Grandes volúmenes de libros han tenido que ser triturados, embodegados o republicados en otros formatos más accesibles para permanecer en el mercado físico o virtual. Platicando con un editor español, me ha dicho que se ha tenido que proceder a la destrucción de infinidad de publicaciones en las editoriales privadas, ante la carencia de ventas. El Consorcio Penguin Random House es el que más ha recurrido en esa práctica, tanto en España como en América Latina. Las bajas ventas ocasionan la trituración o la reimpresión en otros formatos para estimular las ventas en librerías y ferias.

Gran cantidad de libros publicados son poco exitosos en la historiografía. Unos cuantos los compran o adquieren por sus formatos o la conformación de colecciones. Muchos temas son trillados o producto de la ficción histórica que tanto gusta en México. Los escritores que hacen los libros de historia son los más populares. Muchos de ellos se dice que son falsificadores de la historia, pero otros han caído en ser radicaloides de la historia o dizque conspiradores históricos. Los que más se defienden, sin duda, son los autores académicos que mediante procesos de investigación y sustentación hacen aportaciones a la historiografía, aunque, claro, sus libros son menos comercializados y resguardados en las bodegas institucionales o editoriales de poca monta.

Los temas de la historiografía basura suelen ser sobre personajes o acontecimientos ya trabajados en la historiografía académica u oficial, o, en casos excepcionales, de documentos o vivencias originales o inéditos. Mucha de esta historiografía se encierra en colecciones grandes de historia de México, casi toda configurada por fichas de trabajo engarzadas en un texto narrativo con accesibilidad popular. Hay autores experimentados en hacer esto, sobre todo en la editorial Planeta que pertenece al Consorcio mencionado. La narrativa de divulgación suele ser chistosa o cruenta, con aires profundos de ficción más que de historia documentada, y se basa no en una investigación seria y profesional, sino en los productos que dan los historiadores académicos u oficiales. Obvio, la ficción es un valor que atrae a los lectores interesados en la sangre, el asesinato, el crimen, el espionaje, el suspenso, etc., más que en una historia basada en documentación primaria y secundaria. Esos libros de divulgación mantienen un mercado cautivo que las editoriales explotan con suficiencia, sobre todo mediante las técnicas de mercadeo en redes digitales, televisión, radio y publicaciones o conferencias. Dicen que esa atmósfera causa “envidia” a los historiadores académicos o profesionales atrapados en el oscurantismo de sus instituciones, o en aquellos historiadores oficiales que viven y trabajan para el gobierno en turno en todos los niveles. Estos no son “estrellas” del firmamento donde se mueven los divulgadores, sean de la tendencia que sean.

En mi biblioteca personal abundan colecciones académicas, oficiales o divulgadoras sobre historia de México. Autores historiadores o escritores de gran calado, que han tenido impacto desde el decenio de los noventa. Hay una gran diferencia entre ellos por la utilización de la investigación o la ficción. Gran parte de esas colecciones no han trascendido en la historiografía mexicana con impacto, es decir, es historiografía basura que ni como consulta funciona, porque es repetitiva, ocasional o se ajusta a ciertos modelos de ficción política, burocrática o metodológica. Incluso se entremezclan intenciones o repeticiones o son machacones con sus tendencias, de derecha, izquierda o provenientes del mundo académico.

Mucha historiografía basura se comenzó a darse luego del auge que tuvo la editorial Clío hace treinta años. Los temas y la narrativa fueron muy atractivos como modelos para historiadores o escritores. La historia política o cultural fueron atractivas, confundiendo sus postulados profesionales con la divulgación histórica. Hubo muchos emuladores de ciertos historiadores que dieron impulso a la historiografía, como la microhistoria de Luis González y González, la divulgación como Enrique Krauze. Combatidos por unos, amados por otros, los historiadores se cuadraron a esas dos representaciones historiográficas, pero otros más, escritores, lo hicieron agregando narrativas discursivas provenientes de la ficción, con temas atrayentes para el público lector. Esto representó un empuje para la comercialización de las editoriales, por lo que el agregado de divulgadores se acrecentó considerablemente. Se dio igualmente una cierta combinación entre historiadores académicos y divulgadores históricos, que tuvo mucho éxito en la historia política y la historia cultural, ya ni se diga en la historia narrativa, esto sobre todo, en espacios culturales o de ciertos estados de la república. Muchos emulan a los divulgadores o a los académicos regionalistas, narrativos.

Las copias mal hechas de microhistoria, narrativa o divulgación histórica se dieron como hongos en las instituciones académicas o en ciertos grupos de escritores de ficciones históricas desde el decenio de los noventas. Cerros y cerros de libros se publicaron sin ningún éxito o empuje paradigmático. Varias entidades del país contaron con estas producciones basura, ya ni se diga instituciones académicas que vieron saturadas sus bodegas de libros que nadie compra.

Las instituciones culturales locales o estatales suelen publicar a historiadores, cronistas o autores de ficción. Sus catálogos se impregnan de obras impresas que se embodegan o regalan, ahora existe la posibilidad de la publicación digital que hace pervivir la historiografía en el tiempo como nunca antes. También allí, en esa esfera, se dan divisionismos o fracturas entre los grupos de la derecha, la izquierda o la academia. El enfrentamiento es por los temas o las formas de contar la historia, y, casi siempre, por diferencias políticas o de carácter ideológico dizque. La batalla por la producción y la divulgación es un enfrentamiento permanente en el campo cultural o en el universitario, o, mucho más en gobiernos que impulsan historias oficialistoides. En estos campos pervive la mediocridad en las publicaciones sobre historia, con temas que a nadie le interesan sino a unos pocos. También se hace mucha historiografía basura, hay que reconocerlo.

La historiografía basura es la que no deja huella, que no tiene impacto en la lectura y la consulta, la que se guarda en bibliotecas y bodegas, la que se tritura por falta de venta, la que no es referente en el conocimiento del pasado, casi siempre navega en tres naves, en la divulgación mercantil, en la academia institucional y en la historia oficial gubernamental. Los historiadores son conscientes casi siempre de esta circunstancia, a los autores de ficción no les importa mientras que cobren sus regalías, los historiadores oficiales padecen de indiferencia.

La basura se guarda o se tritura o se entierra. El baúl historiográfico está bien lleno. Hay pocas aportaciones o impactos en ese sitio, por desgracia. Las publicaciones sino se venden o distribuyen, pues mueren, con ello las ciertas aportaciones historiográficas de los autores, sean historiadores o escritores. También la basura pertenece al cajón de los temas sin interés o las interpretaciones marcadas por la ideología o la política. La historiografía basura pertenece, sin duda, al campo de la polarización y el enfrentamiento político o ideológico, que en su momento no se resuelve del todo. La historia juzgará después, como dicen.

 

 

 

 

 

 

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